El perdón en las relaciones familiares.
Pasamos mucho tiempo orando: Señor, cambia mis
circunstancias cambia a mis compañeros de trabajo cambia la situación de mi
familia cambia las condiciones de mi vida Sin embargo, en pocas ocasiones
hacemos esta oración que es la ms importante: Cámbiame, oh Señor. El problema
real no es mi esposa, mi hermano, mi amigo, mi mamá. Yo soy quien necesita la
oración
Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca
de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los
cielos” (Mateo 18:19). Algunos cristianos llaman a esto “la oración en
acuerdo”. Usted es profundamente bendecido si tiene un hermano o hermana devota
con quien orar. Verdaderamente, los intercesores más poderosos que yo he conocido,
han sido en conjunto de dos o tres.
El lugar donde ésta clase de oración tiene más poder es en
el hogar.
Muy pocas familias cristianas se dan tiempo para orar en el
hogar.
Todos tenemos excusas porque no oramos en el secreto, en un
lugar especial solitario. Decimos que no tenemos tal lugar privado o que no
tenemos tiempo para orar. Thomas Manton, un escritor puritano ejemplar, dice lo
siguiente: “Decimos que no tenemos tiempo para orar en el secreto. Pero sí
tenemos tiempo para todo lo demás, tiempo para comer, beber, para los hijos,
pero no hay tiempo para lo que sostiene todo esto. Decimos que no tenemos
privacidad, pero Jesús halló una montaña, Pedro la azotea de una casa, los
profetas el desierto. Si amas alguien, encontrarás un lugar para estar solos”.
Algunas veces tomamos la oración de forma muy casual. Pero
en tiempos de problemas nos encontramos luchando con el Señor en oración
diaria, hasta que estamos seguros que Él tiene todo bajo su control. Mientras
más queremos tener esa convicción, más vamos al closet de la oración.
La verdad es que Dios nunca permite una aflicción a nuestras
vidas excepto como un acto de amor. Vemos esto ilustrado en la tribu de Efraín
en Israel. El pueblo había caído en gran aflicción, y habían clamado a Dios en
su dolor. Y Él respondió, “Escuchando, he oído a Efraín que se lamentaba”
(Jeremías 31:18).
Como David, Efraín testificaba, “Me azotaste, y fui
castigado como novillo indómito; conviérteme, y seré convertido, porque tú eres
Jehová mi Dios” (Jeremías 31:18). En otras palabras, “Dios tú nos estás tocando
por una razón. Éramos como lo toros jóvenes e indomables, llenos energía, pero
Tú nos has disciplinado para ordenarnos para tu servicio. Has puesto nuestro
desierto bajo tu control.”
Nosotros también estamos como Efraín: jóvenes, novillos
autodependientes, que no quieren que se les coloque un yugo. Evitamos la
disciplina de esperar, de experimentar dolor, de estar bajo la corrección de la
vara. Y esperamos tener todo ahora – victoria, bendiciones, multiplicación –
por simplemente nombrar las promesas de Dios o “tomarlas por fe”. Huimos a ser
entrenados en el secreto de la oración, a tener que luchar con Dios hasta que
sus promesas sean cumplidas en nuestras vidas. Luego cuando viene la aflicción
pensamos, “Somos el pueblo elegido de Dios, ¿porque nos pasa esto a nosotros?”
El closet de la oración es el aula de clases. Y si no
tenemos ese “tiempo de soledad” con Jesús – si hemos abandonado la intimidad
con él – no estaremos preparados cuando venga la inundación.
Aún más importante es saber que en nuestras peores
aflicciones Él envía al Consolador, “Mas el Consolador, el Espíritu Santo…, él
os recordará todo lo que yo os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy… (Juan
14:26-27).
¿Cómo nos trae el Señor paz en nuestra aflicción? Nos lleva
al lugar secreto de intimidad con Él. Es allí que, Jesús nos recuerda, el Padre
nos toca personalmente, “Cuando ores, ve a tu aposento y cierra la puerta. Ora
a tu Padre que te ve en lo secreto. Y Él te recompensará públicamente” (Mateo
6:6, mi parafraseo).
Hay una sola cosa que cada hermano o hermana heridos pueden
hacer: Llévenselo a Jesús, enciérrense con Él, y encuentren consuelo en su
presencia. El Señor dice, “Porque satisfaré al alma cansada, y saciaré a toda
alma entristecida” (Jeremías 31:25). ¿Cómo hace Dios esto? El los encuentra en
el lugar secreto: “El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra
del Omnipotente” (Salmos 91:1).
¿Ve ahora usted la importancia de preparar el corazón para
orar en el lugar secreto? No es acerca de legalismo u obligación pero nace del
amor. Es acerca de la bondad de Dios a nosotros. Él ve lo que está delante de
nosotros y sabe que necesitamos tremendos recursos y diaria renovación. Todo
esto se encuentra en el lugar secreto de la oración con Él.
Creo que vale la pena reflexionar sobre estos 10 puntos
sobre el perdón en la cotidianidad de la vida familia que nos ofrece Bruno
Ferrero, especialista en terapia de familia.
1 Aceptar que es
diferente. La familia se construye sobre la alteridad y la diferencia.
Fácilmente el otro reaccionará de modo diverso, verá las cosas de modo
diferente. Hay que estar incesantemente a la escucha de la temperatura del
corazón del otro y preguntarle su “modo de usarlo”: “Si te amo mal, si te piso
los pies, dímelo para que cambie; si te amo como se debe, dímelo igualmente
para que siga así”.
2 Poner como base de
la familia este “contrato”: “Nosotros no nos haremos nunca sufrir
voluntariamente”.
3 Considerar los aspectos positivos. Con demasiada
frecuencia los pequeños litigios ocultan los aspectos maravillosos de la vida
de familia. Es importante dar sólo la importancia que tienen a los pequeños
problemas.
4 El amor crece a
través de estos pequeños perdones. Cuanto más se acostumbre a perdonar las
pequeñas cosas, más se perdonarán las grandes. Del mismo modo, cuanto antes se
haga, será mejor.
5 Hablar, explicarse.
Perdonar es más fácil cuando hay comunicación. Es necesario pedir perdón. Sencillamente,
sinceramente, humildemente. No dudar en dar el primer paso. La palabra hace
milagros cuando su tono es justo, sin juicios, porque crea y recrea. Para
perdonar y ser perdonado tenemos necesidad de oír estas palabras: “Te pido
perdón”, “Te he dadoun disgusto”, “Me puse nervioso”, “Me he equivocado”. Estas
palabras tocan el corazón y suscitan un diálogo seguramente lleno de humildad y
sinceridad, que de otro modo no habría tenido lugar.
6 Reconocer la herida que se ha hecho. El que ha sido herido
necesita saber que su herida ha sido tenida en consideración. Hay que
manifestar al otro que se es consciente del sufrimiento que ha tenido, de su
intensidad… Es muy natural justificarse encontrando excusas en el propio
pasado, sobre todo recordando golpes de los otros (los padres) o fuera de la
pareja (la suegra). Es importante comprometerse en un proceso de verdades para
descubrir los propios errores personales y reconocerlos humildemente.
7 Dar tiempo al
tiempo. Hay que aceptar que no nos llegue inmediatamente una palabra de perdón.
Cuando se está dominado por la cólera, se requieren tiempos de calma, de
reflexión y también de oración para adquirir la capacidad de pedir perdón. Es
un proceso largo y complejo y hay que esperar que el tiempo haga su obra.
Algunos olvidan en seguida la ofensa, sobre todo cuando se trata de ofensas
leves. Otros tienden a miniarlas. Aunque se dicen “se acabó”, sus ojos y su
ceño siguen demostrando que el hecho no se ha digerido todavía.
8 Aprender a
negociar. Significa buscar una solución media, que tenga en cuenta los dos
puntos de vista. Esto supone que cada uno, en un primer momento, trate
lealmente, con empatia, de ponerse en el lugar del otro, de entrar en su modo
de ver.
9 Reconciliarse.
Aunque la reconciliación no es indispensable para el perdón, el perdón es
completo cuando florece con el restablecimiento de las relaciones. El perdón
no es todavía la reconciliación, pero es su camino. El perdón es un catalizador
que crea el clima necesario para un nuevo comienzo. Perdonar es volver a dar
confianza. Es volver a estar “como antes”. Significa reparar y cambiar. La
marca de la sinceridad al pedir perdón es el esfuerzo que nos compromete a
hacer lo posible para no caer en los mismos errores.
10 Un perdón total es
una cosa divina, que aprendemos sólo de Dios. El cristiano no dice: “Yo creo
en el pecado”, sino “en la remisión de los pecados”. Y cuando el sacerdote
dice: “Yo te absuelvo”, dice mucho más que “se te perdona”. Absolver significa
volver a dar la libertad al que estaba atado, significa romperle sus cadenas.
Cuando el perdón nos parece imposible, miremos a Cristo en la cruz. En el mismo
momento en el que, suspendido de los clavos, muere de asfixia con un
sufrimiento indecible, tiene el valor de olvidarse de sí mismo para inclinarse
sobre sus verdugos y perdonarlos. La del perdón es la gracia más grande. La
oración familiar de la noche es una ocasión maravillosa para intercambiarse el
perdón. Amar es ser capaz de rezar juntos»-el Padrenuestro. Ningún vínculo
conyugal resiste sin perdón.
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