Los misioneros, allá en la selva de Perú encontraron las raíces de la vida, la inmensa realidad de la pobreza, la opresión y la miseria, en un mundo que había sido redimido por Jesús. No fueron a buscar la injusticia, pero estaba allí y la encontraron. No la miraron un momento en los libros, de pasada, la vivieron y la sufrieron, entre los campesinos indígenas y los terratenientes, entre los intereses del capital y la durísima guerrilla, en medio de una Iglesia y de una Congregación entregada al Evangelio, pero en riesgo de perderse y envolverse en otras tareas e ideales, menos evangélicos, menos humanos.
Ciertamente hay, muchos religiosos buenos, claretianos. Pero quedan pocos hombres como ellos, hechos a la verdad clara de la selva, no podían integrarse ya en la trama de pactos, de oscuridades y las medias verdades de la “nueva” España. De esa manera, por ser fiel a sí mismos y a su nombre cristiano, dejaron sus Congregaciones a las que amaban (a las que han seguido amando hasta el fin), dejaron un tipo de ministerio eclesial de presbítero que era para ellos sagrado. No han muerto, ellos viven, porque han sembrado vida, con la Vida de Jesús. La que está agonizando, la que está muriendo sin remedio, es un tipo de Iglesia clerical. Jesús no necesitó poderes, ni edificios propios, ni funcionarios a sueldo, sino que «proclamó» la llegada del Reino de Dios, sin instituciones especializadas. Habló con imágenes que todos podían entender y actuó con gestos que todos podían asumir, abriendo cauces personales de solidaridad entre los excluidos y necesitados.
Los misioneros que he conocido sintieron que tenían que dejar su camino anterior de religiosos y presbíteros oficiales, por fidelidad a su propia vocación cristiana. Y ésta fue la tragedia de alguno de ellos: La Iglesia que le había hecho y enviado al mundo lejano no supo o no quiso recibirlo en su casa, en la vieja España. Y le hizo sentirse extraño, un marginado y olvidado, no en Perú, sino en su hogar de Iglesia, en su misma tierra, que al final de su vida fue su Galicia natal.
En el año 2015, en una entrevista de un diario regional, el vicario general hablaba de la posibilidad de utilizar casas rectorales o casas habilitadas con ayuda de Cáritas o de feligreses que quieran colaborar. El obispo de Mondoñedo hacía estas declaraciones en la web diocesana: «Trabajemos todos por superar la lacra que representa la exclusión social» Pero parece que el proyecto se ha quedado en papel mojado… En la diócesis todavía quedan rectorales vacías que se están deteriorando por la falta de uso.
Tras trece años de actividad, la residencia universitaria de la Domus Eclessiae de Ferrol ha cerrado sus puertas debido a la escasa demanda de plazas por parte de los estudiantes del campus.
El obispado de Mondoñedo-Ferrol cierra también la Librería Diocesana “Chamorro” de Ferrol después de treinta años de servicio. “El déficit que cada año generaba ha abocado a tener que tomar esa dolorosa decisión, por hacerse imposible para la diócesis seguir asumiendo dichas pérdidas.” Comunicaban en los medios el 31 de enero de 2019.
El día 13 de octubre, 2019 cerraba al culto la iglesia parroquial de Santa Cruz, en Canido.
Si no hubiese cruzado con el señor obispo algunas líneas hablando estérilmente de varios de estos temas que después he tratado de forma pública, no habría de faltar quien quisiera tratarme como a un pobre desmemoriado. Pero no es el caso. Los seglares no estamos para «hacer la vista gorda», tenemos que enfrentar y ver los dolores de la gente para intentar reparar lo que podemos y para avisar a quienes tienen capacidad y responsabilidad en el desarrollo de la comunidad eclesiástica. «La Iglesia necesita que todos seamos profetas», es decir, «hombres de esperanza», siempre «directos» y nunca «débiles», capaces de decir al pueblo y a, los jerarcas «palabras fuertes cuando hay que decirlas» y de llorar juntos si es necesario.
He aquí el perfil de profeta delineado por el Papa Francisco, el Papa propuso un verdadero y propio «test» para reconocer al profeta auténtico. No es un anunciador «de desventuras» o «un juez crítico» y ni siquiera «recriminador de oficio». Sobre todo es un cristiano que «recrimina cuando es necesario», siempre «abriendo las puertas» y arriesgando en persona también «la piel» por «la verdad» y para «resanar las raíces y la pertenencia al pueblo de Dios».
Los cristianos no podemos quedarnos callados cuando vemos actuaciones contrarias al Reino de justicia. Como nos enseña el profeta Ezequiel, si no avisamos al extraviado, éste no podrá cambiar de conducta y morirá por propia culpa, pero a nosotros, por nuestra inacción, se nos pedirá cuentas de su muerte.
Con pena, veo cómo se sigue intentando acallar las voces críticas que proponen alternativas, como si desde la jerarquía tuviesen en mente mejores propuestas que por alguna extraña razón no dan a conocer. Muchos esperamos que reaccionen antes de que sea tarde, no vaya a ser que se acaben quedando solos, pastores en paro, buscando alguna oveja a la que pastorear.
El sistema eclesial ha tendido a convertirse en mercado de inversiones y seguridades sacrales, poderes e influjos, al servicio de un Dios al que hemos identificado con un tipo de administración cristiana. No cabe duda de que a la autoridad le resulta más cómodo un súbdito pasivo y receptivo que uno que interroga y creativo. Además, decía el catedrático de Gramática Histórica, Eugenio de Bustos, que el «El lenguaje político, como todo lenguaje, no es inocente. Intenta siempre, de alguna manera, mover al oyente en una dirección determinada, manipular nuestra conciencia».
Las palabras son poderosas y eso lo saben los jerarcas y los líderes políticos.
Lo que no es nuevo, es el hecho de manipular el lenguaje. Ya Quevedo (1580-1645) en “El mundo por de dentro” nos decía: “Pues todo es hipocresía. Pues en los nombres de las cosas ¿no la hay la mayor del mundo? El zapatero de viejo se llama entretenedor del calzado; el botero, sastre del vino, que le hace de vestir; el mozo de mulas, gentilhombre de camino;… la putería, casa; las putas, damas; las alcahuetas, dueñas; los cornudos, honrados. Amistad llaman al mancebamiento, trato a la usura, burla a la estafa, gracia a la mentira, donaire a la malicia, descuido a la bellaquería, valiente al desvergonzado, cortesano al vagamundo, al negro, moreno…”
Ya no quedan obispos como Pedro Casaldáliga que se despojó de su sotana, vestía pantalones vaqueros, calzaba chanclas y vivía en una casa pequeña de campesino.
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