Se cumple el primer aniversario de la muerte de un amigo,
de un hombre de Dios que hizo opción por los marginados sociales, por los
pobres, por las clases humildes. Después de un año de la gran pérdida de un
amigo como tú la experiencia de situaciones dolorosas me ha hecho comprender
que nada de lo pasado está perdido; que Dios recoge de nuevo con nosotros
nuestro pasado, que nos pertenece. Entiendo que no hay nada que pueda sustituir
la ausencia de una persona querida, en principio parece muy duro y es un error
decir que Dios llena ese vacío; Dios no lo llena de modo alguno porque al
quedar el vacío sin llenar nos sirve de nexo de unión con la persona querida
ayudándonos a conservar nuestra autentica comunión, aunque muchas veces sea con
dolor. Por otra parte al ser tan ricos y hermosos los recuerdos que pasamos
juntos por momentos se hace más difícil
la separación, pero uno no lleva en sí los recuerdos buenos del pasado
como si fuesen un aguijón, sino como un valioso regalo. Entonces es cuando
emanan del pasado una alegría y una fuerza duradera.
Así pues, cuando la nostalgia de lo vivido me domina – lo
cual me ocurre en momentos imprevistos- sé que sólo se trata de una de las
muchas “horas” que Dios siempre tiene a punto para cada uno de nosotros. Y
entonces comprendo que no debo volver al pasado por mi propia cuenta, sino en
compañía de Dios.
Nada se Pierde en cristo Jesús; en Cristo todo se guarda,
se conserva. Cristo lo restituye todo. Cristo es el verbo de Dios, por quien, y
para quien, fueron creadas todas las cosas. Todo lo que existe, está bajo la
autoridad y señorío de Cristo, esto lo han reconocido todos los creyentes en
toda la historia del pueblo de Dios. El salmista David se asombra de la obra de
Dios y reconoce la inmerecida misericordia de parte de su majestuosa divinidad.
“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las
tribulaciones.” Dios es nuestro refugio y fortaleza, socorro siempre a punto en
la angustia. Por eso no temeremos aunque tiemble la tierra y los montes se
hundan en el fondo del mar. Aunque bramen y se agiten las aguas, y con su
oleaje sacudan los montes” (Sal. 46:1-3).
La revelación de Dios en Cristo nos trae esperanza,
podemos descansar en la verdad que todas las cosas están unidas bajo el mando
de Cristo, que nada se escapa de su control, y que nosotros mismos no escapamos
de su soberano y tierno amor, en medio de cualquiera que se nuestra situación.
Que el Señor premie la generosa entrega de ti mismo en favor de la Iglesia y de los
más necesitados haciendo de la predicación de la verdad evangélica y de la
caridad pastoral programa de tu ministerio como apóstol de Cristo, testigo del
misterio pascual de Cristo en el que creíste e hiciste razón de tu vida y
motivo de predicación.
Porque creíste y viviste exhortando a poner la confianza
en Dios y tener siempre esperanza, mientras te aplicabas a ti mismo las
palabras de san Pablo: “Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos, sabiendo que quien
resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante
él juntamente con vosotros” (2 Cor 4,14).
Los cristianos tenemos la esperanza de ser contados entre
los que entrarán en la vida eterna, porque, siguiendo las enseñanzas del
Apóstol, sabemos y así lo creemos que el bautismo nos ha configurado con la
muerte de Cristo y con su resurrección, de suerte que “si nuestra existencia
está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una
resurrección como la suya” (Rom 6,5). De esta suerte la vida del cristiano
es verdadera vida en Cristo que se prolongará definitivamente una vez hayamos
pasado por la muerte. Bien puede por esto mismo añadir el Apóstol en la carta a
los Romanos: “si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con
él” (Rom 6, 8).
José Carlos Enríquez Díaz