Xabier Pikaza
Uno de los problemas
principales del mundo actual es la cárcel. Vivimos en un sistema de violencia
que expulsa y margina a los que considera peligrosos, como en tiempos de Jesús
expulsaba a los leprosos, sometía a los esclavos. En la lista de problemas de las
sociedades adelantadas de comienzos del siglo XXI quizá el de las cárceles sea
el más hondo, el más hiriente: la buena sociedad relega y margina en ellas a
los que no le sirven, a los que le parecen peligrosos. Pues bien, en contra de
eso, Jesús se presenta en Lc 4, 18-20 como el enviado de Dios "para
liberar a los encarcelados". Ese mismo Jesús proclama en el juicio final
su palabra más honda de consuelo: "venid benditos de mi Padre, porque tuve
hambre y me disteis de comer, estuve en la cárcel y me visitasteis...".
Por eso,
en medio de una sociedad que tiende a expulsar y encerrar en la cárcel a los
más débiles y dislocados del tejido social, debe elevarse el cristiano como un
hombre o mujer que está dispuesto a liberar/visitar a los encarcelados, en un
gesto de esperanza que va en contra de las tendencias de la sociedad actual. El
cristiano no es ingenuo: no quiere abrir con violencia las cárceles, pues la violencia genera nuevas
opresiones y las cárceles forman parte de la estructura legal de este mundo
viejo (que sólo con violencia legal puede mantener sus estructuras), de tal
manera que para cambiarlo (y superarlo)
hay que cambiar de raíz al hombre entero. Además, el cristiano acepta el sistema
judicial, que desemboca en la cárcel, pero no para que se perpetúe, sino
para ir más allá y superarlo por dentro
sistema, en línea de gratuidad. Por eso,
la misión y tarea de los cristianos en el entorno de la cárcel forma
parte de su gran misión liberadora, realizada en forma de evangelización que se
dirige a la transformación del ser
humano, desde el anuncio del reino,
en esperanza creadora.
Los encarcelados no son unos pecadores públicos especiales, dentro de
la Iglesia, a quienes debemos confesar y reformar por la penitencia, sino que
forman parte de la humanidad necesitada: son el último eslabón de una cadena de
opresión, signo y consecuencia de un pecado social mucho más extenso. Por eso,
la presencia de la iglesia en su entorno ha integrarse en el conjunto de su
acción misionera, recibiendo dentro de ella una función muy significativa:
entre “todas las naciones” a las que Mt 28, 16-20 ha enviado a los discípulos
de Cristo se hallan de un modo especial los encarcelados.
Teniendo
eso en cuenta podemos ya trazar algunos elementos de lo que puede ser la presencia de los
discípulos de Jesús en el mundo (entorno) de la cárcel, es decir, de la
opresión más honda de nuestro tiempo, ofreciendo una especie de guía o
ideario de evangelización o testimonio cristiano en ese campo, siguiendo
los cinco básicos de la acción de Cristo a quien podemos ver como juez,
redentor, liberador, reconciliador y salvador mesiánico de la humanidad (y en
este caso de la humanidad en su estadio más deteriorado que aparece en el
contexto de los encarcelados).. Como hemos indicado ya, aceptamos la distinción
entre el plano legal, propio de la
racionalidad social (del estado que tiene que apelar a la "espada"
como sabe San Pablo en Rom 13, 1-6) , y el plano
de gratuidad evangélica, propio de la iglesia, donde ya no hay talión ni
espada, sino gratuidad creadora. Desde ese contexto queremos ofrecer un
programa de presencia del cristiano en el mundo de las cárceles. Es un programa general, orientador, que debe
después concretarse (y cambiarse) como lo exijan las condiciones concretas de
cada caso Por mayor claridad lo
dividimos en tres momentos principales:
1. Punto de partida. Base humana
Los siete primeros
momentos de este camino de acción liberadora del cristiano en el mundo (en el
entorno) de las cárceles se sitúan sobre un plano de búsqueda humana, en línea
de prevención y encarnación. Ellos se arraigan, por un lado, en la
racionalidad humana, entendida en forma de comunicación social; por otro lado
pueden asumir el compromiso de la gratuidad cristiana. En principio, pueden y
deben ser compartidos con todos los que comparten unos mismos ideales de
libertad y comunicación social, sean o no cristianos. El entorno de la cárcel
es un lugar donde vienen a encontrarse muchas personas. La colaboración entre
ellas es fundamental. Así los cristianos aprenderán a dialogar con otros
hombres y mujeres que quieren superar también el puro sistema legal de las
cárceles, y estos podrán escuchar la novedad del evangelio.
1.–
Prevención. Antes que curar está evitar. Son mayoría los presos que provienen de contextos de fuerte presión y
contradicción social, de manera que parecen predestinados a la violencia y
represión. Por eso es necesario prevenir, es decir, transformar el orden
social y psicológico (económico, familiar, cultural...) del que provienen los encarcelados,
procurando a través de la presencia eclesial (y social) que se superen aquellas
condiciones de extrema pobreza o marginación que son como “caldo de cultivo”
del que brotan la mayor parte de los encarcelados.
- Prevención
social. Esta acción preventiva forma parte de la misma tradición y
exigencia legal de la sociedad. No se pueden aplicar las mismas normas a
hombres y mujeres que son en principio muy desiguales. La misma sociedad civil
ha de empeñarse en crear condiciones de igualdad y concordia para que el
comportamiento de los ciudadanos sea concorde (esté animado desde el corazón de
todos). Esta acción se puede ejercer
sólo en los lugares marginales, sino que debe dirigirse al conjunto social,
pues deben cambiar y transformarse en gratuidad y comunicación todos los
estamentos sociales, pues de lo contrario continuaría reinando la injusticia,
seguiríamos alimentando nuevas formas de delincuencia.
- Prevención
eclesial. En plano cristiano, la mejor forma de prevención social consiste en que la iglesia sea iglesia, es decir, comunidad fraterna y liberadora y que se haga presente,
como signo de comunión y fuente de esperanza humana, en las circunstancias y lugares más conflictivos de la tierra. La iglesia no puede exigir por la fuerza al
estado que resuelva los problemas sociales, transformando las condiciones
de vida de los más amenazados de
violencia. Ella misma debe ofrecer su testimonio de humanidad integral en esos
ambientes conflictivos; sólo de esa forma cumple su tarea de ser signo de
esperanza (evangelio) sobre el mundo.
Esta primera acción es fundamental en tiempos como los nuestros, de
fuerte cambio social. Han cambiado viejas estructuras de solidaridad social, se
está ofreciendo igualdad formal (legal) a todos, pero esa igualdad carece de
contenido, y son muchos los grupos humanos que han venido a quedar al
descampado. En esas circunstancias, algunos sistemas sociales (y políticos)
acuden a la represión, aumentando de esa forma los círculos o espirales de
violencia.
2.–
Presencia. Es una continuación de lo anterior, tanto en el
plano social como en el cristiano: antes de actuar en forma represiva, con el
juicio y cárcel, la sociedad ha de actuar en forma de presencia creadora,
humanizante, ofreciendo a los ciudadanos una confianza básica, medios
económicos, posibilidades culturales etc.
Sólo allí donde la sociedad posee unos tejidos sanos, de comunicación
humana, sólo donde ella ofrece a sus ciudadanos un medio de realización
básicamente positivo puede superarse en principio el tema de la cárcel. De lo
contrario, irán creciendo las contradicciones, crecerá el sistema represivo.
Pues bien, en este campo resulta especialmente la presencia
eclesial, que evocamos en dos momentos
fundamentales:
- Presencia básica. La cárcel es ante todo
un estado de aislamiento: la
justicia humana separa a unos individuos
"peligrosos", para que no hagan daño al resto de los ciudadanos. Pues
bien, como pide Mt 25, 31-46 (estuve
en la cárcel y me visitasteis) en el mismo momento en que la sociedad los
retira de la presencia pública, los cristianos deben comprometerse a ofrecerles
un tipo más alto de presencia no
antilegal pero sí supralegal:
muestran al preso que no se encuentra sólo, que el conjunto de los hombres no
le han rechazado, que puede contar con la solidaridad de otros hombres. El
preso ha de sentir que se encuentra acompañado, que algunos le siguen
respetando y queriendo y que lo hacen de forma más intensa, porque está en
mayor necesidad.
- Presencia
humana. En esta perspectiva se puede y debe elaborar un gesto de presencia, que tiene sus raíces en
la mejor teología del Antiguo Testamento: Dios es el que dice: ¡Aquí estoy!, ¡No te
encuentras sólo! Frente a la soledad que desemboca en el miedo (el preso es
un humano al que aislado, alguien que normalmente responde con violencia a la
amenaza del miedo), la iglesia ha de ofrecer el signo de una presencia humana: ¡Simplemente estar! Antes que decir, antes que ayudar es necesario
estar delante o al lado (prae-esse). No desvincular nuestro ser del ser de los
encarcelados, no expulsarlos a la soledad de
un infierno donde tengan su sufrir en aislamiento eterno: este es el
signo primero del compromiso cristiano en el mundo de los encarcelados: la
presencia implica hacerse cercano, un ser o estar delante, sin imposiciones, sin legalismo.
3.–
Encarnación. Seguimos en un plano social
y eclesial. Ciertamente, una sociedad que esté dirigida por ideales humanistas
puede y debe encarnarse, introduciendo sus ideales y medio de
comunicación y concordia en el contexto de la vida del conjunto de los
ciudadanos, ofreciéndolos medios e ideales de existencia. Pero ello ha de
hacerlo de un modo especial la iglesia, que ha nacido de la encarnación del
Cristo. Estos pueden ser sus dos momentos principales.
- Estar
con, estar entre. La encarnación es un tipo de presencia comprometida,
conforme al misterio de la Palabra de Dios que
se ha hecho carne: ha habitado entre nosotros, poniendo su tienda entre los humanos (Jn 1). Quien
pretenda ayudar a los encarcelados debe adentrarse en su mundo, asumiéndolo por
dentro: quiere ver lo que sucede en
la cárcel, quiere convivir con los
que se encuentran privados de libertad. En este sentido debemos recordar las
palabras del Benedictus done se dice
que Dios ha visitado a su pueblo para
redimirlo (Lc 1, 68).
- Vivir
por dentro, encarnarse. Este gesto se sitúa en la línea de la presencia, pero da un paso más. No se limita a estar
allí, a ponerse al lado, sino que se
introduce en el mundo del otro, asumiendo su propia debilidad, su angustia, su
miedo, su pecado. Pasamos así del prae-esse
(estar delante) al in-esse, estar
dentro, no para imponer u obligar, no para enseñar o hacer que el otro cambie,
sino simplemente para vivir desde su vida. Nada de lo que viva o sienta el otro
me puede ser indiferente. Encarnarse es entrar, hacer míos los problemas de los
demás.
4.–
Acoger. También en este caso puede
hablarse de un plano social y uno eclesial, aunque destacamos el segundo
elemento. Mt 25, 31-46 habla de un modo general de la acogida de los exilados
y/o extranjeros. Es evidente que
nuestra sociedad (y en especial nuestra
iglesia) debe ofrecer un lugar en la mesa y familia, en la cultura y
sociedad, a los que viven marginados. Pues bien, importa que acojamos también a los presos dentro del campo de nuestro
cariño y preocupación, dentro de los planes y tareas de la iglesia. Se trata de
abrir las puertas de nuestra propia
vida (y de nuestro corazón).
Acoger implica hacer un espacio para
el otro en nuestra propia vida. No podemos pedirle al encarcelado que cambie si
es que nosotros no le ofrecemos un espacio de humanidad, de humanización y
crecimiento compartido. Estamos en un mundo donde cada grupo se cierra, donde
las casas se convierten en cárceles (blindadas con cerrojos y barrotes...) y
donde parece que todo nos invita a la
violencia. Pues bien, frente a esa tendencia al cerrar y excluir es necesario
un movimiento inverso de acogida: abrir nuestra morada para aquellos que no
tienen morada, ofreciéndoles un espacio de confianza.
- Acoger es ver, dejar que la vida del
otro me llegue, me impresione, me diga su más honda palabra. Corremos el riesgo
de pasar al lado de los encarcelados sin saber siquiera que existen; sin
mirarles de verdad, sin el conocimiento directo de los problemas que ellos
tienen (sin el ver directo) no existe
posible ayuda redentora (como sabe Ex 3,
7: ¡He visto la opresión de mi pueblo!).
- Acoger es escuchar, como sigue el texto anterior: ¡He escuchado el grito que brota de sus opresiones! (cf Ex 3, 7;
cf. 2, 24). No son ellos los que tienen que aprender sino nosotros; somos
nosotros, los que estando libres y teniendo un tiempo para dedicarles, debemos empezar escuchando y aprendiendo lo
que sufren y nos dicen. Los cristianos no queremos ir a la cárcel o al lugar de
cautiverio para imponer nuestra palabra sino para escuchar la palabra que nos
digan. Para eso debemos abrir nuestros oídos, de manera que podamos acoger la
voz de los demás y conocerles por dentro. Sólo así nos encarnamos, aprendiendo
a pensar desde ellos[1][1].
5.–
Alimentar. Sabe
el cristiano que los hombres no viven solo de pan (Mt 4,4), aunque
también necesitan panes y peces para vivir, como lo muestra el evangelio en la
escena de las multiplicaciones (Mc 6,30-44; 8,1-10 par). Este deber de
alimentar empieza siendo propio de la sociedad civil, que ha de ofrecer
condiciones económicas y laborales igualitarias al conjunto de los ciudadanos.
Con el hambre de algunos grupos se vincula pronto la opresión y falta de
cultura. Para reprimir los desórdenes que ocasiona el hambre se crean luego
cárceles, al servicio del sistema. Pues bien, el proceso ha de invertirse; la
sociedad ha de empezar ofreciendo pan (condiciones económicas) a todos. Sólo
después, en caso extremo, puede acudir a los medios coactivos. Dando un paso
más, los cristianos que quieren hacerse presentes en el mundo de las cárceles
deben descubrir los diferentes tipos de
hambre de los presos; eso significa que deben escucharles, conforme a lo
indicado en el número anterior.
- Todas
las hambres del mundo. Mt 5, 6 llama bienaventurados
a los que tienen hambre y sed de justicia. Es evidente que entre ellos se
encuentran los encarcelados. También me parece claro que el primer tipo de
hambre que ellos tienen es el hambre de
ser escuchados, ofreciéndoles el pan de la palabra. Es muy posible que eso
sea lo más importante. Pero es también normal que tengan otro tipo de
necesidades, de hambres.
- Diversos
panes. Por eso, el camino cristiano no empieza dando cosas sino
descubriendo las necesidades de los encarcelados. Sólo después, en un segundo momento, les pueden ayudar ofreciéndoles
alimento material (si hace falta), pero sobre todo los diversos panes
de la dignidad, la convivencia (o lo que
ellos necesitan). Por otra parte, esta actitud humana que se expresa en el pan
compartido queda incluida en el gesto eucarístico más fuerte de la
participación sacramental[2][2].
6.–Derechos
humanos. Venimos
distinguiendo, de manera consecuente, el plano legal (que culmina en el
reconocimiento y defensa de los derechos humanos) y el plano de la gracia
cristiana (que se expresa en forma de entrega de la vida). Manteniendo lo
dicho, añadimos que la iglesia asume los derechos humanos y se funda en ellos,
para realizar su tarea. Los actuales países de Occidente aprueban y defienden,
al menos formalmente, los derechos humanos y quieren aplicarlos a los
encarcelados (derecho a la integridad física, a la intimidad, al desarrollo de
su propia opción religiosa...).
- Sobre
esa base legal, asumiéndola de forma apasionada para desbordarla, quiere
realizar la iglesia su programa de presencia en el entorno de la cárcel. Al
asumir ese principio, la iglesia se encuentra vinculada a otra organizaciones
no estatales o no gubernamentales (ONG) que defienden también los derechos humanos.
Ella no quiere privilegios especiales en virtud de algún tipo de autoridad
sacral que deben reconocer los estados, sino que se sitúa humilde y
gozosamente dentro de los grupos y
organizaciones que quieren ayudar a los encarcelados en cuanto seres humanos.
- Denuncia.
Desde este fondo reciben su sentido los diversos momentos de la acción
eclesial Los cristianos tendrán que denunciar con inteligencia y fuerza las
violaciones de los derechos humanos que, de un modo u otro, se realicen en las cárceles,
apoyándose en los mismos principios de la ley civil y exigiendo que se cumplan.
Los cristianos actuarán como ciudadanos de un
estado de derecho, vinculándose a los otros ciudadanos que tengan
ideales semejantes. Sólo si este plano queda claro se puede continuar, pasando
a los siguientes elementos[3][3].
Dentro
de una sociedad no confesional, los cristianos no pueden acompañar a los
encarcelados por un tipo de privilegio sagrado (que la sociedad no reconoce),
sino simplemente como humanos, apelando a los derechos sociales y religiosos de
todos los ciudadanos.
7.–
Justicia, no paternalismo. El
principio misericordia. En esta acción culminan todos los elementos
anteriores. Los cristianos asumen los elementos básicos del sistema legal del
país en que viven. Por eso, en un primer momento, apelan a la justicia social
(legal) que puede promover diversos
tipos de asistencia humana a favor de los encarcelados Pero los cristianos saben que hay una
“justicia superior”, en línea de liberación
- Justicia legal, racional. La mayor parte
de las constituciones y códigos legales (penales) de las democracias modernas
afirman que la cárcel no tiene un fin puramente penal (castigar al culpable),
sino que debe convertirse en tiempo de regeneración y transformación humana.
Sobre esa base debe expandirse el apostolado cristiano, como un momento del
camino de la justicia. No se trata,
pues, de ayudar de un modo paternalista a los encarcelados sino de ofrecerles
aquello que propone la justicia.
- La justicia bíblica o tsedaka, avanza en esa
línea definiéndose como ayuda al necesitado. Por justicia bíblica y no por pura
bondad intimista estamos llamados a
ofrecer asistencia humana a los
encarcelados. No somos padrecitos de
los presos sino amigos y compañeros, hermanos y hermanas, en la línea de Mc 3,
31-35 o 10, 28-30. Entendida de esta forma, la justicia se convierte en gesto
de diálogo maduro entre personas que dialogan y se ofrecen lo que tienen[4][4].
En el paso de una justicia a la otra se sitúa la acción específica de los
cristianos. Ellos no quieren actuar de una manera paternalista, sino
integrándose en la fuerte exigencia social de la racionalidad humana. Pero, por
encima de esa racionalidad, que puede terminar poniéndose al servicio del
sistema, ellos promueven eso que podemos llamar el principio misericordia. En
esta perspectiva debemos recuperar la figura de Jesús Juez, tal como ha sido elaborada por la mejor teología de
la iglesia: No es juez para condenar, sino para salvar a los indefensos y
oprimidos. Sólo así, como institución salvadora puede recibir la cárcel un
sentido cristiano.
2. Elementos
centrales: la identidad cristiana
Del
plano general, humano, donde era más posible el diálogo con los diversos grupos
de personas que quieren ayudar a los encarcelados, pasamos al nivel más
confesional, donde se ponen de relieve algunos aspectos específicamente
cristianos de la acción liberadora. Es evidente que en un nivel externo los
cristianos pueden seguir colaborando con los no cristianos, pero ellos poner (o
pueden poner ya de relieve) un conjunto de motivos y elementos que provienen de
la fe Cristo.
Desde
este fondo empezamos destacando los rasgos estrictamente cristológicos, ya
evocados al hablar de Jesús: redención, liberación... Hemos querido que ellos
culminen en la sanación cristiana,
que no debe entenderse en plano medicinal (a través de un castigo), sino en
gesto de confianza o fe expansiva que cura y anima a los que parecen derrotados
por la vida. Estos elementos pertenecen, como digo, a la gratuidad evangélica,
pero ellos pueden influir e influyen en la misma racionalidad social, ampliada en términos
creyentes.
8.-
Redención. Sólo puede redimir a los demás quien está dispuesto a dar por ellos lo que tiene, en gesto de
solidaridad creadora. Redimir
significa pagar para así recuperar y conseguir de nuevo lo que estaba
perdido, ofreciendo la propia vida por la libertad y plenitud de los demás.
Este es el primer momento propiamente activo
de la presencia del discípulo de Cristo en el mundo de la cárcel. En los
momentos anteriores, los "portadores de evangelio" se fijaban en la
necesidad (hambre) de los encarcelados. Ahora tienen mirar hacia ellos mismos,
para ver lo que son capaces de ofrecer,
sea en plano externo (dinero, medios culturales o sociales), sea en
plano personal: algo que forme parte de su propia vida. Únicamente en ese
contexto se puede utilizar la palabra redención: sólo es redentor de verdad
aquel que está dispuesto a ofrecer y ofrece de verdad lo más propio en favor de
los demás, llegando a "morir" en un sentido muy profundo por ellos.
- Expiación. Teniendo esto en cuenta,
puede utilizarse (aunque con mucho cuidado)
la palabra expiación, que ya
hemos encontrado en las reflexiones anteriores. Volvemos a decir así que quien
debe expiar no es el cautivo o encarcelado para pagar su deuda social, sino
aquel que quiere liberarle.
- Sacrificio. También recibe su sentido y muestra su exigencia el sacrificio cristiano, como inversión de
todos los sistemas sacrificiales anteriores: no son los otros los que tienen
que sacrificarse por nosotros sino que somos nosotros, los que tenemos más
posibilidades y medios (los que vivimos en libertad), los que debemos sacrificarnos por los encarcelados,
ofreciéndoles el gesto generoso de nuestra asistencia y ayuda humana.
La
palabra redención se ha empleado en
el contexto carcelario (redención de la pena...), pero casi siempre en sentido
victimista, como si “culpable” tuviera que redimirse a sí mismo, a través de su
dolor y sacrificio. Pues bien, a partir del evangelio, tenemos que invertir
esta tendencia normal de la sociedad en la que expían y se sacrifican los
encarcelados.
9.–
Liberación. Este
es el gesto central de cristiano en el entorno carcelario: los cristianos
quieren ofrecer libertad de cada uno de los encarcelados. La sociedad civil, que
debía ofrecerles un lugar de existencia pacífica, termina quitándoles la
libertad, para así tenerlos encerrados, vigilados, por un tiempo. Pues bien, la
iglesia de Jesús ha de seguir una terapia diferente, ofreciendo precisamente
libertad (en experiencia interior, en esperanza...) a quienes carecen de ellas.
Nos fundamos de esta forma en lo que ya hemos dicho hablando de Jesús, a quien
hemos presentado como redentor-liberador, asumiendo y concretando lo ya dicho: redimir significaba dar algo propio para
ayudar a los demás; liberarles supone hacerles capaces de
asumir su propia libertad.
- La
sociedad civil destaca más la
“libertad”, entendida en sentido formal: ella quiere ofrecer a cada ciudadano
un especio de realización, sin que los otros se lo impidan. Entendida así, la
libertad puede acabar siendo “liberalismo”, casi indiferencia, de manera que
triunfan y se imponen los más hábiles y/o afortunados y astutos. De esa forma,
la libertad puede convertirse en medio al servicio de los más fuertes.
- La
iglesia ha de tener un interés especial por la “liberación”. Ciertamente,
ella admite la libertad, pero no al
servicio del triunfo del sistema o de los más fuertes, sino de la comunión de
todos los humanos. Por eso, ella quiere ofrecer espacios de realización
concreta a los miembros más desfavorecidos de la sociedad. No somos nosotros,
cristianos, los que les liberamos a los
más pobre, sino que son ellos los que deben liberarse, descubriendo y
realizando de manera autónoma el sentido de su vida. Pero debemos ofrecerles un
contexto humano y unas condiciones sociales que resulten apropiadas para ello.
Muchos
de los presos no han sido condenados todavía; casi todos son personas
de poca cultura, se sienten manejados,
como puros objetos sin dignidad. Pierden fácilmente la
esperanza. Es normal que el agente de la liberación cristiana suscite y alimente en ellos la esperanza fuerte de la liberación cercana,
ayudándoles en los mil trámites personales y sociales que de alguna forma les
ayuden a conseguirla. Otros ya han sido
condenados. El juez les ha privado de la libertad. Pero no por ello pueden
perder la esperanza. El cristiano les
ayuda a mantenerse firmes en la búsqueda de una libertad que les llegará un día, preparándoles para
ella.
10.
– Diálogo. Al hablar de Jesús, hemos pasado de redención
y liberación a reconciliación. De esto se trata aquí también. Es importante
que los presos puedan reconciliarse consigo mismo y con la sociedad. Para ello
es fundamental el diálogo, es decir,
la palabra escuchada y compartida, en los diversos sentidos del término (en
plano afectivo y social, cultural y religioso).
Mientras llega el día de la libertad,
el encarcelado ha de aprender a vivir en la cárcel "sin dejarse angustiar", sin derrumbarse. Gran parte de sus
problemas nacen de la falta de comunicación personal verdadera.
La falta
de libertad implica para ellos un riesgo de aislamiento fuerte, de
encerramiento doloroso. Es claro que ese aislamiento no les puede curar (hacer que superar su posible
crimen) sino al contrario. Por eso, el apostolado liberador durante el tiempo de la cárcel consistirá básicamente en el cultivo de una
larga, continua, esperanzada liturgia de
la palabra. Jesús, Hijo de Dios, se ha hecho palabra: así dialoga con cada
uno de los hombres y mujeres que le acogen. El cristiano que quiere ofrecer y
compartir su evangelio en el mundo de la cárcel ha de ser un hombre o mujer que
escucha y responde, alguien que dialoga, ofreciendo a los encarcelados (y a
aquellos que están en el entorno de la cárcel)
un espacio de comunicación humana creadora.
- Hay
un diálogo racional, abierto a todos
los humanos, en claves de palabra compartida, como han puesto de relieve los
filósofos de la razón comunicativa (Apel, Habermas), partiendo de los
grandes principio de Kant, para quien sólo es moralmente buena una acción
cuando ella puede servir para el bien de
toda la humanidad. Sobre este diálogo racional, en el que deben entrar todos
los humanos queremos fundar y fundamos nuestro argumento.
- Diálogo
cristiano. El diálogo puramente racional es difícil, o puede quedar
reducido al plano formal, sino lo introducimos en el campo de la vida, es
decir, si no vamos creando condiciones concretas de comunicación, afectiva,
familiar, social... Esto es lo que quiere hacer la Iglesia, esto es lo que han
de hacer los cristianos en el entorno de la cárcel, ofreciendo espacios de
diálogo humanizador, como el de Cristo.
11.–
Ternura creadora, superación del juicio.
Entiendo por ternura la capacidad de asumir la
debilidad y tragedia de lo humano. Ella nos conduce del principio racional (donde
todos los problemas se resolverían en un diálogo argumentativo) al principio emocional, vinculado al cambio de corazón. En la base y
fuente del apostolado carcelario se encuentra la palabra solemne y creadora de
Jesús que nos dice ¡No juzguéis! (Mt
7, 1), suponiendo que en el lugar del juicio antiguo introducimos la ternura
creadora de la gracia.
- No juzgar, superación del juicio. Asumiendo la palabra y tarea de Jesús (que no ha venido a juzgar sino a salvar) , el cristiano ha de aprender a superar el nivel del juicio. Ciertamente, en un nivel acepta el orden, como venimos indicando en todo lo anterior. Pero, en otro plano, apoyándose en la fuente de gracia de Jesús, el cristiano tampoco viene a juzgar sino a decir y hacer algo mucho más importante; viene a acompañar, escuchar, animar... a los que de un modo o de otro sufren en el entorno de la cárcel.
- Este ha de ser un gesto de ternura, que nos lleva cerca del lugar donde crece la injusticia, reino de la enfermedad, a las fronteras donde parece imponerse por siempre la muerte sobre el mundo. Muchos encarcelados se encuentran casi derrotados por a vida, enfermos en la mente, débiles en el corazón, posiblemente condenados a morir muy pronto (no por condena judicial sino por enfermedad). Presentar en este campo un signo de esperanza de Jesús: ese es el sentido y la finalidad más bella de la presencia cristiana entre los encarcelados. Escuchar a los dicen sus tristezas, respetarles siempre, descubriendo en ellos (y con ellos) el misterio de la fragilidad humana y de la muerte. Eso forma parte de lo que podríamos llamar el "apostolado de la esperanza" (o, mejor dicho, el ejercicio de la esperanza compartida) en el entorno de la cárcel[5][5].
No se
trata de una ternura impotente, enfermiza, sino todo lo contrario: de una
ternura de amor que sabe introducirse en la miseria del mundo para acompañar a
los que parecen derrotados, enfrentándose si hace falta (como el Cristo) con
los poderosos de este mundo. La misma ternura y no juicio de Jesús le llevó a
la muerte, haciéndole superar por amor la ley social y sagrada de su tiempo,
que acababa condenando a gran parte de los pobres de su entorno. Desde ese
principio ternura, que puede interpretarse como experiencia de solidaridad con
todos los pobres del mundo, quieren actuar los enviados del evangelio en el
entorno de la cárcel
12.–
Educación. La ternura anterior no significa pasividad o puro
“victimismo” (dejar que nos maten), sino todo lo contrario. Ella implica un
tipo nuevo y más alto de educación liberadora. Ciertamente, la racionalidad
social del occidente moderno ha puesto en marcha un amplio programa de
educación, que es positiva y necesaria (plano legal). Pero ella corre el riesgo
de ser educación para los triunfadores del sistema, al servicio de los
privilegiados. Pues bien, en contra de eso, Jesús ha querido promover y ha
promovido un tipo de educación liberadora, abierta de un modo especial a los
más débiles y pobres del sistema.
Pues bien, siguiendo a Jesús, los cristianos que trabajan
en el entorno de la cárcel quieren poner en marcha un camino de educación abierto
de forma liberadora a todos y en especial a los menos favorecidos. Educar
significa ayudar a los demás para que expresen su palabra y digan su verdad,
ofrecer a los humanos la posibilidad de una realización autónoma, digna. La
cárcel ha sido pensada de manera constante como escuela de humanización, pero
muchas veces, en general, no cumple este objetivo.
- Según ley, la cárcel es lugar y tiempo
de reeducación y re-socialización. El sistema judicial piensa que, durante el tiempo
de su prisión, los encarcelados tendrán ocasión de arrepentirse y cambiar.
Normalmente sucede lo contrario: o la cárcel se convierte en tiempo de reeducación impositiva (como lo han
hecho los sistemas totalitarios, queriendo imponer en la cárcel un tipo de
política o visión del mundo) o ella se vuelve escuela de todos los vicios, donde los que han entrado todavía poco
expertos en el arte de la delincuencia tienen ocasión de aprender todos los
vicios.
- Educación humanizadora, educación
gratuita... Los portadores del evangelio en la cárcel tienen que insistir
en este aspecto social, denunciando la ineficacia del actual sistema
carcelario, ofreciendo formas alternativas de presencia educadora. No se trata
de sentirse superiores y enseñar desde la propia seguridad a los ignorantes o
malos, sino de compartir un tiempo de humanización, de esperanza de futuro.
En nuestro caso, educar significa ofrecer posibilidades de autonomía, de realización personal, en clave de libertad,
de confianza, de madurez humana. No se trata, pues, de educar para el sistema
(para que siga triunfando lo que existe), sino de educar para la humanización,
para la justicia liberadora, a favor de los más pobres. Que el encarcelado
pueda descubrirse valorado y desplegar
su vida con autonomía creadora, que pueda trabajar y ganar su vida, que se sienta abierto al
diálogo con los demás y al amor personal: ese es el fin de la educación en el
contexto de la cárcel.
13.–
Sanación. Hemos hablado de ella al ocuparnos del mensaje
de Jesús y del Catecismo de la Iglesia. Jesús ha sido un sanador: alguien
que ha querido curar a los enfermos, rechazados de la sociedad, impuros,
leprosos... Su proyecto “sanitario” ha sido proyecto de humanización
liberadora, al servicio de los últimos del mundo, pero no un plano paternalista
sino de justa ternura. Desde una perspectiva distinta, el Catecismos suponía
que la misma cárcel puede ser “lugar de sanación” para los culpables. Como he
dicho en su lugar, pienso que la cárcel no es la mejor forma de curación de los
reclusos, pero de hecho, una vez que existe y que son muchos los encarcelados,
debemos procurar que ellos maduren y se curen humanamente en ella. Es aquí
donde debe expresarse el poder sanador de la fe de Jesús, que abre un signo de
esperanza sobre el mundo de los encarceladores y de los encarcelados.
- Jesús ha curado a los enfermos abriendo
en ellos un camino de fe, haciéndoles
capaces de confiar en la fuerza de Dios desde el fondo de su vida. No les
obliga a creer en posibles dogmas separados de la dura y fuerte experiencia de
la vida, sino en el Dios que puede ser (empieza a ser) para ellos fuerza
de vida, capacitándoles para superar la actual situación de desamparo. El
encarcelado tiende por un lado a desconfiar de todos; por otro lado necesita creer
en los demás, en sí mismo, en Dios para mantenerse.
- El cristiano que quiere ofrece su palabra y
su gesto en el contexto de la cárcel ha de actuar como un mediador de fe, como alguien en quien se
puede confiar, como un rostro concreto y humano del poder misterioso de Dios
sobre la tierra. En sí misma, en contra
de lo que quiere la ley, la cárcel actual parece más un lugar para enfermar que
para sanar, pero el verdadero cristiano buscará la salud total (la suya, la de
los encarcelados) que sólo se da en el amor. Allí donde los hombres se aman,
pero en gesto de misericordia creadora y liberadora, contribuyendo a superar
este mundo que esclaviza y encarcela, ellos se vuelven principio de
esperanza.
Esta es
una de las contradicciones del sistema judicial con relación a las cárceles. El
sistema, en su forma actual, afirma que ellas son para sanar, rehabilitar,
reformar..., pero las convierte en lugares donde se ata y oprime a los
pretendidos delincuentes. Por eso, el portador del evangelio cristiano deberá
ser un hombre o mujer de gran libertad cristiana, de creatividad humana, capaz
de animar en la fe a los demás, para ayudarles a creer en el poder de Dios que
está dentro de sí mismo (del mismo encarcelado) de manera que él puede asumir y
recorrer un camino de liberación personal (superando posibles rupturas y
problemas/enfermedades interiores y exteriores)[6][6].
3. La utopía
mesiánica.
El
mesianismo es búsqueda de aquello que nos desborda. Los elementos anteriores
(humano y cristiano) desembocan en esta utopía
mesiánica, en el descubrimiento fuerte del poder transformador del
evangelio. Este elemento forma parte de la paradoja
cristiana o, mejor dicho, del misterio central de la fe. La cruz de Jesús
se ha convertido en signo y principio de redención. Pues bien, de un modo
convergente, podemos afirmar que la presencia de la iglesia es la cárceles debe
presentarse como punto de partida de un compromiso liberador abierto hacia un
mundo nuevo de fraternidad, empezando
por los últimos del mundo. Como verá el lector, nos situamos básicamente en un
plano de gratuidad y esperanza cristiana, pero seguimos dialogando con
la racionalidad social de nuestro tiempo y entorno.
14.–
Celebración. Como
venimos diciendo, el gesto de la iglesia en el mundo de la cárcel no puede ser
de tipo penitencial, ni expresarse a modo de castigo. En un
sentido, esto lo admite la misma ley
social: ella no quiere castigar a los culpables, sino simplemente privarles de
libertad. De todas formas, el tiempo de la cárcel parece y es tiempo de
tristeza: años robados a la vida de una persona. Pues bien, en contra de eso,
el agente de pastoral cristiana quiere acortar todo lo posible ese tiempo,
convirtiéndolo, al mismo tiempo en posibilidad de celebración y alegría, en el sentido profundo de ese
término.
- La presencia del cristiano en el mundo de
los encarcelados debe ser celebrativa en el sentido fuerte de la palabra:
tanto en plano humano (recordemos la fiesta que el padre de Lc 15, 11-32 ofrece
al "pródigo"), como en
plano litúrgico más amplio: la
iglesia invita a los encarcelados pudieran a su fiesta, con el resto de la
comunidad, en la liturgia del amor fraterno de la eucaristía.
- Sólo la fiesta es terapia. El gozo
compartido es liberador. Sin fiesta humana y cristiana no puede haber
presencia cristiana entre los encarcelados. Evidentemente, la cárcel no es
una feria donde se baila y celebra,
se canta y se goza de manera expresa la existencia. Pero sin un rasgo de fiesta
no puede haber presencia humana y cristiana en la cárcel. Sólo la alegría puede curar a los enfermos y encarcelados
pues sólo ella es portadora de
experiencia de libertad y encuentro gozoso con los otros.
Esta
terapia de la fiesta implicaría una inversión total del sistema carcelario, que
sigue tomándose como expresión de castigo y tristeza, tiempo en que se rumia la
venganza. Sólo amando se enseña y aprende a amar. Sólo celebrando se aprende a
celebrar y a gozar sobre el mundo. La mayor parte de los encarcelados son
hombres y mujeres cautivados y oprimidos por la tristeza de la vida; muchos de
ellos se encuentran aplastados por el odio y la desesperación, condenados a la
evasión de las drogas. Sólo el gozo de la vida les puede curar, con la
esperanza de una redención y un amor que
podrán cultivar en el futuro. Sólo la esperanza de una vida y sociedad
más justa y gozosa puede transformar a los encarcelados. Si hubiera fiesta cristiana en la cárcel cambiarían de verdad
todas las cosas.
15.
Oración. Ella pertenece, en algún sentido, a la racionalidad
social y personal: es la capacidad de diálogo consigo mismo, de autonomía
interior, de discernimiento y autonomía, en plano de trascendimiento. Pero en
sentido estricto ella pertenece al plano
religioso, al nivel de la gratuidad y del encuentro personal con el misterio de Dios, que es
principio de libertad para los creyentes. El que ora sabe por sí mismo, se
sabe, viniendo a convertirse en responsable de su propia vida. Por eso es
importante ofrecer a los marginados y encarcelados el testimonio de la oración:
- Orar por. Se ha dicho que el "apostolado
de la oración" y es evidente que sigue siendo necesario: la iglesia ha
orado siempre por los encarcelados y cautivos, como siguen haciendo de un modo
especial los contemplativos que cumplen
en este campo una tarea fundamental. Si en un momento determinado, la iglesia
dejara de orar por sus (y por todos los) encarcelados ella dejaría de ser
cristiana. Pero no basta sólo la oración hecha en favor de ellos.
- Orar
con. Llega un momento en que es
preciso (al menos en ciertos casos) orar
con los encarcelados. La cárcel se ha mostrado muchas veces como lugar de
angustia, desesperación, suicidio. Pues bien, en algunos casos, ella puede
convertirse en lugar de oración, momento donde el preso
encuentra la más honda verdad de sí mismo, encontrándose con Dios.
Desde
este fondo podemos afirmar que todo el misterio cristiano es oración: superar
el nivel de la razón argumentativa, del enfrentamiento mutuo y del talión,
para descubrir y cultivar la gratuidad,
en diálogo con Dios y con los otros. Allí donde la oración se hace posible
emerge un nuevo tipo de existencia liberada, creadora, amistosa. Allí donde hay
oración la cárcel deja de ser cárcel y se convierte en principio de esperanza
mesiánica. Así evocaba Dostoievsky en su famoso pasaje de Los Hermanos
Karamazov: “Un presidiario sin Dios es imposible, más imposible todavía que
un hombre en libertad (sin Dios) Y entonces nosotros, hombres subterráneos,
entonaremos en el fondo de la tierra un himno trágico a Dios en quien reside la
alegría. ¡Viva Dios y viva su alegría! ¡Amo a Dios!”.
- ¿Oración desde la necesidad? Desde la fuerte carencia (no tienen casi nada), los presos pueden descubrir la absoluta riqueza de saberse en
manos del Dios de la gracia. De todas formas, esta oración de la carencia no se
puede manipular, aprovechándose de la situación del preso.
- Oración del gozo. Sería importante que
los presos pudieran realizar una oración de gozo, de manera que pudiera descubrir y explorar más altos
continentes de vida y plenitud, en el interior de su propia vida, en el
encuentro con Cristo.
16.Amistad.
Como venimos indicando, la cárcel pertenece al
plano de la razón argumentativa, que actúa discursos y demostraciones. Según
ella, la ley debe imponerse sobre todos, sancionando a los pretendidos culpables.
En ese nivel de racionalidad hemos querido fundar también este trabajo; por
eso, en este plano, lo primero que el encarcelado necesita es el apoyo de la
misma ley, que le ofrece abogados y educadores sociales. Pero, en otro plano,
resulta necesaria la amistad, es decir, la presencia gratuita de las personas
que nos acompañan y animan, más allá de toda ley norma
Esta
amista es gracia, lo mismo que la oración. Ella pertenece al plano del
despliegue emocionado y gozoso de la vida. Ella y sólo ella (con el amor
enamorado) ofrece sentido a la existencia.
Por eso es importante encontrar un amigo. Puede haber encarcelados que
nunca lo han tenido. Sería hermoso que allí, en el lugar de la mayor carencia
que es la cárcel, surgiera para ellos la amistad. Sólo esa experiencia puede
ofrecer esperanza de vida y deseo de futuro a muchos que viven (malviven)
solitarios, aislados, en el entorno de la cárcel. Quizá no han encontrado nunca
a alguien que les haya querido. Sería deseable que la cárcel fuera un lugar
para ello.
Es
evidente que para propiciar esta
experiencia de amistad las cárceles
pueden y deben cambiar, tanto en el plano de las relaciones entre los
encarcelados (a ser posible de ambos
sexos) como en el campo de las
relaciones con los externos. La cárcel
debería convertirse en el lugar más mimado de la sociedad, lugar donde se
invierte más capital de humanidad y ternura, cercanía humana y capacidad de
recreación humana. Ella tendría que ser escuela de amistad, lugar
propicio para esos que pudiéramos llamar voluntarios del amor.
No sería
malo que los funcionarios de las cárceles fueran capaces de ofrecer un clima de
amistad, pero ellos representan más bien la racionalidad del sistema, lo mismo
que policías y jueces. Por eso, haría falta que la oferta de amistad viniera de
parte del conjunto de la sociedad y, de un modo especial, de los cristianos,
que creen en la amistad y la ofrecen como principio y signo de reconciliación a
los humanos. Lógicamente, los cristianos que ofrecen su palabra en el mundo de
las cárceles han de ser sin duda hombres y mujeres de amistad, de cercanía humana,
personas capaces de ofrecer una experiencia de
humanidad a los encarcelados[7][7].
17.–
Libertad. Las y
tareas anteriores palabras culminan en esta, que viene a convertirse en centro
y meta del camino humano y cristiano en el entorno carcelario. La cárcel era
y sigue privación de libertad, como
hemos dicho varias veces a lo largo de este trabajo. Lógicamente, lo que los
encarcelados más necesitan es esto:
Libertad. Por eso, desde un punto de vista social pero, sobre todo, cristiano,
las cárceles deberían convertirse en escuelas y talleres de libertad, lugares
donde ella se aprende y ensaya.
- Plano racional. Hemos desarrollado con cierta amplitud el tema, ahora queremos concretarlo. Dentro del régimen jurídico de los estados de occidente, las cárceles son lugares de rehabilitación, que deben preparar a los presos para la vida en libertad. Por eso, no se puede hablar de una condena perpetua, pues ello iría en contra de la misma esencia de la cárcel. Dando un paso más, desde una perspectiva cristiana, las cárceles han de verse como lugar y signo de apertura hacia la libertad.
- Plano cristiano. Toda la acción de los cristianos en el mundo de la cárcel está relacionado con una ofrenda y esperanza de libertad concreta (poder salir un día de la cárcel). Pues bien, esa esperanza ha de expandirse, en la línea mesiánica de transformación de la sociedad y de reconciliación de todos los humanos (del reino de Dios). El mensajero del evangelio debe ofrecer a los encarcelados un mensaje y esperanza de libertad escatológica (o si se prefiere utópica), manteniendo elevada la bandera de la libertad universal como realidad que es posible para todos los humanos. Los cristianos han de ser en ese campo, antes que nada, los testigos de una libertad posible, deseable, al alcance de todos, como indican los dos textos varias veces ya citados.
Hay una
libertad “civil” (racional) que es buena pero, al final, resulta limitada,
porque necesita de ejércitos y cárceles, de policías y estructuras coactivas
para mantenerse. Pues bien, sobre ella, sin negarla, viene a situarse la más
oferta de libertad cristiana, que se abre de un modo especial a los
encarcelados y a los últimos del mundo.
- Esta es una libertad humilde, como sabe Mt 25, 31-46, propone la exigencia de visitar a los
encarcelados, dentro de un contexto donde por ahora es imposible suprimir la
cárcel. Los cristianos aceptan el sistema, pero lo transforman por
dentro. No suprimen la cárcel, pero la llenan de contenido evangélico, convirtiéndola
en lugar donde el preso puede hallar compañía humana, sabiéndose acogido,
respetado, animado.
- Esta es una libertad mesiánica, como propone Lc 4, 18-19, cuando anuncia la
esperanza de superación de toda cárcel. el mesías de Dios tiene que abrir los
barrotes de las cárceles, logrando que los hombres puedan encontrarse en
libertad, en amor gratificante, dentro de un contexto personal y social
donde la vida esté llena de sentido. Por
eso, la liberación implica un profundo camino de transformación del conjunto de
la sociedad. No basta que cambien los presos, sino que tiene que cambiar el
conjunto social, ofreciendo par los presos un contexto distinto, donde la vida
tenga sentido y pueda realizarse en gratuidad, en gozo[8][8].
18.–
Reinserción, cambio social. No basta con cambiar las
cárceles, hay que cambiar la sociedad, de tal forma que ella se comprometa a
ofrece hogar (espacio de encuentro humano, familia) y taller (campo de trabajo,
medios económicos) a los que salen de la cárcel. El preso no puede (no debe)
verse obligado a volver al espacio de lucha y discriminación del que salió para
entrar a la cárcel. Encarcelados y libres debemos cambiar, en proceso donde
estamos implicados todos los humanos (y de un modo especial los cristianos).
- La reinserción es exigencia social y en plano de racionalidad universal ha de plantearse: la cárcel sólo tiene sentido y puede cumplir una tarea de rehabilitación y reeducación en la medida en que vaya ofreciendo a los presos un camino de liberación progresiva, que les permita vivir en sociedad.
- La reinserción es exigencia eclesial. Por eso es importante que el preso salga de la cárcel con la esperanza de encontrar un hogar pequeño donde asumir la vida y realizarla en gozosa compañía y un hogar social más grande, donde integrarse en plano de libertad y concordia. La iglesia sólo cumple su tarea en este campo si es capaz de ir formando hogar de acogida para aquellos ex-encarcelados que quieran asumir la experiencia de la libertad en compañía. Según eso, tendrá que haber familias, grupos parroquiales o comunidades cristianas (religiosas) que se sientan capaces de ofrecer un espacio de humanidad a los que buscan una casa humana tras la cárcel. Es evidente que pueden y deben colaborar en esta gran tarea los propios familiares del antiguo recluso. Pero es claro que ellos solos no bastan muchas veces. Aquí hay una tarea esencial para la iglesia.
19.
– Abolición. También ella puede
aplicarse en plano de racionalidad social y de experiencia de gratuidad
cristiana. Las perspectivas son ciertamente distintas, pero no pueden oponerse.
Por eso, la abolición no puede ser sólo un ideal cristiano, ha de ser también
un deseo tarea social:
- Abolición
¿tarea social? Ciertamente, la sociedad tendrá que buscar formas nuevas de
control y de transformación, para impedir que la violencia se expanda,
ofreciendo al conjunto de la sociedad una forma de vida pacificada, sin
necesidad de cárceles. Este es un intento difícil, porque la violencia se
encuentra muy arraigada en nuestra vida individual y social, pero el camino de
la no-violencia activa puede y debe recorrerse de un modo especial en el entorno
de la cárcel, llevándonos a un tipo de sociedad distinta, que no sea
represiva.
- Abolición,
tarea cristiana. Los cristianos que ofrecen su solidaridad humana y/o
evangélica en el mundo de las cárceles empiezan aceptándolas, tal como ahora existen, pero desean que
cambie (y se suprima) el mismo sistema carcelario que hoy existe. Conforme a
todo lo anterior, el sistema carcelario ha podido cumplir en otro tiempo una
función, pero actualmente parece ineficaz (no logra cumplir sus fines) y
contraproducente.
En esa
línea, resulta fundamental la aportación
no sólo del cristianismo, sino también de otras tradiciones religiosas que
pueden ofrecer a los humanos motivos para el gozo y concordia, la solidaridad y
la justicia, sin necesidad de un sistema opresor como el de las cárceles
actuales. En otras palabras, “la abolición” del sistema carcelario constituye
un objeto y meta del conjunto de la "pastoral" cristiana, pero debe
ser, al mismo tiempo, un campo de respeto y diálogo entre los hombres, más allá
de sus credos o religiones concretas. No es una pastoral para convertir a los
encarcelados al cristianismo, sino una acción de solidaridad humana en el
sentido más hondo del término. El Dios del evangelio no quiere que los hombres
se hagan cristianos "confesionales", sino que vivan en humanidad, en
salud, en esperanza.
20.–
Salvación. Esta
es la última palabra y deriva del lenguaje sanitario: salvación es ante todo salud, vivir en plenitud, desarrollar
con gozo la existencia, desde el don de Dios, en actitud de encuentro gozoso
con los demás. Al hablar de la acción de Jesús, hemos terminado presentándole como
Salvador; lógicamente, el final del
camino del apostolado carcelario será la esperanza y experiencia de salvación La salvación está tejida de pequeños cambios
que pueden realizarse día a día, dentro y fuera de la cárcel. Pero ella
aparece, al fin, como el cambio completo de la vida.
- Prevenir. Por una parte, hay que buscar
una forma de vida social que cree en menor número posible de candidatos a la
cárcel. Esto es lo que al principio de este despliegue de notas llamábamos
pastoral de prevención, desde una perspectiva económica, social y eclesial.
- Acoger. Por otra parte, la sociedad ha
de ser capaz de acoger de una forma humana a los que actualmente están
condenados a la cárcel; no apartarlos sino integrarlos, no separarlos sino
recibirlos de una manera distinta, en gesto de humanidad.
- Caminar. Unos y otros, hermanados en el
camino, los que parecían libres y los encarcelados, han de iniciar un camino
distinto de vida no impositiva ni clasista, conforme a la utopía de reino de
Jesús. Pero con esto superamos el orden de vida de este mundo y planteamos una
serie de utopías que nos des
Lógicamente,
para que las cárceles puedan abolirse resulta fundamental el surgimiento de una sociedad más gozosa, donde
hombres y mujeres sean más acogedores, recibiendo y desarrollando un tipo de
vida gratificante, donde haya espacio para todos. Eso significa que la sociedad
debe hacerse menos competitiva en el plano "mimético" y mucho más
dialogante y acogedora en plano de relaciones sociales. Parece evidente que
habrá ciertos medios de coacción (policía...) y formas de rehabilitación de los
violentos o a-sociales, pero tendrás que ser muy distintos de lo que son
actualmente nuestras cárceles.
Los
nuevos “lugares de rehabilitación” o humanización deberán estar mucho más
integrados en el centro de la vida social, sin crear las rupturas que
actualmente suscita la cárcel. Estarán quizá más vinculados a las familiar y
grupos humanos, tendrán medios terapéuticos y económicos suficientes; pero,
sobre todo, contarán con mucho amor, con un tesoro ternura y fuerza al servicio
de la recreación personal de los delincuentes o a-sociales.
Parece
normal, que en ciertos casos extremos, ciertas personas peligrosas estén
"acompañadas" (más que vigiladas), de manera que no puedan salir
impunemente de un determinado espacio. No harán falta cárceles para ello; la
nueva técnica ofrece medios suficientes para ello. Pero la limitación de
libertad nunca es un fin, ni es tampoco una terapia, sino una terapia
momentánea. El problema de fondo ha de resolverse con una transformación de
fondo de la misma sociedad, que debe cambiar y transformarse, en línea de
gratuidad, y de encuentro fraterno.
Precisamente ahí, en las márgenes del
mundo, en el lugar de encierro de la cárcel donde desembocan y culminan gran
parte de las miserias de este mundo, el
agente de la pastoral liberadora inicia con los encarcelados un camino de
utopía creadora, de esperanza evangélica. No se limita a decir a los encarcelados que caminen sino que
camina con ellos, les acompaña en un proceso que es propio de toda la
iglesia. Entendida así, la pastoral
liberadora se introduce en el sistema
judicial, pero quiere transcenderlo por dentro, en gesto de gratuidad
evangélica y creatividad mesiánica. Y con esto anunciamos ya unos temas que deben ser tratados más
extensamente en lo que sigue, estudiando más en concreto los agentes y los
momentos de la pastoral liberadora en contexto carcelario.
[1]He desarrollado el tema del ver, escuchar y conocer, desde la perspectiva de Ex 2-3, como principio clave de la redención bíblica en Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1996, 55-65.
[3] Habrá situaciones en que no pueden aplicarse estos principios, especialmente en países con escasas garantías legales o con situaciones de violencia generalizada. En esos casos, los cristianos deberán estar dispuestos a un tipo de "martirio" por acompañar a los encarcelados, obrando con inteligencia y entrega, poniendo en marcha los medios internacionales y al mismo tiempo dando testimonio de un amor generoso. Para estos casos serán necesarias directrices concretas especiales, que aquí no podemos desarrollar.
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