Un Gran libro escrito por un gran teólogo que seguro os gustará.
Palabras de Amor editorial Desclée
Xabier Pikaza ha sido mercedario y, durante más de treinta años, ha enseñado filosofía, teología e historia de las religiones en la Universidad Pontificia de Salamanca, ha querido recoger, recrear y organizar en este manual de Palabras de Amor los temas básicos de su experiencia y docencia.
Matrimonio cristiano[1]
(→ Diálogo, Familia, Iglesia, Ley, Matriarcado, Nacimiento, Niños, Patriarcado, Sexo). El matrimonio, tal como nosotros lo entendemos, como unión libre e igualitaria de un hombre y una mujer (o de dos personas), constituye una conquista muy reciente en la cultura occidental. Antes dominaban otros esquemas de unión inter-humana: dominaba el hombre sobre la mujer, había vinculaciones impuestas por convivencia social..., pero no había matrimonio concebido como encuentro definitivo y libre, de fidelidad en amor (no por pura ley), entres dos personas (básicamente un hombre y una mujer) libres e iguales. La literatura europea, desde el siglo XII hasta el romanticismo, apenas había (ni canta) cantado el amor matrimonial: le ha interesado el proceso de enamoramiento, el culto a la dama, el donjuanismo, las relaciones de carácter imposible, el adulterio. Tan pronto como se iniciaba el matrimonio parece que la historia de amor muere y sólo sigue la prosa de la vida. Pues bien, ahora, a principios del siglo XXI, nos hallamos ante una situación muy distinta, con rasgos de fin de período (¡algo acaba!), pero también de nuevo comienzo.
En principio, la institución del matrimonio se encuentra ante una situación muy favorable, por dos razones básicas: (1) El matrimonio no es ya una imposición; hombres y mujeres pueden vivir su amor y llenar su apetencia social de otras maneras; por eso, al matrimonio ya no es necesario, ni siquiera para la procreación de los hijos (por más conveniente que pueda ser). (2) El matrimonio es una experiencia de vinculación libre y personal, entre seres que son iguales y que podrían optar por otras formas de relación sexual y humana. (3) El matrimonio sigue siendo el lugar privilegiado, pero no único, de la paternidad y maternidad, entendida ya de manera responsable, como efecto de un deseo y compromiso común del varón y la mujer. Por eso, más que hablar en tonos de lamentación, más que evocar crisis y condenas, como algunas veces hace, la iglesia debería presentar ante los hombres y mujeres la belleza y valor del matrimonio, como ideal de vida, campo espacio de encuentro y realización íntima de dos personas. Éstos son sus rasgos principales:
1. Enamoramiento. Frente a quienes intentan apoyarlo en otros presupuestos, el matrimonio sólo puede fundarse en el enamoramiento, con todo lo que implica de deseo, de pasión y encuentro interhumano. No existe matrimonio sin la conversación de los cuerpos, sin la amistad de las personas, sin la satisfacción y la exigencia (las tareas) de la vida compartida. Mirado de esa forma, el matrimonio ratifica el carácter personal (total) del amor de dos personas, que se comprometen a vivir en compañía, en un camino normlmente abierto al despliegue de la vida (es decir, a la generación de hijos).
2. Compromiso personal. En otros tiempos, el matrimonio sólo realizarse casi más por conveniencias sociales que por opción y voluntad positiva de los esposos. Pues bien, con los cambios sociales de la modernidad y con la liberación económica, social y sexual de la mujer, el matrimonio puede y debe estabilizarse como un compromiso libre de convivencia entre entre personas que podrían vivir sin casarse. Ya no es una necesidad, como podía ser antes, sino el resultado de una elección libre, de una personal. Un hombre y una mujer se atreven a ofrecerse una palabra de alianza para siempre, con todo lo que implica de fidelidad y comunión de vida.
3. Hondura religiosa. Por su fidelidad personal, por su amor mutuo y por su capacidad creadora (que se expresa en forma de paternidad/maternidad), para los cristianos, el matrimonio se define en perspectiva religiosa, como un sacramento del amor divino, signo de la Trinidad y de la iglesia, lugar donde el eros y el agapé se vinculan de forma inseparable. «En una perspectiva fundada en la creación, el eros orienta al hombre hacia el matrimonio, un vínculo marcado por su carácter único y definitivo; así, y sólo así, se realiza su destino íntimo. A la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano. Esta estrecha relación entre eros y matrimonio que presenta la Biblia no tiene prácticamente paralelo alguno en la literatura fuera de ella» (Benedicto XVI, Dios es amor 11).Teniendo eso en cuenta se pueden evocar las cuatro funciones principales del matrimonio cristiano.
1. El matrimonio visibiliza el amor de Jesucristo. Por eso es sacramento, lugar de presencia del misterio. El amor del matrimonio aparece así como signo de Jesús: es un reflejo de su ternura y compasión, de su confianza, su fidelidad, su donación hasta la muerte. Allí donde un hombre y una mujer se aman de manera intensa, en actitud de entrega definitiva y creadora, se vuelve transparente la actitud del Cristo.
Ciertamente, Jesús no se ha casado (celibato*), no ha vivido la experiencia de un enamoramiento
cultivado en forma de vinculación interhumana; sin embargo, toda su conducta está marcada por su entrega fiel hacia los hombres; por eso puede ofrecer un modelo y sentido de vida para los casados. Esto significa que la verdad de aquello que realiza el matrimonio, como alianza libre, entrega mutua y existencia compartida, es un signo del Reino de Jesús (Ef 5) o, incluso, del mismo Dios cristiano. Ciertamente, Dios desborda y sobrepasa todos los niveles del encuentro personal entre los hombres. Pero su amor se expresa y humaniza allí donde dos personas comparten su existencia. Cuando los viejos mitos del oriente interpretaban el principio de las cosas como una unión hierogámica* dios-diosa estaban expresando algo que sigue siendo básico en la iglesia cristiana, aunque quizá no se valoraba de manera adecuada a las personas.
2. El matrimonio expresa el valor definitivo de la unión de dos personas (en especial, de un hombre y una mujer). Tanto el uno como el otro pueden decirse una palabra de entrega y de vida común que dura para siempre. En ese sentido, resulta fundamental la fidelidad de los esposos que se ofrecen mutuamente una palabra de fe, se prometen un amor que dura para siempre. Esa fidelidad matrimonial es gracia y tarea, es don y compromiso, una palabra de amor que dura para siempre. Por eso, en la iglesia no exista un matrimonio temporal. El amor episódico, la vinculación parcial de dos personas tiene otras funciones, ofrece otros valores, pero nunca puede ser un matrimonio cristiano, que implica un compromiso de convivencia definitiva entre dos personas, de manera que cada una de ellas puede ser signo de Dios (de Cristo) para la otra. En este campo se distinguen (aunque no pueden separarse) el matrimonio civil y el religioso. El matrimonio civil no tiene que exigir un compromiso de fidelidad para siempre. En contra de eso, el matrimonio cristiano sólo se puede celebrar allí donde los contrayentes se ofrecen y comparten un amor definitivo (cf. Mc 10, 2-12). Eso no impide que los esposos cristianos no tengan problema. ¿Qué hacer? Si uno de los cónyuges no es cristiano de verdad y rompe el matrimonio, el otro cónyuge queda en libertad para casarse de nuevo, como afirma san Pablo (1 Cor 7, 12-16).
La dificultad se plantea los dos esposos son creyentes y quieren mantenerse fieles a Jesús y, sin embargo, no pueden seguirse amando como marido y mujer, sino sólo como miembros de una comunidad cristiana. ¿Qué hacer? ¿Deben permanecer para siempre solteros, como eunucos para el reino de los cielos (cf. Mt 19, 12). En esta situación, conforme a la interpretación del evangelio de Mateo (cf. Mt 5, 32; Mt 19, 9), muchos cristianos han pensado que puede y debe buscarse un nuevo matrimonio, pues el anterior se ha roto, es fuente de fornicación. Pero ha de quedar claro que esto es sólo una excepción, una salida de emergencia. El valor del matrimonio no se puede juzgar desde los fracasos, sino desde aquellos casos en los que ambos esposos viven en fidelidad perpetua, desarrollando así el poder más hondo del amor personal.
La dificultad se plantea los dos esposos son creyentes y quieren mantenerse fieles a Jesús y, sin embargo, no pueden seguirse amando como marido y mujer, sino sólo como miembros de una comunidad cristiana. ¿Qué hacer? ¿Deben permanecer para siempre solteros, como eunucos para el reino de los cielos (cf. Mt 19, 12). En esta situación, conforme a la interpretación del evangelio de Mateo (cf. Mt 5, 32; Mt 19, 9), muchos cristianos han pensado que puede y debe buscarse un nuevo matrimonio, pues el anterior se ha roto, es fuente de fornicación. Pero ha de quedar claro que esto es sólo una excepción, una salida de emergencia. El valor del matrimonio no se puede juzgar desde los fracasos, sino desde aquellos casos en los que ambos esposos viven en fidelidad perpetua, desarrollando así el poder más hondo del amor personal.
3. El matrimonio eclesializa el amor. Muchos piensan que el amor es un asunto privado que concierne solamente a los esposos. La misma concepción social parece contribuir a esa postura. ¿Qué le importa al juez que nos amemos? ¡Vayamos al juzgado, registramos nuestros nombres como esposos y ya está! O empecemos a vivir juntos sin más, mientras el amor nos dure. ¿Para qué hablar de matrimonio cristiano? Esas pueden ser actitudes muy coherentes y deben respetarse siempre. Pero aquellos que son cristianos y se quieren, queriendo decirse su amor de una forma pública, saben que el matrimonio religioso es signo de Dios y sacramento (presencia de amor) de la iglesia. Sólo hay matrimonio cristiano allí donde la comunidad de los creyentes acepta en amor a los esposos, acogiéndoles como signo y presencia del mismo Jesús. Por eso, un matrimonio cristiano es más que la unión de dos esposos, pues con ellos y en ellos se vincula toda la comunidad cristiana. Eso significa que la presencia y testimonio de la comunidad constituye es un elemento esencial del matrimonio. Por eso, cuando algunos hablan hoy de la crisis de los matrimonio, no pueden referirse sólo a la ruptura de las relaciones de pareja, sino que deben hablar también de la carencia de amor eclesial. Cerrados en sí, aislado de la comunidad, un hombre y una mujer no pueden formar nunca un matrimonio cristiano, por mucho que se amen. Podrán ser una pareja ejemplar, un testimonio fuerte de fidelidad humana. Pero sólo son matrimonio cristiano allí donde expresan su amor dentro del amor de la iglesia, que celebra la presencia de Jesús como misterio de fidelidad y alianza que se abre a todos los creyentes.
4. El matrimonio celebra el amor. La unión de los esposos, dentro de la iglesia, es más que un compromiso, más que un contrato o tarea. Esa unión es un sacramento y, por eso, se celebra. Esto significa que el amor ha de entenderse en forma de misterio. Los esposos cristianos consagran el amor al acceder al matrimonio. Ellos mismos son ministros, a través de la palabra que se ofrecen y del gesto de vida que inauguran. Toda su existencia, desde el plano de la cercanía física hasta el nivel de la comunión de voluntades, se convierte en expresión de la presencia de Dios entre los hombres. El amor es para ellos una fiesta. Evidentemente, tienen que superar las dificultades, luchando cada día por volverse transparentes al otro. Pero llega un momento en que los dos, unidos ante el misterio, se descubren en manos de una trascendencia de vida y amor que les fundamenta, les asume, les transforma y así quieren celebrarlo. Celebrar significa asumir la presencia de Dios en el compromiso y camino de amor de la pareja, dentro de la comunidad cristiana. En este contexto, para que el matrimonio sea verdaderamente humano ha de entenderse como algo «suprahumano»: presencia del amor trinitario y redentor de Dios entre los hombres; por otra parte, para que el amor sea sacramento de Dios tiene que ser plenamente humano.
[1] Entre los documentos básicos de la iglesia católica sobre el matrimonio, cf. Pío XI, Casti Connubii (1930); Juan Pablo II, Familiaris consortio (1981); Pontificio Consejo para la Familia, Preparación al sacramento del matrimonio (1996). Cf. A. Audet, Matrimonio y celibato, Desclée de Brouwer , Bilbao 1972; K. R. Fischer y Th. Hart, El matrimonio como desafío: destrezas para vivirlo con plenitud, Desclée de Brouwer , Bilbao 2002; E. Fuchs, Deseo y ternura: fuentes e historia de una ética cristiana de la sexualidad y del matrimonio, Desclée de Brouwer , Bilbao 1995; A. G. Hamman, Matrimonio y virginidad en la Iglesia antigua, Desclée de Brouwer , Bilbao 2000; A. Sarmiento, Matrimonio cristiano, EUNSA, Pamplona 2001; M. Vidal, El matrimonio entre el ideal cristiano y la fragilidad: teología, moral y pastoral, Desclée de Brouwer , Bilbao 2003; R. J. Weems, Amor maltratado: matrimonio, sexo y violencia en los profetas hebreos, Desclée de Brouwer , Bilbao 1997
Articulo Extractado.
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