Son
numerosas las personas que cuando se les pregunta por sus creencias religiosas
te responden:” hombre, haber… ¡algo hay!” Al menos yo me he encontrado con unas
cuantas que me han respondido así. ¿Pero
en qué Dios creemos los cristianos? ¿En un “dios difuso’”, un
“dios-spray”, que está en todas partes, pero que no se sabe qué es? Dios es
“una Persona”, una persona concreta, es un Padre, y por tanto la fe en Él nace
de un encuentro vivo, del que se hace una experiencia tangible.
En el
Antiguo Testamento, la afirmación “Dios
es el viviente” significa que es el que da vida a todos los seres, que es
poderoso y victorioso y está presente con su acción al lado de sus hijos, de
modo que por eso podemos poner en Él toda nuestra confianza, por lo tanto,
también la interpretación de Dios como persona es sólida porque,
independientemente de los supuestos filosóficos, se apoya directamente en la fe. La Biblia al
expresarse en un lenguaje simbólico, presenta en muchísimas páginas la relación
entre el hombre y Dios en términos de
yo-Tú.
Además, los cristianos nos dirigimos
a Dios en la oración como a un Tú poderoso y misericordioso, al que podemos
abandonarnos con entera confianza.
“En cambio,
los hijos de Israel fueron por en medio del mar, en seco, y las aguas eran como
un muro a su derecha y a su izquierda. Al soplo de tu aliento se amontonaron
las aguas, se juntaron las corrientes como en un montón, los abismos se
cuajaron en medio del mar.” (Éxodo 14:29; 15:8). ¡Qué terrible testimonio tuvo
Israel! Dios liberó a su pueblo escogido al levantar como muros las aguas del
Mar Rojo por ambos lados. Los Israelitas atravesaron sin peligro, pero, el
poderoso ejército egipcio fue destruido cuando las olas regresaron abajo
estrepitosamente.
Sin embargo, vemos a estos israelitas
tres días más tarde, murmurando contra el Señor que los había liberado. Cuando en el desierto “no encontraron
agua” murmuraron: “Qué vamos a beber.” Un mero setenta y dos horas después del
gran milagro, estuvieron cuestionando la misma presencia de Dios entre ellos.
El salmista
escribe: “Nuestros padres, en Egipto, no entendieron tus maravillas; no se
acordaron de la muchedumbre de tus misericordias, sino que se rebelaron junto
al mar, el Mar Rojo” (Salmo 106:7).
Cuestionaron a Dios en el mismo sitio de su liberación, el Mar Rojo. Habían
sido testigos de uno de los más asombrosos milagros en toda la historia. Habían
cantado alabanzas a Dios. No obstante, tres días más tarde, cuando fue probada
su fe, clamaron: “¿Dónde está nuestro Dios? ¿Está él con nosotros o no?”
La Biblia
deja en claro que todas estas pruebas fueron arregladas por Dios. Él fue quien
permitió a los israelitas tener hambre y sed. Y él los introdujo en una
horrenda prueba para un propósito específico: para prepararlos para que
confiaran en su Palabra. ¿Por qué? Él estaba a punto de conducirlos a una
tierra donde necesitarían absoluta confianza en sus promesas.
El hecho es que toda fe verdadera, es
nacida en aflicción. Ciertamente, así es como crece la fe: de prueba a prueba,
hasta que el Señor tiene un pueblo cuyo testimonio es, “Nuestro Dios es fiel.” Los discípulos descubren que los
planes antiguos de la historia, los abismos del temor y de la muerte terminan,
y que ellos han de renacer de nuevo. De un modo o de otros, por diversos
caminos, los discípulos fugitivos del Cristo asesinado han descubierto al
auténtico Cristo: el hombre vivo y verdadero, el mesías de la historia.
“Y te
acordarás de todo el camino por donde te ha traído El Señor tu Dios estos
cuarenta años en el desierto...te afligió, y te hizo tener hambre, y te
sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido,
para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, más de todo lo que sale
de la boca del Señor vivirá el hombre” (Deuteronomio 8:2-3).
Me repito a mí mismo estas palabras,
a lo largo de mi día: “Yo vivo de cada palabra que sale de la boca de Dios”.
Si la Palabra de Dios no es
confiable, si la Biblia no es la Palabra misma inspirada por Dios, entonces
vivir sería en vano. No habría esperanza sobre la faz de esta tierra.
Dios se ha
hecho el encontradizo con los hombres en la persona de Jesucristo, pero la
experiencia de Cristo consiste en reconocer en Él su vida, sus palabras, sus
actitudes y comportamientos con los demás, la donación de Dios sin límites
hacia nosotros. Por nuestra parte la
entrega ha de ser absoluta a ese amor, con todo el corazón, aquel que sólo Dios
merece, sabiendo que es Él el que realmente se entrega absolutamente y nunca defrauda. La conversión interior,
el cambio de corazón que supone esta experiencia con Cristo es la que puede dar
lugar a actitudes como: “Señor qué
quieres que haga” (Hch 22,10) o “yo
sé de quién me he fiado” (2 T. 1,12).
Pero también es cierto que muchas veces la Iglesia, nuestra Iglesia, constituye un grave obstáculo y un escándalo
doloroso para muchos cristianos comprometidos, callando cuando debería hablar y
hablando cuando debería callar, también cuando dice y no hace… Tampoco faltan
en la Iglesia los “fariseos y saduceos” de turno, que bajo engaño de
motivaciones religiosas la utilizan para sus intereses sirviéndose y abusando
de ella.
Los
Evangelios contienen muchos relatos de ocasiones en que Jesús comía con otros. Él se aprovechó de estas ocasiones
informales de compañerismo para compartir verdades espirituales profundas sobre
el Reino de Dios. Todos necesitamos momentos
de unión y fraternidad para suplir las necesidades individuales, para
conocernos mejor e ir creando lazos afectivos entre los hermanos.
El Papa
Francisco advierte contra el riesgo de
una fe "virtual", sin comunidad y sin contacto humano real, vivida
sólo a través de transmisiones en directo que "viralizan" los
sacramentos.
La cuestión
consiste en saber si las comunidades
cristianas son hoy “madres y maestras de paz cristiana” La fe debe ser transmitida: no para convencer, sino para ofrecer un
tesoro. “Queridos hermanos, «revestíos todos de humildad en vuestras mutuas
relaciones, porque Dios resiste a los soberbios, más da su gracia a los
humildes»” (1P 5,5). Cuántas veces en la Iglesia, en la
historia, ha habido movimientos, grupos, de hombres o mujeres que querían
convencer de la fe, convertir... Verdaderos “proselitistas”. ¿Y cómo acabaron?
En la corrupción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario