Antes de ser asesinado Romero era tildado como “cura comunista” por los generales, coroneles, políticos y empresarios de ultraderecha que formaban parte de agrupaciones nacionalistas y anticomunistas. Sus denuncias contra la violencia armada, incluida la incipiente guerrilla, fueron cada vez más constantes. Le llamaban “la voz de los sin voz”.
Romero nació el 15 de agosto de 1917, en Ciudad Barrios, departamento o provincia de San Miguel; fue ordenado sacerdote en 1942 y el 3 de febrero de 1977 fue nombrado por el Papa Pablo VI Arzobispo de San Salvador. Llegó siendo conservador pero comenzaron a matar a sacerdotes muy cercanos, como el jesuita Rutilio Grande, lo que empujó a la denuncia frontal contra la violencia política. De acuerdo a los analistas, en el seno de la misma Iglesia católica, la beatificación de Romero estaba bloqueada porque se había convertido en un símbolo de la lucha contra la injusticia social y en un emblema de la Teología de la Liberación.
Los predecesores del Papa Francisco, Juan Pablo II y Benedicto XVI, sostuvieron que Romero fue un mártir de la fe, pero ha habido mucha polémica en torno a si su asesinato debía de considerarse un martirio o si fue a causa de las confrontaciones políticas y sociales en las que estuvo envuelto El Salvador en la década de 1980. Muchos teóricos del conflicto armado salvadoreño consideraron el asesinato de Romero como la última gota que hizo estallar la guerra civil, que se prolongó desde 1980 a 1992.
No se puede dudar que Monseñor Romero se convirtió en figura universal. No es él por supuesto, el único cristiano, ni siquiera el único obispo asesinado. Pero por la calidad de su vida y obra, por las circunstancias históricas de su martirio, se convirtió en figura universal.
Si él no es un mártir cristiano, ¿quien lo será? Para los pobres no hay duda alguna; para los canonistas puede seguir habiéndola: si murió por defender la fe, si murió pacientemente...Karl Rahner, en un escrito de antes de su propia muerte reflexiono teológicamente sobre la necesidad de ampliar el concepto tradicional de martirio, y escribió: “¿por qué no habría de ser mártir un Monseñor Romero, por ejemplo, caído en la lucha por la justicia en la sociedad, en una lucha que el hizo desde sus más profundas convicciones cristianas?”” me gustaría interpretar estas palabras de Rahner como el elogio de un gran teólogo a un gran obispo.
Recordar a Monseñor Romero no significa, pues aislarlo de los demás mártires ni exaltarlo de tal modo que los otros queden en la penumbra. Recordar a Monseñor Romero es más bien recordar a muchos otros, mantener vivos a tantos profetas y mártires, campesinos y delegados de la Palabra. Es , sobre todo recordar a miles de mártires inocentes, indefensos y sin nombre; Es recordar a todo un pueblo crucificado; cuyos nombres nunca se conocerán públicamente, pero que están integrados para siempre en Monseñor Romero.
En vida fue “voz de los sin voz”. En muerte es “nombre de los que quedaron sin nombre”.
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