viernes, 31 de mayo de 2013

Para Xabier Pikaza Jesús de Nazaret fue más que un profeta

Artículo extractado del libro de Xabier Pikaza:  Historia de Jesús. ¡Es un libro excelente!  En su  libro sobre Jesús hace una meditación muy personal de la vida y enseñanzas de Cristo, en la que critica la "crueldad" de la explotación capitalista del pobre.
En el libro del Xabier Pikaza, no hay esnobismo, ni falsa erudición. En estas páginas, brillan en cambio, la sencillez, la pulcritud y la profundidad.
Sus libros  y sus artículos publicados en su blog constituyen un verdadero tesoro para el pueblo cristiano de estos tiempos, y la señal de que Dios habla en este tiempo buscando  siervos y siervas que le respondan.

Publicado en la Editorial Verbo Divino.
Me han preguntado algunos amigos cómo se puede adquirir el libro de Xabier Pikaza, así que les remito a la siguiente página a todos aquellos que tengan interes por el libro de Xabier:
Quisiera agradecer también a las mujeres por el sacerdocio la difusión que hacen de los artículos de mi blog. A ellas también les recomiendo el libro de Xabier Pikaza. Estoy seguro de que les gustarán los comentarios que hace en su libro sobre la mujer en la iglesia.


Nació en Israel, inspiración primera


1. Moisés. La tradición afirmaba que Dios le salvó de forma milagrosa de las aguas, y que así pudo ver al Invisible y escuchar el Nombre impronunciable (Yahvé), en la montaña, para liberar, legislar y guiar por el desierto a los hebreos hasta la tierra prometida (cf. Ex 1-21). La historia de ese Moisés, muerto sin haber entrado la tierra y enterrado en un lugar desconocido, fuera de ella (Dt 34, 6), seguía viva en la conciencia israelita, pues se le dijo: «Yahvé, tu Dios, te suscitará un profeta como yo de en medio de ti, de tus hermanos… Yo pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mande» (Dt 18, 15-19).
Cada nuevo profeta era por tanto un sucesor de Moisés, pero también lo eran los escribas-rabinos, pues «se sientan en la cátedra de Moisés» (cf. Mt 23, 2), actualizando su doctrina y recreando su obra. Lógicamente, Jesús asumió la herencia y misión de Moisés, legislador de los hebreos, como seguiremos viendo (cf. Lc 9, 30-31; cf. Mc 9, 2-8).

2. Elías. Fue profeta del juicio y la salvación de Dios (cf. 1 Rey 18-19), hombre carismático, sanador de enfermos, incluso fuera de Israel, acompañado de su discípulo Eliseo. Su historia (cf. 1 Rey 17-21 y 2 Rey 1-8) contiene rasgos de violencia contra los adversarios de Yahvé, pero también recuerdos de curaciones misericordiosas (1 Rey 17, 17-24). Por un lado, fue profeta del fuego (juicio), en una línea que parece más cercana a Juan Bautista (cf. Mt 3, 9-12); por otro fue mensajero carismático de Dios, igual que su discípulo Eliseo. El recuerdo de su vida y curaciones circulaba en Galilea, tierra en cuyo entorno él había realizado su tarea.
Desde ese fondo entenderemos a Jesús, como nuevo Elías, no sólo en Galilea, cuando hacía sus milagros, como muchos afirmaron (cf. Mc 6, 15; 8, 28), sino después en Jerusalén, donde subió para anunciar el cumplimiento de la promesas (profecía) de Elías. Lógicamente, algunos pensaron que murió llamando a Elías desde la cruz (Mc 15, 35-36), a fin de que el profeta prometido le ayudara (cf. Mal 3, 23-24; Eclo 48, 1-11), aunque el evangelio indicara que llamaba a Dios desde su abandono.

3. David. Estableció el Reino de Israel y conquistó Jerusalén (2 Sam 5, 6-9), convertida pronto en ciudad sagrada, con un templo vinculado a su nombre, aunque construido por Salomón, su hijo (cf. 1 Rey 6-9; cf. 1 Cron 29). El recuerdo de David ha perdurado en Israel, vinculado a la esperanza mesiánica, que se expresa de un modo especial en la palabra de Natán: «Cuando tus días se hayan cumplido… afirmaré a tu descendiente, que saldrá de tus entrañas, yo consolidaré el trono de su realeza…» (cf. 2 Sam 7, 9-16).
Pienso que Jesús formaba parte de la tradición de los “nazoreos”, vinculados por familia a la esperanza del “nezer” o estirpe de David, aunque él haya preferido presentarse y actuar en Galilea con los rasgos proféticos de Elías. Pues bien, en un momento dado (quizá a partir de la “confesión de Pedro”: Mc 8, 29; cf. cap. 22), él vino a presentarse de una forma cada vez más clara como “Cristo”, es decir como el Rey Ungido, el Mesías davídico. De esa forma él vino a Jerusalén, para instaurar el reino davídico (cf. Mc 11, 1-16), siendo rechazado por los sacerdotes del templo y crucificado por Pilato, gobernador romano, bajo la acusación de hacerse rey de los judíos (cf. Mc 15, 26), es decir, heredero mesiánico de David. No todos los hilos de la trama de Jesús se encuentran claros, pero es evidente que (habiendo actuado como profeta en Galilea) él subió a Jerusalén como Mesías, para asumir el reino de David.

4. Otras figuras ejemplares. Al lado de esos, había en Israel otros personajes importantes que han marcado también la identidad de Jesús, situándole no sólo en la historia especial del judaísmo, sino del conjunto de la humanidad, pues no han sido sólo judíos, sino humanos en el sentido profundo de ese término. Éstos son las principales:

1. Adán (Eva). La genealogía de Lc 3, 28 (que hace a Jesús hijo de Adán) parece tardía, pero el mismo Jesús histórico ha querido vincularse con Adán (primer humano), como muestra su palabra sobre el matrimonio: «En el principio de la creación Dios los hizo varón y mujer…» (Mc 10, 4-8). Utilizando una estrategia exegética propia de su tiempo, él reinterpreta una palabra de Moisés (permitiendo el divorcio: Dt 24, 1-3), con otra más antigua, del libro del Génesis, donde Adán y Eva aparecen vinculados de manera indisoluble (Gen 1, 27).
Jesús apela así a la historia de los primeros hombres, más allá de Moisés y Abraham, para retomar desde esa base (en el principio de la creación) el camino de Dios, como indican otros momentos de su vida: tentaciones (prueba universal del ser humano: cf. Mc 1, 12-13; Mt 4; Lc 4) y exorcismos (cf. Mc 3, 23.27 par). Parece evidente que ha querido recuperar el principio de la historia humana, de manera que Pablo ha podido verle pronto como Adán, el nuevo ser humano (cf. 1 Cor 15; Rom 5).

            2. Hijo del Hombre. En principio, esa expresión tiene el mismo sentido de Adán, pues para los judíos el hombre (varón o mujer) no se define por compartir una esencia (cuerpo y alma), sino por su origen, esto es, por ser “hijo de…”, y en último sentido “hijo de hombre” (cf. Ez 2, 1; 3, 1; 4, 1 etc.).       Jesús se presentó a sí mismo como “hijo de hombre” (cf. cap. 20), y muchos de los textos que le describen así muestran simplemente que él era un ser humano, como los demás (come y bebe, está desamparado sobre el mundo; cf. Mt 11, 19; 8, 20).
            Pero hay lugares donde esa expresión puede aludir simbólicamente al hombre final, es decir, a la humanidad culminada, en la plenitud de la historia, a, una especie de “Adán del futuro”, Hijo de Hombre (con mayúscula, en la línea de Dan 7, 13; 1 Hen 37-71 y 4 Esd 13). En otros lugares, esa expresión evoca el destino de muerte de Jesús, que ha de poner su vida al servicio de los demás, como “mesías” (a partir de Mc 8, 31). Sea cual fuera el sentido de esa expresión en cada caso, siendo hijo de hombre, Jesús se ha vinculado con el destino de la humanidad, por encima las diferencias nacionales de judíos o gentiles.

            3. Abrahán. Según la tradición, vivió entre el siglo XV y XII aC y rechazó el politeísmo de su entorno (de su tierra y gente) para seguir con fidelidad al único Dios verdadero. Los judíos del tiempo le consideraban patriarca del pueblo (con Isaac, Jacob y los Doce patriarcas), iniciador de la historia de los creyentes (cf. Gen 12, 1-3). En esa línea, algunos judíos podían entender su estirpe como expresión de orgullo y de supremacía, siendo criticados ya por Juan Bautista: «No andéis diciendo: nuestro padre es Abrahán…» (Mt 3, 9; Lc 3, 8).
            En contra de una tradición cerrada en el propio pueblo, Jesús dirá que «muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, pero los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de afuera», rompiendo así un posible exclusivismo de estirpe (Mt 8, 11). En una línea convergente, Jesús añade que el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, es Dios de vivos y garante de resurrección de los que mueren (cf. Mc 12, 26-27). Sea como fuere, es evidente que Jesús retoma y matiza las tradiciones del patriarca israelita y se siente vinculado a ellas.

4. Jeremías. Algunos compararon a Jesús no sólo con Elías y, en general, con un profeta (cf. Mc 6, 15; 8, 28), sino con Jeremías (cf. Mt 16, 14), cuya figura ha jugado un papel importante para interpretar la historia de su muerte, a partir de la entrada en Jerusalén, con la palabra de condena contra el templo, entendido como cueva de bandidos (cf. Jer 7, 3-11; Mc 11, 17 par). Jeremías criticó el antiguo templo y se opuso a la política de guerra de los “nobles” judíos, pero pudo escapar de la muerte porque le ayudaron luego algunos amigos influyentes, y en especial un eunuco no judío, ministro del rey (cf. Jer 26, 17-24; 38, 1-13).
Jesús actuó de manera semejante a la de Jeremías (aunque quizá más intensa), al criticar el templo, pero no tuvo amigos influyentes que pudieran defenderle y fue condenado a muerte. La tradición cristiana ha visto pronto la semejanza entre Jesús y Jeremías, de manera que sus dos “historias” pueden mirarse en paralelo. Pero Jesús era más radical que Jeremías, pues no buscaba una simple purificación del templo, ni una política social y militar más justa, sino el fin de este templo y la instauración de un Reino de Dios, por encima de todos los pactos políticos; lógicamente no tuvo amigos que pudieran defenderle.

5. Siervo de Yahvé. No sabemos si interpretó su vida en el trasfondo de esa figura, diciendo, por ejemplo, ¡yo soy el Siervo de Yahvé!, pero es indudable que ella ha influido en su camino y ha marcado la interpretación posterior de su mensaje y destino, dentro de la Iglesia (cf. Mt 12, 18; Hech 3, 13.26). Había otros “modelos” que pudieron inspirarle, marcando su trayectoria: Los profetas perseguidos, el justo sufriente de Sab 2. Pero el personaje que más ha influido en la conciencia de muchos cristianos posteriores ha sido este siervo, cuyos cantos (Is 42, 1-7; 49, 1-9; 50, 4-11; 52, 13 – 53, 12) pueden verse como centro de la Biblia israelita.

Este Siervo, que puede ser un hombre o un signo del pueblo (o de parte del pueblo) israelita, aparece como representante de Dios y como portador de su mensaje, precisamente por las autoridades que quieren matarle. Él puede entenderse no sólo como signo de Israel, sino como expresión de humanidad sufriente. Sin duda, el destino de ese siervo ayuda a descifrar la historia de los hombres y en especial la de Jesús, como veremos desde cap. 23.

Estos cinco personajes nos permiten situar a Jesús en el trasfondo de una visión de conjunto, no sólo de Israel (con Abraham), sino de la humanidad (Adán, Hijo de Hombre…). En ese contexto han sido fundamentales Jeremías y el Siervo de Yahvé, que sitúan a Jesús ante el principio de la teodicea, el sufrimiento y fracaso de los justos, que marcará la segunda parte de su historia (que estudiaré a partir de cap. 21 ss).


LIBRE POR EL REINO, HIJO DE HOMBRE

            He presentado a Jesús como discípulo de Juan (cap. 5-6) y profeta del Reino de Dios en Galilea, con rasgos que parecen vincularle a la tradición de Elías (cf. cap. 7). Siguiendo en esa línea, he de añadir que, en un momento dado, él ha venido a presentarse (sin negar lo anterior) como Mesías, que no sólo anuncia el Reino, sino que lo instaura y define, en Jerusalén, con rasgos vinculados a la tradición de David.
No es fácil trazar el paso o trayectoria que le lleva de Elías a David, de profeta a mesías, ni fijar un momento clave en ese cambio (si es que lo hubo), aunque es importante la confesión de Pedro en Cesárea de Felipe, con la rectificación posterior de Jesús (cap. 22). En este contexto, avanzando en lo dicho sobre Mamón (cap. 19), plantearé el tema de su identidad, como célibe e hijo de hombre.
Éste será un capítulo denso donde destacaré el despliegue activo de su identidad a partir de su misión como profeta, enviado de Dios, sanador, exorcista, rabino (maestro moral) y poeta (creador de parábolas…). Así mostraré el despliegue de su conciencia, no en sentido intimista (desde lo que él piensa, en clave psicológica), sino desde lo que hace (la forma en la que vive): (1) Célibe, un hombre para todos. (2) Hijo del Hombre, un simple y denso ser humano. (3) Hombre al servicio del Reino, un camino.

 1. Célibe: Un hombre para todos

La Iglesia ha centrado su mirada en la conciencia de Jesús, a quien llama Cristo, Señor, Hijo de Dios, venerándole incluso como ser divino. Pero Jesús no se centró en sí mismo, sino en los pobres, marginados, enfermos y hambrientos de su entorno galileo a quienes anunciaba y ofrecía el Reino. Probablemente, se consideraba hijo de David, pero no en línea de superioridad, por encima de otros, sino de servicio, de Reino.
Invocó a Dios como Padre, y se consideró su hijo, pero eso no le distanció o separó, sino que le unió con otros hombres y mujeres, pues se sintió llamado a compartir con ellos su experiencia. Fue un hombre para los demás, hijo de Dios, siendo hermano y amigo de todos, de forma que tras su muerte en cruz «aquellos que antes le habían amado, no dejaron de hacerlo…» (Josefo, Ant. XVIII, 63-64). En ese contexto se entiende su celibato, como forma de ser y vivir para el Reino.

1. Proyecto de Reino y familia. La tradición israelita suponía que tanto el varón como la mujer han de casarse, pero ya Sab 3, 13-4, 6 incluye un canto al eunuco y a la mujer soltera/estéril, si son fieles a Dios (cf. Is 56, 3-5). En esa línea, algunos movimientos judíos, helenistas y palestinos (terapeutas, esenios), habían podido aceptar e incluso apoyar un tipo de celibato, vinculado al encuentro espiritual con Dios o a motivos de pureza y cercanía escatológica. No parece que Jesús haya sido célibe por de pureza o espiritualismo (huída de este mundo), sino para identificarse con los pobres, en especial con aquellos que en aquellas condiciones sociales no podían tener una familia.
Era artesano (tektôn, cf. cap. 4), pero no conocemos su estilo de vida anterior, y la tradición (cuidadosa en fijar el lugar de su madre y hermanos en la iglesia; cf. cap. 3) no ha transmitido la memoria de su esposa o de sus posibles hijos, como habría hecho si los hubiera tenido. Ciertamente, es posible que estuviera casado antes de hacerse discípulo del Bautista, pero no se ha conservado recuerdo de ello, en un contexto donde su matrimonio no hubiera supuesto dificultad para la Iglesia posterior (que tuvo, sin embargo, dificultades para situar y entender la función de su madre y sus hermanos).
 Eso, unido a su modo de vida, muestra a, mi entender, que era célibe, no para cultivar unos valores interiores, sino por experiencia concreta, en comunión con miles de personas que habían perdido su familia (o no podían tenerla), y porque buscó otro tipo de comunión donde cupieran los excluidos, solitarios y enfermos de diverso tipo. Su celibato no importaba en sí mismo (¡los evangelios ni lo mencionan!), sino por la forma concreta en que Jesús lo vivió, como expansión y consecuencia de su opción de Reino, al servicio de todos. En contra de cierta iglesia posterior (que lo exige a sus ministros), el celibato no fue para Jesús un punto de partida, ni expresión de una condena de los lazos familiares (o del sexo), sino un estado de vida que le permitió expresar y cumplir su tarea, al servicio del Reino, como supone el texto sobre los eunucos (Mt 19, 12)[i].
Parece que Juan Bautista, su maestro, había sido célibe por “presura” de tiempo (¿cómo crear una familia si este mundo acaba?), y así puede haberlo sido Pablo (cf. 1 Cor 7, 29-31). En contra de eso, Jesús no lo ha sido porque el mundo acaba, sino porque empieza un tiempo nuevo, abierto a nuevas formas de amor y de apertura al Reino, que le impulsan a crear otro tipo de familia. Por eso, no rechazó el matrimonio por ascesis, sino por felicidad de Reino, no para aislarse como solitario, sino para compartir la Palabra con otros hombres y mujeres, no por carencia o miedo, sino por desbordamiento, en unión con otros carentes de familia, ante la llegada del Reino[ii].
Su condición responde no sólo al contexto de desintegración que se extendía en Galilea tras la ruptura del orden antiguo (pérdida de tierra de muchos campesinos), sino que ha de entenderse desde su servicio de Reino. Los nuevos impulsos sociales y laborales habían destruido un orden secular, fundado en la estabilidad e independencia de cada familia, entendida como unidad de vida y generación para hombres y mujeres. En consecuencia, una parte considerable de la población (sin heredad, ni trabajo estable, es decir, sin casa/tierra) tenía dificultad para fundar una familia en sentido antiguo. Pero él buscó y puso en marcha un tipo de fidelidad y familia que superaba el orden patriarcal antiguo.
En esa línea, decimos que ha sido célibe por solidaridad con los pobres sin casa, e incluso con los pobres sexuales (leprosos, prostitutas, enfermos, abandonados), que no podían mantener una relación familiar estable, socialmente reconocida como indica su palabra sobre los eunucos por el Reino (cf. Mt 19, 12), que se sitúa (y le sitúa) en un espacio de marginación sexual, de tipo biológico, psicológico o social. En su forma actual esa palabra puede haber sido recreada por una comunidad posterior, con tendencias ascéticas, pero ella conserva un recuerdo de Jesús y de su grupo, pues el celibato (eunucato) del Jesús no nace de en un tipo de ascesis, sino por aceptación de una sexualidad distinta (no patriarcal), en solidaridad con marginados y pobres.

b. Con los expulsados sexuales. No ha sido célibe por alejamiento y pureza espiritualista (para contemplar el misterio sin mancha), sino para desarrollar una forma distinta de amor, superando las limitaciones del orden patriarcal, para vivir con personas del último estrato humano y afectivo, carentes de familia, sexualmente marginadas. Entendido así, su gesto es extrañamente fuerte, pues le une a los que nadie unía (eunucos: Mt 19, 10-12), abriendo nuevas formas de relación, comunidad de Reino, con varones y mujeres sin familia o que la habían abandonado por un tiempo, para crear nuevos tipos de solidaridad y comunión humana (cf. Lc 8, 1-3; Mc 15, 40-41).
Rompe así los moldes de su entorno, pues no acepta la función de “padre de familia”, ni los esquemas de relación social de su entorno, caminando rodeado de varones y mujeres, sin miedo a mantener con ellos/ellas unas relaciones que muchos juzgaban ambiguas y acogiendo con afecto real a los niños (cf. Mc 9, 10-13 par.). No sabemos lo que habría hecho si el Reino hubiera llegado en Galilea o en Jerusalén, en un sentido histórico y social, y debemos evitar las especulaciones; pero sabemos lo que hizo mientras buscaba y promovía el Reino.
No quiso recrear una sociedad patriarcal, con superioridad de varones (padres), sino una comunidad donde cupieran todos (varones y mujeres, casados y solteros, niños y mayores…; cf. cap. 15, 16), Sólo en ese trasfondo se entiende su celibato, que no es signo de carencia o debilidad (iba contra el mandato de ¡creced, multiplicaos!: Gen 1, 28), sino principio de abundancia, una forma de solidarizarse con los más pobres, abriendo para y con ellos una esperanza de familia y resurrección, donde hombres y mujeres serán «como ángeles del cielo», en libertad de amor (Mc 12, 15[iii].

Amó a sus los discípulos, con rasgos de fuerte intimidad dramática. Mc 4, 10-12 supone que Jesús mantenía con ellos una intensa relación de intimidad personal. En ese contexto es significativo (perturbador) el modo en que Jn 23, 23; 19, 26: 20, 22; 21, 7. 20 ha planteado su relación afectiva con “aquel a quien amaba”. Sin duda, esa relación ha de entenderse en un contexto simbólico donde el trato del maestro/iniciador con sus discípulos aparecía marcado de tintes afectivos. Pero esa forma de presentar los datos hubiera sido imposible si Jesús no hubiera mantenido una intensa relación de amor con ellos (cf. Flavio Josefo, Ant XVIII, 63-64).
− Se relacionó con varones de fuera de su grupo. Mc 10, 21 afirma que “amó” al hombre rico que estaba dispuesto a seguirle. Tanto Mt 8, 5-13 como Lc 7, 1-10 suponen que no criticó al “siervo querido” del centurión, que en aquel contexto parece amante homosexual. Ciertamente, el joven que le seguía y escapó desnudo del Monte de los Olivos, cuando le arrestaron (Mc 14, 51-52) puede ser una figura simbólica de Jesús o de los creyentes, a quienes nadie puede prender, pero ofrece rasgos que se sitúan (nos sitúan) en un plano.
− Se vinculó con mujeres. Jn 11, 5 sostiene que “amaba” a Marta y a su hermano Lázaro, y Lc 10, 38-39 supone que amaba de un modo especial a María, hermana de Marta, que escuchaba su palabra. Las relaciones de Jesús con María Magdalena han sido objeto de especulaciones sin base, pero es evidente que en el fondo de ellas se conserva el recuerdo de una amistad especial, que la tradición no ha podido (ni querido) borrar. Por estos y otros datos sabemos que no ha sido célibe por odio (o miedo) a las mujeres, sino para establecer con ellas una relación de respeto, intimidad y diálogo que, en aquel tiempo, resultaban infrecuentes en un contexto patriarcal[iv].
− Sólo en ese fondo se entiende el tema de su orientación sexual. Ciertamente, no fue machista (o mejor dicho patriarcalista) en el sentido ordinario del término, como lo avala su forma de oponerse al poder masculino en el divorcio (Mc 10, 1-7) y su manera de referirse a los “eunucos”, solidarizándose con ellos (Mt 19, 10-12). Los evangelios le presentan valorando las mujeres, amando a varones y relacionándose con el discípulo amado (cf. Mc 10, 21; Mt 8, 5-13; textos de Jn ya citados), de manera que algunos han podido decir que tenía una tendencia homosexual (o bisexual). Pero esa interpretación va más allá de lo que dicen los textos. Lo único que podemos afirmar es que mostraba un amor abierto a varones y mujeres, y que su celibato ha de entenderse en forma de potenciación afectiva[v].


c. Celibato al servicio del Reino. No rechazó el matrimonio, que era signo del Reino de Dios (cf. Mc 2, 19), lugar y camino de fidelidad humana (cf. Mc 10, 7-9; cf. cap. 11), y por eso su celibato no pudo entenderse en clave de rechazo, sino de creación de una familia abierta a todos, especialmente a los más necesitados. Por eso, no excluía, sino que incluía en su Reino el signo de filiación y bodas, la comunión del Reino, con madres, hermanos, hermanas e hijos (cf. Mc 2, 18-19; Mc 3, 31-35; 10, 30). Había en aquel tiempo muchos que no podían casarse, por razón económica, social o personal. Pues bien, Jesús pudo convertir esa situación en medio para la creación de un tipo más alto de familia, en fidelidad personal de hombre y mujer (cf. Mc 10, 11), donde hubiera un espacio afectivo de cien madres, hermanos e hijos (cf. Mc 10, 30), como aparece al compararle con Juan y con otros personajes significativos (cf. cap. 1)[vi].
Asumiendo y transformando la tarea de algunos israelitas anteriores (Moisés, David, Elías, Juan…), Jesús despertó gran amor y entusiasmo, pues le escucharon y siguieron multitudes de pobres y enfermos, excluidos de la vida, que provenían, casi siempre, de las clases oprimidas de Galilea. De esa forma, él pudo ser signo de familia para muchos sin familia, tanto varones como mujeres. No le podemos presentar como patriarca y progenitor ejemplar (como Adán o Abrahán), pues no engendró hijos por su semen (de su misma carne), pero pudo presentarse como hermano universal, por la Palabra, capaz de abrirse en amor mas extenso, especialmente hacia a los rechazados del sistema.




[i] Su situación de célibe responde al proyecto y tarea del Reino. Ciertamente, no puede demostrarse de un modo absoluto que lo fuera, y algunos investigadores han supuesto que podía haber sido viudo y sin hijos. Otros, más fantasiosos, han hablado de sus relaciones con Magdalena o de su apertura afectiva más extensa (habría desarrollado un tipo de “amor” extendido hacia hombres y mujeres, de forma no genital). Otros, en fin, aseguran que, tras la venida del Reino (si hubiera llegado, sin que le hubieran matado), él se habría casado, iniciando un matrimonio distinto…Pero nada de eso sabemos, nada se puede apoyar en las fuentes. Lo único cierto es que en el tiempo de su ministerio de Reino, desde su misión con Juan, pasando por su mensaje en Galilea, hasta su muerte, fue célibe, sin que tuviera que defender o comentar su opción (a no ser de un modo indirecto, en Mt 19, 12), a diferencia de Pablo (1, Cor 7, 7). En esa línea, algunos han supuesto que, si Pablo hubiera sabido que Jesús fue célibe, se hubiera apoyado en ello para defender el celibato, y al no hacerlo se puede suponer que pensaba que Jesús estuvo casado. Pero ese argumento no prueba, pues Pablo apenas apela a Jesús para defender sus posturas.
De todas formas, esta reflexión sobre el celibato y familia de Jesús no puede absolutizarse, pues él podría haber sido Hijo de Dios y Redentor con mujer e hijos. Pero, si los hubiera tenido, ello se hubiera conocido, pues la tradición cristiana ha sido cuidadosa en mantener la memoria de sus familiares (cf. Mc 3, 20.31-35; d, 1-6). En la iglesia de Jerusalén, sus familiares han recibido el título honorífico de «hermanos del Señor», que les reconoce el mismo Pablo (cf. Gal 1, 19; 1 Cor 9, 5), y María, su madre, aparece como Gebîra o Madre del Señor (Lc 1, 43); en esa línea, si los hubiera tenido, su esposa e hijos, hubieran cumplido una función importante.
[ii] Cf. J. P. Meier, Un judío marginal I, Verbo Divino, Estella 1997, 341-354. Cf. también H. Hübner, Zöllibat in Qumrán: NTS 17 (1970/1971) 153-167; H. Stegemann, Los esenios, Qumrán, Juan Bautista y Jesús, Trotta, Madrid 1996. En otra línea, cf. H. Cáceres, Jesús, el varón. Aproximación bíblica a su masculinidad, Verbo Divino, Estella 2011; Cf. D. B. Martin, Sex and the Single Saviour: Gender and Sexuality in Biblical Interpretation, J. Knox, London 2006; M. Broshi, Matrimony and poverty. Jesus and the Essenes: Rev. Qumran 19 (2000) 629-634; J. D. Amador, Eunuchs and the gender Jesus: Matthew 19.12 and transgressive sexualities: JSNT 28 (2005) 13-40; X. Tilliette, Unverwundete Natur? Über die Keuschheit Jesu: IKZ Communio 34 (2005) 90-94.
[iii] Fue varón, y aparece relacionándoles con varones y mujeres (y niños), de manera que se le puede presentar como ejemplo de una sexualidad masculina que no está hecha de represiones o limitaciones, sino de apertura afectiva y de comunicación en igualdad con varones y mujeres. Un tipo de moralidad posterior de la Iglesia ha silenciado esta novedad de su figura.
[iv] Hay mucha bibliografía sobre el tema y es difícil valorarla. A modo de ejemplo, cf. H. Moxnes, Poner a Jesús en su lugar, Verbo Divino, Estella 2005 y H. Cáceres, Jesús, el varón, Verbo Divino, Estella 2011; Th. Matura, Radicalismo Evangélico, I. Vida Religiosa, Madrid 1980. Cuando algunos apócrifos, como Ev. Felipe 55, dicen que quería y besaba en la boca a Magdalena, han de entenderse en sentido figurado, pues son de tendencia gnóstica.
[v] Cf. T. W. Jennings, The Man Jesus Loved: Homoerotic narratives from de New Testament, Pilgrim Press, Cleveland 2003; S. van Tilborg, Imaginative Love in John, Brill, Leiden 1993.
[vi] Sobre la experiencia de fondo de Jesús, cf. Th. Matura, El radicalismo evangélico, Claretianas, Madrid 1980; J. M. R. Tillard, El proyecto de vida de los religiosos, Claretianas, Madrid 1974; L. Legrand, La doctrina bíblica sobre la virginidad, Verbo Divino, Estella 1976. S. Guijarro ha estudiado el tema desde diversas perspectivas: Fidelidades en conflicto. La ruptura con la familia por causa del discipulado y de la misión en la tradición sinóptica, Pontificia, Salamanca 1998; La familia en el movimiento de Jesús: Estudios Bíblicos 61 (2003) 65-83; Dios Padre en la actuación de Jesús: Estudios Trinitarios 34 (2000) 33-69; Reino y familia en conflicto: una aportación al estudio del Jesús histórico: Estudios Bíblicos 56 (1998) 507-541; La familia en la Galilea del siglo primero: Estudios Bíblicos 53 (1995):461-88; Kingdom and Family in Conflict. A Contribution to the Study of the Historical Jesus, en: J. J. Pilch (ed.), Social Scientific Models for Interpreting the Bible. Essays by the Context Group in Honour of Bruce J. Malina, Brill, Leiden 2001, 210-238.

1 comentario:

  1. Mujeres por el sacerdocio1 de junio de 2013, 0:59

    A Xabier Pikaza Le gusta decir que es un "católico sin más" pero es un teólogo de referencia con más de 30 libros publicados. Acostumbrado a hacer oír su voz discordante y decir que la Iglesia se ha creído en el derecho de imponer, de afirmar lo que está limpio y lo que no.

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