“Pero
tenemos esta riqueza en nosotros, como en vasijas de barro, para mostrar que
ese poder tan grande viene de Dios y no de nosotros.” 2 Corintios 4:7
D. Lázaro Ha dedicado toda su
existencia a servir a Dios y a sus feligreses. No lo ha hecho por dinero, por
ocupar puestos de honor, sino por amor generoso, por servir al Reino de Dios.
Todas las virtudes que una
persona pueda llegar a tener en su paso por esta vida se encuentran bien
patentes en D. Lázaro Domínguez, sacerdote que nació en Zamora en 1936 y reside
en Ferrol desde 1959, habiendo sido siempre un auténtico ejemplo en su labor
pastoral.
Hablar de la persona de D. Lázaro es seguro que el susbstantivo bondad es el más apropiado: bondad de corazón, bondad de conducta.
La fidelidad es una virtud que se puede considerar sinónima o engloba a otras tales cómo la integridad, sinceridad, lealtad etc… Don Lázaro es una persona comprometida y sacrificada porque busca ante todo llevar a cabo aquello para lo que ha sido apartado o encomendado.
La fidelidad en el ministro de Cristo le hace ser consciente de lo exaltado y glorioso de su llamado.
No me cabe ninguna duda de que D. Lázaro tiene un carácter moldeado por el Espíritu Santo, que a su vez influye en sus predicaciones edificándonos a los que le escuchamos, un carácter que debería estar presente en todos los sacerdotes para enseñar y capacitar a los hijos de Dios, es lo que se requiere y necesita la iglesia para que pueda crecer, ser edificada y llevar a cabo su llamado. Todo lo que no sea eso, es buscar fuera de lo que la Palabra de Dios tiene para su iglesia, y eso no es deseable.
El alma de D. Lázaro está en la
relación personal, llena de confianza y amistad, con la persona de Jesús. El
ministerio sacerdotal no es, no puede ser fecundo, sin una relación personal e
íntima como el Señor.
El Reino de Dios avanzará si
disponemos de sacerdotes santos como D. Lázaro, pero santos de verdad, no sólo
rezadores. Santos de esos que defienden al débil, aman a Jesús Eucaristía,
quieren a todos y saben sacrificarse por ellos, y no se contentan con buenas
palabras, sino que evangelizan al cien por cien.
D. Lázaro es un hombre
magnánimo (grande de corazón) ciertamente, los santos fueron todos magnánimos y
todas las personas que pasaron por la vida de la Iglesia abriendo caminos y
dejando una huella profunda es porque fueron magnánimos.
Los magnánimos como este sacerdote bueno
se pueden reconocer muy bien porque están siempre disponibles cuando les
necesitamos y siempre nos ayudan a resolver situaciones difíciles creando
optimismo y esperanza. Cuando se les pide algo siempre responden sí. Son un
oasis en medio del mundo en el que vivimos.
D. Lazaro es un gran creyente,
un hombre de corazón limpio como el de las bienaventuranzas de Mateo.
La paciencia y la fe que
transmite en medio de la prueba es auténtico testimonio. Las pruebas
son inevitables y además necesarias para todos los que creemos en Cristo.
Solo me queda decir a este gran
sacerdote enamorado de Cristo, testigo de su amor, ¡gracias, gracias, gracias!
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