En
los evangelios sinópticos Jesús aparece en varias ocasiones orando. Seguramente
el evangelista que más insiste en esta característica es Lucas, pues
hace referencia en ocho ocasiones a la oración de Jesús, colocada en los
momentos más significativos de su
ministerio publico: al comienzo durante su bautismo (3,21) en los primeros
pasos de su predicación (5,16), en el momento de la elección de sus apóstoles
(6,12), instantes previos a la confesión de Pedro (9,18), durante la
transfiguración (9,29) en la última cena pidiendo que pedro no caiga en
tentación (23,32), desde la cruz rogando por aquellos que le crucificaron
(23,34). Por lo demás, en la enseñanza de Jesús encontramos parábolas que
sirven para insistir en la necesidad de orar: el amigo inoportuno (11, 5-13),
la viuda y el juez (18, 1-18), el fariseo y el publicano (18, 11,13), teniendo
en cuenta tanto este aprecio de Jesús por la oración como su reclamo a orar
siempre, es fácil explicar que los discípulos le pidieran que les enseñe a orar
(11,1). Respondiendo a este ruego les enseñó la oración del padrenuestro (Lc
11, 2-4).
La
oración del Padrenuestro no sólo responde al deseo de los discípulos de Jesús
de orar como Él oraba, sino que recoge la concepción que Jesús tenía de Dios y
de los bienes que quería comunicar a los hombres. Sólo Mateo y Lucas nos han
transmitido esta oración, pero con notables diferencias. Destaca,
ante todo, la longitud que tiene en Mateo en comparación con Lucas: la simple
invocación “Padre”, el primer evangelista la introduce con gran solemnidad:
“Padre Nuestro, que estás en el cielo”. Por otra parte la versión mateana
contiene dos peticiones más: “hágase tu voluntad así en la tierra como en el
cielo”, “y líbranos del mal” otras diferencias de formulación encontramos en la
cuarta petición mateana, Lucas la formula de un modo distinto: “danos cada día
nuestro pan cotidiano” en la quinta, Lucas ha introducido el término “pecados”:
“perdónanos nuestros pecados”. Probablemente la versión más corta de Lucas sea
la más primitiva.
Lo primero que sorprende en
la oración que Jesús enseñó a sus discípulos es la invocación inicial, pues en
ella se utiliza a dios una palabra propia del lenguaje infantil: abba. Ciertamente la paternidad de Dios no
es un concepto extraño en el judaísmo del Antiguo Testamento, pues el
pueblo de Israel se consideraba su hijo (EX 4, 22, 23). Para los judíos dios es
padre porque les ha dado la vida, los educa y los ama. De hecho, en la
literatura veterotestamentaria encontramos nombres propios que expresan con
claridad esta realidad (Yahvé= Padre), Abiel ( = Dios es mi Padre), Eliab (=Mi
dios es padre), Joab (= Yahvé es Padre). Bien es cierto que el uso de estos
nombres desaparece prácticamente en la época de los grandes profetas. La
novedad del Padrenuestro, en cualquier caso, no es la afirmación de que Dios es
padre, sino la fórmula que utiliza Jesús para expresar esta realidad: echa mano
de un término que pertenece a los primeros balbuceos de un niño.
Este lenguaje por ser
demasiado familiar y provenir de la forma de expresarse de los niños, era
considerado irrespetuoso para dirigirse a Dios. De hecho, un pasaje de la
Mishná, afirma que la confianza con Dios, que se expresa en una confianza
infantil, merece ser castigada con el anatema. En la época de Jesús, semejante modo de dirigirse a Dios en las
oraciones era insólito. Las oraciones judías están llenas de invocaciones a
Dios, pero las formulas usadas suelen recordar la historia de salvación o la
acción todopoderosa de Dios en la creación. No sólo se evita utilizar palabras
infantiles, sino la expresión “Padre nuestro” está asociada a la formula “rey nuestro”; la paternidad es
identificada con la realeza, es decir, se habla de Dios como aquel que dispensa
todos los bienes, que cuida de los hombres. La familiaridad con que se expresa
Jesús está totalmente ausente de estas invocaciones.
En
efecto, los evangelios, al presentar a Jesús dirigiéndose a Dios en la oración
con la invocación abba, se hace eco de una peculiaridad absoluta,
totalmente original en el marco judío de su época, y que esta palabra aramea
fue utilizada por Jesús con normalidad en su oración lo demuestran dos hechos.
Por una parte los evangelio griegos traducen esta invocación de varias formas:
como vocativo (Pater= ¡Padre!) como nominativo como artículo “ el Padre” o
acompañado de posesivo ¡ Padre mío! Pablo utiliza también dos veces el termino
arameo abba escribiendo a las comunidades griegas (Gal 4,6. Rm 8, 15). Es
evidente que este modo de expresarse del apóstol solo puede deberse a que esta
invocación era familiar a sus destinatarios. La única explicación de que los
cristianos de lengua griega estén familiarizados con este término arameo es ver
en él un eco de la oración que rezaban los cristianos por fidelidad a la
recomendación de Jesús y siguiendo su divina enseñanza, cuya primera palabra
era la invocación abba.
Es probable que en las
oraciones judías rechazaran este modo de dirigirse a Dios no sólo porque
manifestaba una confianza extrema con Dios, sino porque este término pertenecía
al lenguaje infantil. Debido a la sensibilidad judía – Afirma Joachin Jeremías-
habría sido una falta de respeto, por tanto algo inconcebible, dirigirse a Dios
con un término familiar. El que Jesús se atreviera a dar este paso significa
algo nuevo e inaudito. Él habló con dios como un hijo con su Padre, con la
misma sencillez, el mismo cariño, la misma seguridad.
Cuando Jesús llama a Dios
abba nos revela cuál es el corazón de su relación con él. La comunidad cristiana reconoció con gratitud y asombro esta
posibilidad de dirigirse también ella a Dios utilizando dicha invocación. Al ser hechos hijos con el Hijo, también los
cristianos pueden llamar a dios Padre: “pues no habéis recibido un espíritu de
esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de
Hijos de adopción, en el que clamamos: ¡Abba, Padre! Rm 8-15)
LAS
DOS PRIMERAS PETICIOES.
Las dos primeras peticiones,
“santificado sea tu nombre, venga tu reino” aparecen también juntas en una
oración judía con que Jesús estaba familiarizado desde su infancia, el Qadish =
(santo). Esta oración compuesta en arameo, se rezaba en la liturgia sinagogal.
Las primeras oraciones con que comenzaba el culto sinagogal estaban compuestas
en hebreo; tras esta lectura, dado que el pueblo en general desconocía la
lengua sacra, se realizaba una traducción al arameo, e inmediatamente después d
la homilía, que naturalmente se hacía en lengua hablada, el arameo. Y como
cierre de la liturgia sinagogal se recitaba el Qadish. La forma más antigua de
esta oración, según los estudiosos dice así: “Glorificado y santificado sea tu nombre, en el mundo él creó según su
voluntad. Que él haga reinar su reino en nuestros tiempos y en vuestros días, y
en todos los de la casa de Israel, con rapidez y prontitud y deid : Amén.
Alabado
sea su nombre de eternidad en eternidad. Bendito, alabado, glorificado,
exaltado, ensalzado y loado, adorado y glorificado sea el nombre santo. Bendito
sea por encima de toda bendición, himnos, alabanzas y cantico entonados en todo
el mundo y decid: Amén.
A
pesar de su mayor longitud, estás dos peticiones de la oración judía son las
mismas que rezamos en el Padrenuestro. Las formulas empleadas en el
Qadish expresan una aclamación de dios como Rey que comienza a reinar, del
soberano que manifiesta su esplendor y soberanía delante de sus súbditos. Esta
imagen de Dios refleja la concepción profética de la salvación futura, descrita
bajo la imagen de la aparición de un soberano que colma los anhelos del pueblo.
Las
dos peticiones, por tanto, apuntan a una misma meta: la venida del reino de
Dios. En el mismo sentido han de entenderse las primeras peticiones del
Padrenuestro. Por tanto, aunque aparentemente en ellas
pedimos algo que atañe a Dios, en el fondo pedimos para nosotros el mayor de
los bienes que podemos desear. Pero entonces, ¿dónde está la novedad; en qué consiste la diferencia? La
explica Joachin Jeremías con estas palabras: “la diferencia es grande. En la
Qadish, una comunidad que se debate en las tinieblas del mundo presente, pide
que ese cumplimiento llegue. En el Padrenuestro, diciendo lo mismo, reza una
comunidad que sabe que el gran cambio ha irrumpido ya, porque dios ha comenzado
la obra, pletónica en gracias, de la redención, Una comunidad que suplica
solamente la total revelación de lo que ya ha recibido. “
EL
PERDÓN DE LOS PECADOS.
En los evangelios Jesús
insiste en la necesidad de perdonar a aquellos que han dañado u ofendido;
incluso ese perdón es requerido por dios para otorgar su perdón de las
múltiples deudas contraídas con Él (Mt 6,14-15; 18,21-35; Lc 17,3-4) La
petición de perdón en el Padrenuestro recoge esta enseñanza de Jesús. El
creyente se dirige a Dios consciente que es aquel que conoce y juzga con justicia
su proceder. Reconoce, pues, que Dios es el juez justo que puede condenar a la
perdición alma y cuerpo en la gehenna
(Mt 10,28), pero al mismo tiempo
es padre misericordioso que quiere que ninguno perezca.
UNA PETICIÓN ANOMALA
La petición final resulta un
tanto peculiar: es la única formulada en negativo. Además su contenido evoca
las palabras dirigidas por Jesús a sus discípulos en el Huerto de los Olivos:
“velad y orad, para no entrar en tentación (Mc 14,38). No se alude aquí principalmente a las tentaciones cotidianas, sino a la
gran prueba de la fe a la que el enemigo someterla a los discípulos con el fin
de perderlos. Pero la tentación no viene de Dios, como afirma
explícitamente la carta de Santiago: “cuando alguien se vea tentado que no
diga: Es dios que me tienta; pues Dios no es tentado por el mal y el no tienta
a nadie” (Sant 1,13) El verbo arameo
para designar la caída en la tentación es “entrar”. En la petición final del
Padrenuestro, este verbo aparecía en forma causativa, con el significado de
“hacer entrar, introducir”. Haz que no
entremos en la tentación”; es decir, que no caigamos en la tentación. Lo
que pide, por tanto, es ser preservados
de caer en la tentación.
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