En respuesta al artículo de Xaquin campo Freire en el
Diario de Ferrol:
Esta es parte de una frase atribuida a Francisco de Asís.
La frase completa fue, “Prediquen el evangelio en todo tiempo y de ser
necesario usen palabras,”
Mi vida puede
predicar mejor que mis palabras las buenas nuevas de Dios. Mi vida es falible.
En realidad podemos creer que Dios iba a permitir que hombres falibles
predicaran con sus vidas Sus buenas noticias? En Su infinita sabiduría Dios no
permitiría que el hombre estropeara con su pecado Su plan de redención. Por
ello dejó escrito Su mensaje para el mundo entero (1 Corintios 15).
“El
hombre que, al ser reprendido, se vuelve terco, de repente y sin remedio será
quebrantado.” (Proverbios 29:1).
Que decir de una persona que ante un tribunal eclesiástico
difamó a otra persona diciendo que
estaba trastornada para conseguir la ruptura de un vínculo sagrado. ¿Qué
sentencia pueden esperar de cualquier juez humano si es que no creen en el
Divino? Los humanos, si son ajenos a la religión, sentenciaran incoherencia y
miseria moral. El Divino, inescrutable, ¿quién sabe lo que sentenciaría aparte
de mostrar su misericordia por pecadores de tal guisa?
La palabra hebrea para “reprendido” en este versículo se
refiere a la enseñanza de corrección. Y la palabra para “sin remedio” aquí es
“marpe”, la cual significa “sin cura,” “sin ninguna posibilidad de liberación.”
Primeramente, este versículo nos dice que la dureza de corazón viene como
resultado de rechazar repetidos avisos, de echar a un lado todo cortejo de la
verdad. Y, segundo, nos dice que al pasar el tiempo tal dureza es imposible de
curar. Así que, ¿quiénes son las personas que más a menudo escuchan estos
avisos? ¡Supuestamente, ellos son cristianos, aquellos que se sientan en la
casa de Dios cada semana predicando los sermones de reprensión!
En mi experiencia, los corazones más duros – el tipo
incurable – siempre ha sido encontrado al alcance de predicaciones ungidas por
el Espíritu Santo. Tal dureza no existe en iglesias frías, muertas y formales
donde el evangelio ha sido corrompido por generaciones. ¡No – siempre se
encuentra donde una palabra pura es predicada desde el púlpito y rechazada en los bancos.
Quiero hacerte un examen, para ver si ya has tomado los
primeros pasos hacia la dureza de corazón. Déjame hacerte las siguientes
preguntas:
1. ¿Cuántas veces ha escuchado mensajes acerca del
peligro de descuidar la oración diaria y la lectura de la Biblia?
Has escrito muchos mensajes y predicado sobre ese tema,
pero Si has ignorado el llamado del Espíritu Santo para atraerte al lugar
secreto para intimidad, entonces has tomado los primeros pasos hacia la dureza
de corazón. Puedes llenar todo tu tiempo con buenas obras y buenas palabras,
bendiciendo a la gente y derramando tu corazón en el servicio cristiano. Pero
si descuidas tu tiempo con el Señor, negándote a buscar su rostro u obedecer su
palabra , te pondrás débil, temeroso, deprimido, y finalmente serás una presa
para el diablo.
2 ¿Cuántas veces has sido advertido de las terribles
consecuencias del chisme?
Ahora, otra vez déjame usar la plomada en tu vida: ¿Has
dicho algo contra un hermano o hermana alguna vez o le has juzgado falsamente, en
algo que no era asunto tuyo? O, ¿has escuchado y difundido algún chisme acerca
de esa persona? Si es así, ¿permitiste que una semilla de duda acerca de él o ella
fuera sembrada en tu alma?
Romanos 7:15-24
“Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”
“Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”
Lo que Pablo está describiendo es una situación
miserable. Si no tomas en cuenta el contexto del pasaje y si ignoras y descuentas
las realidades del nuevo nacimiento tú también te vas a sentir miserable. Tú
también vas a clamar “oh miserable de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de
muerte?”. Pero Pablo dice todo lo que dice para describir la situación antes de
Cristo. Es una situación que anhelaba un libertador. Sí, antes de Cristo todos
nosotros clamábamos “Oh miserable de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de
muerte?”. Pero las buena noticia es que hace más de 2000 años ¡vino el
libertador! Su nombre es Jesucristo. Pablo no detiene la pregunta: “Oh
miserable de mi, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” sino que
inmediatamente continua con la respuesta que dice:
Romanos 8:1-4
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”
¡Cuando miro hacia atrás, doy gracias a Dios por cada
«diablo» escogido por mi Padre fiel, pues es muy probable que yo hubiese
perdido algunas de las más grandes bendiciones de mi vida si no hubiera sido
por todos ellos!
Sólo Dios puede
realizar tal milagro, pero he descubierto que la paradoja de estas palabras es
una realidad. La traición a manos de aquellos a quienes hemos confiado el
corazón puede traernos bendiciones imposibles de contener. A través de la
traición he aprendido lo que el salmista quiso decir cuando cantó: «En esto
conoceré que te he agradado, que mi enemigo no se huelgue de mí» (Salmo 41:11).
También lo que el profeta quiso decir cuando escribió: «Ninguna arma forjada
contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en
juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí
vendrá, dijo el Señor» (Isaías 54:17).
A través de la traición aprendí que el poder y la gracia
del Señor Jesucristo en mi vida sólo pueden ser realizadas a través de la
bendición de la debilidad, que es producida por las bofetadas de Satanás como
un aguijón en la carne (2ª Cor. 12:7).
A través de la traición somos preparados para la
bendición de ser usados alentando a otros en la misma prueba de fe, con la
misma consolación que nosotros hemos recibido de Dios (2ª Cor. 1:4).
A través de la experiencia de la traición de muchos amigos falsos, he recibido una de las más grandes bendiciones de mi vida.
A través de la experiencia de la traición de muchos amigos falsos, he recibido una de las más grandes bendiciones de mi vida.
Cuando se concreta la bendición de la traición, podemos
mirar hacia atrás y ver cuánto hemos segado en creciente gozo, amor, gracia,
fuerza y comunión con el Señor Jesús;
nos sentimos abrumados por la comprensión de cuánto bien nos ha hecho nuestro
traidor. No importa cuáles fueron sus intenciones. Lo que importa es el
fruto que Él ha traído a nuestras vidas.
Oseas no fue el único profeta que puso de relieve la
opinión de Dios sobre la traición, opinión que debemos adoptar si esperamos
disfrutar de una vida feliz. Examinemos ahora el segundo capítulo de Malaquías y veamos cómo se resalta lo que piensa Dios
sobre la traición. Aunque Malaquías abordó la situación que reinaba en el
pueblo de Dios décadas después de su regreso del cautiverio en Babilonia, este
segundo capítulo tiene verdadero significado para nosotros
El capítulo 2 se inicia con la censura de Jehová a los sacerdotes judíos por alejarse de sus justos caminos. Si no tomaban a pecho Su consejo y no corregían su proceder, era seguro que se acarrearían graves consecuencias. Fijémonos en los dos primeros versículos: “Este mandamiento es para ustedes, oh sacerdotes. Si no quieren escuchar, y si no quieren poner en el corazón el dar gloria a mi nombre —ha dicho Jehová de los ejércitos—, ciertamente también enviaré sobre ustedes la maldición, y ciertamente maldeciré sus bendiciones”. De haber enseñado los sacerdotes al pueblo las leyes de Dios y haberlas obedecido, se les habría bendecido. Pero por pasar por alto la voluntad divina, lo que les aguardaría era una maldición. Hasta las bendiciones pronunciadas por los sacerdotes se tornarían en maldición.
A los que tienen el privilegio de enseñar la Palabra de Dios en las congregaciones debe servirles de advertencia Malaquías 2:7, donde dice que sus labios “deben guardar el conocimiento, y la ley es lo que la gente debe buscar” en sus bocas. Sobre tales maestros pesa una gran responsabilidad, pues Santiago 3:1 indica que ‘recibirán juicio más severo’. Han de enseñar con vigor y entusiasmo, y sus enseñanzas han de basarse sólidamente en la Palabra escrita de Dios y en la instrucción que se proporciona mediante la organización de Jehová. De esa manera, “estarán adecuadamente capacitados para enseñar a otros”. Por ello, se les da este consejo: “Haz lo sumo posible para presentarte aprobado a Dios, trabajador que no tiene de qué avergonzarse, que maneja la palabra de la verdad correctamente” (2 Timoteo 2:2, 15).
El arrepentimiento incluye una tristeza piadosa por el pecado. El lamento de la persona verdaderamente arrepentida envuelve una profunda tristeza de corazón, no por temor a ser castigada sino por el mal que le ha hecho a un Dios santo, lleno de amor y de gracia. San Pablo se refiere a esta clase de tristeza al escribir a los creyentes corintios: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” Corintios 7:10).
El arrepentimiento no consiste sólo en sentirse triste por las acciones pecaminosas. Para que haya verdadero arrepentimiento, debe uno volverse del pecado. En Lucas 16:19-31 observamos que el hombre rico en el infierno clamaba que el tuvieran lástima. Estaba profundamente triste, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse. Quienes no se arrepienten ahora algún día llorarán y se lamentarán (Mateo 13:42,50; Lucas 13,28).
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