El evangelio es para la gente, no para la iglesia
institución.
Lo verdaderamente importante es lo que dice el Evangelio y
lo que de verdad quiera el pueblo cristiano...
Los integristas, las personas aferradas a un tipo de ley,
quieren mantener las cosas atadas y bien atadas en el cumplimento sagrado de
ciertas prácticas sacramentales. Pero lo que importa es que hay un intento de
vuelta al Evangelio original. Tanto en este Sínodo como en los próximos años la
puerta que se está abriendo es imparable porque si se mete un poco el pie ya no
habrá vuelta atrás.
El que no anula es porque no quiere. Un buen abogado hace maravillas.
Y testigos que digan «lo que hay que decir» salen de debajo de las piedras.
Algunas parejas se curan en salud y, previendo su posible fracaso, antes del
día de la boda declaran ante notario que van coaccionados al matrimonio o que
excluyen la prole para, por si lo necesitasen, tirar en su día de documento acreditativo.
Con tal papel, la anulación es casi automática.
Además de fáciles las nulidades son baratas. Lejos quedan
los tiempos en los que entre los requisitos indispensables para obtenerla
estaban los de ser rico y famoso.
En relación con el régimen de costas de los procesos
matrimoniales es preciso señalar que existen entre gratuitos y semigratuitos.
Interesa, pues, destacar la posibilidad de tramitar procesos de declaración de
nulidad matrimonial sin abonar cantidad alguna ni al Tribunal, ni a los
Letrados y Procuradores que se designen para la misma. Existe dentro de la
jurisdicción eclesiástica lo que se denominan causas de gratuito Patrocinio, al
igual que el Turno de oficio del que goza la jurisdicción civil, en atención a
aquellas personas que por sus circunstancias económicas carecen de medios para
litigar.
Algunos cardenales creen que eso cuestiona la ley divina de
la indisolubilidad del matrimonio. Pero se debe aceptar que hay rupturas, que
hay problemas que imposibilitan la convivencia y debemos admitir que el
matrimonio está roto y que ya no hay ninguna salida. Y lo que ha propuesto
recientemente el Papa, una agilización de la nulidad matrimonial, en el fondo,
es un divorcio encubierto.
En lo que hay que insistir no es tanto en la ruptura
matrimonial sino en la posibilidad de la libertad para reemprender una vida,
una vez que la situación es insostenible.
La Iglesia jerárquica “acoge” a los
divorciados, pero les niega la comunión. Es como si una madre dijera a un hijo,
a una hija divorciada que vive con otro: “Puedes venir a casa, pero lo siento,
no puedes entrar. O sí, puedes entrar, pero sin sentarte a la mesa.
Las personas se divorcian
por millones de causas. Hay personas que han soportado la infidelidad, la
desidia, el abuso físico, sexual y psicológico, la violencia hacia sus hijos,
etc. Han recurrido al divorcio, y más adelante, en sus vidas se les ha
presentado la oportunidad de volver a hacer su vida con una nueva pareja. ¡Pero
están excomulgados! ¿Alguien podría explicarme la razón? ¿Cómo se reconcilia
esto con el amor de Jesús hacia las personas que sufren y que han pasado por
experiencias difíciles? ¿Se les puede cerrar la puerta y dejarles fuera,
excluidos?
Un matrimonio sin amor ya no es sacramento de
Dios o de la Vida, diga lo que diga el Derecho canónico. En la época inmediatamente
posterior a los Apóstoles, los textos que parecían prohibir el divorcio se ha
aclarado ahora que se refieren a la mujer y no al marido, porque en aquella
sociedad patriarcalista, discriminatoria contra la mujer, ésta tenía menos derechos
que el hombre y se le negaba, lo mismo en esto que en otras cosas, lo que
fácilmente se concedía al varón. El matrimonio, además, así como la separación
de los cónyuges, estaban regulados únicamente por los tribunales civiles. La Carta
a Diogneto dice que los "cristianos se casan como todo el mundo".
Y se podría esperar que si el divorcio hubiese sido combatido por la Iglesia,
el Emperador Constantino, tan favorecedor de ella, lo hubiera prohibido; y, sin
embargo, tanto él como los posteriores Emperadores cristianos lo mantuvieron.
La razón es que la Iglesia aceptaba como cosa normal y consentida entre los
cristianos el divorcio, aunque entonces "el divorcio sólo es permitido por
causa de adulterio, y prohibido por otras causas" (Pospishil, Divorce and
remarriage). A lo único que se llegó es a desaconsejar a veces al marido
inocente unas segundas nupcias, pero nada más.
Toda relación que emprendemos con alguien,
siempre nos une el amor, cuando el amor se muere todo se acaba, no hay vuelta a
tras. Por eso, tanto la iglesia como la pastoral necesitan tener en cuenta
esto, más que seguir farisaicamente una ley por muy bíblica, debemos saber que
solo el amor va a permanecer unido esa relación. Dios es amor, lo que él unió
en amor de identificación mutua, ningún género humano lo separe. Luego
entonces, podemos sostener que lo que Dios no une en amor, al romperse éste
vínculo que es la metáfora de la identificación, que lo separe la persona.
Se armó la guerra del
divorcio. Guerra política y religiosa.
Diría que es una guerra
básicamente humana porque es el hombre como tal quien está en el centro de la
cuestión.
Una vez más el hombre es
utilizado como campo de batalla por los estrategas aprovechados de la política
y por los fanáticos jerarcas de la religión.
Debe reconocerse que la
iglesia sugiere a los demás que reconozcan sus propios errores o pecados,
mientras ella misma se abstiene de hacerlo. La cuestión sexual en general, y
esta del divorcio en particular, la obligan o inducen a entonar un preocupado
“mea culpa”, esclarecedor de ideas y de conductas equivocadas, impuestas en el
nombre de Jesucristo (mejor diría, por razón de temor y de infierno) y del
nombre de la llamada ley natural.
El titulo de “madre y maestra”
que a veces se dio a si misma la comprometerían a un sensato magisterio
aprendido en la escuela de su único Maestro Jesús y con los logros que las
ciencias de hoy ofrecen, como también a una entrañable maternidad con las personas
que cuanto más sufren más hijas suyas son.
La iglesia procuró el bien da
institución matrimonial, dejando de lado el bien de las personas y de las
parejas. Creo que ponerse al servicio de la institución, de la ley de la norma
o del contrato o al lado de la persona, da libertad, y del amor e un desafió
básico y permanente para los cristianos.
Non tomemos la cuestión desde
un punto de vista sentimental ni relacionemos automáticamente divorcio pecado.
Tanto la estabilidad de la pareja como la ruptura (divorcio) son un hecho
humano y social. Resulta indiscutible que el matrimonio, a través de épocas ,
culturas y sistemas sociales se consideró como la unión de un hombre y una
mujer de larga duración. El matrimonio es pues, un proyecto estable, firme,
sólido, de vida en común.
Ahora bien, por mil y una circunstancias
y por la limitación humana puede haber fracasos y naufragios y los hay. De
hecho el divorcio se da ciertamente tenemos que contar con la dialéctica entre
la aspiración a lo ideal, lo deseable y
la realidad. Tanto el compromiso fiel como la limitación y el error son
humanos.
De este modo consideramos el
matrimonio como unión estable y firme por el amor, pero non indisoluble por
naturaleza o por ley natural, “porque sí” podríamos decir.
La misma iglesia católica
declaro disueltos matrimonios “naturalmente “validos e legítimos.
La alegaciones contra la
permisión legal del divorcio para las parejas fracasadas deben contemplarse con
la prudencia jurídica necesaria pero non son consistentes para llegar a
negarlo, como tampoco pesan de hecho,
por desgracia, razones tan importantes como el derecho al trabajo estable, a
una vida digna y amplia etc.
Razones que también atacan el matrimonio.