Ha llegado a mis manos el esperado libro de Xabier Pikaza. ¡Es un libro excelente! En su libro sobre Jesús hace una meditación muy personal de la vida y enseñanzas de Cristo, en la que critica la "crueldad" de la explotación capitalista del pobre, la dignidad de la mujer, nos hace ver que la verdadera sabiduría de Dios no está en los libros. Cuando uno se enfrenta a un libro excelente, en seguida se percata de ello. Y éste, lo es... En el libro del Xabier Pikaza, no hay esnobismo, ni falsa erudición. En estas páginas, brillan en cambio, la sencillez, la pulcritud y la profundidad.
Xabier Pikaza posee el carisma de la luz, la gracia del consuelo, el don de la palabra hablada y escrita. Es un maestro espiritual para este siglo XXI.
– Doctor en Teología por la Univ. Pontificia de Salamanca (1965), con una tesis sobre Dialéctica del Amor en Ricardo de San Víctor
Xabier Pikaza uno de los mejores teólogos de este país. Después de toda una vida hablando de Jesús y del Evangelio.
Nació el 12 del VI de 1941 en Orozko, Euskadi.
– Ha cursado estudios en la Universidad Pontificia de Salamanca (Doctor en Teología), en la Universidad de Santo Tomas (doctor en Filosofía) y en Instituto Bíblico (Roma); ha ampliado estudios en las universidades de Hamburg y Bonn (Alemania).
– Ha sido religioso de la Orden de la Merced y presbítero de la Iglesia católica, siendo catedrático de la Universidad del Episcopado Español. Ha debido abandonar la enseñanza oficial y ha renunciado a la vida religiosa. Actualmente está casado con M. Isabel Pérez Chaves.
– Doctor en Filosofía por la Univ. de Santo Tomás de Roma (1972), con una tesis sobre Exégesis y filosofía en R. Bultmann
– Licenciado y candidato a doctor en Sagrada Escritura por el Instituto Bíblico de Roma (1972)
Es importante que en este mundo trivializado y gris, sin utopías ni ilusiones encontrar a personas como Xabier Pikaza, que por su modo de ser, comuniquen luz y ánimo para que podamos ser humanos y cristianos. A estas personas hay que buscarlas como se busca una perla preciosa y el agradecer a Dios el haberlas encontrado. Teólogos como Pikaza, Meier, Joachim Jeremías, Bonhoefer… son este tipo de personas y teólogos que no siendo en “todo perfectos “se muestran humanos y comunican dignidad, esperanza, amor y sentido de la vida.
Sí, Jesucristo es la única persona que puede decir siempre y en todo momento, en presente sin apelar a un pasado para nosotros inexistente o a un futuro desconocido: Yo Soy. Jesucristo, por ser Dios, es Amor, y por eso no es un Fue cansado ni un Será dubitativo, sino un Es amante, que no se agota amando, pues el amor perfecto, divino, a diferencia del humano, no tiene fin. He aquí la esencia misma del Amor de Dios. Amar sin poder, sin querer dejar de amar.
Lo importante para nosotros no es lo que quiere la Iglesia, sino saber lo que quiere Jesús. No por un interés personal, sino pensando en todos los hombres y mujeres para el que el mensaje de la Iglesia institucional se ha vuelto extraño. ¡Cuántas leyes impuras y duras, cuantas esperanzas y consuelos falsos turban todavía en nuestros días la palabra límpida de Jesús y dificultan la verdadera conversión de muchas personas!. Cuando las Sagradas Escrituras nos hablan del seguimiento de Cristo predican la liberación de los hombres y de las mujeres con respecto a todos los preceptos humanos, con respecto a todo lo que nos oprime y nos agobia y a todo lo que oprime y atormenta las conciencias. Todavía hoy en día es muy difícil caminar por el estrecho sendero de las decisiones eclesiásticas manteniéndonos en la inmensidad del amor de Jesús para con todos los hombres.
He aquí un creyente, un teólogo más, que necesita salir “del marco institucional” de la Iglesia para ser fiel al espíritu de la Vida. Es muy fuerte para el que debe hacerlo, y es muy fuerte para la institución eclesial que un maestro espiritual como Xabier Pikaza deba abandonarla para poder seguir siéndolo. Amigo Xabier, también lo hizo Jesús de Nazaret: fiel al corazón de la Vida y dispuesto a lo que viniera, rompió con su familia, con su profesión y su digno salario de carpintero, con sus relaciones sociales, y también en el fondo –lo más duro de todo- con el sistema religioso del Templo y de la Ley.
Les dejo ahora con un artículo extractado de su libro publicado en la editorial Verbo Divino para que puedan disfrutar de su lectura:
Una tabla de Milagros
No todos resultan igualmente fiables en sentido historicista. Pero en conjunto ellos despliegan la figura de un Jesús sanador, que fue capaz de animar/curar a muchos enfermos, para iniciar el movimiento del Reino. Los evangelios no especulan sobre el sentido físico (científico) de esas curaciones, sino que las presentan como expresión del testimonio mesiánico de Jesús, portador del Reino, que no ha podido resignarse con la esclavitud que imponen las enfermedades y dolores, ni se ha limitado a enseñarnos a sufrir (como Buda), sino que ha proclamado su Palabra sanadora (creadora). Había buscado a Dios con Juan Bautista (en el huracán, terremoto, fuego), pero le halló en la Palabra de Dios que le llamaba Hijo y le hacía portador de su Espíritu.
Juan se situaba en la línea de Elías juez, profeta del agua y del fuego, portador de la ira de Dios en el Carmelo (cf. 1 Rey 18), de manera que los cristianos dirán que él fue de verdad Elías, no sólo por su forma de vestir (Mc 1, 6 cf. 2 Rey 1, 8), sino por su manera de anunciar el juicio, añadiendo que él (Juan/Elías) había precedido a Jesús, preparando su camino (cf. Mc 9, 13; cf. Mc 1, 7-8 par y Lc 1, 76). Jesús, en cambio, recuerda más al Elías sanador, a quien vemos no sólo en la resurrección del hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11-16), cerca de Sunem (donde Eliseo había resucitado al hijo de la viuda; cf. 2 Rey 4, 18-37), sino en el texto programático de Lc 4, 24-28, donde Jesús compara sus milagros con los de Elías/Eliseo, encendiendo así una esperanza de Reino o de nueva humanidad, por sus curaciones.
Partiendo de ese fondo (y de su relación con Elías sanador), he trazado una extensa tabla de milagros de Jesús, para que los lectores los dividan y valoren, comparando a Jesús con otros taumaturgos, o con las tradiciones de los santuarios “dioses” (espíritus sanadores), como el de Esculapio en Grecia. Es una tabla que vale como referencia, para un estudio más concreto del tema, siguiendo el texto y tradición de cada uno de los evangelio:
Decid a Juan lo que habéis visto y oído: Un programa de milagros
Desde esa tabla podemos interpretar los milagros como argumento y verdad del mensaje de Jesús, centrado en las bienaventuranzas, como indica su respuesta a los mensajeros de Juan encarcelado, que le pregunta «si él es quien ha de venir o esperamos a otro». Jesús no responde evocando algún dogma (filiación divina, Trinidad), sino citando sus milagros, que aparecen como raíz de su mensaje:
Id y anunciadle a Juan lo que habéis oído y habéis visto:
(1) Los ciegos ven y los cojos andan y los leprosos quedan limpios y los sordos oyen
(2) y los muertos resucitan y los pobres son evangelizados
(3) y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí (Mt 11, 4-6; Lc 7, 22-23).
Estas palabras recogen la experiencia de Jesús y su manera de entender el Reino, tal como se expresa por sus curaciones (salud de hombres y mujeres), a las que se añade la experiencia de la resurrección y el anuncio del evangelio a los pobres, entendido como principio de transformación humana, frente al mensaje penitencial del Bautista, en un contexto abierto al escándalo (es decir, al rechazo de aquellos que no quieren ese Reino). Estas palabras, que parecen propias del Jesús histórico, ofrecen una interpretación de su proyecto y su mensaje. Juan ha preguntado a través de sus discípulos. Jesús le responde evocando sus curaciones, pues ellas definen su proyecto.
Las curaciones de Jesús sólo se entienden en contexto de apertura al Reino, como anticipo y señal de su venida. Así reciben su pleno sentido las palabras centrales («A los pobres se les anuncia la buena noticia»), añadiendo que serán los mismos pobres los que han de anuncia el Reino a los ricos (cf. caps. 16, 21). Los pobres no son destinatarios pasivos de la palabra y curación del Reino, sino que ellos pueden y deben volverse actores básicos del gran “milagro” del Reino, tal como aparece en el programa misionero que Jesús les confía (Mc 6, 6-13 y Lc 10, 1-8):
Comenzó a enviarlos de dos en dos... dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos y les ordenó que no llevaran nada para el camino, sino sólo un bastón; ni pan, alforja o dinero; sino sandalias y una túnica. Y les dijo: Dondequiera que entréis en una casa, quedaos allí hasta que salgáis del lugar. Expulsad demonios, curad los enfermos... y decid: se acerca el Reino. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias... En la casa donde entréis, decid... Paz a esta casa... ((Mc 6, 7-11). Lc 10, 1-8).
Esos itinerantes pobres (no llevan dinero, ropa de repuesto, ni comida) anuncian el reino a los “más ricos” (a los que tienen casa), y Jesús les concede autoridad para curarle De esa forma se vinculan pobreza (renuncia por el Reino) y mensaje de Jesús, que se expresa de manera radical por los milagros, de manera que aquellos que parecen tener menos (pobres) son los que más pueden, curando a los ricos. En esa línea, los milagros son gestos de transformación humana, iniciados por Jesús, pero asumidos y recreados por sus discípulos pobres, que no sólo reciben el evangelio (buena nueva de Jesús), sino que lo expanden, siendo sanadores de los ricos. Desde ese fondo quiero volver al texto central de Mt 11, 4-6,
Milagros de la naturaleza.
He tratado de ellos al trazar la tabla de milagros, pero quiero evocarlos de nuevo, porque ellos siguen siendo especialmente discutidos. Estos milagros tienen un carácter simbólico y no pueden entenderse en clave material, sino como expresión y signo de la salvación de Jesús, que se expresa en el conjunto de la vida humana. Quien los mire sólo en sentido “científico” (como si pudieran probarse por ciencia) no podrá entenderlos, porque el auténtico milagro es la Palabra creadora de Dios, que se revela a los hombres, de manera que ellos puedan vivir en comunión, sanados, sobre un mundo que parece adverso, pero que no podrá vencerles.
La verdad de estos milagros no reside en algo externo (en algún tipo de cambio físico), sino en un cambio profundo de la vida, en la forma de situarse ante la realidad y comprenderla. Lo que estos “milagro” piden (y ofrecen) a los hombres es que ellos puedan hacerse transparente a la Palabra, en comunión con Dios. Por eso estos milagros no se pueden programar ni demostrar, ni hacerse objeto de compraventa o mercado de favores religiosos.
Allí donde empieza el mercado y se programan los prodigios cesa el milagro originario es la Vida, que nace de la Palabra de Dios, en comunicación, gratuidad, esperanza de Reino: Ofrecer a los hombres la Palabra, compartiéndola con ellos, para que así puedan curarse. Algunos han llamado a Jesús “mago” (sanador), pero lo es al servicio de la curación (de comunicación y libertad humana), en línea de gratuidad, oponiéndose a toda magia que al fin esclaviza a los hombres.
Muchos prefieren vivir esclavizados. Quizá se refugian en su enfermedad, tienen miedo de sí mismos, les cuesta asumir su tarea, enfrentarse a los problemas de la realidad. Pues bien, en contra de eso, Jesús quiere que ellos asuman y acepten lo que son, en libertad, de una manera responsable. No les “cura” para resolver desde fuera sus problemas, sino para que vivan en humanidad, compartiendo la Palabra, como testigos del Reino de Dios. No les cura para que abandonen su responsabilidad, renunciando así a la vida, sino para que sean responsables, de una forma creadora, intensa. Jesús no ponía sus curaciones al servicio del sistema (como podían hacer algunos sanadores, o podía hacerse en Epidauro o en otros santuarios famosos de su tiempo), sino que curaba ofreciendo a los curados, y a todos sus oyentes una palabra y camino de libertad en amor.
Sobre la familia Xabier tambien sigue haciendo una buena reflexión:
En el centro de la crisis, destrucción y creación de familia
Jesús promovió un movimiento de trasformación, aunque no en clave de guerra (matando enemigos), sino de enriquecimiento y comunión personal, partiendo de los itinerantes pobres, capaces de curar a los propietarios (esto es, a los miembros de la sociedad establecida). De esa forma quiso crear Familia de Reino, a modo de nuevo pacto asimétrico, desde los más pequeños (itinerantes), a quienes transmitió el encargo de anunciar el Reino de Dios y de iniciar su construcción, ofreciendo felicidad y salud a los propietarios, es decir, a los más ricos.
Para eso llamó a unos compañeros, itinerantes como él (cf. cap. 14, 16), que dejaron casa y familia para seguirle, anunciando y promoviendo con su palabra y ejemplo la llegada del Reino. No les mandó a visitar las mansiones de gobernadores y grandes propietarios de Galilea, ni a llevar al templo la noticia de la llegada del Reino, ni quiso que fueran a las ciudades ricas, que eran signo de una estructura de poder que estaba imponiéndose a partir de Roma, sino a los pueblos más pequeños y a las casas de los campesinos, buscando a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (cf. Mt 10, 6), promoviendo la reconstrucción social de las doce tribus[i].
1. Desorden social, crisis de familia. El Imperio (Roma) se organizaba en línea descendente, partiendo de los niveles superiores, según el modelo de una buena familia, donde los altos (patronos) favorecían a los bajos (clientes), y los clientes sostenían a los altos, que así mantenían su poder, dentro de la gran pirámide sagrada. En el último escalón, como agazapados, se encontraban en fin los prescindibles, que no servían para nada ni como clientes o artesanos (cf. cap. 3). Pues bien, en contra de ese modelo, Jesús ha querido suscitar una familia no patriarcal (piramidal), en la que todos puedan dialogar, y donde los protagonistas sean los más pobres (los antes prescindibles), pues sólo ellos pueden enriquecer de verdad (esto es, curar) a los ricos. No ha querido reformar una familia tradicional, fundada en modelos de posesión, desde el orden establecido, sino crear un movimiento donde quepan todos, desde los más pobres:
[i] No anunció una simple trasformación para el futuro, ni inició un reino espiritual (intimista), sino que puso en marcha un movimiento de construcción del Reino de Dios, en su misma tierra, empezando por los rechazados, sin propiedades, ni fortuna, ni familia patriarcal.
Reino de Dios, otra familia. Oponiéndose a un sistema de familia dominante (de poder), Jesús ha buscado espacios de comunión (encuentro) que respondan a la voluntad de Dios y al Hombre nuevo (hijo de hombre). No ha permanecido al otro lado del río, como Juan, en tensa espera, hasta que llegue el juicio, sino que ha iniciado un movimiento social desde los pobres, en Galilea, porque está llegando el Reino, como muestran sus críticas contra una familia de poder, que reproduce la estructura jerárquica del Templo y el Imperio (con propietarios religiosos y sociales).
Augusto había querido reimplantar en Roma unos modelos de familia jerárquica/unitaria, para impulsar la cohesión imperial. Su Lex Iulia de Maritandis Ordinibus (año l8 aC y 9 dC), quiso fortalecer el orden imperial, promocionando una familia jerárquica, con hijos que pudieran dirigir y mantener el sistema romano. También los fariseos quisieron recrear el judaísmo nacional, fortaleciendo las familias tradicionales. Pues bien, Jesús sabía que esos modelos resultaban contrarios a los pobres, pues sólo superando el modelo de familia-imperio (Roma) o de familia-ley (fariseísmo) se podía crear una familia de Reino universal, desde los pobres.
Cada sociedad suscita una familia que responde a su estructura (y cada familia una sociedad que le corresponde). El proyecto de Jesús suscita relaciones gratuitas y abiertas, desde un amor íntimo (cercano) y universal (de novio-novia: cf. Mc 2, 19), donde caben de modo especial los excluidos de la sociedad (cf. Mt 25, 31-46) [i].
[i] Ésta es su paradoja: Por un lado ha rechazado la figura del padre, propia la familia patriarcal, que desemboca en un tipo imposición social; por otrolado ha llamado a Dios Abba, Padre, aplicándole un símbolo familiar de tipo universal.
Volver a las raíz: Modo de ser, modo de amar
Jesús ha comenzado a instaurar el Reino, que no es un orden patriarcal de gentes honorables, sino fraternidad abierta desde los enfermos, impuros y expulsados. No ha creado una familia patronal (judía, helenista o romana), presidida por un rico patriarca (¡con aureola religiosa!), sobre una casta de clientes inferiores, sino una comunidad abierta a todos. En esa línea, él se sitúa en la línea de la tradición de Israel, que afirma que ante Dios (en caso de conflicto) han de romperse y recrearse los lazos familiares, aunque siempre desde la perspectiva del padre, representante de Dios:
Si tu hermano, hijo de tu madre, tu hijo o tu hija, o la mujer que reposa en tu seno, o el amigo tuyo que es como tú mismo, te incita diciendo... ¡vamos y sirvamos a otros dioses!..., no accederás ni le escucharás, ni se apiadará de él tu vista, ni le compadecerás ni encubrirás, sino que le denunciarás sin falta; tu manos será la primera que descargue sobre él para hacerle morir (Dt 13, 7-11).
Así dice la Ley, y en esa línea avanza Filón, un judío del tiempo de Jesús, aunque tampoco él parece rechazar la supremacía del padre, pues eso supondría negar la identidad israelita. De todas formas, por causa de Dios, el judío debe romper las relaciones de consanguineidad (hermanos, primos) y el mismo matrimonio:
Porque sólo un lazo de parentesco debemos tener, un solo símbolo de amistad: el complacer a Dios, el decir y hacer todo movidos por la piedad. Los llamados lazos de parentesco por consanguinidad de nuestros antepasados, y aquellas vinculaciones resultantes de los matrimonios y de otras causas similares deben ser dejados de lado, a no ser que conduzcan firmemente a esa misma meta, es decir, a la honra de Dios, la cual es el indisoluble lazo de toda afección capaz de unir. Los que tal cosa hicieren lograrán a cambio un parentesco más augusto y santo (Spec. Leg 1, 317-318)[i].
Estos pasajes muestras que Dios está por encima de la familia (padres, hermanos, mujeres e hijos). En esa línea, en tiempo de Jesús había agrupaciones de contemplación y sacralidad (esenios, terapeutas…), que dejaban en un segundo plano otros aspectos de vinculación familiar (incluso los mismos padres) para servir mejor a Dios. Pero ellos sólo aceptaban en general a miembros puros, como harán los fariseos, creando así familias sacrales, de gran pureza. Por el contrario, Jesús y sus amigos abrirán su casa/familia a los carentes de familia y crearán comunión con aquellos que no tienen casa ni son familia honrosa (enfermos, leprosos…), rompiendo así la línea genealógica de los padres. Así lo muestra Marcos, cuando afirma que Jesús rechazó la pretensión de sus parientes, que quisieron re-introducirle en la familia tradicional, para afirmar que él quería (y tenía) una familia distinta de hermanos, hermanas y madres[ii].
¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de Él, en círculo, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque el que cumpla la voluntad de Dios, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mc 3, 31-35).
Posiblemente, esta declaración no proviene de Jesús, pero recoge un elemento esencial de su mensaje. Conforme a la visión tradicional, tienen razón los parientes (madre y hermanos), que quieren llevarle a “su” casa. Pero Jesús invoca un principio más alto (voluntad de Dios), que avala el surgimiento de una familia superior, sin padre, donde todos son madres, hermanos y hermanas (=cumpliendo la voluntad de Dios). Así lo ratifica el pasaje del ciento por uno (en hermanos-as y madres, sin padres: Mc 10, 23-31 par), que define el movimiento de Jesús, desde las bases del Reino.
La familia antigua se fundaba en la posesión de una riqueza (casa propia, campos), pero la lucha por esa riqueza había llevado a la ruptura y división entre hombres y mujeres, ricos y pobres, de forma que había muchos expulsados y oprimidos. Por eso, Jesús decidió establecer otro principio, que se expresaba en el desprendimiento (vende lo que tienes) y la gratuidad (dáselo a los pobres), como muestra la escena del rico que quiere heredar la vida eterna, el Reino (cf. Mc 10, 17-22). Ese rico no acepta la propuesta de Jesús, pero lo hacen (según la tradición cristiana) Pedro y otros discípulos, que le preguntan cuál será su ganancia. Jesús responde:
Os aseguro, todo el que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, tierras por mí y por el evangelio recibirá en este tiempo el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones, y en el siglo futuro la vida eterna (Mc 10, 29-30).
En su forma actual, este pasaje ha sido reformulado por la Iglesia posterior, que separa este tiempo y el siglo futuro, interpretando la salvación plena como vida eterna. Pero en su origen recoge una tradición más antigua: Para formar la familia del Reino (ya en este mundo), sus seguidores han de abandonar casa, hermanos, hermanas y madre, y también padres e hijos (por mí o el evangelio)[iii].
El texto no distingue entre familia justa o injusta, bienes legales e ilegales, suponiendo que quien busca el Reino con Jesús ha de abandonarlo todos. Sólo quien supera un tipo de posesión familiar o económica cerrada en sí, dando (=compartiendo) de un modo gratuito sus bienes con los pobres, podrá recibirlo, centuplicado, en el Reino. Frente al “tener” de quienes fundan la vida en posesiones (familia-casa propia) eleva aquí Jesús el ideal de una vida regalada, compartida. La sociedad clasista limita y divide casas y familias, creando enemigos (unos contra otros) y subordinados (unos sobre otros). El movimiento de Jesús vincula en gratuidad a todos (ricos y pobres), no para dejar a cada uno donde estaba, sino para abrir espacios donde todos puedan compartir riquezas (casas) y relaciones (hermanos-as y madre). Así la pérdida (dejar hermanos...) se vuelve ganancia, con el ciento por uno, sin padres patriarcalistas[iv].
3. Familia, comunión de pan y de palabra
Jesús ha superado una familia patriarcal no sólo porque está en crisis y excluye a los pobres, sino porque él puede ofrecer un principio más alto de Reino. En esa línea radicaliza la crisis:
No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada: he venido a enfrentar al hombre con su padre y a la hija con su madre y a la nuera con su suegra…Y los enemigos de un hombre serán los de su propia casa (Mt 10, 34-36; cf. Lc 12, 51-53; cf. Miq 7, 6).
Mateo sitúa este pasaje al final del discurso misionero, tras hablar de la confesión del Hijo de Hombre (Mt, 10, 32-33): La espada del Reino penetra en las viejas estructuras de familia, que son expresión de egoísmo, y supera las vinculaciones del poder impositivo, para crear relaciones universales de Reino (cf. Lc 14, 16-24; cf. Lc 2, 35; Mc 13, 8). Probablemente, la palabra inicial (¡no he venido a traer paz, sino espada!) proviene de un profeta posterior, que habla en nombre de Jesús, pero ella expresa su experiencia más profunda, que él expresa luego de forma personal:
Quien ame a su padre o madre más que a mí no es digno de mí, y quien ame a su hijo o hija más que a mí no es digno de mí; quien no tome su cruz y me sigue no es digno de mí (Mt 10, 37-38; Lc 14, 25-27).
Mateo ha formulado este pasaje en forma comparativa (quien ame más...), Lucas lo hará de un modo excluyente (quien no odie...). En los dos evangelistas, Jesús aparece como creador de familia de Reino. Su “yo” es el signo y centro de la nueva comunión, abierta a pobres y expulsados, de forma que amarle significa optar por su movimiento, rompiendo, si es preciso los más altos lazos familiares (padre, madre), si se oponen a la revelación del Reino. Esa ruptura es punto de partida de una recuperación intensa de fraternidad, que no es evasión intimista, en línea sentimental, sino expresión y consecuencia de una decisión que se funda en el Shema (Escucha Israel: ¡Amarás al Señor tu Dios…! Dt 6, 4-5), pues el amor a Dios se expresa en el amor al prójimo, por encima de unas relaciones familiares cerradas en sí mismas (cf. Mc 12, 28-34).
Aceptar a Jesús (Reino) exige romper un tipo de familia y crear otra abierta a los carentes de familia, desde la perspectiva del pan compartida y la comunión de la palabra (cf. Mt 4, 4; cap. 6). Ésta es la opción que exige el Reino, en este momento de gran cambio económico, social y familiar, en Galilea. Por eso, Jesús pide a los suyos una decisión de fondo, interior y exterior (como en el Shema: con todo el corazón, mente y fuerzas), no a su favor, como persona aislada, sino por su Reino, es decir, por todos los “hermanos, hermanas y madres” (cf. Mc 3, 31-35).
Este amor de familia no es una opción ideológica (un principio religioso general), sino un compromiso existencial y social, que exige la ruptura de fidelidades socio/religiosas fundadas en un “padre/patriarca”, propias del judaísmo anterior de Galilea (y de Jerusalén), en apertura a los pobres y excluidos de Israel, optando por la culminación mesiánica la alianza, que se expresa en el pan compartido, como supone la tradición de las multiplicaciones, reelaborada por la comunidad (cf. Mc 6, 30-44; 8, 1-10) Lógicamente, los defensores de sus privilegios responderán con violencia:
Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los sanedrines y os azotarán en sus sinagogas y os llevarán ante gobernadores y reyes (Mt 10, 17-18; cf. Mc 13, 9). El hermano entregará a muerte a su hermano, y el padre a su hijo. Se levantarán los hijos contra sus padres y los matarán. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre. Pero el que persevere hasta el fin, éste será salvo (Mt 10, 21-22; cf. Mc 13, 12-13; Lc 12, 11-12; 21. 12-19).
Posiblemente, esta palabra ha sido reformulada también por la Iglesia, quizá en Galilea, cuando los seguidores de Jesús iban siendo rechazados por otros grupos socio-religiosos, pero responde a su experiencia originaria: Para defender sus privilegios, el poder establecido apela a la violencia, mientras aquellos que construyen su nueva familia, con Jesús, desde el margen de la sociedad no pueden defenderse con violencia, quedando así a merced de los poderes establecidos. En ese contexto se vinculan hermanos y hermanas, padres e hijos, ya que todos pueden entregar (y entregarán) en un sentido a todos. Pues bien, en este contexto de violencia de aquellos que defienden sus privilegios, matando a sus contrarios, los portadores de la nueva familia de Reino, de Jesús, han de estar dispuestos a sufrir persecución de sus mismos familiares.
El orden antiguo se hallaba presidido por ancianos, representantes de la tradición, portadores de una memoria colectiva que se codifica en la historia del pueblo y expresa su continuidad como jerarquía: Autoridad del varón sobre la mujer, del padre sobre el hijo, del pasado (tradición) sobre el futuro. El movimiento de Jesús invierte ese esquema, fundando su nueva familia en la llamada del Reino, desde los excluidos, sin jerarquía de presbíteros y padres, ni exclusión de pobres, una familia centrada en el pan compartido (el pan nuestro de cada día), inseparable del perdón que unos ofrecen a otros y todos comparten (cf. Lc 11, 3). No es unidad ideológica impuesta (una superestructura de poder) sino comunión concreta de creyentes[v].
Jesús ha rechazado un poder genealógico sacral, no para buscar mayor pureza (como en Qumrán), sino para extender el Reino partiendo de los expulsados, a quienes ofrece una palabra y perdón, que se expresan en forma de pan compartido, instaurando nuevas relaciones familiares, que se abren a los carentes de pan y palabra. Jesús ha iniciado su proyecto en un tiempo marcado por el hambre y la opresión, en un lugar donde, en sentido fuerte, el alimento separaba a puros y manchados, ricos y pobres, nacionales (judíos) y extranjeros (gentiles), y lo ha hecho buscando y promovido un movimiento de comunión abierta, centrada en la palabra y el pan, que son la base de la nueva familia de Reino[vi]:
‒ De la palabra al pan. La familia es un espacio donde se comparte la palabra y se ofrece el pan a los hambrientos (cf. Lc 14, 16-24; Mt 22, 1-14; cf. Ev. Tom 64), como muestra la promesa y esperanza del banquete final (cf. Is 25, 6-8). Algunos grupos judíos pensaban que los invitados de ese banquete debían ser sobre todo (e incluso de forma excluyente) los buenos judíos (de las clases superiores, elegidos de Dios). Pues bien, Jesús ha ofrecido su palabra a todos, descubriendo que muchos “buenos” invitados rechazaban su llamada: No querían compartir su palabra con los pobres, ni formar familia con los cojos, mancos, ciegos y expulsados de las plazas y caminos (cf. Lc 14, 21-23 par). A pesar de ello, él ha mantenido su palabra y ha ofrecido su banquete a todos[vii].
‒ Conflicto doloroso y creador. Su banquete de Reino (que él anuncia y ofrece empezando por los pobres) ha creado oposición en muchos que querían mantener su privilegio (una comida excluyente) y rechazaban la palabra y el pan de comunión universal desde los pobres. Ha surgido así un conflicto que en un sentido ha sido doloroso (ha culminado en la muerte de Jesús), pero en otro ha sido creador, pues ha permitido que se expresa plenamente su Reino. Las élites económico-sociales que dirigen y controlan la vida de aldeas y pueblos se han alzado en contra de Jesús, no porque hubiera diferencias dogmáticas, sino por su manera de entender la comunión. De forma previsible, los que se creían dueños del poder le han rechazado. Pero Jesús ha mantenido su propuesta, de manera que el mismo conflicto ha podido presentarse como creador de Reino, como iremos indicando
− Un rechazo que comienza en Galilea. La misma Palabra que debe crear comunión de pan/familia puede suscitar y suscita así la oposición de los que intentan mantener sus privilegios, negándose a ofrecer espacios de palabra dialogada y pan compartido, en especial para los pobres y excluidos, los artesanos y prescindibles, que sufren bajo el hambre, la exclusión y la indigencia (cap 3). Como era previsible, en un mundo dirigido por los poderosos, el mensaje de Jesús suscita la oposición de aquellos que quieren mantener sus propios privilegios. Esa oposición no proviene todavía (básicamente) de los estamentos religiosos del templo de Jerusalén, ni de las instituciones políticas (rey Antipas, herodianos, Pilato), sino de los grupos dominantes de las aldeas de Galilea, que se oponen a su movimiento, porque pone en riesgo el orden establecido de sus comunidades. Ciertamente, los responsables finales de su muerte serán los Sumos Sacerdotes y el Gobernador Militar de Jerusalén, pero el problema empezó mucho antes. Los elementos dominantes de la sociedad aldeana de Galilea rechazaron el movimiento, no creyeron en su Reino, no por razones que hoy llamaríamos “religiosas” (un tipo de fe distinta), sino por cuestiones familiares, económicas y sociales.
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15. CAMINO Y CASA. ITINERANTES Y SEDENTARIOS
El capítulo anterior ha destacado algunos rasgos de la familia de Jesús, con su oposición al orden patriarcal y su búsqueda de una comunión más alta. El Dios del Reino es Padre, pero no patriarca: No instaura un orden jerárquico de buenas familias, garantes del orden establecido, sino que acoge y valora especialmente a los expulsados, niños sin padre, pobres sin familia; es camino de comunicación, no estructura de dominio.
Los seguidores/enviados de Jesús proclaman y ofrecen el Reino, pero saben que no viene con aparato externo (de forma espectacular), pues “está en medio de vosotros” (cf. Lc 17, 21), en el camino y casa de aquellos que lo proclaman y acogen, itinerantes y sedentarios, en la medida en que unos y otros van creando espacios de comunicación y de vida en libertad. (a) Los itinerantes no tienen casa o la dejan (como los Doce y algunas mujeres: cf. Lc 8, 1-3), iniciando con Jesús una vida móvil, de nómadas del Reino, para anunciarlo e instaurarlo. (b) Los sedentarios siguen viviendo en casa y campo, con familia, pues Jesús proclama también para ellos su ideal de Reino, pero abriendo su vida, trabajo y hacienda a los pobres.
En principio, la itinerancia no es un ideal filosófico (como podría pasar en algunos cínicos), ni renuncia ascética, ni ley para todos los discípulos, sino una forma de vida especial, propia de algunos “liberados” al servicio de la misión universal del Reino. Por eso, itinerantes y sedentarios pueden ser y son discípulos de Jesús, llamados al Reino de Dios, cada uno desde su propia circunstancia social y familiar, para crear así un tipo de comunión abierta a todos, como indican las tres partes de este capítulo: 1. Principio. Dos tipos de discípulos. 2. Para iniciar una nueva familia. 2. Profundización, alianza de itinerantes y sedentarios
[i] Cf. Filón: Obras, Acervo, Buenos Aires 1976, IV, 262-263.
[ii] He estudiado estos temas en Sistema, religión, iglesia. Instituciones del Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2001: 1. Hermanos, hermanas y madre (Mc 3, 31-35). 2. Ciento por uno (Mc 10, 28-30 par). 3. Dejar trabajo y padre (Mc 1, 16-20 par). 4. Disputa familiar (Mc 13, 12 par). 5. Superar las obligaciones familiares (Lc 9, 57-62; Mt 8, 18-22). 6. División en la casa (Lc 12-53; Mt 10, 34-36). 7. Odiar a los familiares (Lc 14, 26; Mt 10, 37).
[iii] Jesús no distinguía entre vida actual (ciento por uno) y vida eterna, sino que habló del Reino, que está empezando aquí, como ciento por uno y Reino. Pero el texto de Marcos los distingue, para acentuar la diferencia escatológica (la vida eterna viene después) y el ciento por uno en este mundo. He presentado el tema en cap. 12.
[iv] Habrá padres, pero sin autoridad patriarcal (no aparecen en Mc 10, 29-30, ni en Mc 3, 31-35). Ellos pierden su función dominante y su figura debe ser re-interpretada y recreada desde la madre y los hijos, en un grupo donde todos son hermanos/as. Los seguidores de Jesús no se definen por la pureza de sangre, sino por formar una familia en gratuidad, donde todos comparten vida, esperanza y comunión personal, de manera que puede hablarse de ciento por uno en madres e hijos, hermanos y hermanas.
[v] Desde ese fondo han de entenderse las discusiones de la iglesia más antigua al enfrentarse con la «ampliación» de la familia de Jesús a los gentiles, superando las fronteras de una ley de familia israelita, tal como aparece en Gal 2-4 y Hch 15.
[vi] La Palabra de Reino de Jesús (banquete universal) suscitó el rechazo de una parte de la población de Galilea que quiso asegurar sus privilegios “sagrados”. Así dijo Jesús al afirmar que la reina del sur (Saba) y los ninivitas acusarían a esta generación (los galileos de su tiempo: cf. Mt 12, 41 s; Lc 11, 31 s), porque aquellos (ninivitas, Reina del Sur), sin ser israelitas, escucharon a Jonás y a Salomón (aceptaron la Palabra de la profecía), mientras estos galileos rechazaron su mensaje, resistiendo a su Palabra. En esa línea se sitúa su lamento contra las poblaciones de Corozain, Betsaida y Cafarnaún por no haber acogido el mensaje del Reino (cf. Lc 10, 13-15; Mt 11, 21-24), mientras ciudades paganas, como de Tiro y Sidón, lo habrían acogido, en caso de haberlo escuchado. Esas condenas recogen un material posterior, pero expresan la experiencia de Jesús. De un modo velado, ellas suponen que el Reino de Jesús se puede extender más allá de Israel, a las regiones paganas, abriendo así la puerta a una salvación de las naciones, simbolizadas por Nínive, Tiro y Sidón (cf. Mc 7, 28).
Avanzando en esa línea, un texto común de Mateo y Lucas (de la tradición Q) afirma que vendrán para el banquete del Reino gentes de todas las naciones (norte y sur, levante y poniente), mientras los hijos del Reino (israelitas, elegidos) quedan excluidos (Mt 8, 11-12; Lc 13, 28). Ésta palabra, formulada de un modo especial tras la muerte de Jesús, recoge la experiencia más honda de su vida. Si viniera desde los más ricos (triunfadores) de Israel o Roma, el Reino no podría haberse ofrecido a las naciones; pero si llega por los pobres (los que no tienen poder) puede y debe abrirse a todos. Cf. S. Vidal en Jesús el Galileo, Sal Terrae, Santander 2006; G. Theissen y A. Merz, El Jesús histórico, Sígueme , Salamanca 2000, 300-301 Desarrollo clásico en F. Belo, Lectura materialista de Marcos, Verbo Divino, Estella 1975.
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