La elección de los obispos, según la Tradición de la Iglesia, era hecha con la presencia y participación de presbíteros, los obispos más cercanos y, sobre todo, del pueblo cristiano, ya que era el pueblo quien más y mejor podía conocer la conducta del candidato y así poder aceptarlo o rechazarlo. Este protagonismo del Pueblo de Dios era considerado de tal importancia que se llegaba a decir: “Elegir sin el pueblo, es elegir sin contar con Dios”. “Nadie sea dado como obispo a quienes no lo quieran. Búsquese el deseo y el consentimiento del clero, del pueblo y de los hombres públicos (ordinis )” (Papa Celestino I). “No se imponga al pueblo un obispo no deseado ” (San Cipriano, obispo de Cartago, Carta 57.3.2). (18 de Diciembre de 2009)”.
opino que la Iglesia nombra hoy a sus obispos “en contra de la Tradición de la Iglesia". Es en ese sentido que esta afirmación requiere de una clarificación del contexto histórico.
La recomendación de Cipriano, Celestino I, y otros, tiene como base la recomendación de San Pablo en la primera epístola a Timoteo (1 Timoteo 3):
“Si alguno desea el episcopado, buena obra desea: pero es preciso que el obispo sea:
- irreprensible?- marido de una sola mujer?
- sobrio?- sensato ?
- educado
- hospitalario
- capaz de enseñar
- ni bebedor ni pendenciero, sino indulgente ?
- enemigo de querellas?- no amigo del dinero
- que sepa gobernar bien su propia casa, que tenga los hijos en sujeción pues
- quien no sabe gobernar su casa, ¿cómo va a cuidar de la Iglesia de Dios? ?
- Que no sea un neófito, no sea que, hinchado, venga a incurrir en la condenación del diablo
- Conviene asimismo que tenga buena reputación ante los de fuera, porque no caiga en descrédito y en las redes del diablo”
Por eso la elección de los obispos se hacía con “la presencia y participación de presbíteros, los obispos más cercanos, y el pueblo cristiano”, porque, siguiendo el consejo del apóstol, el candidato a obispo debe ser una persona irreprensible, es decir, de conducta moralmente intachable, y el pueblo podía conocer, más y mejor “la conducta del candidato y así poder aceptarlo o repudiarlo”.
Más aún, cuando en la persecución de Decio (año 250), los obispos de León, Astorga y Mérida no dieron el debido ejemplo de fe, las comunidades de esas diócesis se reunieron y los destituyeron. La situación llegó a ser tan grave, que san Cipriano convocó un concilio en Cartago. Los 37 obispos allí reunidos redactaron un documento que conocemos por la carta 67 de Cipriano. En este documento se dicen tres cosas:
(1) el pueblo tiene poder, por derecho divino, para elegir a sus obispos;(2 )el pueblo tiene también poder para quitar a los ministros de la Iglesia cuando son indignos;(3) ni el recurso al obispo de Roma debe cambiar la decisión comunitaria cuando tal recurso no se basa en la verdad (Epist. 67, 3, 4 y 5).”
¿Cómo entender correctamente que los obispos de León, Astorga y Mérida no dieron el debido ejemplo de fe y por eso fueron destituidos por el pueblo cristiano?
Los obispos de León, Astorga y Mérida fueron apóstatas que ofrecieron sacrificios a ídolos paganos y después de apostatar pretendieron seguir siendo obispos como si nada hubiera pasado, eso aceleró la reacción indignada de San Cipriano y sus comunidades reduciéndolos al estado laical y nombrando a otros obispos en su lugar.
Excelente Artículo de Xabier Pikaza sobre los secretismos episcopales. Todo lo que sigue es de él:
Presenté ayer, con cierto extensión, el evangelio del domingo 10.5.15, donde Juan exponía la “norma” o estilo básico de autoridad y la comunicación cristiana:
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer (Jn 15, 15).
Estas palabra exponen, una vez y para siempre (con Mt 15 y Hech 15), el estilo cristiano de diálogo, que debe regir en el nombramiento de obispos (y otros servicios) en la Iglesia, sin secretos ni chismes (que algunos llaman “sagrados”).
Muchas veces he tratado en mi blog de este problema, y hoy prefería callarme. Pero dos razones me llevan a plantearlo otra vez:
(a) Me han escrito diciendo que ese texto (Jn 15, 15: os llamo amigos, porque os he contado todo…) es razón suficiente para abandonar la iglesia, pues se olvida y no se aplica, por ejemplo en el nombramiento de obispos. Muchos piensan así, pero añaden que no quieren comentar el tema en público por razones obvias (dicen que diciendo lo que piensan serán marginados en la Iglesia). Me piden una opinión, y no sé qué contestarles (sólo les he dicho que “a pesar de todo”, tutto sommato, yo sigo en esta iglesia)
(
b) Me han llamado otros “amigos”, para contarme algunas murmuraciones de cada día (ahora más intensas) sobre nombramiento de obispos, tras el traslado del “titular” de Mondoñedo a Santander… Me han dado nombres de auxiliares y de otros, que (según se dice) va van a ser transferidos o “elevados” en los próximos días o semanas conforme a una ley de secretos “superiores”. Me dicen que, de seguir así las cosas (¡y parece que el Papa Francisco no va a cambiarlas, por más signos de apertura que ofrezca!) están dispuestos incluso a dejar la Iglesia oficial, engrosando la lista del gran exilio “católico”.
Unos y otros me han pedido una palabra, una opinión sobre esta crisis de secretismo oficial en la Iglesia.
Una opinión tanteante en medio de la crisia:
Unos y otros me han dicho pedido una opinión, y, de verdad, no sé qué decir.
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