“Sull’islamofobia: è vero che davanti a questi atti terroristici, non solo in questa zona ma anche in Africa, c’è una reazione e si dice: “Se questo è l’islam, mi arrabbio!”. E tanti islamici sono offesi, tanti, tanti islamici. Dicono: “No, noi non siamo questo. Il Corano è un libro di pace, è un libro profetico di pace. Questo non è islam”. Io capisco questo e credo che – almeno io credo, sinceramente – che non si possa dire che tutti gli islamici sono terroristi: non si può dire. Come non si può dire che tutti i cristiani sono fondamentalisti, perché anche noi ne abbiamo, in tutte le religioni ci sono questi gruppetti”
Reconducir a la Iglesia a la atención de los pobres conllevará un esfuerzo más técnico que ideológico. La teoría –amor al prójimo– no ha cambiado en estos dos mil años pero sí la práctica –acumulación de poder–. Las resistencias no serán tan manifiestas como con los cambios que toquen la moral, pero precisamente los vicios más difíciles de dejar son los inconfesables. En este sentido, Leonardo Boff, uno de los padres de la Teología de la Liberación, asegura que, con el advenimiento de Francisco, el tercer mundo ha llegado por fin a Roma. Francisco ya ha recibido a representantes de su doctrina en un gesto aperturista muy bien acogido entre los que defienden esta postura. Pero en un año de mandato aún no ha levantado los castigos a los líderes de esta corriente.
La palabra fundamentalismo se refiere originariamente a un movimiento religioso-ideológico que surgió en Estados Unidos antes de la primera guerra mundial. Hacia una interpretación estrictamente literal de la Biblia (sobre todo de los relatos de la creación) y se convirtió en un movimiento colectivo conservador protestante. Los aspectos típicos del fundamentalismo actual, en su país de origen, son: el rechazo de toda visión histórico-critica de los textos bíblicos; la orientación casi mítica hacia un pasado idealizado, el rechazo de to-da valoración positiva del desarrollo moderno; un moralismo penetrante y critico sobre todo de los excesos de la sociedad de consumo, a veces también ciertas tendencias políticas de extrema derecha y afirmaciones créticas sobre la democracia
Reconducir a la Iglesia a la atención de los pobres conllevará un esfuerzo más técnico que ideológico. La teoría –amor al prójimo– no ha cambiado en estos dos mil años pero sí la práctica –acumulación de poder–. Las resistencias no serán tan manifiestas como con los cambios que toquen la moral, pero precisamente los vicios más difíciles de dejar son los inconfesables. En este sentido, Leonardo Boff, uno de los padres de la Teología de la Liberación, asegura que, con el advenimiento de Francisco, el tercer mundo ha llegado por fin a Roma. Francisco ya ha recibido a representantes de su doctrina en un gesto aperturista muy bien acogido entre los que defienden esta postura. Pero en un año de mandato aún no ha levantado los castigos a los líderes de esta corriente.
La palabra fundamentalismo se refiere originariamente a un movimiento religioso-ideológico que surgió en Estados Unidos antes de la primera guerra mundial. Hacia una interpretación estrictamente literal de la Biblia (sobre todo de los relatos de la creación) y se convirtió en un movimiento colectivo conservador protestante. Los aspectos típicos del fundamentalismo actual, en su país de origen, son: el rechazo de toda visión histórico-critica de los textos bíblicos; la orientación casi mítica hacia un pasado idealizado, el rechazo de to-da valoración positiva del desarrollo moderno; un moralismo penetrante y critico sobre todo de los excesos de la sociedad de consumo, a veces también ciertas tendencias políticas de extrema derecha y afirmaciones créticas sobre la democracia
Lo que llamamos normalmente “fundamentalismo”, tanto en el plano de la cultura como de la política y de la religión, nace de la ausencia de un buen fundamento. Quien tiene un buen fundamento, quien cree de verdad en lo que cree no es nunca fundamentalista, sino un hombre de principios, que sabe respetar la fe de otras personas.
Un cristiano de fundamento deja de ser cristiano en el momento en que se hace fundamentalista, en el sentido estrecho del término. Un cristiano que deja de amar a los enemigos (a los distintos en cuanto distintos), queriendo imponer su verdad a los otros, deja de ser cristiano.
El mejor antídoto contra el fudamentalismo es la renuncia a la posesión absoluta de la verdad.
Los fundamentalismos son la manifestación más elocuente de la incapacidad de los seres humanos para vivir en armonía en medio de la diversidad y convierten las discrepancias en barreras de incomunicación. Alimentan la intolerancia, son enemigos de la diversidad y pueden manifestarse bajo cualquier ideología.
No olvidemos tampoco que, en general, los "anti-fundamentalistas" suelen ser fundamentalistas de otro tipo ( van en otra línea). Lo más parecido a un fundamentalista de derechas es un fundamentalista de izquierdas Se suele decir "dime de qué presumes y de diré de qué careces". Los que presumen de anti-fundamentalitas suelen ser a veces fundamentalistas disfrazados.
El amor es paciente, es amable, el amor no es envidioso ni fanfarrón, no es orgulloso ni destemplado, no busca su interés, no se irrita, no apunta las ofensas, no se alegra de la injusticia, se alegra de la verdad.
(Primera carta a los Corintios 13, 4-6)
Resulta comprensible que algunos, en este momento de cambios, deseen la celebración de un nuevo concilio, que diga lo que debe ser la Iglesia y dentro de ella la estructura de la jerarquía, siguiendo el modelo medieval del Concilio de Constanza (1414-1418). Les gustaría que se definieran pronto nuevas estructuras para la iglesia, resolviendo desde arriba temas como el celibato, ordenación de mujeres, poder de los obispos, función del Papa…
La libertad, ante todo. "Cristo nos ha liberado para que vivamos en libertad" (Gál 5,1), proclama Pablo. Y la Carta de Santiago hablará de la "ley de la libertad" (Sant 1,25; 2,12) como pauta radical de la conducta efectiva. Una libertad que se da no sólo frente a los "principados y potestades" más o menos sobrenaturales de los que repetidamente se habla, ni tan sólo frente a las imposiciones políticas o religiosas externas a la propia comunidad ("Juzgad por vosotros mismos delante de Dios si está bien obedeceros a vosotros antes que a Él": Hch 4,19), sino también dentro de ella misma. Pablo lo mostrará en un conflicto memorable: enfrentándose nada menos que a Pedro —a quien acababa de considerar uno de los "pilares" de la Iglesia naciente—, defenderá su libertad propia y la de los cristianos no judíos para no someterse a la ley judaica (libertad que ya antes había tenido que conquistar arriscadamente contra la expresa corriente "oficial": léase todo el episodio en Gál 2,1-16).
”El pueblo, obediente a los mandatos del Señor (...) tiene le poder de elegir obispos dignos y recusar a los indignos. Sabemos que viene de origen divino elegir al obispo en presencia del pueble y a la vista de todos, para que todos lo aprueben como digno e idóneo por testimonio público (...). Dios manda que ante toda la asamblea se elija al obispo (...) Esto observaban los Apóstoles, no sólo en la elección de obispos y presbíteros, sino en la de diáconos” (Carta 67 (ed. BAC, 634-635; cit. por J. I.González Faus, Ibid., 24-25).
El actual sistema de nombramiento de los obispos lleva implícitamente a creer que la autoridad y la misión de los obispos proceden del papa. Y non es así: Non fue Pedro quien eligió a los apóstoles, ni tampoco Jesús por medio de Pedro, sino que fue directamente Jesús.
Otro tema es el de la mujer en la Iglesia.
La Iglesia católica es mayoritariamente femenina en sus cuadros; la componen un 61% de mujeres, organizadas en distintas órdenes religiosas, frente a un 39% de hombres, entre sacerdotes, obispos, religiosos y diáconos. Pese a ello, el gobierno eclesial, la toma de decisiones, y la visibilidad de la institución están casi exclusivamente en manos de varones. ¿Por imperativo evangélico?
El Teólogo Xabier Pikaza, autor de 'El evangelio de Marcos. La buena noticia de Jesús' (Editorial Verbo Divino), tras investigar a fondo el tema en su denso volumen, concluye que "Jesús no quiso algo especial para las mujeres. Quiso, para ellas, lo mismo que para los varones. Como entendió bien San Pablo en Gal 3, 28: 'Ya no hay hombre ni mujer...'. La singularidad de la visión de Jesús sobre las mujeres es la 'falta de singularidad'. No buscó un lugar especial para ellas, sino el mismo lugar de todos, es decir, el de los 'hijos de Dios'".
Otra teóloga, María José Arana, vieja luchadora por la igualdad de la mujer, explica: "Las mujeres han permanecido en la Iglesia como las grandes ausentes, una ausencia que perdura hasta nuestros días. Evidentemente la ausencia de las mujeres empobrece enormemente a la Iglesia en múltiples aspectos y en sí misma; pero además pierde credibilidad ante el mundo que va despertando rápidamente en estos aspectos y ante los cuales la Iglesia, Luz de las Gentes como se llamó a sí misma en el Concilio, debería brillar con su ejemplo y alumbrar caminos nuevos."
Pablo VI nos pidió dialogar… y a la Iglesia le ha costado (y aún le cuesta) dialogar, pero ha de hacerlo, si cree en Jesús que es la Palabra.
Francisco Papa nos pide salir… Quiere que dejemos el castillo asegurado, el redil cerrado, que vayamos por montes y caminos buscando las ovejas… Otro tema es el de la mujer en la Iglesia.
La Iglesia católica es mayoritariamente femenina en sus cuadros; la componen un 61% de mujeres, organizadas en distintas órdenes religiosas, frente a un 39% de hombres, entre sacerdotes, obispos, religiosos y diáconos. Pese a ello, el gobierno eclesial, la toma de decisiones, y la visibilidad de la institución están casi exclusivamente en manos de varones. ¿Por imperativo evangélico?
El Teólogo Xabier Pikaza, autor de 'El evangelio de Marcos. La buena noticia de Jesús' (Editorial Verbo Divino), tras investigar a fondo el tema en su denso volumen, concluye que "Jesús no quiso algo especial para las mujeres. Quiso, para ellas, lo mismo que para los varones. Como entendió bien San Pablo en Gal 3, 28: 'Ya no hay hombre ni mujer...'. La singularidad de la visión de Jesús sobre las mujeres es la 'falta de singularidad'. No buscó un lugar especial para ellas, sino el mismo lugar de todos, es decir, el de los 'hijos de Dios'".
Otra teóloga, María José Arana, vieja luchadora por la igualdad de la mujer, explica: "Las mujeres han permanecido en la Iglesia como las grandes ausentes, una ausencia que perdura hasta nuestros días. Evidentemente la ausencia de las mujeres empobrece enormemente a la Iglesia en múltiples aspectos y en sí misma; pero además pierde credibilidad ante el mundo que va despertando rápidamente en estos aspectos y ante los cuales la Iglesia, Luz de las Gentes como se llamó a sí misma en el Concilio, debería brillar con su ejemplo y alumbrar caminos nuevos."
Pablo VI nos pidió dialogar… y a la Iglesia le ha costado (y aún le cuesta) dialogar, pero ha de hacerlo, si cree en Jesús que es la Palabra.
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