“pero una cosa
hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está
delante” (Fil:3.13).
No significa
que el cristiano no deba recordar el pasado, especialmente las bondades
pretéritas de Dios, como hizo Pablo (1Cor
15:10 y 2Cor 11:23).
Lo que quiere sugerir es que la vida cristiana
es esencialmente progreso. Detenerse en
el pasado sería una ruina. Quien empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve
para el Reino de Dios: cfr. Lc 9, 51-62 ¡Hemos de desear la enmienda por amor,
y no la venganza por odio!
Tenemos que recordar el pasado con los
colores de la alegría y la gratitud. Si hubo errores, agradecer el perdón
recibido de Dios y de las personas ofendidas. Si hubo hechos positivos, sentir
satisfacción por lo realizado y por el bien que cosechamos. Tagore, decía: “¡Necio, que intentas
llevarte sobre tus propios hombros!... deja todas las cargas en las manos de
aquel que puede con todo, y nunca mires atrás nostálgico”.
Si fuimos
víctimas de la maldad ajena, debemos perdonar generosamente al culpable y orar
pidiendo a Dios que lo perdone y lo restituya. Remover con amargura los
males pasados es prolongar el sufrimiento y el dolor; Temer el futuro es sufrir anticipadamente. Es pintar con tintas
oscuras el día de mañana. Por el contrario, encarnar el futuro con esperanza es
bordar el horizonte con hilos de oro del Sol naciente. Son reglas generales que
se encuentran dispersas aquí y allá en las páginas de la Biblia. La
precipitación en acusar, a la ligera, en juzgar y la severidad en
condenar nos producen muchos sinsabores. La tolerancia y el perdón nos vuelven
mansos y acogedores. El perdón nace del
amor y el amor nos libera, dándonos alas para volar y creando condiciones para
crecer espiritualmente. Cuando algunas personas nos hieren y nos ofenden, no
son conscientes muchas veces lo que hacen. Nos hieren porque ellas mismas están
heridas, porque padecen complejos de inferioridad y la única manera de hacerse
notar y sentirse superiores es pinchar y molestar. En realidad son ellas
las únicas perjudicadas. Pero si repetimos las palabras de Jesús en la cruz no
necesitamos saltar por encima de nuestra indignación y dominarnos. Para
sentirnos capaces de perdonar nos basta con no considerar al ofensor como un
enemigo, sino simplemente como una persona que se siente ella misma
herida. Perdonar a esas personas no significa por nuestra parte un gesto de
debilidad, sino una manifestación de nuestra libertad y fortaleza. Por el contrario, si no perdonamos, el
otro sigue ejerciendo poder sobre nosotros, es él quien determina nuestra manera
de pensar y sentir. El perdón nos libera de ese poder extraño porque el otro ya
no es un adversario para nosotros, sino un individuo herido y obcecado, incapaz
de obrar de otra manera. Incluso en el caso de que llegara a crucificarnos no
ejercería poder sobre nosotros. Es necesario abrir el corazón al
perdón, liberarlo de toda esa carga que está pesando y no deja avanzar. Perdonar desde la comprensión amorosa, no
para cambiar a los que hicieron daño o justificar los hechos acontecidos.
Perdonar para poder ser felices y recuperar la paz.
Así lo
sintió Jesús en la cruz. Los hombres pudieron hacerle sentir exteriormente los
efectos de su maldad y del pecado, pero no pudieron llegarle a lo más profundo
de su interior donde él seguía orando por ellos con una oración que les hacía
transparente su obcecación y su ignorancia. En los Hechos de los Apóstoles
cuenta Lucas cómo los discípulos se comportaban de la misma manera que
Jesús. Por ejemplo en el caso de
Esteban, que muere con las mismas palabras de Jesús en los labios. Rezaba
mientras era apedreado.
Me extiendo
con mi cuerpo y mi mente en tensión, cara al futuro, sea corto o largo.
En el pensamiento de Pablo está olvidar el pasado y ocupar el tiempo futuro
para el bien. Cada momento que pasa es una migaja que cae de mesa de la vida y que jamás volverá. Quien usa el tiempo de la vida para
crecer en el amor no tiene tiempo para odiar. Quien se dedica con
laboriosidad al futuro non tiene tiempo para lamentar el mal que se encuentra a
su alrededor. El mundo es una escuela y en la vida las pruebas surgen
como provocación. El pasado no es más que un punto de partida para
conquistar el futuro olvido lo de atrás dice el apóstol. Me extiendo, con mi cuerpo y mi mente en tensión, cara al futuro,
sea corto o largo. Del interior de un capullo irrumpe la vida de una mariposa,
para vivir una nueva fase de su existencia. Esa fase es el futuro, que comienza
a partir de mañana.
Cargar con el resentimiento nos daña
y nos enferma y sobre todo, nos aleja de Dios. (Col. 3:8)
El resentimiento es en primer lugar un sentimiento
negativo que causa un enorme daño al que lo padece. Resentimiento es sentir, una y otra vez, el enojo y el dolor
que vivimos en el pasado y que fue provocado por una persona o situación.
Es preciso aclarar que es legítimo
que las personas expresen su malestar, su descontento cuando son tratadas de
manera injusta y que pidan que se les reconozcan sus derechos, usando los
mecanismos y controles establecidos por la sociedad. Lo que no es útil ni sano es cultivar
esos sentimientos hostiles atacando cada vez que es posible. El resentimiento no va a cambiar al otro y daña e intoxica, como un
veneno, al resentido. La persona resentida rumia de manera interminable la
afrenta sufrida, su queja es infinita. La situación por la que pasa puede
compararse con la de un auto patinando en un barrial. El resentimiento
causa mucho sufrimiento al que lo padece. Es importante tener en cuenta que la
persona resentida se hace daño a sí misma con sus sentimientos negativos.
Diana Hulse-Killacky, de las universidades
estadounidenses de Alabama del Sur y de Nueva Orleans, que fue publicado en
2011 por la revista Journal of Counseling Development, muestra cómo el perdón fue la
clave para que una decena de mujeres superaran los abusos sexuales que habían
sufrido durante su infancia. Todas
relataron que perdonar al agresor supuso un gran logro para dejar atrás ese
capítulo de su vida. Saber olvidar es, por tanto, poner la felicidad en
nuestras manos y no en manos del otro. Según algunas investigaciones, perdonar
garantiza más años de vida, menos depresión y riesgo de infarto, una presión
arterial más baja e incluso un sistema inmunitario fortalecido. En definitiva,
la exoneración trae consigo bienestar y salud.
Perdonar no es un acto de una sola vez,
sino un estilo de vida, cuyo propósito es el de adentrarnos en cada bendición
en Cristo. Jesús nunca dijo que el
trabajo de perdonar sería fácil. Cuando ordenó, “Ama a tus enemigos, “la
palabra griega para “amar” no significa “afecto” sino “entendimiento moral.”
Simplemente, perdonando a alguien no es asunto de revolver afecto humano, sino
hacer una decisión moral para quitar el odio de nuestros corazones. Según Jesús, el perdón no es una cuestión
de escoger o elegir a quiénes debemos perdonar. No podemos decir: “Me has
herido demasiado para perdonarte”. Cristo nos dice: “Porque si amáis a los que
os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?”
(5:46).
El perdón transforma vidas, haciendo
que las ventanas del cielo se abran. Llena nuestra copa de bendición espiritual hasta el borde con
abundante paz, gozo y reposo en el Espíritu Santo. “Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a
vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus
ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14-15).
¡No te equivoques! Dios no está haciendo un trato con nosotros aquí, al decir:
“Porque has perdonado a otros, yo te perdonaré”. Más bien, Jesús está diciendo:
“La confesión completa del pecado requiere que perdones a otros. El verdadero
arrepentimiento significa confesar y abandonar todo rencor, crucificando todo
rastro de amargura hacia los demás”.
“Perdonad, y seréis perdonados. Dad,
y se os dará … porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”
(Lucas 6:37-38). Esto
va de la mano con su Bienaventuranza del mismo sermón: “Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). Él quiere
que perdones a los demás para que puedas avanzar hacia las bendiciones y el
gozo de ser hijo.
A través del profeta Ezequiel, el
Señor dijo: “Os daré́ corazón nuevo, y pondré́ espíritu nuevo dentro de
vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré́ un
corazón de carne. Y pondré́ dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis
en mis estatutos y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra” (Ezequiel
36:26-27) Nuestro
orgullo nos impide perdonar, pero el perdón es el camino más corto para
librarnos de la pesada carga que nos genera la ofensa. Guardar rencor hacia quien nos ofendió se convierte en una carga
difícil de soportar. Conforme pasa el tiempo, se torna más pesada. Nos roba la
paz y hace que nuestras acciones y pensamientos estén volcados hacia el
ofensor. El resentimiento toma forma. Se convierte en una sombra que nos sigue
a todas partes.
El apóstol
Pablo nos enseña cómo tratar con nuestros ofensores. Durante su ministerio
había personas que siempre lo ofendían y cuestionaban su obra, pese a sus
desvelos por ayudar al prójimo y predicar la Palabra de Dios. A veces le hacían
la vida imposible. Lo difamaban. Desconocían su autoridad. ¿Qué hizo Pablo?
Perdonar, olvidar la ofensa y actuar como Cristo lo hizo con sus ofensores.
Vivimos
pensando que el perdón es para la persona que nos ofende, pero la realidad es
que el perdón nos hace libres a nosotros mismos. Si hermoso es el amor, también lo es el perdón, porque permite que
nuestro corazón pueda latir al unísono con el corazón de Jesús.