Uno de los argumentos que esgrimen los que defienden la
anulación del derecho a vivir a los embriones humanos, es que hasta
que no se implantan en el útero no son personas. Según ellos, el útero materno
confiere cualidades humanas al embrión (¿no humano?)
Es un argumento absurdo pero con una carga “política” muy
fuerte. Queda políticamente adecuado porque en apariencia confiere a la mujer
una dignidad especial. Pero a la mujer no le corresponde tal dignidad ni la
necesita.
El útero aporta nutrientes y un medio adecuado para el
desarrollo del ser humano desde que se implanta hasta que nace. Incluso aunque
no se ha demostrado, podrá aportar otros factores, por ejemplo de tipo
afectivo, que quizás no puedan suministrarse con un futuro útero artificial.
Pero en ningún caso confiere el embrión ningún rasgo humano que no tenga por sí
mismo.
Existe al menos un caso de un niño gestado en el peritoneo de un hombre. El peritoneo es lo que aporta
nutrientes a los intestinos. Y es capaz de proporcionar la nutrición y el
entorno necesario para que el embrión humano se desarrolle.
Por tanto, hay al menos evidencia científica de que el útero
materno no proporciona al embrión ningún rasgo que lo convierta en humano.
El embrión humano es un ser humano. Es un ser porque existe.
Y es de la especie humana porque su código genético es el del individuo humano
y no porcino ni de ninguna otra especie, y es persona, según define el
diccionario. Porque es un individuo de la especie humana, y lo es desde un
punto de vista biológico.
Es cierto también que el ser humano, en sus primeros días,
puede desdoblarse para formar dos seres humanos. Nadie puede entender que esto
sea argumento válido para matar, o ¿quizás los hermanos gemelos no tienen
derecho a vivir? También son personas.
Asesinar es matar a alguien de forma intencionada. Podemos
reescribir el diccionario, pero cambiar las palabras no hace que cambien los
hechos.
No hace falta ser catedrático de embriología para saber que
el desarrollo del ser humano es un continuum desde que se produce el cambio
cualitativo con la formación del nuevo individuo en la concepción, comienzo de
su ciclo vital. Desde ese momento, ese individuo se alimenta y respira para
desarrollarse y cambiar progresivamente su aspecto, expresando los genes que lleva.
Esto será así en todas las etapas de su ciclo vital: embrión, feto, neonato,
lactante, niño, adolescente, joven, adulto, anciano. Les damos distintos
nombres porque los seres humanos necesitamos clasificar, analizar, diferencia,
incluso los procesos dinámicos continuos. A las tres semanas de vida
intrauterina ya tenemos un encéfalo diferenciado de la medula espinal. Por su
puesto, los órganos se van formando a lo largo de la vida intrauterina. Y
también en nuestra vida extrauterina. Nuestros órganos sexuales se van
desarrollando hasta la edad juvenil. Nuestro cerebro se va desarrollando hasta
la edad adulta. ¿Esto quiere decir que podemos “abortar” a alguien que no ha
llegado a la madurez sexual o mental? ¿Alguien piensa que esto es una
barbaridad? ¿Podría uno creer que en nombre de la ciencia y del progreso un
médico americano de origen irlandés, en pleno siglo XX, promulgaba, no solo la
castración eugenésica, sino también matar niños enfermos sin posibilidad de
curación hasta los cinco años de edad para que no fueran una carga para sus
padres y para la sociedad? ( Roser Foster Kennedy, 1942) ¿Quién y con qué criterio se autootorga la
autoridad para investir de cualidad y dignidad humana a un niño cuando ya ha
nacido y para quitársela al niño que ha cumplido cuatro meses de vida
intrauterina?
El no nacido es una persona, pues no existe ninguna otra
forma de ser humano que el ser personal. Sin embargo, los ordenamientos
jurídicos algunas veces establecen ficciones sobre quien es persona y quien no,
pero estas ficciones no alteran la realidad de las cosas.
Los países, como las personas pueden ser adelantados y
progresistas en unas cosas, y atrasados y reaccionarios en otras. Atenas en el
siglo V antes de Cristo era el país más avanzado en arte, filosofía, literatura,
pero todas estas conquistas convivían con la esclavitud.
¿Qué sentido tiene hablar de la dignidad del hombre, de sus
derechos fundamentales, si no se protege a un inocente, o se llega a facilitar
los medios y servicios públicos o privados, para destruir vidas humanas
indefensas? Un gobierno que legitima en masa la muerte de inocentes, pierde su
legitimidad de ejercicio inequívocamente porque uno de sus máximos deberes es
defender la vida y no favorecer la muerte y la destrucción.
Quizás se deba empezar por dejar de desinformar a las
madres, dejar de decirles mentiras. Que sepan que, cuando abortan, matan a un
ser humano, que es su propio hijo y darles todo su apoyo psicológico, social y
económico que necesiten. Eso es cristianismo y eso es Reino de Dios; servicio y
apoyo al débil. Cuando dos vidas entran en conflicto el cristiano debe apoyar
al débil. Y en este caso, está claro cuál es: el que muere. La mujer no tiene
derecho, y mucho menos sagrado, de matar a nadie, y mucho menos a su propio
hijo.
Un aborto tampoco elimina una violación ni un incesto. Lo
mejor que pueden hacer los familiares, amigos y personas cercanas a una mujer
que ha sufrido estas terribles experiencias es rodearle de todo su cariño y del
apoyo más incondicional. Y si el deseo de la madre es abortar, convencerle y
ayudarle a dar en adopción al niño o niña que es inocente, pero
desgraciadamente, en la mayoría de los casos los familiares de la mujer
embarazada reaccionan mal y la empujan a tomar la decisión de abortar.
Estudios serios y bien documentados (ver por ejemplo, David
C. Reardon) sostienen que los embarazos resultado de violación son muy raros.
A la iglesia y a los creyentes nos toca estar con la madre y
el hijo. A favor de los dos. Y nunca en contra del más pequeño. Eso es anticristiano
y antihumano.
José Carlos Enríquez Díaz
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