Los antiguos veían en el miedo un castigo de los dioses, los
griegos divinizaron estas emociones en dioses como Deimos que representaba el
temor, y Phobos el miedo, esforzándose por reconciliarlos en tiempo de guerra.
A los dioses Deinos y Phobos correspondían las divinidades romanas Pallor y
Pavor.
Para Sócrates, el miedo no es más que un mal inminente y
Aristóteles define el miedo como una expresión del mal.
Puede afirmarse que el miedo es una emoción, que ha
acompañado al ser humano durante toda la historia. Esta realidad es compartida
con las demás especies del reino animal, quienes al reconocer la presencia del
peligro asumen comportamientos de evitación, ataque o huida.
Afirman Maturana y
Bloch, que las emociones básicas en su diversidad son todas y cada una
importantes y necesarias, de forma tal que el fluir permanente de las emociones
es el que permite la plenitud.
Los temores que enfrentamos los seres humanos son los mismos
en todos los lugares, estos se expresan según las amenazas que podemos
experimentar a lo largo de nuestra existencia. Sin embargo, a pesar de las
reacciones que provoca el miedo es necesario como una voz de alarma ante los
peligros existentes, de tal forma que contribuye a la supervivencia de las
especies.
El arma más poderosa que tiene un gobernante no es la
fuerza. No es la represión, el castigo ni la guerra. Esas artes son de otros
tiempos, de otras épocas. Hoy en día los gobernantes prefieren no llegar hasta
esos extremos para controlar y someter a sus ciudadanos. Hoy en día ya no es
necesario.
No es preciso porque han descubierto que, a la hora de
gestionar una población, no es necesaria la fuerza si se sabe bien cómo
amenazar a los individuos. Debido al miedo transmitido con una amenaza, las
personas obedecerán como si les hubieran atacado o torturado.
La realidad del miedo no es tan solo lo que puede
significar, sino el daño que puede hacer en nosotros. Vivir lleno de miedos puede
paralizar todos los planes de Dios con nosotros. La Sagrada Escritura (La
Biblia) nos alienta diciendo: “Porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor,
sino de poder, de amor y de dominio propio.” 2 Timoteo 1:7.
El miedo encoge, anestesia, creando una sociedad
conformista, que impide la irrupción de un movimiento colectivo para defender
los derechos de los pobres y marginados. Al ir cada uno a lo suyo, se extiende
una pandemia de individualismo, insolidaridad y egoísmo. La norma predominante
es “sálvese quien pueda”.
Pues bien, en medio del gran miedo se nos dice que
recobremos el ánimo, que no dejemos que se nos vaya el “alma”, que no nos
abajemos y arrastremos. El hombre (hombre-mujer) es un ser que eleva la cabeza
y vive de esperanza.
Me viene a la mente una escena de gran dramatismo. Jesús
duerme en la barca, mientras sus discípulos están a punto de ahogarse a causa
de una gran tempestad que los sorprendió.
Podemos pensar en la irresponsabilidad de Jesús al quedarse
dormido en esos momentos tan delicados, y creer
que el Maestro no era consciente del peligro al que estaban sometidos
aquellos marineros experimentados en tempestades. Pero Jesús les ofrece una
respuesta que tranquiliza tan necias
suposiciones al preguntarle a la atemorizada tripulación: ¿por qué teméis
hombres de poca fe?
Viajo en el tiempo y me imagino en la barca junto a Pedro,
remando, extenuado y con inquietante sensación de angustia. Murmurado con
Andrés sobre la indiferente postura del Maestro ante un acontecimiento tan desafortunado.
Pero justo en ese momento, entre el agitado movimiento de la embarcación, es
cuando me sacuden las palabras de Cristo, al hacerme comprender que olvidamos quien
es el tripulante invitado.
Amaina la tempestad, se multiplican los panes y los peces,
se llenan de luz los ojos de los ciegos y aun así seguimos poniendo en tela de
juicio la autoridad de quien obra tales milagros. Incapaces de reconocer tras
tales actos la mano poderosa del Dios de la vida.
Él puede hacer hoy los mismos milagros que hizo ayer, su
poder no menguó, ni su amor hacia nosotros, sin embargo seguimos dudando de su
capacidad y poder para sanar vidas, sosegar las tempestades y tranquilizar
nuestros corazones, pero sin lógica seguimos dudando y exclamando: ¡Señor,
sálvanos que nos hundimos!
Pues ya deberíamos saber que Él no duerme, sólo espera que
confiemos en que Él guía nuestra barca y que por muy bravo que esté el mar su
voz amainará la tempestad y habrá bonanza.
El miedo a la evangelización, es lo que hace débil a la iglesia. La confianza en Dios, en el Evangelio es lo que hace posible que la fe crezca en los corazones.
ResponderEliminarEl mundo en la evangelización nos examina de la fe que tenemos. San Pablo lo dice creí por eso hablé. Ay de mí si no evangelizo.
Muy buena reflexión sobre el miedo
Muchas Gracias José Carlos por esta reflexión tan acertada, la verdad que tenemos que ser Peregrinos de la Confianza, el miedo nos mata, el miedo no es de Jesús.
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