Algunos estudiosos
consideran carente de importancia que Jesús obrara milagros. Según ellos,
sabemos con certeza que la Iglesia primitiva narraba milagros de Jesús como
medio de manifestar su persona y obra, pero desconocemos si tales prodigios
sucedieron históricamente. Es más, tampoco es necesario probarlo –dicen-, pues
la fe cristiana se basa en la predicación de la fe apostólica, no en la
historicidad de los relatos de milagros que contienen los evangelios. Esta
renuncia a la investigación histórica sobre los milagros contradice la esencia
del anuncio cristiano, pues la Buena Nueva que anuncian los predicadores
cristianos no consiste en un enunciado de verdades religiosas abstractas, como
los que tenemos en otras religiones, sino en la proclamación que Dios ha hecho
hombre a Jesús de Nazaret y ha realizado la salvación de los hombres a través
de su muerte y resurrección.
Es cierto que no podemos
probar con los medios de investigación histórica que Dios nos ha redimido en la
vida, pasión y muerte de Jesús de Nazaret; la
aceptación de esta verdad pertenecerá siempre a la decisión de la fe. Pero la
índole histórica de la fe cristiana nos autoriza a preguntarnos por la historia
de Jesús, por las que de verdad hizo y enseñó.
La característica esencial
del cristianismo es que Dios se manifestó en la historia, estableció un dialogo
con el hombre a través de la humanidad de Jesús de Nazaret.
Una
de las razones para rechazar la historicidad de los milagros evangélicos es el
parecido de éstos con las leyendas que encontramos en torno a otros fundadores
de religiones o figuras destacadas en ellas. Sin embargo, es un
grave error deducir unas conclusiones categóricas sobre la historicidad apoyándose en el
parentesco formal, muchas veces superficial, entre los evangelios y las
narraciones de otros ámbitos culturales y religiosos. En realidad, la verdadera
dificultad de estos estudiosos proviene de su prejuicio filosófico: la razón
humana no puede admitir los milagros, porque lo milagroso es imposible en un
mundo sometido a rígidas leyes físicas; los milagros son científicamente
imposibles.
¿Cómo explicar entonces la
presencia de estos relatos en los evangelios?
Las explicaciones ofrecidas
por estos estudiosos que afirman la imposibilidad de los milagros pueden
reducirse a dos: la racionalista y la
mítica o legendaria. Según la interpretación racionalista, tras los relatos de
los evangelios se esconden hechos que en el origen no tienen nada de
prodigioso. En la multiplicación de los panes, por ejemplo, lo que sucedió fue
que los apóstoles convencieron a un muchacho, que llevaba cinco panecillos de
cebada y dos peces, para que repartiera sus provisiones con otros; el ejemplo
cundió, y los demás repartieron también sus provisiones, hasta que la multitud
se sació. Esta interpretación racionalista introduce en el texto evangélico una
serie de cosas que no dice o lo manipula caprichosamente.
La mejor crítica que se
puede hacer a esta hipótesis es el estudio científico de los documentos
históricos que tenemos.
Flavio Josefo, en su obra
Antigüedades Judías transmite una información sobre Jesús; este pasaje se ha
denominado Testimonio flaviano. En él se pueden leer algunas frases cristianas
que pertenecen a este historiador: “por este tiempo vivió Jesús, un hombre
sabio, si se puede llamar hombre. Fue autor de obras increíbles que acogen la
verdad con placer...”
En la actualidad la mayoría
de los estudiosos, teniendo en cuenta las versiones árabe, sirica y latina,
consideran autentica la referencia a Jesús, pero no en los términos que nos han
llegado. En cualquier caso, los estudiosos están de acuerdo en reconocer como
original la mención de las obras prodigiosas realizadas por Jesús. Es decir,
que según el testimonio de Flavio Josefo, Jesús realizó milagros.
El
Talmud de Babilonia.
Una fuente histórica que
realmente es independiente de los documentos cristianos es el Talmud de
babilonia. En él se recoge una tradición muy antigua, conservada en el tratado Sanhedrín.
El texto subraya que Jesús fue condenado según la ley, al atribuírsele delitos
sancionados duramente por la ley mosaica. Fue considerado un hechicero, un
seductor, una persona que practicaba la magia y engañaba al pueblo
(Mekshsehef).
Como es fácil observar, las
acusaciones contra Jesús transmitidas en el Talmud son las mismas que aparecen
en el Nuevo Testamento. En la disputa con los fariseos a causa de los milagros
realizados por Jesús, Mateo refiere la siguiente acusación: “pero los fariseos
al oírlo dijeron: este expulsa los demonios con el poder de Belzebú, príncipe
de los demonios” (Mt 12, 24). En cuanto a los cargos presentados delante del
tribunal de Pilato, los evangelios son muy explícitos; quizá que sea Lucas el
que más los detalla: “y se pusieron a acusarlo diciendo: hemos encontrado que
éste, anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que paguen tributos al
cesar, y diciendo que es el Mesías rey (Lc 23, 2.5). Los verbos griegos usados
por Lucas son reminiscencia del lenguaje judío recogido en el Talmud, pues
ambos verbos traducen en los LXX el verbo hebreo que significa “incitar a la
rebelión”, pervertir.
Por su parte Marcos y Mateo
señalan con claridad que los motivos tenían que ver con una transgresión a la
ley mosaica.
Por tanto el Sanhedrín tenía
motivos para condenar a Jesús a muerte, pues así lo manda la ley de Moises.
Los judíos atribuyen la
muerte de Jesús, pues al ser considerado un blasfemo y herético, un maldito de
Dios, había que aplicarle todo el peso de la ley.
Pero detengámonos en uno de los delitos por los que fue condenado
por el tribunal del sanedrín: “ha
practicado la hechicería” cómo hemos visto, aquí se usa una fórmula muy
semejante a la utilizada en los evangelios por los adversarios de Jesús, cuando
le acusan de pacto con Belcebú (Mc 3,22; Mt 12, 24, 27). Es decir, los fariseos
y los defensores de la ley mosaica consideraban que los prodigios
extraordinarios realizados por Jesús conducían a los hombres lejos de Dios, los
introducían en la desobediencia de la ley.
Pero diciendo que Jesús
practicó la hechicería o tuvo pacto con Balcebú se está reconociendo que
realizó obras que llaman la atención por su carácter extraordinario. Los
discípulos de Jesús vieron en ellas milagros auténticos; sus adversarios las
consideraban obras de hechicería. Ahora bien, el dato de que tales obras no se
nieguen, sino que se interpreten simplemente de diferente manera, es prueba de
la historicidad de tales obras prodigiosas. El hecho era tan real y conocido
que los adversarios de Jesús y el cristianismo naciente no podían negarlo, sino
solamente interpretarlo de modo distinto. Si los relatos evangélicos fueran
creación de la comunidad cristiana sin fundamento histórico, como sostiene
cierta crítica moderna. La tradición judía seguramente no hablaría de práctica
de hechicería, sino de falsa milagrería inventada por sus seguidores.
EL
TESTIMONIO DE LOS EVANGELIOS.
Hay estudiosos que
consideran los relatos evangélicos inservibles para poder probar la
historicidad de los milagros ya que fueron redactados por hombres que siguieron
a Jesús; habría que considerar estos testimonios sospechosos de parcialidad. En
realidad, la inmensa mayoría de los testimonios pueden ser acusados de
parcialidad; también el de un adversario, pues transmitía los hechos desde una
versión contraria o negativa, pero como acabamos de ver, todas
las fuentes sean escritas por los adversarios o por los seguidores de Jesús,
pueden servirnos para reconstruir la verdad histórica. La única condición
exigida es utilizarla críticamente. Por tanto, también los evangelios,
valorados según los criterios de la ciencia histórica, pueden ser útiles para
acercarnos al acontecimiento.
Si tenemos en cuenta las
diferentes fuentes que los estudiosos han identificado en nuestros evangelios,
cuatro de ellas testimonian que Jesús realizó milagros. El evangelio de Marcos
narra doce curaciones milagrosas y una resurrección; contiene también cuatro
sumarios que dicen que Jesús curó a muchos enfermos y alude en cuatro ocasiones
milagros y exorcismos. La fuente común de mateo y Lucas, la llamada fuente Q
recoge también un relato de curación milagrosa y tres dichos de Jesús que
hablan de curaciones y exorcismos.
Por lo que se refiere al
evangelio de Juan, de los veintinueve relatos de milagros que contienen los
sinópticos, ofrece solamente tres: la curación del hijo del oficial, la
multiplicación de los panes y Jesús caminado sobre las aguas.
En
una primera impresión parece que se deba considerar estas narraciones de los
evangelios como el mejor testimonio de la historicidad de los milagros de
Jesús. La crítica histórica, no obstante prefiere fijar su atención en algunos
dichos de Jesús que hacen referencia a ellos. La razón es clara: si estos
dichos fueron pronunciados realmente por Jesús es decir, son auténticos, serian
una prueba de primera mano sobre la historicidad de los milagros.
¿Cómo podemos tener la
seguridad de que Jesús pronunció realmente estas palabras?
La certeza nos viene por los
principales criterios de autenticidad. El criterio de atestación múltiple
sostiene que hay fuertes motivos para pensar que se trata de un relato de gran
garantía histórica cuando nos ha llegado en varias fuentes. De esta sentencia
de Jesús hay testimonio en Marcos y en la fuente común de Mateo y Lucas, ambas
escritos de una gran antigüedad.
Según el criterio de discontinuidad,
se puede considerar autentico un dicho de Jesús cuando constituye una novedad
dentro del judaísmo por el lenguaje o las ideas, y al mismo tiempo refleja la
fe de la Iglesia primitiva. Aplicando este criterio al dicho que estamos
estudiando, el resultado no puede ser más satisfactorio. La discontinuidad con
el judaísmo se hace presente en le modo que Jesús tiene de hablar del reino de
dios como una realidad que se ha hecho presenta ya entre los hombres; los
escritos judíos hablan siempre del Reino de Dios como una realidad futura.
Por último no hay que
olvidar que aquí tenemos unas palabras que son respuesta de Jesús a la
acusación de tener pacto con Balzebú: Es impensable que los primeros cristianos
inventaran semejante acusación contra su Señor. Atendiendo al criterio de
dificultad, esta característica avala su autenticidad.
Una conclusión se impone:
este dicho de Jesús de cuya autenticidad resulta muy difícil dudar, supone
necesariamente la realidad de sus exorcismos y curaciones milagrosas.
Por regla general, los
fundadores de las religiones han sido revestidos con la aureola del milagro.
Algunos estudiosos han supuesto que los relatos de los milagros recogidos en
los evangelios tiene también esta finalidad. Es más, consideran que fueron inventados
por los primeros cristianos para presentar a Jesús de Nazaret con los mismos
poderes que se solían atribuir en el mundo helénico a los dioses y hombres
divinizados.
La semejanza que destacan
estos estudiosos es fácil de explicar: El
modo de narrar un milagro es siempre el mismo. El esquema narrativo no solo
aparece en los relatos de la antigüedad sino también en las narraciones
actuales que testimonian estos hechos extraordinarios. Dicho esquema tiene tres
partes; introducción, curación y demostración de la misma, no hay otra forma de
narrar un milagro.
Originalidad
de los relatos evangélicos.
Sin embargo, cuando se
comparan los relatos evangélicos de milagros con otros relatos helenísticos,
observamos profundas diferencias entre ellos, a pesar del parecido de la forma.
Comencemos por señalar una
diferencia muy importante: los milagros
que en el mundo griego se atribuyen a dioses u hombres dotados de poderes
divinos son un modo de exaltar al dios o la hombre que los realiza; en los
evangelios, los milagros de Jesús están presentados como una perspectiva
totalmente distinta, pues se les considera signos del reino de Dios. Esta
es una característica desconocida en el mundo griego y propio de la tradición
judía.
En cuanto al contenido del
relato, no sólo llama la atención el realismo y la gran sobriedad de las
narraciones evangélicas en comparación con la fantasía de gran parte de las
helenísticas, sino también la presencia de elementos propios, características
del mundo judío o motivos específicamente cristianos, es decir, datos no
procedentes del ambiente literario y religioso pagano. Así, en buena parte de ellos, se reclama explícitamente la fe en Jesús
para que se realice la acción milagrosa.
De
igual modo, con frecuencia el mismo Jesús indica a Dios Padre como origen del
don del milagro y, por tanto, a Él hay que alabar y agradecer el beneficio
recibido.
Por lo demás, el contexto de
polémica con la autoridad judía a causa de que Jesús realiza milagros también
en sábado es un rasgo propio de relatos evangélicos. Por añadidura, el fuerte
colorido arameo de numerosos relatos de milagros delata una primera narración
fijada en arameo. Quien niegue la historicidad de los milagros de Jesús deberá
dar una interpretación razonable de la existencia de estas narraciones con sus
peculiaridades y características propias del mundo helenístico, y sobre todo
tendrá que afrontar la enorme dificultad de explicar el origen de los dichos de
Jesús recogidos en los evangelios que aluden a exorcismos y curaciones milagrosas.
Estamos bañados, sobre todo desde hace
siglos, en una atmosfera de racionalismo; respiramos el determinismo y el
cientifismo en el aire de nuestras escuelas; para muchos hombres modernos, el
“progreso” ha consistido en eliminar lo sobrenatural so pretexto de vencer la
superstición.
Significado
de los milagros.
Los relatos evangélicos
presentan los milagros como signos del reino de Dios que Jesús predica, son
acciones que hacen presentes los bienes prometidos por dios a los hombres.
Tienen pues, una carga simbólica que los asemeja a las acciones simbólicas de
los profetas del Antiguo Testamento.
Pues al igual que las
acciones simbólicas del antiguo Testamento estaban al servicio de sus
predicaciones y advertencias proféticas, los
milagros de Jesús aparecen en los evangelios como acciones simbólicas al
servicio de su anuncio del reino de Dios. Jesús atribuye sus exorcismos y
curaciones milagrosas al poder de Dios; es decir, es Dios mismo quien actúa a
través suyo. Ye estas obras milagrosas, realizadas en beneficio de los hombres más necesitados, son el signo de que el reino
de Dios anuncia que anuncia en su predicación ha llegado ya.
José Carliños, escribes cosas muy largas!!! Un abrazo
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