El Obispo de Mondoñedo quiere convertir casas rectorales en viviendas.
Me parece un gesto coherente de D. Manuel y le pido a Dios que se siga por este camino.
La única guerra justa, como decía el arzobispo Helder Camara en el Concilio Vaticano II, es la guerra contra el hambre y la pobreza.
Monseñor Sanchez Monge afirmaba hace unos meses que la caridad es acoger el amor de Dios y está siendo coherente con su mensaje. En su página de Weeb de la diócesis afirma lo siguiente: “El ejercicio de la caridad de cada uno y de nuestras comunidades debe nacer de la escucha de la voz de Dios en los últimos, de contemplar la faz del Señor en los rostros doloridos de los pobres. No se trata de seguir nuestras personales intuiciones y mucho menos de imponer a los pobres nuestros servicios y limosnas.” No solamente lo dice, sino que lo está cumpliendo.
Anunciamos, entonces, con alegría y devoción, que la Victoria sobre el Mal ya ha sido ganada; basta tan sólo encontrar a Cristo, Vivo y Resucitado.
Los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas porque la miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza.
La iglesia ha de ocuparse de los derechos del pueblo… y de la vida que está en riesgo… La iglesia ha de ocuparse de aquellos que no pueden hablar, de aquellos que sufren. Esto no implica dedicarse a la política… Seamos claros. Cuando la iglesia predica la justicia social, la igualdad y la dignidad del pueblo, defendiendo a los que sufren y a los que son amenazados, esto no es subversión, esto no es marxismo; ésta es la verdadera enseñaza de la Iglesia .
Rezo por usted Monseñor para que sea testigo de la misericordia de Dios en un mundo sin misericordia. No puede haber fe cristiana sin encarnación.
Nuestra fe debe tener como centro la caridad, es decir, la misma vida de Dios que es amor en su realidad más esencial, el amor al prójimo, enraizado en el amor a Dios, es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones: desde la comunidad local a la Iglesia particular, hasta abarcar a la Iglesia universal en su totalidad.
La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha.
Con este paso coherente, se que seguirá usted haciendo frente a ésta y otras preocupaciones sociales graves, como la difícil situación de las familias más necesitadas de nuestra ciudad. ¡Que estos hombres y mujeres sean siempre recibidos por nuestras comunidades católicas , encontrando en ellas corazones y hogares abiertos en su intento de comenzar una nueva vida!.
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