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El salvaje asesinato el pasado jueves [20 de octubre de 2011] del depuesto dirigente libio Muamar Gadafi sirvió para poner de relieve el carácter criminal de la guerra que llevan a cabo Estados Unidos y la OTAN desde hace más de ocho meses.
Este asesinato sigue al asedio durante más de un mes por parte de la OTAN de Sirte, la ciudad costera libia que era la ciudad natal de Gadafi y un centro de su apoyo. El asalto a esta ciudad de 100.000 habitantes dejó prácticamente todos los edificio destruidos, con una cantidad incalculable de civiles muertos, heridos y enfermos ya que están privados de comida y de agua, de asistencia médica y de otras necesidades básicas.
Al parecer Gadafi viajaba en un convoy de vehículos que trataban de romper el asedio después de que el último bastión de resistencia cayera en manos de los “rebeldes” respaldados por la OTAN. Aviones de la OTAN atacaron el convoy a las 8:30 a.m. del jueves por la mañana y dejaron varios vehículos en llamas sin posibilidad de avanzar. Entonces las milicias armadas en contra de Gadafi avanzaron para asesinarlo.
Al parecer la muerte de Gadafi ha sido parte de una masacre más amplía que según se ha informado ha costado las vidas de sus colaboradores más cercanos, de combatientes leales y de sus dos hijos, Mo’tassim y Saif al-Islam.
Aunque los detalles de los asesinatos siguen siendo un tanto confusos, fotografías y vídeos hechos con móviles y publicados por los “rebeldes” respaldados por la OTAN muestran claramente a un Gadafi luchando con sus captores y gritando mientras es arrastrado a la parte trasera de un vehículo. Después se muestra su cuerpo desnudo y sin vida, cubierto de sangre. Parece claro que después de haber sido herido, quizá por los ataques aéreos de la OTAN, el ex dirigente libio fue capturado vivo y después ejecutado sumariamente. En una fotografía se le ve con un agujero de bala en la cabeza.
El cuerpo de Gadafi se llevó a la ciudad de Misrata donde, según se informó, fue arrastrado por las calles antes de ser depositado en una mezquita.
La suerte del cuerpo es políticamente significativa en el sentido de que fue capturado por una facción de Misrata que opera bajo su propio comando y no es leal al Consejo Nacional de Transición (CNT) con base en Bengasi y al que Estados Unidos y la OTAN han ungido como el “único representante legítimo” del pueblo libio.
Así, este acontecimiento espeluznante, que aclamó el presiente Barack Obama en el Jardín de Rosas de la Casa Blanca como el advenimiento de “una nueva y democrática Libia”, en realidad sólo pone en evidencia las líneas divisorias regionales y tribales que están creando el marco para un prolongado periodo de guerra civil.
Tanto Estados Unidos como Francia se adjudicaron todo el mérito del papel que habían desempañado en el asesinato de Gadafi. El jueves el Pentágono afirmó que un drone Predator estadounidense había disparado un misil Hellfire contra el convoy del derrocado dirigente libio, mientras que el ministro de Defensa francés afirmó que lo habían bombardeado aviones franceses.
Desde poco después de que se emprendiera la brutal guerra aérea contra Libia el pasado mes de marzo, Estados Unidos y la OTAN llevaron a cabo ataques continuos contra las instalaciones de Gadafi en Trípoli y contra otras casas en las que sospechaban que se escondía. Uno de estos ataques aéreos a finales de abril acabó con las vidas de su hijo menor y de tres nietos pequeños.
Washington ha desplegado aviones de vigilancia, además de gran cantidad de drones en un intento de localizar a Gadafi, mientras que agentes de inteligencia, tropas de operaciones especiales y “contratistas” militares estadounidense, británicos y franceses que operaban sobre el terreno participaron también en esta caza al hombre.
Justo dos días antes del asesinato de Gadafi la secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton hacía una visita no anunciada a Trípoli en un avión militar fuertemente armado. Mientras estaba ahí hizo pública la petición de que se apresara a Gadafi “vivo o muerto”
Como informaba Associated Press, Clinton declaró “en unos término inusualmente categóricos que Estados Unidos querría ver muerto al ex dictador Muamar Gadafi”.
“‘Esperamos que pueda ser capturado o asesinado pronto de modo que ustedes ya no tendrán que temerle más ’, dijo Clinton a unos estudiantes y a otras personas en una reunión en la capital”[, informó Associated Press].
Esta agencia señalaba a continuación: “Hasta ahora Estados Unidos había evitado decir que se debería matar a Gadafi”.
Sin embargo, en realidad Washington está llevando a cabo una no disimilada política de asesinato de Estado. En este caso, ha defendido abiertamente e incluso proporcionado todo tipo de recursos para facilitar el asesinato del un jefe de Estado con el que el gobierno estadounidense había establecido unas estrechas relaciones comerciales durante los últimos ocho años.
El maltrecho cuerpo del hijo de Gadafi, Mo’tassim, que también fue capturado vivo y después asesinado, se expuso en Misrata. Tan recientemente como abril de 2009 había sido recibido calurosamente por la secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton.
En su discurso en el Jardín de las Rosas del pasado jueves Obama se jactó de que su administración había “eliminado” a dirigentes de al Qaeda, con un discurso que asemejaban al de un capo de la mafia [pero] sin su encanto. Entre sus víctimas más recientes se encuentran dos ciudadanos estadounidenses, Anwar Awlaki, el clérigo musulmán nacido en Arizona con doble nacionalidad yemení y estadounidense, el mes pasado, y dos semanas después su hijo de 16 años, Abdulrahman, que había nacido en Denver. El subcomité del Consejo de Seguridad Nacional había incluido a ambos en una “lista para matar” y fueron asesinados con misiles Hellfire. Abdulrahman fue despedazado junto con su primo de 17 años y otros siete amigos mientras cenaban.
El asesinato de Gaddafi es la culminación de una guerra criminal que ha matado a una cantidad incalculable de libios y ha dejado a la mayor parte del país en ruinas. Esta operación se emprendió con el pretexto de proteger las vidas de los civiles libios basándose en la fabricada afirmación de que Gadafi estaba preparando el asedio de la ciudad de Bengasi, situada al este, para masacrar a sus oponentes. Ha acabado con la OTAN dirigiendo el asedio de Sirte, donde han muerto y han resultado heridas miles de personas para suprimir la oposición a los “rebeldes”.
Desde un principio toda la operación ha tenido el objetivo de recolonizar el norte de África y se ha llevado a cabo en nombre de los intereses petroleros estadounidenses, británicos, franceses, italianos y alemanes.
Aunque en la última década Gadafi había tratado de congraciarse con Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y otras potencias occidentales cerrando negocios petroleros, acuerdos de armas y otros pactos, el imperialismo estadounidense y sus homólogos europeos seguían considerándolo un impedimento para sus objetivos en la región.
Una de las principales preocupaciones de Washington, Londres y París eran los crecientes intereses económicos chinos y rusos en Libia y más generalmente en África en su conjunto. China había desarrollado un comercio bilateral por valor de 6.600 millones de dólares, fundamentalmente de petróleo, mientras que unos 30.000 chinos estaban empleados en una amplia gama de proyectos de infraestructura. Rusia, por su parte, había desarrollado unos amplios acuerdos petroleros, cerrado contratos por valor de miles de millones de dólares en venta de armamento y tenía un proyecto valorado en 3.000 millones de dólares de unir por ferrocarril Sirte y Bengasi. También se estaba discutiendo proporcionar a la Armada rusa un puerto mediterráneo cerca de Bengasi.
Gadafi había provocado la ira del gobierno de Nicolas Sarkozy en Francia con su hostilidad al esquema para crear una Unión Euromediterránea, cuyo objetivo era restablecer la influencia francesa en sus antiguas colonias y más allá de estas.
Además, los principales conglomerados de empresas de energía estadounidenses y de Europa occidental estaban cada vez más irritados con lo que ellos consideraban unos exigentes términos de contrato exigidos por el gobierno de Gadafi, así como con la amenaza de que se concediera a la compañía de petróleo rusa Gazprom una fuerte participación en la explotación de las reservas del país.
Junto con estos motivos económicos y geoestratégicos había también factores políticos. El giro dado por Gadafi hacia unas relaciones más cercanas con Occidente había permitido a Washington y París cultivar elementos dentro del régimen que estaban dispuestos a colaborar con una toma de poder imperialista en este país. Esto incluye a figuras como Mustafa Abdul Jalil, ex ministro de Justicia de Gadafi y ahora presidente del CNT respaldado por la OTAN, y Mahmoud Jibril, el ex alto cargo económico que ahora es jefe del gobierno del CNT.
Con los levantamientos populares en Túnez y Egipto (en las fronteras oriental y occidental de Libia) Estados Unidos y sus aliados de la OTAN vieron una oportunidad de llevar a la práctica un plan que se había desarrollado tiempo antes para provocar un cambio de régimen en Libia. Con agentes sobre el terreno pasaron a aprovecharse de las manifestaciones en contra de Gadafi y a explotarlas, y a fomentar un conflicto armado.
Para prepararse para una toma de poder imperialista, siguieron un camino ya muy trillado, vilipendiando al dirigente del país y promoviendo la idea de que sólo una intervención exterior podría salvar a civiles inocentes de una masacre.
La supuesta destrucción inminente de Bengasi se utilizó para ganar el apoyo a una guerra imperialista por parte de ex izquierdistas, liberales, académicos y defensores de los derechos humanos que prestaron su peso moral e intelectual a un ejercicio de agresión y asesinato imperialista.
Figuras como el profesor de historia de Oriente Próximo de la universidad de Michigan Juan Cole, que fue limitadamente crítico con la invasión de Iraq por parte de la administración Bush, se convirtieron en entusiasta promotores de la misión “humanitaria” del Pentágono y la OTAN en Libia. Representantes de una capa social media alta que se ha convertido en un soporte del imperialismo, se comprometieron completamente desde el punto de vista político y moral. No les preocupó lo caótico de toda esta empresa ni tampoco las pruebas cada vez mayores del asesinato y tortura de inmigrantes y de negros en Libia por parte de los llamados rebeldes.
Su intento de retratar el cambio de régimen en Libia como una revolución popular se hace más absurdo cada día que pasa. El inestable régimen títere que está cobrando forma en Bengazi y Trípoli ha sido instalado por medio de bombardeos constantes y generalizados de la OTAN, del asesinato y de una violación sistemática del derecho internacional.
Libia supone una advertencia para el mundo. Cualquier régimen que se interponga en el camino de los intereses estadounidenses, que entre en conflicto con las corporaciones o no cumpla los deseos de las potencias de la OTAN puede ser derrocado por la fuerza militar y sus dirigentes asesinados.
Los medios de comunicación estadounidenses, que han orquestado una horrenda celebración de la masacre de las afueras de Sirte, ya está espoleando a la OTAN para que repita en Siria la intervención en Libia. Clinton, por su parte, advirtió el pasado jueves a los dirigentes paquistaníes que un apoyo insuficiente a la guerra en Afganistán dirigida por Estados Unidos significaría que podría tener un “precio muy alto”.
No puede haber duda de que hay futuras operaciones en camino, con unas guerras mayores que pasan a primer plano y acarrean unas consecuencias catastróficas. La administración Obama ya ha advertido a Irán de que todas las opciones permanecen “sobre la mesa” en relación a un complot para asesinar al embajador saudí en Washington. Y como en gran parte el objetivo de la intervención en Libia era contrarrestar la influencia china y rusa tanto en la región como globalmente, los propios China y Rusia se consideran objetivos futuros.
Los sangrientos acontecimientos en Libia y los motivos económicos que subyacen a ellos proporcionan una lección reciente del verdadero carácter del imperialismo. La crisis que se ha apoderado del mundo capitalista está planteando una vez más la amenaza de una guerra mundial. La clase trabajadora sólo puede hacer frente a esta amenaza movilizando su fuerza política independiente y rearmándose con el programa de una revolución socialista mundial para acabar con el sistema del beneficio, que es la fuente del militarismo.
Fuente: http://www.wsws.org/articles/2011/oct2011/gadd-o21.shtml
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
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