El primer mundo cristiano está a la cabeza del divorcio, aborto, contracepción, relaciones sexuales fuera del matrimonio, homosexualidad, materialismo y secularismo. Se está haciendo que lo que no es natural lo parezca. Está trabajando la ingienería social diabólica. Hace sólo una generación, el divorcio y el aborto eran inaceptables. Hoy el divorcio y el aborto son la corriente dominante.
Actualmente existe gran confusión entre el amor de Dios y el amor del mundo.
Hoy en día se considera un acto de amor justificar la supresión de la vida, por no ver sufrir a un familiar: ¡Legitimando así la eutanasia! Se considera un acto de amor la destrucción de un matrimonio, para acabar con el sufrimiento de la pareja: ¡Legitimando así el divorcio! Se considera un acto de amor justificar la interrupción del embarazo, cuando el recién nacido tuviera que enfrentarse a una vida difícil. ¡Legitimando así el aborto.
Hoy en día se considera un acto de amor justificar la supresión de la vida, por no ver sufrir a un familiar: ¡Legitimando así la eutanasia! Se considera un acto de amor la destrucción de un matrimonio, para acabar con el sufrimiento de la pareja: ¡Legitimando así el divorcio! Se considera un acto de amor justificar la interrupción del embarazo, cuando el recién nacido tuviera que enfrentarse a una vida difícil. ¡Legitimando así el aborto.
Preguntémonos. ¿Dónde está Cristo? ¿Dónde hemos dejado la verdad de Cristo que siempre reclama el martirio social? El amor es donación no privación, ofrecimiento y no renuncia; es vida y no muerte, es diálogo y no rechazo preconcebido.
La historia de la salvación es la historia de la ternura de Dios, que nos ha amado y ha dado su vida por nosotros (Gál 2,20). Este evangelio de la ternura revive en los padres: ellos que un día dieron la vida a sus hijos, se ven movidos cada día por el Espíritu a volver a dar la vida por sus hijos, en la medida en la que generan a Cristo, como afirmaba san Ambrosio.
Los Padres de la Iglesia definen a la familia cristiana como una comunidad de pacientes, es decir de creyentes que no se rinden frente al mal; y compartiendo con Cristo su fracaso terrenal, hacen de cada “cruz cotidiana” un anticipo del cielo, una profecía cumplida del triunfo de la resurrección. Mientras quede en la tierra, la familia cristiana estará siempre en empatía secreta con el sufrimiento humano; nunca ningún mal podrá ofuscar su rostro “sobrehumano” hasta el punto de que desaparezcan de el los rasgos de Cristo, el maravilloso perfil divino que la hace única.
La familia cristiana es y seguirá siendo en el tiempo el mejor laboratorio de esperanza para la salvación de una humanidad que se desespera, porque está enferma de amor.
En consecuencia podemos considerar la familia cristiana como una “realidad penúltima”, es decir, dirigida al sentido último del cielo, concedida al mundo “sin ser del mundo” (Jn 17, 11.16). Utilizando las palabras de Jesús ante Pilatos, quisiéramos poder decir que “la familia cristiana no es de este mundo” (Jn 18,36). Existe como profecía para transformarlo, testimoniando “que ser de Cristo” significa convertirse en blanco de todas las contradicciones (Lc 2,34).
En consecuencia podemos considerar la familia cristiana como una “realidad penúltima”, es decir, dirigida al sentido último del cielo, concedida al mundo “sin ser del mundo” (Jn 17, 11.16). Utilizando las palabras de Jesús ante Pilatos, quisiéramos poder decir que “la familia cristiana no es de este mundo” (Jn 18,36). Existe como profecía para transformarlo, testimoniando “que ser de Cristo” significa convertirse en blanco de todas las contradicciones (Lc 2,34).
Una familia cristiana que vive del Espíritu Santo no perderá nunca su coraje.
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