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sábado, 9 de mayo de 2015

David le perdona la vida a Saúl


 
 
1 Samuel 24
David le perdona la vida a Saúl
24 Cuando Saúl regresó de perseguir a los filisteos, le informaron que David estaba en el desierto de Engadi. Entonces Saúl tomó consigo tres batallones de hombres escogidos de todo Israel, y se fue por los Peñascos de las Cabras, en busca de David y de sus hombres.
Por el camino, llegó a un redil de ovejas; y como había una cueva en el lugar, entró allí para hacer sus necesidades. David estaba escondido en el fondo de la cueva, con sus hombres, y éstos le dijeron:
—En verdad, hoy se cumple la promesa que te hizo el Señor cuando te dijo: “Yo pondré a tu enemigo en tus manos, para que hagas con él lo que mejor te parezca.”
David se levantó y, sin hacer ruido, cortó el borde del manto de Saúl. Pero le remordió la conciencia por lo que había hecho, y les dijo a sus hombres:
—¡Que el Señor me libre de hacerle al rey lo que ustedes sugieren! No puedo alzar la mano contra él, porque es el ungido del Señor.
De este modo David contuvo a sus hombres, y no les permitió que atacaran a Saúl. Pero una vez que éste salió de la cueva para proseguir su camino, David lo siguió, gritando:
—¡Majestad, Majestad!
Saúl miró hacia atrás, y David, postrándose rostro en tierra, se inclinó y le dijo:
—¿Por qué hace caso Su Majestad a los que dicen que yo quiero hacerle daño? 10 Usted podrá ver con sus propios ojos que hoy mismo, en esta cueva, el Señor lo había entregado en mis manos. Mis hombres me incitaban a que lo matara, pero yo respeté su vida y dije: “No puedo alzar la mano contra el rey, porque es el ungido del Señor.” 11 Padre mío, mire usted el borde de su manto que tengo en la mano. Yo corté este pedazo, pero a usted no lo maté. Reconozca que yo no intento hacerle mal ni traicionarlo. Usted, sin embargo, me persigue para quitarme la vida, aunque yo no le he hecho ningún agravio. 12 ¡Que el Señor juzgue entre nosotros dos! ¡Y que el Señor me vengue de usted! Pero mi mano no se alzará contra usted. 13 Como dice el antiguo refrán: “De los malos, la maldad”; por eso mi mano jamás se alzará contra usted.
14 »¿Contra quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién persigue? ¡A un perro muerto! ¡A una pulga! 15 ¡Que sea el Señor quien juzgue y dicte la sentencia entre nosotros dos! ¡Que examine mi causa, y me defienda y me libre de usted!
16 Cuando David terminó de hablar, Saúl le preguntó:
—David, hijo mío, ¡pero si eres tú quien me habla!
Y alzando la voz, se echó a llorar.
17 —Has actuado mejor que yo —continuó Saúl—. Me has devuelto bien por mal. 18 Hoy me has hecho reconocer lo bien que me has tratado, pues el Señor me entregó en tus manos, y no me mataste. 19 ¿Quién encuentra a su enemigo y le perdona la vida? ¡Que el Señor te recompense por lo bien que me has tratado hoy! 20 Ahora caigo en cuenta de que tú serás el rey, y de que consolidarás el reino de Israel. 21 Júrame entonces, por el Señor, que no exterminarás mi descendencia ni borrarás el nombre de mi familia.
22 David se lo juró. Luego Saúl volvió a su palacio, y David y sus hombres subieron al refugio.
 LA ENSEÑANZA PRACTICA
 
Todo esto me hace pensar en tres principios útiles que deben ser tomados en cuenta cuando se trata de la tentación más sutil de la vida. Vale la pena recordarlos cuando seamos victimas del enemigo.
Puesto que el hombre está corrompido, debe esperar ser maltratado. La misma naturaleza que latía en el corazón de Saúl, late en el corazón de todos nosotros. Si vivimos según la carne, reaccionaremos como Saúl.
puesto que el maltrato es inevitable, debemos esperar tener sentimientos de venganza, no estoy hablando de tomar venganza, sino de prevenir los sentimientos de venganza, porque podremos estar seguros de que los tendremos. Es la naturaleza de la bestia.
Manejar el maltrato no es fácil, razón por la cual la verdad de Jesús es tan revolucionaria: “ Y cómo queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Luc 6:31), no como ellos hacen , sino como queremos que nos hagan. Son muy escasas las personas que no toman venganza, o que al menos no quieren tomarla.
Puesto que el deseo de venganza es previsible, debemos  negarnos a luchar con nuestras fuerzas. Fue por esto que David venció los deseos de venganza. Sus hombres le dijeron: “ mátalo”, y el casi lo hizo, estoy convencido de ello. Pero cuando se acercó a saúl le entró miedo y se limitó a cortarle un pedazo de su manto en lugar de hundirle el cuchillo en la espalda. Después hizo lo correcto.
Si estamos presos por el rencor y deseamos vengarnos del enemigo y pagarle con la misma moneda, necesitamos pedirle a Dios que nos libre de la esclavitud. ¡El secreto es el perdón! Reclamemos el poder de Dios para perdonar a través de Jesucristo. Comencemos a pedirle perdón a Dios por cultivar esa raíz de amargura y de rencor en uestro corazón. Pidámosle que nos lo muestre con toda su fealdad y pongámosle fin. Cristo puede darnos ese poder. Él sufrió lo indecible por nosotros. Puede darnos el poder que necesitamos para vencer toda clase de amargura y de rencor que pueda haber en nuestras vidas.
El deseo de Venganza es el deseo más sutil de la vida. Pude ser contra su pareja infiel. Puede ser contra la persona que le engañó con su esposo. Puede ser contra su padre o su madre…
A esto le llamamos: “¡Yo tengo mis derechos! Yo no soy el felpudo que se me puede pisotear.
Pero Dios le llama de otra manera: Venganza.

Ahora vayamos a Romanos y veamos que más dice Dios sobre esto: Nunca devolvamos mal por mal. Respeta lo que escorrecto a la vista de  los hombres.

“Si es posible en cuanto dependa de vosotros, tened paz con todos los hombres… No os venguéis vosotros mismos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque está escrito: Mía es la venganza; yo pagaré, dice el Señor… No seas vencido por el mal, sino vence con el mal el bien"

                                                                               Romanos 12:18, 19, 21

                                                                              
Dios dice “ en cuanto dependa de vosotros” tened paz con todo el mundo. En otras palabras, nosotros no podemos cambiar a los demás. Lo único que podemos hacer es manejar nuestro propio comportamiento a través del Poder de Dios. “ Si hay alguien a quien culpar”, dice Dios , “déjalo de mi parte. No sigas viviendo con eso. “Haz todo lo que puedas para estar en paz”. Y eso comienza con el perdón.
Experimentamos un proceso de tres pasos cuando deseamos vengarnos. El primer paso es el agravio. El segundo paso es la vulnerabilidad y el tercero es la acción innoble. Cuando mezclamos estas tres cosas, tomamos venganza. Lo vimos en la vida de David. Primero, Saúl cometió el agravio. Segundo, se encontró con Saul en un momento vulnerable. Tercero, de haber actuado innoblemente, conforme a la carne, pudo haberle hundido el cuchillo y se habría realizado la  VENGANZA. Sus compañeros lo habrían aplaudido, pero él habría tenido que cargar esto en su conciencia por el resto de su vida.
 
Ahora bien, es posible que podamos pensar que todo está controlado y muy pensado: Para mí esto no es ningún problema; yo sé cómo manejar la situación. Pero antes de finalizar el día puede suceder que suframos una ofensa y esperemos que la otra persona esté en una situación vulnerable y le asestaremos un golpe, a menos que lo dejamos en manos de Dios.
Aprendamos esta lección de David: Cuando la tentación más sutil de la vida trate de atraernos, no debemos dejarnos vencer. Creedme… nunca lamentaremos perdonar a alguien que no lo merecía.
Además de soportar, debemos perdonar de corazón.
 Ahora llegamos a perdonar, que abarca otros dos mandamientos: 1. amar a nuestros enemigos y 2. orar por ellos. “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen,” (Mateo 5:44)

Un viejo predicador sabio dijo, “Si puedes orar por tus enemigos, puedes hacer todo lo demás.” He encontrado que esta es la verdad en mi propia vida. Al orar por aquellos que me han herido, Cristo empieza a quitar mi dolor, mi deseo de defenderme, y mi deseo carnal de vengarme. Y mientras él hace esto, soy impulsado a preguntar, “Señor, ¿qué quieres que haga para reparar esta relación?” 


 Claro, Jesús nunca dijo que el trabajo de perdonar sería fácil. Cuando ordenó, “Ama a tus enemigos, “ la palabra griega para “amar” no significa “afecto” sino “entendimiento moral.” Simplemente, perdonando a alguien no es asunto de revolver afecto humano, sino hacer una decisión moral para quitar el odio de nuestros corazones.

Pablo hace una lista de seis cosas que tenemos que sacar de nuestras vidas si vamos a crecer en la gracia de Cristo: Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia y toda malicia (Efesios 4:31).

Las tres primeras cosas en la lista de Pablo son amargura, enojo e ira estas se explican por si solas. Amargura es rehusar soltar una herida pasada o perdonar un daño pasado. Enojo es una fortaleza de resentimiento mezclado con la esperanza de vengarse. Ira es exasperación ya sea una explosión rápida o una indignación lenta y candente hacia alguien.

Jesús aclara: No podemos aferrarnos a no perdonar, a la ira o malicia. Si nosotros no nos deshacemos de esta cosas mortales en nuestras vidas, permaneceremos sin el perdón de nuestros propios pecados. Entonces, nuestras iniquidades se amontonaran contra nosotros, a pesar de nuestra devoción y buenas obras (ver Mateo 6:14-15).
Así que, examina tu vida cuidadosamente. Y recuerda estas definiciones: la gracia es el *poder del Espíritu Santo para hacernos más como Jesús. Y creciendo en la gracia es crecer en el parecido de Cristo a través del poder de Espíritu. Finalmente mantente haciéndote esta pregunta: Me estoy pareciendo más a Jesús, confiando en poder del Espíritu Santo?

Poder en griego significa Dinamo, palabra derivada del griego Dinamis el cual significa poder, palabra que se divide en 2 partes = Dinamita (Poder explosivo) – y Dinamo (poder constructivo); el evangelio es ambas cosas, constructivo “dinamo” para el que cree, y destructivo “dinamita” para el que no cree.

Griego: δυναμις [dunamis] (Sustantivo femenino). Fuerza, capacidad, poder.
δυναμις [dunamis] aparece 120 veces en el NT


















 

 

jueves, 23 de mayo de 2013

El perdón nos hace libres

 



Olvidar no es perdonar.
El que quiera olvidar lo que le han hecho descubrirá que no puede. Los pensamientos y heridas vuelven de vez en cuando. La curación no puede empezar hasta que perdonamos.
Perdonar es una decisión personal.
Dios dice que nunca debemostomar  la justicia por nuestra propia mano (Romanos 12:19).
Confíemos en que Él tratará de forma justa a quien nos ha agraviado.
Perdonemos por nuestro bien, para ser libres.
El perdón es ante todo cuestión de obediencia a Dios.
Él Señor quiere que seaámos libres.
Perdonar es aceptar las consecuencias  de los pecados ajenos.
Acostumbrarse a esas consecuencias, aunque no nos gusten. Hay que decidir entre hacerlo en la esclavitud del resentimiento o en la libertad del perdón. Nos podemos preguntar dónde entra en juego la justicia. La justicia se encuentra en la cruz, que hace el perdón justo desde el punto de vista legal y moral.
No esperemos a que el otro nos pida perdón.
Jesús no esperó a que le pidieran perdón los que lo crucificaron para perdonarlos.
Rogó: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»
(Lucas 23:34).

El evangelista Lucas ve otro tipo de relación entre el perdón y la Cruz de Cristo. No es la cruz la intermediaria del perdón sino Jesús, que en la cruz nos da el   ejemplo más grande del perdón. Jesús ruega por los que le crucifican: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). En estas palabras nos deja Jesús una herencia de amor y perdón para que nosotros sigamos su ejemplo. Su conducta tiene carácter de ejemplaridad. En la mentalidad de Lucas, Jesús es la cabeza de nuestra fe, nos precede con su ejemplo para que nosotros le sigamos y le imitemos. Esta oración nos enseña cómo podemos y debemos perdonar sin pensar nunca que las exigencias del perdón pueden ser excesivas, algo por encima de nuestras fuerzas o posibilidades.
           
En la oración de Jesús está la clave del éxito en el perdón. Si oramos repitiendo estas palabras: “Padre perdónalos”, no pensaremos que estamos cumpliendo una exigencia que está por encima de las posibilidades de nuestra voluntad.
           
Esa oración es  una manera de dirigirnos al Padre y de ver en Él la verdadera motivación de nuestro perdón. Esta oración nos libera también del poder de los hombres; en efecto, ella pone distancias entre nosotros y los demás al mismo tiempo que nos hace comprender las razones de su comportamiento.
           
Cuando algunas personas nos hieren y nos ofenden, no saben en realidad la mayoría de las veces lo que hacen. Nos hieren porque ellas mismas están heridas, porque padecen complejos de inferioridad y la única manera de hacerse notar y sentirse superiores es pincharnos y molestarnos. En realidad son siempre ellas las únicas perjudicadas. Pero si nosotros repetimos las palabras de Jesús en la cruz no necesitamos saltar por  encima de nuestra indignación y dominarnos. Para sentirnos capaces de perdonar nos basta con no considerar al que nos ha hecho daño como un enemigo sino simplemente como una persona que  se siente ella misma herida. Perdonar a esa persona no significa por nuestra parte un gesto de debilidad, sino una manifestación de nuestra libertad y fortaleza. Por el contrario, si no perdonamos, el otro sigue ejerciendo poder sobre nosotos, es él quien determina manera manera de pensar , de sentir y de actuar. El perdón nos libera de ese poder del diablo porque el otro ya no es un adversario sino un individuo herido y obcecado, incapaz de obrar de otra manera. Incluso en el caso de que llegara a crucificarnos no ejercería poder sobre nosotros.

Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales.

Nuestras verdaderas armas:
  • 2 Corintios 10:4 “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.”
 ¿Qué podemos nosotros hacer para enfrentar estas fuerzas del maligno, especialmente en lugares donde nosotros tenemos escasa influencia? El apóstol Pablo que tuvo que enfrentarse a reyes y gobernantes, nos da esta palabra de consolación y ánimo: “Tenemos a nuestra disposición armas confiables probadas por nuestro Dios… para destrucción de fortalezas”

Nuestro trabajo, nuestras batallas y ataques del adversario nosotros las ganaremos con el poder del Espíritu de Dios, el Dios que está con nosotros y a favor de nosotros, nuestros triunfos no serán por medio de recursos terrenales, no. sino con el poder de Dios.

La Palabra de Dios nos dice que lo que atemos en la tierra queda atado en el cielo y lo que desatemos con nuestra boca queda también desatado. Nosotros sin darnos cuenta nos podemos estar atando por no estar atentos.


Gálatas 5:16,17.
"Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre si, para que no hagáis lo que quisiereis."


           
Así lo sintió Jesús en la cruz. Los hombres pudieron hacerle sentir exteriormente los efectos de su maldad pero no pudieron llegarle a lo más profundo de su interior donde él seguía orando por ellos con una oración que les hacía transparente su obcecación y su ignorancia. En los Hechos de los Apóstoles cuenta Lucas cómo los discípulos se comportaban de la misma  manera que Jesús. Por ejemplo en el caso de Esteban, que muere con las mismas palabras de Jesús en los labios. Rezaba mientras era apedreado.

"Necesitamos sanar las heridas. Somos los sembradores de la paz y de la esperanza en el mundo. Si no sanamos, una por una, las heridas, pronto comenzaremos a respirar por ellas, y por las heridas sólo se respira resentimiento.

Pocas veces somos ofendidos; muchas veces nos sentimos ofendidos. Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento adverso contra el hermano. ¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado?
El que es odiado vive feliz, generalmente, en su mundo. El que cultiva el rencor se parece a aquél que agarra una brasa ardiente o al que atiza una llama. Pareciera que la llama quemara al enemigo; pero no, se quema uno mismo. El resentimiento sólo destruye al resentido. El amor propio es ciego y suicida: prefiere la satisfacción de la venganza al alivio del perdón.
Pero es locura odiar: es como almacenar veneno en las entrañas. El rencoroso vive en una eterna agonía.
No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso y alivio que se siente al perdonar, así como no hay fatiga más desagradable que la que produce el rencor.
Vale la pena perdonar, aunque sea solo por interés, porque no hay terapia más liberadora que el perdón.
No es necesario pedir perdón o perdonar con palabras. Muchas veces basta un saludo, una mirada benevolente, una aproximación, una conversación. Son los mejores signos de perdón. A veces sucede esto: la gente perdona y siente el perdón; pero después de un tiempo, renace la aversión. No asustarse. Una herida profunda necesita muchas curaciones. Vuelve a perdonar una y otra vez hasta que la herida quede curada por completo".
Ignacio Larrañaga. Muéstrame Tu Rostro