El pánico puede asaltarnos cuando nos enfrentamos con problemas y
creemos que no tenemos capacidad para
resolverlos. El
pánico significa correr desorientado, no tener confianza alguna en las propias
reacciones en una situación determinada; ser impredecible, no merecer confianza
a los propios ojos.
Podemos
enfrentarnos, por ejemplo, con el problema de tener que cambiar por primera vez
en nuestra vida una rueda del coche pinchada, de noche, en un lugar desierto.
Nuestra reacción inicial podría ser el pánico. Quizá nos limite a llorar o
salir del coche y comencemos a dar vueltas, primero en una dirección y luego en
otra. Podemos ponernos histéricos, gritar obscenidades a la oscuridad, contra
el neumático o contra el clavo de la carretera. Gastando así mucha energía,
pero la gastamos toda en cólera, frustración, confusión y conflicto, y no
dedicar ni un ápice de ella a resolver el problema.
Control significa ser el amo de su
propio destino, ser la única persona que decide cómo va a vivir, a reaccionar y
a sentir prácticamente en todas las situaciones que la vida le presenta. El control es un nivel que todos
podemos disfrutar mucho más tiempo del que nos imaginamos. Los problemas son la sal de la vida. Deberíamos darles la bienvenida
con los brazos abiertos. Pedro escribe que el dominio propio (la templanza)
debe ser evidente en la vida de alguien que pone toda diligencia
para agregar virtud a su fe y crecer en amor. (2 Pedro 1:5-7). El
sufrimiento forma parte de la manifestación plena de Dios. Él no se limita a
mirar desde fuera el sufrimiento de los hombres, sino que está en el
sufrimiento. Mejor dicho, Dios “es
sufrimiento”, al servicio de la vida.
Dios “es” el viviente en nuestro camino de dolor. En Él vivimos, nos movemos y
somos como dice Pablo en Hch 17, 28. Dios no está fuera para arreglarnos
algunas chapuzas mal hechas, ni para tapar agujeros…
Pero ese sufrimiento que es para la
vida, para la acogida mutua, para la maduración, para la gratuidad, para la
esperanza…
Derrochar el
presente vagando por el pasado, lamentando las oportunidades perdidas o
rememorando "los buenos tiempos", lamentándose de que "todo ha
cambiado", o deseando poder revivir nuestra vida anterior, no hará más que
"asesinar" nuestro presente. Quiero insistir en que "abandonar el pasado" no
significa eliminar su recuerdo, o que deba olvidar usted lo que ha aprendido y
que pueda hacerle más feliz y eficaz en el presente.
Por ejemplo,
si acaba de morir una persona a quien
amábamos, es natural que nos sintamos
afligidos durante un tiempo. Pero
por muy dolorosa que pueda ser la pérdida, el mundo nos recuerda a la
diferencia inconmensurable existente entre vida y muerte, y ése es un mensaje
que no puede ignorar. Estamos obligados en este momento a soportar el
dolor; no sentirlo sería inhumano, no expresarlo sería psicológicamente
catastrófico para usted.
Pero si nos aferramos indefinidamente
a ese dolor, si no permitiésemos nunca que
se disipase y no siguiese viviendo en el ahora, estaríamos condenándonos a
vivir eternamente en el pasado, reacción compulsivamente negativa. El dolor no puede hacernos recuperar
a la persona amada; únicamente puede purgar nuestra aflicción por la pérdida de esa
persona, y, como mucho, conducirnos a una entrega aún más decidida a la vida.
Dios nos
fortalece para perseverar y vencer. Por eso debemos decir: "me extiendo
hacia la meta, prosigo hacia adelante, olvido lo que queda atrás y persevero"...
Filipenses 3: 13,14. Job
es la mejor lectura para un tiempo como este, cuando parecen caer todas
las certezas.
Hay un
temor que es respeto, es principio de aprendizaje y cambio en el camino.
Éste es
el mensaje de fondo de Job… Éste es el
centro del mensaje de Jesús, cuando nos dice “bienaventurados los que sufren”,
es decir, los que aceptan y asumen el sufrimiento para madurar y
agradecer.
¿Has
conocido alguna vez la depresión? ¿Alguna vez has estado tan preocupado y perplejo
que has pasado noches sin dormir? ¿Tuviste tiempos cuando estabas tan bajo y
molesto que nadie te podía consolar? ¿Has estado tan bajo que tuviste deseos de
morirte, sintiendo que tu vida era un fracaso total?
No me estoy
refiriendo a alguna condición física. No me estoy refiriendo a personas que
tienen algún desequilibrio químico o enfermedad mental. Estoy hablando de
cristianos que de vez en cuando luchan contra una depresión que los azota de la
nada. Su condición a menudo no viene de una sola fuente, sino de muchas. A
veces son abatidos de todos lados, hasta que están tan abrumados que no pueden
ver más allá de su desesperación.
La noche
previa a Su crucifixión, Jesús prometió a Sus apóstoles, y a quienes hemos
creído en Él por medio del testimonio de ellos según Juan 17:20, que iría a prepararnos un hogar eterno. También prometió
volver para resucitarnos y darnos un
cuerpo glorioso e incorruptible, en el cual viviremos con Él en el cielo y le
serviremos.
“El cielo es
un lugar de inexplicable belleza. Se le llama un lugar de “muchas mansiones”,
“un edificio de Dios, una casa no hecha con manos”, “una ciudad”, “un mejor país”, “una herencia”, “gloria”. Nuestro Dios es un Dios de belleza. Este mundo debe haber sido muy bello cuando
acababa de salir de las manos de Dios. Aunque el pecado ha venido y traído el
caos y la angustia de la muerte a todas las cosas, aún permanece alguna
evidencia de su gloria original. Pero la Nueva Jerusalén nunca conocerá el
pecado y sus frutos. Será perfecta en forma y esplendor. A Juan se le concedió
echar un vistazo de ella un día desde la isla solitaria de Patmos, y él trató
de describir lo que vio. Pero ningunas palabras humanas podrían detallar la
magnificencia que él contempló.”
Dios sin
duda tiene infinitas sorpresas reservadas para nosotros. Pablo dice: “Antes
bien, como está escrito: “Cosas que ojo
no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado
para los que lo aman.” Pero Dios nos las reveló a nosotros por el
Espíritu.” I Cor. 2:9.
Algunas
personas hacen la pregunta: “¿Nos conoceremos unos a otros en el cielo? Si no
pudiéramos reconocernos unos a otros en el cielo, como podría Pablo decir a los
tesalonicenses: “… seremos
arrebatados juntamente con ellos
(nuestros seres queridos que ya han partido)… “Por tanto, alentaos los unos a
los otros con estas palabras.”