Trabajar Sentado
Un joven periodista recibió una primavera el encargo de hacer un reportaje sobre el trabajo en el campo, que tenía de ser original y anecdótico.
Con los ojos bien abiertos, comenzó a recorrer una zona de huertos, distribuida en pequeñas parcelas que solían tener un chamizo para guardar los aperos de labranza. Precisamente en uno de ellos, nuestro corresponsal se encontró con una imagen inédita: un hombre, de unos 50 años, permanecía sentado cerca de una chabola con tejadillo, cómodamente sentado en un viejo sillón.
El labrador, desde esta posición sentada en medio de unos arbustos frutales, movía con habilidad la azada a su alrededor. Luego recogía las piedras del suelo y las arrojaba lejos, para a continuación sustituir la azada por unas tijeras con las que podaba las ramas. Todo sin moverse de su asiento, debajo de un amplio sombrero que le protegía del débil sol de la mañana.
"Increíble, lo que se puede llegar a hacer para trabajar cómodo y sin esfuerzo", pensaba a la vez que escribía sus notas el articulista, satisfecho por haber encontrado tan pintoresco y acomodado personaje.
Estuvo un corto rato mirando y garabateando ideas, hasta que dio por terminado el bosquejo de su artículo. El granjero seguía sin moverse del sillón; aunque dejó de trabajar y comenzó a llamar a voces a una tal Sara. "¡Ahora querrá que le traigan agua!", se dijo el reportero, mientras comenzaba a caminar en busca de otra situación curiosa que reflejar en sus hojas.
Mientras se alejaba, volvió la vista para ver cómo Sara -una jovencita que debía ser la hija del labrador- le acercaba unas muletas que estaban en el suelo, y desplazaba el sillón unos metros. Mientras, el hombre llegaba a la nueva posición usando con cierta dificultad sus bastones, sentándose de nuevo para continuar trabajando en el huerto.
Nuestro joven periodista nunca olvidó aquella experiencia, y que antes de juzgar a una persona hay que conocerla bien a ella y sus circunstancias.
porque Dios no mira lo que mira el hombre.
El hombre mira lo que está delante de sus ojos,
pero Dios mira el corazón (1 Samuel, 16:7)
Un joven periodista recibió una primavera el encargo de hacer un reportaje sobre el trabajo en el campo, que tenía de ser original y anecdótico.
Con los ojos bien abiertos, comenzó a recorrer una zona de huertos, distribuida en pequeñas parcelas que solían tener un chamizo para guardar los aperos de labranza. Precisamente en uno de ellos, nuestro corresponsal se encontró con una imagen inédita: un hombre, de unos 50 años, permanecía sentado cerca de una chabola con tejadillo, cómodamente sentado en un viejo sillón.
El labrador, desde esta posición sentada en medio de unos arbustos frutales, movía con habilidad la azada a su alrededor. Luego recogía las piedras del suelo y las arrojaba lejos, para a continuación sustituir la azada por unas tijeras con las que podaba las ramas. Todo sin moverse de su asiento, debajo de un amplio sombrero que le protegía del débil sol de la mañana.
"Increíble, lo que se puede llegar a hacer para trabajar cómodo y sin esfuerzo", pensaba a la vez que escribía sus notas el articulista, satisfecho por haber encontrado tan pintoresco y acomodado personaje.
Estuvo un corto rato mirando y garabateando ideas, hasta que dio por terminado el bosquejo de su artículo. El granjero seguía sin moverse del sillón; aunque dejó de trabajar y comenzó a llamar a voces a una tal Sara. "¡Ahora querrá que le traigan agua!", se dijo el reportero, mientras comenzaba a caminar en busca de otra situación curiosa que reflejar en sus hojas.
Mientras se alejaba, volvió la vista para ver cómo Sara -una jovencita que debía ser la hija del labrador- le acercaba unas muletas que estaban en el suelo, y desplazaba el sillón unos metros. Mientras, el hombre llegaba a la nueva posición usando con cierta dificultad sus bastones, sentándose de nuevo para continuar trabajando en el huerto.
Nuestro joven periodista nunca olvidó aquella experiencia, y que antes de juzgar a una persona hay que conocerla bien a ella y sus circunstancias.
porque Dios no mira lo que mira el hombre.
El hombre mira lo que está delante de sus ojos,
pero Dios mira el corazón (1 Samuel, 16:7)
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