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miércoles, 2 de mayo de 2012

Agustín Villamor: un misionero según el corazón de Dios

 Gracias a la vida estos grandes misioneros como Agustín, América Latina y el Perú son un continente y un país católico. Y fueron grandes misioneros, porque no se anunciaron a sí mismos sino a Cristo y su misterio de salvación, núcleo de toda evangelización, ya que Cristo manifiesta el Plan del Padre y le revela a la persona humana, el modo de llegar a la plenitud de su propia vocación.

Fueron grandes misioneros porque fueron misioneros según el corazón de Jesús, el primer evangelizador, porque supieron representar  al único Buen Pastor, el Señor Jesús, haciendo entrar a sus ovejas por la única puerta de la salvación que es Cristo.

Fueron grandes misioneros porque tenían un amor profundo por los indios que los impulsaba a llevarles el mensaje de la fe de manera sencilla, directa, completa y armoniosa. Y, a partir de Cristo, los educaban a resolver las exigencias de la vida, tanto personal, familiar, como social.

Es decir había una visión de evangelización integral, siguiendo el modelo de la Cruz que está constituida por dos maderos: el vertical que representa la evangelización-salvación, y el horizontal que representa la evangelización-promoción humana. Suprimir alguno de estos maderos o dimensiones de la evangelización, convertiría la Cruz de Cristo en una estaca o en un palo tirado en el camino, y no en la Cruz gloriosa del Señor Jesús. Estos grandes misioneros tuvieron siempre presente la concepción integral de la evangelización, en la que sin menoscabo alguno del anuncio del Evangelio y la educación en la fe, se buscó servir al hombre de manera integral.

Fueron grandes misioneros porque mantuvieron una perspectiva integral en la que evangelización-salvación y la evangelización-promoción humana no están opuestas sino armónicamente unidas. Al ir a las raíces de evangelización de América Latina, podemos descubrir que la identidad de nuestro Continente se va forjando del anuncio de la Palabra y de la promoción humana como realidades que van siempre unidas.

Los misioneros son los hombres  de la caridad: para poder anunciar a todos los hombres que son amados por Dios y que él mismo puede amar, los misioneros como Agustín dan un testimonio de caridad para con todos, gastando la vida por el prójimo. EL misionero es el "hermano universal"; lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres, particularmente a los más pequeños, los marginados y los más pobres. En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusiónes ni preferencias.

 Lo mismo que Cristo, los misioneros aman a la Iglesia: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella" (Ef 5, 25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana —como dice san Pablo— es "la solicitud por todas las Iglesias" (2 Cor 11, 28). Para todo misionero y toda comunidad "la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia".

Los misioneros son los hombres  de las Bienaventuranzas. Jesús instruye a los Doce, antes de mandarlos a evangelizar, indicándoles los caminos de la misión: pobreza, mansedumbre, aceptación de los sufrimientos y persecuciones, deseo de justicia y de paz, caridad; es decir, les indica precisamente las Bienaventuranzas, practicadas en la vida apostólica ( Mt 5, 1-12). Viviendo las Bienaventuranzas los misioneros experimentan y demuestran concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido. La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior que tantas veces comunicaba Agustín a los que le conociamos, Alegría que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, los misioneros de la "Buena Nueva" son hombres  que han encontrado en Cristo la verdadera esperanza.



El verdadero cristiano


Foto Agustín Villamor Herreo



El verdadero cristiano está por encima de toda ideología y se halla donde el hombre se abre a Dios y al otro, siempre que se da verdadero amor y superación del egoísmo, siempre que el hombre busca la justicia, la solidaridad, la reconciliación y el perdón, existe cristianismo y emerge la estructura crística dentro de la historia humana. Por tanto, el cristianismo no se realiza tan sólo allá donde es profesado explícitamente y es vivido ortodoxamente, sino que se manifiesta siempre y allá donde el hombre dice si al bien, a la verdad y al amor.
           
Este planteamiento nos invita a tener una mente abierta al diálogo y a un pluralismo teológico-religioso, para no encerrarnos en un dogmatismo de carácter fundamentalista. El verdadero cristiano no es simplemente el que así se denomina y se afilia a la religión cristiana, sino el que vive y hace realidad su vida, aquello que Cristo vivió y por lo que fue apresado, condenado y ejecutado. El mismo Jesús dijo a sus discípulos y amigos. No es el que me dice Señor, Señor, el que entrará en el Reino de los cielos, sino aquel que cumpla la voluntad de mi padre. Ser cristiano de verdad es mucho más que confesar de labios a Cristo, más bien significa vivir la estructura y el comportamiento que vivió el mismo Cristo: amor, perdón, confianza total en Dios. Existe todavía gente que confunde el ser cristiano con el hecho de estar apuntado en un registro determinado, éstos son los cristianos de número. A ellos conviene recordarles que sin compromiso se autoengañan. El cristianismo es la vivencia concreta y consecuente, en la estructura crística, de lo que Jesús de Nazaret vivió como total apertura al otro, amor indiscriminado, fidelidad inquebrantable a la voz de la conciencia y superación de todo lo que ata al hombre a su propio egoísmo.
           
No es verdadero cristiano el miembro confesional de la religión, sino aquel que se ha hecho realmente humano en virtud de su vivencia cristiana. No el que observa servilmente un sistema de normas y leyes, con vistas a sí mismo, sino el que se ha hecho libre para la simple bondad humana.

martes, 13 de marzo de 2012

Agustín Villamor, luz clara en una Iglesia oscura




(Xabier Pikaza) Agustín, amigo, has muerto un Domingo de Cuaresma (4 III 2012), tú que era ya Pascua con Jesús, tu amigo. Has muerto en un tiempo de oscuridad de la Iglesia a la que habías dado gota a gota tu vida, sin haber recibido de ella una respuesta católica, humana.

Has muerto en pecado, no en el tuyo, sino bajo el pecado una Iglesia Oficial que no te ha dado Comunión, a ti que siempre habías ofrecido comunión a los demás.

Pero no has muerto solo, sino acogido por el Dios a quien querían, en manos de tu esposa querida y de sus hijos (tus hijos), rodeado del amor de tus amigos, del respeto y cariño de todos tu vecinos, de la admiración de tus compañeros claretianos… Has muerto como religioso y sacerdote ejemplar, siendo marido y padre de unos hijos.

Has sido y eres un signo, Agustín, y así quiero presentarte hoy que ya no puedes responderme en este mundo, en la octava de tu “resurrección” (en medio de esta cuaresma eclesial que sigue), como ejemplo del gran amor y de la cruz inmensa de miles de presbíteros, religiosos y religiosas que se han dado su vida por Jesús y que al fin se han sentido apartados, negados por aquellos que se dicen sucesores y representantes suyos.

Has muerto y quedas como testimonio vivo de entrega de miles de "consagrados" que lo han dado todo y que, cambiados los tiempos y las circunstancias, se han sentido negados y/o silenciados por la Iglesia. Sólo algunas dictaduras son capaces hacer algo semejante: Ignorar y desperdiciar la entrega de muchos de sus "hijos" mejores, que han dejado un tipo de Institución, pero están plenamente dedicados a la causa del evangelio, de otras maneras.
Iglesia, que hace a los hombres y los deshace

Has muerto sin ser reconocido por tu Madre Iglesia, que ha sido para ti madrastra, pero tu vida no ha sido una vida baldía, sino todo lo contrario: Has sido Luz de Pascua en la Cuaresma oscura de una Iglesia que te ha criado y te ha enviado (te ha hecho misionero) con su gran pasión de Cristo, para abandonarte luego, como dice un dicho antiguo de tu antigua y recia tierra: ¡Castilla, que faz a los omes e los desfaz! Castilla…, una Iglesia, que hace a los hombres y luego los deshace.

No han podido deshacerte, Agustín, porque tú has vivido a la luz de Cristo, y en esa luz has muerto, rodeado de amigos cristianos (de los mismos claretianos, tus hermanos), y tu muerte ha sido para muchos de nosotros una Pascua anticipada en esta larga cuaresma eclesial. Perdona que así te recuerde, emocionado y dolorido, agradecido por tu memoria de gracia, recordando tu esposa, a sus hijos, a los amigos que te han acompañado.

Bien nacido, un bien claretiano

Naciste en la España profunda, del duro trabajo y las entregas fuertes (creo que el año 1957, en un lugar de la Vieja Castilla, del Reino de León), en un tiempo de grandes fidelidades y esperanzas grandes, cuando los jóvenes iban a los seminarios y conventos por vocación y tarea esencial…, pues la primera tarea es vivir, y entonces los conventos y los seminarios eran espacios de estudio y de humanidad, de llamada cristiana y de compromiso por el evangelio, en un momento de cambios fuertes, cuando iba a comenzar la gran renovación del Vaticano II, cuando empezaba ya el cambio de la Iglesia y de la España profunda.

Así te conocí en mis primeros años de profesor, en la Pontificia de Salamanca (hacia el 1975/80, no tengo aquí los datos más precisos, no voy a buscarlos, pues ahora no importan). Formabas parte del grupo del Teologado Claretiano. Teníais sin duda problema, pero vivíais de una forma intensa, con retos cristianos, grandes esperanzas. Recuerdo vuestra casa, a la vera de la casa donde murió Unamuno, en frente de las Úrsulas, en el camino por el que cada día bajábamos y subíamos profesores y alumnos, al toque de las horas, a la Facultad de Teología.

Ser claretiano era entonces una distinción. Erais quizá los mejor formados, disciplinados, estudiosos, con un fuerte ideal de sacerdocio y de vida religiosa, como misioneros de Claret, dispuestos a servir a la Iglesia y extender el evangelio al mundo entero. La luz encendida por el Concilio os alumbraba, y erais creyentes, y estudiosos, bajo la guía de aquellos que han sido y son una de las mayores referencias teológicas de España en el siglo XX: algunos que serían después (Sebastián y Rouco, Cañizares y Blázquez, Julián y Adolfo…), y otros que han sido grandes profesores (como Olegario y Tellechea…).

Llevabais en el alma la esperanza de la renovación de la Iglesia, erais el futuro, creyentes, inocentes, emocionados por Cristo, dispuestos a todas las tareas eclesiales y sociales. Así os dejé, así te recuerdo.

De misión, en la selva peruana

Te conocí entonces pero después perdí tu pista. Sé que estuviste un tiempo en España, como religioso y profesor… pero fuiste pronto a la Selva del Perú, como otros cientos de compañeros, claretianos y de otras órdenes y congregaciones, religiosos y religiosas, bien formados, enviados a diversos lugares del mundo, para realizar la misión de Jesús, allá, a comienzos de los años noventa del siglo pasado.

Allí en la selva de Perú encontraste las raíces de la vida, la inmensa realidad de la pobreza, la opresión y la miseria, en un mundo que había sido redimido por Jesús. No fuiste a buscar la y la injusticia, pero estaba allí y la encontraste. No la miraste un momento en los libros, de pasada, la viviste y la sufriste, entre los campesinos indígenas y los terratenientes, entre los intereses del capital y la durísima guerrilla, en medio de una Iglesia y de la Congregación entregada al evangelio, pero en riesgo de perderse y envolverse en otras tareas e ideales, menos evangélicos, menos humanos.

Fuiste misionero en tierra dura, hombre cercano, de Jesús, dispuesto siempre al testimonio personal y a la justicia, sin grandes palabras, con hechos grandes. Fuiste simplemente Iglesia, como Claret (pero no entre los grandes, sino con los últimos del mundo); fuiste simplemente cristiano, sin glosas, ni distingos, hombre de Jesús, y te entregaste, día a día como mártir, testigo de Dios, y así te siguen recordando como Hombre de Pascua (Resurrección), en aquella tierra que parecía condenada a una cuaresma sin fin, de injusticias, de muerte, de miseria.

Allí descubriste algo que quizá no sabías, que tu fortaleza de castellano-leonés estaba hecha de debilidad, de tu debilidad propia, y de la que fuiste adquiriendo y sufriendo, en largos días de soledad y selva, de andar mojado, de comer pobremente, de vivir a la intemperie… Sin casi notarlo, pero siendo totalmente consciente de ello, entregaste allí por Jesús y por la Iglesia (es decir, por el pueblo de los pobres) por años y años, entre infecciones nuevas y enfermedades antiguas.

En una España eclesial que no recibe a sus mejores hijos

Acabada la etapa de misión tuviste que volver (creo que el año 2001), cansado de cuerpo, pero lleno de alma, a la tierra de donde habías salido, a la Congregación Claretiana de España, a la Iglesia vieja (envejecida) donde quisiste integrarte como eras, con tu delicadeza, con tu inmensa sinceridad, con tu verdad desnuda. Y así te integraste en la comunidad y parroquias de Baltar (junto a Ferrol, en Galicia). Estuviste unos años (hasta el 2004). Pero no pudieran ser las cosas como antes. La Iglesia que te había criado en España, treinta años atrás, ya no te podía (no te sabía) recibir; era distinta, tú eras distinto, aunque siempre (y sobre todo) cristiano, un hombre de Jesús.

Ciertamente había, y hay, muchos compañeros buenos, claretianos. Había y hay muchas realidades buenas, de parroquias y misiones, en Castilla-León, en Galicia… Pero un hombre como tú, hecho a la verdad clara de la selva, no podía integrarse ya en la trama de pactos, de oscuridades y las medias verdades de la “nueva” España. De esa manera, por ser fiel a ti mismo y a tu nombre cristiano, dejaste una Congregación a la que amabas (has seguido amando hasta el fin), y un tipo de ministerio eclesial de presbítero que era para ti sagrado.

Y así sentiste que tenías que dejar tu camino anterior de religioso y presbítero oficial, por fidelidad a tu propia vocación cristiana. Y ésta fue tu tragedia: La Iglesia que te había hecho y enviado al mundo lejano no supo o no quiso recibirte en su casa (en tu casa), en la querida España. Y te sentiste extraño, un marginado y olvidado, no en Perú, sino en tu hogar de Iglesia, en tu misma tierra, que ahora era Galicia.

Sólo y desnudo, con las manos en los bolsillos

Y de esa forma te encontraste sólo y sin un “peso”, sin dinero alguno. Tantos años de trabajo y nada de “salario”… A los cincuenta años, con la ilusión de Cristo brillando en tus ojos, pero sólo, en un rincón de España, sin medios para vivir, después de haber dado y regalado tanto, con una salud frágil. En ese contexto, cuando tu vida podía haberse apagado (como una vela sin cera) pudiste encontrarte de nuevo, porque una mujer llena de alma, con hijos ya criados, supo ofrecerte algo esencial, un amor humano y cristiano, un complemento de alma.

Así dice un hermoso refrán de tu tierra: Habías quedado “desnudo y con las manos en los bolsillos vacíos…”, entre Ferrol y Vigo, sin posibilidad humana de rehacer tu vida enferma, y así tuviste que aprender a ser cristiano, desde la base, desde cero… pues la Iglesia que te había hecho y elevado y enviado hasta el confín de la selva te ignoraba ahora, incapaz de entender que su centro debía estar en las márgenes del mundo, de la vida. No te abrió espacio tu Iglesia por la que todo habías dado. Pero te recibió y te resucitó el amor de una persona (a la que tú resucitaste también con tu amor).

Tus profesores eran obispos grandes, y algunos de tus viejos compañeros eran importantes profesores de centros distinguidos… Pero tú, consumido por la selva, tuviste que buscar trabajos para sobrevivir, no en la edad en que uno empieza a “colocarse”, de los veinte a los treinta, sino en la edad de jubilarse, pasados los cincuenta. No te pudiste jubilar y trabajaste duro, de profesor de auto-escuela y de mil cosas que otros no querían, quedando al fin en paro…

Pero no todo fue cuaresma

Encontraste como he dicho gracia de Pascua en tu camino, porque tú fuiste pascua para muchos. Encontraste en tu soledad llena de vida a una mujer que te ha encontrado y te ha querido, simplemente, profundamente, creando con ellas y con sus hijos una comunidad concreta de vida, en la selva del entorno de Ferrol. Y cuidaste a sus hijos, trabajando por ellos y siendo su padre.

No todo fue cuaresma, encontraste amigos con quienes compartías camino y palabra, una especie de “parroquia” personal, hecha de encuentros humanos, cristianos, de amistad, de consejo, de enseñanza.

Así te volví a encontrar hace dos años, a la orilla de la ría del Eo, y te descubrí de nuevo, con Mabel, descubriéndote humano, sensible, cordial… simplemente misionero. Sentí que vivías a flor de piel, hombre de alma abierta por tus ojos; supe que eras cristiano por connaturalidad, tras años de ejercicio misionero… hombre de consejo y piedad, de sabiduría y ciencia de Dios, lleno de los dones del Espíritu.

Te regalé un libro de los que yo escribo, y tú me regalaste tu recuerdo de alumno y de amigo, y tu palabra de hondo cristiano, por encima de todas las leyes y normas que algunos imponen sobre otro, por encima de los pesos que personas que se creen importantes cargan sobre otros (quizá sin mover ellos ni un dedo, como sabe Mt 23).

Te encontré como persona y amigo, y me respondiste mejorado mucho lo que había enseñado Y supe que mis años de profesor en Salamanca no habían sido en vano, porque estabas tú, y otros como tú, empezando a ser misioneros en todas partes (en las selvas de Perú y en los caminos del duro Altiplano)… y en muchos resquicios de la vida, fuera de los cauces oficiales de la institución.

Querías comulgar, pero no te han dejado

Desde entonces he sabido semana a semana que ibas creciendo en humanidad cristiana, mientras menguaba tu salud, dolida por el hachazo de la dura selva antigua y de las nuevas desilusiones… y supe que morirías mártir, como has muerto, por tu justicia humana, por tu honradez cristiana, por haber sido y por ser misionero, sin trabajo rico, sin casi dinero, pero con una mujer, unos hijos nuevos, unos amigos que estaban a tu lado y crecían en humanidad por tu palabra.

Habías pedido la dispensa por el presbiterado, pero no te llegaba… y decías con humanidad increíble: ¡Es así, las cosas son lentas, en Roma, tienen mucha prudencia… y mientras tanto, para no escandalizar, no quiero recibir la comunión!... pues la Iglesia a la que ha dado vida y alma no me recibe en su comunión oficial.

Y no recibiste el signo de la comunión externa, con el pan celebrado… y así has muerto, como un nuevo catecúmeno de una Iglesia que no ha sido para ti madre, sino madrastra. Tú nunca acusaste, ni condenaste, pero yo puedo hacerlo y lo hago.

Has muerto en pecado, Agustín, pero no en pecado tuyo, sino en pecado de la Gran Iglesia, con esta Cúpula Vaticana, con estos dicasterios de Roma convertidos en el peor de los castillos de Kafka, una sede de poder inexorable que no atiende a las personas.

No, ya sé (tú me decías), ellos en el fondo son buenos… ¡Claro que son buenos, casi todos (al menos muchos) uno a uno, persona a persona, como la mayoría de la gente! Pero una institución así, que no te ha escuchado, que no ha venido a la vera de tu cama cuando estabas enfermos, que no te ha dado gracias (ni mucho menos te ha pagado) por tu entrega hasta la muerte… una institución así está enferma de muerte.
Pero no todo ha sido malo, tus compañeros claretianos han respondido al final con generosidad, como ha hecho Manuel Borges, de la comunidad del Ferrol, que te ofreció la unción de los enfermos.

Lo siento, Agustín, tú no te atrevías a decir lo que yo digo…

porque eras demasiado bueno, pero ahora (ya en el cielo del Cristo Pascual), tras tu dura cuaresma, sabes que es así. Como grupo, los encargados romanos de las “dispensas” no creen ni en Dios ni en las personas (ni en el valor de la Iglesia a la que dicen representar), pues si creyeran tratarían directamente cada caso, persona a persona, habrían venido a verte, tratarían contigo…

Ellos tienen su Derecho (¡no el buen Derecho Canónico!)… y representan el poder, y tú, como persona concreta (como Agustín), no les has importado. Eso significa que no creen, pues ponen su ley por encima de las personas, por encima de la vida profunda de la Iglesia, que ha de ser comunión de personas. Tú, en cambio, has creído, has muerto creyendo en ellos, pensando que no podías comulgar de esa manera, mientras no hablaran contigo y te dieran el “papel”.

Descansa en paz, Agustín, y sigue creyendo desde tu cielo, es decir, abriendo como Jesús un camino de Pascua para aquellos que te hemos querido, y que ahora, sólo ahora, descubrimos lo que nos falta con tu ida. Tampoco Jesús tenía los “papeles” arreglados cuando le mataron.

No has muerto tú, está muriendo una Iglesia (¡no la Iglesia!)

No has muerto tú, tú vives, porque has sembrado vida, con la Vida de Jesús. La que ha muerto (está muriendo sin remedio) es un tipo de iglesia que no da la cara, es decir, que no se ha puesto en contacto personal contigo, que no te ha llamado para hablar, que no te ha ofrecido comunión, a ti que has sido siempre un hombre de comunión abierta, incluso con aquellos que te han calumniado, que han dudado de tu honradez… Jesús era contacto directo, era palabra íntima, de persona a persona, como tú has sido siempre… Por eso tú ha sido y eres Iglesia verdadera.

Pero hay una Iglesia oficial que es otra cosa. Tú mandaste un papel, una petición de dispensa, diciendo que querías ser cristiano de pueblo (es decir, laico), exponiendo tu caso, pidiendo un lugar en esta iglesia… y no te han respondido. Es como si tu petición hubiera caído en saco roto, en un pozo sin fondo, donde por no haber no hay siquiera eco. Así han pasado los años, y en ese tiempo has muerto.

Estas cosas (morir sin haber recibido un gesto humano de comunión) no pasan ni en la más dura cárcel, pues cuando un preso va a morir lo dejan ir a casa, para que descanse al fin en comunión con los suyos. A ti te han tenido como preso, después de haber hecho bien las cosas, y te han dejado morir, sin acogerte en la casa que administran ellos (unos “ellos” sin nombre), de manera que quizá, por equivocación, estará llegando la “dispensa” (no la palabra de amor y agradecimiento), ahora que estás en la tumba de la resurrección.

Pero no has muerto solo, Agustín

Has muerto sin comunión externa de la Gran Iglesia, pero has muerto en amor con Dios y con la gente, con tu parroquia personal… Has muerto cerca de tu mujer, y de los hijos de ella (¡que han sido tuyos, no tus hijastros!), has muerto rodeado del amor y la admiración agradecida de muchos amigos, de tus hermanos de carne…. Y de tus hermanos claretianos, recuperados y agradecidos al fin, pues te han acompañado en la enfermedad como lo que son de verdad, misioneros, hermanos (a pesar de los recelos de algunos).

Sabrás desde tu cielo que ha venido a bendecir tu memoria y tu tumba el hermano provincial de los claretianos (gracias, Camargo), con otros muchos compañeros, para compartir la eucaristía de la vida, contigo, alguien a quien en Roma habían negado la otra eucaristía de la comunión oficial. Muchos te decían “comulga” (recibe la comunión), pero tú no querías hacerlo mientras hubiera un tipo de oscuridad en tu Iglesia, y así has muerto, ofreciendo tu vida para que ella, la Iglesia, pudiera ser limpia, transparente.

Has muerto un domingo de Cuaresma de la Iglesia, pero tu vida ha siso y sigue siendo ya para siempre Domingo de Pascua. Adiós, Agustín. Gracias por haber sido quien has sido, pide desde el cielo por tu gente, tu mujer, tus hijos, tus amigos, por los claretianos, por tu pueblo de Ferrol, y por tu Iglesia. Un abrazo, viejo amigo, por ti sé que mis años de profesor no han sido en vano.

Postdata

No sé muchos datos más de Agustín. Por eso ruego a sus amigos que envíen comentarios… Si alguno quiere escribir una semblanza suya puede enviármela a mi correo particular.

Desde aquí agradezco a la familia de Agustín, por lo que él ha sido. Acompaño en el dolor y en la esperanza a su esposa y a sus hijos, y a los claretianos les deseo tiempos nuevos de fidelidad eclesial.


http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2012/03/10/agustin-villamor-luz-clara-en-una-iglesi

domingo, 11 de marzo de 2012

Agustín villamor: un testigo de Cristo


En este segundo domingo de cuaresma de marzo del 2012 después de una enfermedad larga y de sufrimiento, pero que siempre llevó con una paz que incluso nos transmitió a todos en una breve instancia en el hospital Arquitecto Marcide de Ferrol se presentó ante el Señor tranquilo y esperanzado este incansable misionero y luchador: Agustín Villamor Herrero.

Sus compañeros claretianos, familiares y amigos acreditaron el afecto a su persona y el agradecimiento al Señor por regalarnos un amigo como Agustín.

Agustín fue un hombre especial, de constitución física menuda y de apariencia débil, pero con una bien equilibrada cabeza. Todos recurríamos a él cuando teníamos algún problema y él siempre tenía alguna solución.

Agustín escuchó el clamor de los pobres y respondió lo más ajustadamente que supo marchándose de misionero al Perú. El amor cristiano no se deja entrampar por el egoísmo o por el ocio y tiene una vocación de servicio. Son los señores de este mundo los que quieren dominar y ser servidos, mientras que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida por los demás (Mt 20, 25-26).

La creación de un nuevo cielo supone lograr la presencia de Dios entre los hombres, lo cual permite transformar la vieja Babilonia en la nueva Jerusalén.

Cuanto más he conocido a Agustín, más llegué a la convicción de que el servir a los pobres de Perú fue que este servicio es lo que dio ultimidad a su vida. Comentábamos con su esposa Maca que sin la selva de Perú no sería Agustín….

Agustín fue un hombre magnánimo (grande de corazón) ciertamente, los santos fueron todos magnánimos y todas las personas que pasaron por la vida de la Iglesia abriendo caminos y dejando una huella profunda es porque fueron magnánimos.

Toda su vida estuvo llena de hechos de la más auténtica grandeza de corazón. La magnanimidad debería ser la virtud de nuestro tiempo, porque es la que hace mover las cosas grandes y la que nos hace seguir las huellas de Jesús que murió perdonando a los que le mataron. Solamente los magnánimos como Agustín llegan a la auténtica y verdadera vida Espiritual porque son los que le dan todo a Dios.

Los magnánimos como Agustín se pueden reconocer muy bien porque están siempre disponibles cuando les necesitamos y siempre nos ayudan a resolver situaciones difíciles creando optimismo y esperanza. Cuando se les pide algo siempre responden sí. Son un oasis en medio del mundo en el que vivimos.

Agustín fue un gran creyente, un hombre de corazón limpio como el de las bienaventuranzas de Mateo. ¡Que buen recuerdo tendrán de él los de la selva de Perú a donde fue de misionero entregando su vida y su salud!

Recuerdo muy bien nuestras conversaciones cuando paseábamos por la laguna de Valdoviño y por los montes de el Val. Su inteligencia me impacto, pero lo que más me impactó fue cuando me hablaba de los más pobres y necesitados haciéndome recordar que predicar la cruz a los crucificados es convertirse en uno de ellos.

Lo fundamental que me ha dejado Agustín es que nada hay más esencial que el ejercicio de la misericordia y nada más humano y humanizante que la fe.

Siempre recordaré su capacidad de entrega, siempre gratuita, pero lo que más recuerdo fue el amor que él nos transmitía y a través de su amor los que le conocimos pudimos conocer más a Dios, porque todo aquel que ama nació de Dios y conoce a Dios.Hay una frase que Martin Luther King escribía sobre el bien y el mal dice así:

“Tendremos que arrepentirnos en esta generación no simplemente por las palabras y acciones llenas de odio de las personas malas sino por el espantoso silencio de las personas buenas”.

El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. 1 Corintios 13:6

Agustín no podía callarse ante la injusticia

La paciencia y la fe que Agustín nos mostró a todos en medio de su enfermedad fue un auténtico testimonio. Las pruebas son inevitables y además necesarias para todos los que creemos en Cristo. Agustín en medio de la prueba dio testimonio en quien había confiado y en quien había creído mostrándonos que el buen testimonio trae como consecuencia, que Dios puede hacer con nosotros lo que le parezca y utilizándonos como el quiera, como el alfarero hace con el barro.

¿Quién puede subir al monte del señor, entrar en su vida, en su Santuario? El hombre de de manos inocentes y de corazón puro.

Sé que no todo terminó aquí, porque si nuestra esperanza en Cristo se limitara a los límites de nuestra vida seríamos los más dignos de compasión de todos los hombres.

Gracias Dios mío por el regalo de este amigo y hermano en la fe.

Gracias, Agustín, amigo; “compañero del alma, compañero”, que diría Miguel Hernandez.

José Carlos Enríquez Díaz

viernes, 9 de marzo de 2012

Agustín Villamor Herrero: un siervo de Dios



Agustín era de una coherencia total en su ser y en su saber estar, siempre dialogante, pero siempre critico. Con la injusticia nunca practicaría. Buenos disgustos le proporciono, incluidos los de los “amigos” esta radicalidad parece que no gustaba a algunos y de hecho hoy apareció un comentario anónimo en mi blog que he decidido publicar porque me parece muy acertado pues Agustín ha sido un siervo de Dios.


A través de las Escrituras vemos que los autores del Nuevo Testamento usan frases para referirse a ellos como “siervo de Dios”, “siervo del Señor” y “siervo de Jesucristo” alternativamente.
Pablo, por ejemplo, se llama a sí mismo “siervo de Jesucristo” en Romanos 1:1 y “siervo de Dios” en Tito 1:1. Santiago hace lo mismo en la apertura de su carta a los judíos, presentándose como siervo de Dios y del Señor Jesucristo. Lo mismo hacen Pedro y Judas en las primeras líneas de sus epístolas.


No sólo los apóstoles son llamados a ser siervos de Dios y de Jesucristo, todos los cristianos somos llamados a ser siervos de Dios. En Romanos 6:22, el apóstol Pablo nos dice que los cristianos hemos sido liberados del pecado y hechos siervos de Dios. El apóstol Pedro nos insta, en su primera epístola a que vivamos como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios (1 P. 2:16). Ser siervo y ser libre al mismo tiempo, interesante el concepto.
definición de “siervo” :


El siervo de Dios es aquella persona que está dispuesta a:
* hacer lo que Dios pida
* cuando El lo pida
* donde El lo pida
* no importa lo que El pida


La palabra siervo significa esclavo (doulos). Describe a alguien que está sujeto a la voluntad de su Señor, y totalmente a la disposición de él.
Al usar este término para describirse, los apóstoles están expresando su absoluta devoción y sujeción a Cristo, están expresando su actitud de absoluta obediencia hacia Cristo, algo a lo que no sólo los apóstoles fueron llamados, reitero, sino todos los que somos de Cristo. Es esa obediencia incondicional la que nos va habilitar para ser siervos efectivos.
Esa obediencia comienza en nuestras vidas cuando renunciamos a otros “señores”, nos identificamos con Cristo, descubrimos en la Escritura cuál es su voluntad, vivimos de acuerdo a ella, y conscientemente nos alejamos de intereses que son contrarios a la voluntad de Dios, aún y cuando estos intereses (gustos, hábitos, preferencias o tendencias) hayan sido importantes para nosotros en el pasado. Escuchémos a Pablo exhortando a los romanos a vivir esa vida de obediencia que Cristo demanda de nosotros:


“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional [lo que corresponde]. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Romanos 12:1-2


Después de dejar claro lo que es un siervo de Dios les dejo con el comentario anónimo que he recibido esta noche:





La ira de Dios caerá sobre los calumniadores y mal hechores de Agustín; ellos saben quienes son...

No toquéis a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas. 1 Crónicas 16:22; salmo 105:15.

¡La calidad en nuestra vida y ministerio es de una importancia fundamental! El deseo de Dios no es que haya muchos y malos, tampoco pocos y buenos; Él quiere muchos y buenos.
He leído muchas veces, en las torres de alta tensión, un cartel que dice: “PELIGRO DE MUERTE: ALTO VOLTAJE”. Esto mismo debieran de leer algunos con respeto a la unción que Dios ha puesto en los hombres que él usa. Todos podemos servir a Dios, pero no todos tenemos el mismo rango en el reino del Padre. En cuanto a la salvación, el precio pagado por Cristo es el mismo para todos, pero en cuanto al servicio, hay rangos diferentes. Aquí no es cuestión de diferencia de personas, sino de autoridad (unción) para el servicio. En el cuerpo de Cristo funcionan muchos dones y capacidades. Sin embargo, hay que diferenciar a los dones de los ministerios.
A Moisés le fue ordenado poner un velo sobre su rostro para que los hijos de Israel no pusieran los ojos en él, pues la gloria de Dios se reflejaba en su rostro. Sé que no debemos atribuirle un valor excesivo, pero si Dios no perdonó a aquel rey afgano que profanó los vasos sagrados del santuario, ¡Cunato más a nosotros si tocamos los vasos que sirven en lo que es perfecto!

jueves, 8 de marzo de 2012

Agustín Villamor Herrero



Agustín Villamor Herrero

Ha partido a la presencia de su Rey y Salvador, un hombre que tuvo la brillante revelación del amor de Dios y la aprovechó para dedicar 10 años de su vida como misionero en la selva de Perú sirviendo a los más necesitados.

Fue un verdadero siervo de Dios y profeta que ajustó su vida a la Palabra de Dios. Un ejemplo de un hombre que forjó su carácter siguiendo el ejemplo de nuestro Señor y Salvador.

Agustín ha pasado por peligros reales y conscientes en la selva de Perú, pero su compañero siempre fue el Padre Dios, tierno y amoroso, que nos alienta a todos con su Espíritu y que se nos reveló en Cristo metido en lo más profundo de la humanidad.

Los ojos y el corazón de Agustín destilaban limpieza. Era un hombre sin dobleces. En él podías confiar. No aceptaba excusas, cuando descubría situaciones injustas.

La vida de Agustín fue una vida corta, pero plena de sentido y de bondad.

Recordando las palabras de Aristóteles: “Es esa la batalla genuina y particular de los hombres; la percepción del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, eso es lo que nos hace genuinamente humanos y nos diferencia de otras especies animales”

Su humildad me fascinó; su visión me retó. Agustín ha sido un hombre que nos ha demostrado a los que le rodeábamos que Dios es capaz de hacer con alguien que se consagre plenamente a Él.

Para mí fue el Señor elegido de las cartas de Juan por denunciar a los falsos profetas y maestros y que permaneció firme en la fe como una verdadera oveja del rebaño.

Ahora su voz se escuchará más que antes; nos deja un legado profético a aquellos que admirábamos su franqueza y su fidelidad a la verdad.

Que el Señor bendiga y conforte a su familia. Shalom a su mujer y a sus hijos.

¡Que Dios nos inquiete lo suficiente como para no dejar ese hueco vacío!

José Carlos Enríquez Díaz