En 2008, afirmaba Benedicto XVI: “Debemos, preocuparnos
por la formación de las futuras generaciones, por su capacidad de orientarse en
la vida y de discernir el bien del mal, por su salud no sólo física sino
también moral… Ahora bien, educar hoy parece ser cada vez más difícil. Se
habla, por este motivo, de una gran «emergencia educativa», confirmada por los
fracasos que encuentran con demasiada frecuencia nuestros esfuerzos por formar
persona sólidas, capaces de colaborar con los demás, y de dar un sentido a la
propia vida.”
Generamos ciudadanos que piensan que toda autoridad,
incluida la de los padres y los maestros, es una represión intolerable,
incompatible con el desarrollo de la personalidad.
Las familias delegan en la escuela la educación moral y
ética de sus hijos y en la escuela los maestros se ven incapaces de transmitir
valores en un marco de permanente desautorización de su trabajo, entre otros
por los propios padres de familia.
A muchos padres les cuesta abandonar la adolescencia y
viven una segunda juventud viendo disfrutar a sus hijos.
Muchos padres se sientan con sus hijos a ver programas de
televisión para los que no tienen edad. A muchos progenitores les cuesta mucho
abandonar la adolescencia.
Es muy duro negarles cosas a nuestros hijos, porque les
queremos y nos tienen ganados desde que son pequeños, pero decirles no es
necesario para su desarrollo como personas.
Carecer de límites o no ser capaz de demorar un deseo es
un camino que puede llevarlos a las drogas.
Nuestros hijos necesitan padres que los eduquen; los
amigos, los colegas se buscan fuera, en la calle. Educar significa establecer
normas. De otra forma tropezarán con algo que les sirva de barrera, esto podría
ser la policía o la justicia, sería demasiado tarde después de cometer un
delito.
Los problemas de la adolescencia suelen ser fruto de
errores como el de que un niño tenga la televisión en su habitación.
Los niños vándalos suelen tener padres que no saben decir
no.
Estoy empezando a pensar que hay un sector de educadores
postmodernos que se han convertido en el aliado más fiel de la barbarie, que lo
que hacen es ocultar la realidad y sustituirla por una ideología
acaramelada y buenista.
Los niños deben de aprender a ser responsables de sus
actos. Los padres deben de proporcionarles un entorno de protección y afecto.
Hay muchísimos niños de corta edad que maltratan de palabra
a sus padres.
Que un hijo le diga a su padre “cállate” la boca sería un maltrato de palabra. Éste es el
caldo de cultivo para tener un hijo vándalo.
El acceso al mundo laboral también es otro problema para
la juventud de hoy.
Al no encontrar trabajo los jóvenes no se van de casa no hay una maduración
armónica, todo llega sin esfuerzo, de forma rápida, sobre todo de caprichos
consumistas.
Muchos jóvenes que están en este círculo no son vándalos,
pero ejercen una agresividad contra el entorno, porque molestan al vecindario
cuando se concentran en el botellón a beber.
La educación es uno de los asuntos más decisivos de nuestra
sociedad. Tanto en los escenarios formales -los sistemas educativos, los
currículos, la formación del profesorado, la política educativa, etc.- como en
los no formales -la familia sobre todo, pero también los medios de
comunicación, las redes sociales, el ambiente de la calle, las modas, etc.- se
aprecia que la educación está afectada por la crisis que aqueja a nuestra
sociedad y a nuestra cultura.
Suele decir Abilio de Gregorio que cuando un educador se
pone ante sus discípulos, tan sólo con su actitud ya les está diciendo: “el
mundo es así”. Por ello, ante todo, hacen falta educadores, maestros de vida.
Si hay verdaderos maestros que amen su labor, y transmitan lo que se esfuerzan
lealmente por vivir, a pesar de las insidias de todo tipo y de un entorno
moralmente demoledor, habrá esperanza para nuestros jóvenes.
Es mucho más sensato enseñar a nuestros hijos a
superar las frustraciones inevitables que hacerles creer
en la posibilidad de un mundo sin frustraciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario