domingo, 31 de enero de 2021

El miedo nos paraliza

 

Los antiguos veían en el miedo un castigo de los dioses, los griegos divinizaron estas emociones en dioses como Deimos que representaba el temor, y Phobos el miedo, esforzándose por reconciliarlos en tiempo de guerra. A los dioses Deinos y Phobos correspondían las divinidades romanas Pallor y Pavor.

Para Sócrates, el miedo no es más que un mal inminente y Aristóteles define el miedo como una expresión del mal.

Puede afirmarse que el miedo es una emoción, que ha acompañado al ser humano durante toda la historia. Esta realidad es compartida con las demás especies del reino animal, quienes al reconocer la presencia del peligro asumen comportamientos de evitación, ataque o huida.

Afirman Maturana  y Bloch, que las emociones básicas en su diversidad son todas y cada una importantes y necesarias, de forma tal que el fluir permanente de las emociones es el que permite la plenitud.

Los temores que enfrentamos los seres humanos son los mismos en todos los lugares, estos se expresan según las amenazas que podemos experimentar a lo largo de nuestra existencia. Sin embargo, a pesar de las reacciones que provoca el miedo es necesario como una voz de alarma ante los peligros existentes, de tal forma que contribuye a la supervivencia de las especies.

El arma más poderosa que tiene un gobernante no es la fuerza. No es la represión, el castigo ni la guerra. Esas artes son de otros tiempos, de otras épocas. Hoy en día los gobernantes prefieren no llegar hasta esos extremos para controlar y someter a sus ciudadanos. Hoy en día ya no es necesario.

No es preciso porque han descubierto que, a la hora de gestionar una población, no es necesaria la fuerza si se sabe bien cómo amenazar a los individuos. Debido al miedo transmitido con una amenaza, las personas obedecerán como si les hubieran atacado o torturado.

La realidad del miedo no es tan solo lo que puede significar, sino el daño que puede hacer en nosotros. Vivir lleno de miedos puede paralizar todos los planes de Dios con nosotros. La Sagrada Escritura (La Biblia) nos alienta diciendo: “Porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de poder, de amor y de dominio propio.” 2 Timoteo 1:7.

El miedo encoge, anestesia, creando una sociedad conformista, que impide la irrupción de un movimiento colectivo para defender los derechos de los pobres y marginados. Al ir cada uno a lo suyo, se extiende una pandemia de individualismo, insolidaridad y egoísmo. La norma predominante es “sálvese quien pueda”.

Pues bien, en medio del gran miedo se nos dice que recobremos el ánimo, que no dejemos que se nos vaya el “alma”, que no nos abajemos y arrastremos. El hombre (hombre-mujer) es un ser que eleva la cabeza y vive de esperanza.

Me viene a la mente una escena de gran dramatismo. Jesús duerme en la barca, mientras sus discípulos están a punto de ahogarse a causa de una gran tempestad que los sorprendió.

Podemos pensar en la irresponsabilidad de Jesús al quedarse dormido en esos momentos tan delicados, y creer  que el Maestro no era consciente del peligro al que estaban sometidos aquellos marineros experimentados en tempestades. Pero Jesús les ofrece una respuesta  que tranquiliza tan necias suposiciones al preguntarle a la atemorizada tripulación: ¿por qué teméis hombres de poca fe?

Viajo en el tiempo y me imagino en la barca junto a Pedro, remando, extenuado y con inquietante sensación de angustia. Murmurado con Andrés sobre la indiferente postura del Maestro ante un acontecimiento tan desafortunado. Pero justo en ese momento, entre el agitado movimiento de la embarcación, es cuando me sacuden las palabras de Cristo, al hacerme comprender que olvidamos quien es el tripulante invitado.

Amaina la tempestad, se multiplican los panes y los peces, se llenan de luz los ojos de los ciegos y aun así seguimos poniendo en tela de juicio la autoridad de quien obra tales milagros. Incapaces de reconocer tras tales actos la mano poderosa del Dios de la vida.

Él puede hacer hoy los mismos milagros que hizo ayer, su poder no menguó, ni su amor hacia nosotros, sin embargo seguimos dudando de su capacidad y poder para sanar vidas, sosegar las tempestades y tranquilizar nuestros corazones, pero sin lógica seguimos dudando y exclamando: ¡Señor, sálvanos que nos hundimos!

Pues ya deberíamos saber que Él no duerme, sólo espera que confiemos en que Él guía nuestra barca y que por muy bravo que esté el mar su voz amainará la tempestad y habrá bonanza.

2 comentarios:

  1. El miedo a la evangelización, es lo que hace débil a la iglesia. La confianza en Dios, en el Evangelio es lo que hace posible que la fe crezca en los corazones.
    El mundo en la evangelización nos examina de la fe que tenemos. San Pablo lo dice creí por eso hablé. Ay de mí si no evangelizo.
    Muy buena reflexión sobre el miedo

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  2. Muchas Gracias José Carlos por esta reflexión tan acertada, la verdad que tenemos que ser Peregrinos de la Confianza, el miedo nos mata, el miedo no es de Jesús.

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