sábado, 27 de marzo de 2021

El perdón nos hace libres

 

         

pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante” (Fil:3.13).

No significa que el cristiano  no deba recordar el pasado, especialmente las bondades pretéritas de Dios, como hizo  Pablo (1Cor 15:10 y 2Cor 11:23).

 Lo que quiere sugerir es que la vida cristiana es esencialmente progreso. Detenerse en el pasado sería una ruina. Quien empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios: cfr. Lc 9, 51-62 ¡Hemos de desear la enmienda por amor, y no la venganza por odio!

 Tenemos  que recordar el pasado con los colores de la alegría y la gratitud. Si hubo errores, agradecer el perdón recibido de Dios y de las personas ofendidas. Si hubo hechos positivos, sentir satisfacción por lo realizado y por el bien que cosechamos. Tagore, decía: “¡Necio, que intentas llevarte sobre tus propios hombros!... deja todas las cargas en las manos de aquel que puede con todo, y nunca mires atrás nostálgico”.

Si fuimos víctimas de la maldad ajena, debemos perdonar generosamente al culpable y orar pidiendo a Dios que lo perdone  y lo restituya. Remover con amargura los males pasados es prolongar el sufrimiento y el dolor; Temer el futuro es sufrir anticipadamente. Es pintar con tintas oscuras el día de mañana. Por el contrario, encarnar el futuro con esperanza es bordar el horizonte con hilos de oro del Sol naciente. Son reglas generales que se encuentran dispersas aquí y allá en las páginas de la Biblia. La precipitación en acusar, a la ligera, en juzgar y la severidad  en condenar nos producen muchos sinsabores. La tolerancia y el perdón nos vuelven mansos y acogedores. El perdón nace del amor y el amor nos libera, dándonos alas para volar y creando condiciones para crecer espiritualmente. Cuando algunas personas nos hieren y nos ofenden, no son conscientes muchas veces lo que hacen. Nos hieren porque ellas mismas están heridas, porque padecen complejos de inferioridad y la única manera de hacerse notar y sentirse superiores es pinchar y molestar. En realidad son ellas las únicas perjudicadas. Pero si repetimos las palabras de Jesús en la cruz no necesitamos saltar por  encima de nuestra indignación y dominarnos. Para sentirnos capaces de perdonar nos basta con no considerar al ofensor como un enemigo, sino simplemente como una persona que  se siente ella misma herida. Perdonar a esas personas no significa por nuestra parte un gesto de debilidad, sino una manifestación de nuestra libertad y fortaleza. Por el contrario, si no perdonamos, el otro sigue ejerciendo poder sobre nosotros, es él quien determina nuestra manera de pensar y sentir. El perdón nos libera de ese poder extraño porque el otro ya no es un adversario para nosotros, sino un individuo herido y obcecado, incapaz de obrar de otra manera. Incluso en el caso de que llegara a crucificarnos no ejercería poder sobre nosotros.  Es necesario abrir el corazón al perdón, liberarlo de toda esa carga que está pesando y no deja avanzar. Perdonar desde la comprensión amorosa, no para cambiar a los que hicieron daño o justificar los hechos acontecidos. Perdonar para poder ser felices y recuperar la paz.

Así lo sintió Jesús en la cruz. Los hombres pudieron hacerle sentir exteriormente los efectos de su maldad y del pecado, pero no pudieron llegarle a lo más profundo de su interior donde él seguía orando por ellos con una oración que les hacía transparente su obcecación y su ignorancia. En los Hechos de los Apóstoles cuenta Lucas cómo los discípulos se comportaban de la misma  manera que Jesús. Por ejemplo en el caso de Esteban, que muere con las mismas palabras de Jesús en los labios. Rezaba mientras era apedreado.

Me extiendo con mi cuerpo y  mi mente en tensión, cara al futuro, sea corto o largo. En el pensamiento de Pablo está olvidar el pasado y ocupar el tiempo futuro para el bien. Cada momento que pasa es una migaja que cae de mesa de  la vida y que jamás volverá. Quien usa el tiempo de la vida para crecer en el  amor no tiene tiempo para odiar. Quien se dedica con laboriosidad al futuro non tiene tiempo para lamentar el mal que se encuentra a su alrededor. El mundo es una escuela y en la vida las pruebas  surgen como provocación. El pasado no es más  que un punto de partida para conquistar el futuro olvido lo de atrás dice el apóstol. Me extiendo, con  mi cuerpo y mi mente en tensión, cara al futuro, sea corto o largo. Del interior de un capullo irrumpe la vida de una mariposa, para vivir una nueva fase de su existencia. Esa fase es el futuro, que comienza a partir de mañana.

Cargar con el resentimiento nos daña y nos enferma y sobre todo, nos aleja de Dios. (Col. 3:8)

El resentimiento es en primer lugar un sentimiento negativo que causa un enorme daño al que lo padece. Resentimiento es sentir, una y otra vez,  el enojo y el dolor que vivimos en el pasado y que fue provocado por una persona o situación.

Es preciso aclarar que es legítimo que las personas expresen su malestar, su descontento cuando son tratadas de manera injusta y que pidan que se les reconozcan sus derechos, usando los mecanismos y controles establecidos por la sociedad. Lo que no es útil ni sano es cultivar esos sentimientos hostiles atacando cada vez que es posible. El resentimiento no va a cambiar al otro y daña e intoxica, como un veneno, al resentido. La persona resentida rumia de manera interminable la afrenta sufrida, su queja es infinita. La situación por la que pasa puede compararse con la de un auto patinando en un barrial. El resentimiento causa mucho sufrimiento al que lo padece. Es importante tener en cuenta que la persona resentida se hace daño a sí misma con sus sentimientos negativos.

Diana Hulse-Killacky, de las universidades estadounidenses de Alabama del Sur y de Nueva Orleans, que fue publicado en 2011 por la revista Journal of Counseling  Development, muestra cómo el perdón fue la clave para que una decena de mujeres superaran los abusos sexuales que habían sufrido durante su infancia. Todas relataron que perdonar al agresor supuso un gran logro para dejar atrás ese capítulo de su vida. Saber olvidar es, por tanto, poner la felicidad en nuestras manos y no en manos del otro. Según algunas investigaciones, perdonar garantiza más años de vida, menos depresión y riesgo de infarto, una presión arterial más baja e ­incluso un sistema inmunitario fortalecido. En definitiva, la exoneración trae consigo bienestar y salud.

Perdonar no es un acto de una sola vez, sino un estilo de vida, cuyo propósito es el de adentrarnos en cada bendición en Cristo. Jesús nunca dijo que el trabajo de perdonar sería fácil. Cuando ordenó, “Ama a tus enemigos, “la palabra griega para “amar” no significa “afecto” sino “entendimiento moral.” Simplemente, perdonando a alguien no es asunto de revolver afecto humano, sino hacer una decisión moral para quitar el odio de nuestros corazones. Según Jesús, el perdón no es una cuestión de escoger o elegir a quiénes debemos perdonar. No podemos decir: “Me has herido demasiado para perdonarte”. Cristo nos dice: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (5:46).

El perdón transforma vidas, haciendo que las ventanas del cielo se abran. Llena nuestra copa de bendición espiritual hasta el borde con abundante paz, gozo y reposo en el Espíritu Santo. “Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14-15). ¡No te equivoques! Dios no está haciendo un trato con nosotros aquí, al decir: “Porque has perdonado a otros, yo te perdonaré”. Más bien, Jesús está diciendo: “La confesión completa del pecado requiere que perdones a otros. El verdadero arrepentimiento significa confesar y abandonar todo rencor, crucificando todo rastro de amargura hacia los demás”.

“Perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará … porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lucas 6:37-38). Esto va de la mano con su Bienaventuranza del mismo sermón: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). Él quiere que perdones a los demás para que puedas avanzar hacia las bendiciones y el gozo de ser hijo.

A través del profeta Ezequiel, el Señor dijo: “Os daré́ corazón nuevo, y pondré́ espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré́ un corazón de carne. Y pondré́ dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27) Nuestro orgullo nos impide perdonar, pero el perdón es el camino más corto para librarnos de la pesada carga que nos genera la ofensa. Guardar rencor hacia quien nos ofendió se convierte en una carga difícil de soportar. Conforme pasa el tiempo, se torna más pesada. Nos roba la paz y hace que nuestras acciones y pensamientos estén volcados hacia el ofensor. El resentimiento toma forma. Se convierte en una sombra que nos sigue a todas partes.

El apóstol Pablo nos enseña cómo tratar con nuestros ofensores. Durante su ministerio había personas que siempre lo ofendían y cuestionaban su obra, pese a sus desvelos por ayudar al prójimo y predicar la Palabra de Dios. A veces le hacían la vida imposible. Lo difamaban. Desconocían su autoridad. ¿Qué hizo Pablo? Perdonar, olvidar la ofensa y actuar como Cristo lo hizo con sus ofensores.

Vivimos pensando que el perdón es para la persona que nos ofende, pero la realidad es que el perdón nos hace libres a nosotros mismos. Si hermoso es el amor, también lo es el perdón, porque permite que nuestro corazón pueda latir al unísono con el corazón de Jesús.

 

 

 

 

 

 

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