María solamente puede ser comprendida en su relación con Cristo y sólo desde esta relación puede hablarse rectamente de su grandeza excepcional y única. Tan personalmente unida está a Cristo, que comparte por Él y por Él el misterio de la salvación.
Jesús en su vida pública, realza a María en su comunión salvadora con Él, y lo hace en una proclamación irónica y paradójica, realmente sorprendente, pero en un momento especialmente oportuno y significativo. La admiración popular causada por Jesús se traduce, mediante la voz anónima de una mujer, en el elogio bienaventurado de su madre: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”. Y Jesús responde, haciéndose eco de este elogio y confirmándolo en su verdad plena: “Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,27-28).
Jesús en su vida pública, realza a María en su comunión salvadora con Él, y lo hace en una proclamación irónica y paradójica, realmente sorprendente, pero en un momento especialmente oportuno y significativo. La admiración popular causada por Jesús se traduce, mediante la voz anónima de una mujer, en el elogio bienaventurado de su madre: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”. Y Jesús responde, haciéndose eco de este elogio y confirmándolo en su verdad plena: “Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,27-28).
Lo que a primera vista parece y ha sido interpretado como despectiva respuesta de fría ironía. En su contexto evangélico es la rúbrica solemne con que Cristo confirma la elogiosa intuición de la grandeza maternal de María. Ella es bienaventurada madre de Jesús porque escuchó la palabra de Dios y correspondió a ella con su obediente entrega generosa de fe. La bienaventuranza que Jesús hace refiriéndose, con indirecta claridad, a su madre, está a tono con la bienaventuranza con que la saluda Isabel en su visitación: “Dichosa tú que has creído lo que te ha dicho el Señor” (Lc1,45); La misma bienaventuranza que, exultante de gozo, sintiéndose agraciada, proclamará con profunda humildad María en su canto del Magníficat: “dichosa me llamarán todas las generaciones (Lc 1,48).
Es necesario tener presente la escena de la Anunciación para comprender adecuadamente y en su verdadero y pleno sentido mariano-maternal la bienaventuranza proclamada por Jesús. A través del menaje angélico, María ha escuchado meditando la palabra de Dios y la ha aceptado comprometiéndose en alma y cuerpo con ella. María ha creído en la palabra de Dios, y la palabra de Dios se ha cumplido encarnándose en ella. La fe ha suscitado en María una total disponibilidad humilde y generosa a la voluntad salvadora de Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38). Porque ha creído, la Palabra de Dios se encarnó en ella, y la salvación se ha realizado: “sacrificio y oblación no quisiste; pero me has dado un cuerpo He aquí que vengo para hacer tu voluntad” (Heb 10,5-9)
Zacarías, anciano y sacerdote, reaccionó con dudas ante el anuncio del ángel Gabriel. María la virgen,, la sencilla joven de Nazaret, cree en el ángel.
María se abandona a la gracia de Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Aquí María se siente la representante del pueblo de Israel.
En esta palabra, Lucas nos muestra cuánto aprecia a María en cuanto a mujer. Ella se entrega a la Palabra de Dios de un modo muy distinto a como lo hace Zacarías y confía plenamente en ella.
María se abandona a la gracia de Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Aquí María se siente la representante del pueblo de Israel.
En esta palabra, Lucas nos muestra cuánto aprecia a María en cuanto a mujer. Ella se entrega a la Palabra de Dios de un modo muy distinto a como lo hace Zacarías y confía plenamente en ella.
Una mujer se hace la representante del pueblo de Israel. Al entregarse a la Palabra de Dios, le toca en suerte la salvación del pueblo. La actuación es por iniciativa de Dios, pero depende también de la decisión de los hombres, como si Dios tuviera que concederse permiso para actuar. María otorga un lugar a la actuación de Dios en su vida personal y eso tiene consecuencias para toda la humanidad.
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