De entre todas las conclusiones que nos deja la muerte de quince personas en aguas fronterizas de Ceuta, yo me quedo con una derivada nada secundaria: los inmigrantes decían la verdad. Y los responsables de la Guardia Civil mentían.
Hemos estado una semana escuchando la versión oficial de Interior y de la Guardia Civil: declaraciones, notas de prensa, vídeos y comparecencia parlamentaria. En paralelo, hemos escuchado las voces de los supervivientes, que sostenían una versión completamente diferente a la oficial. Si las autoridades comenzaron diciendo que no habían intervenido, que todo había sucedido en el lado marroquí, y que no habían empleado material antidisturbios, las personas supervivientes hablaban de falta de auxilio, disparos de pelotas y expulsiones en caliente.
Mientras los inmigrantes han mantenido su versión desde el primer día, los responsables de Interior la han ido cambiando día a día, hasta que ayer el ministro admitió el uso de material antidisturbios también en el agua, y las expulsiones en caliente. Hasta que las pruebas se hicieron incuestionables, se dedicaron a negarlo todo, justificar lo que ya no podía ser negado, y finalmente amenazar con querellas a quienes no tragasen con la versión oficial.
Es decir: los inmigrantes dijeron la verdad, y los mandos de Interior mintieron. No solo mintieron: insistieron en la mentira durante una semana, desinformaron mediante un vídeo manipulado para culpar a los propios inmigrantes, acusaron a los discrepantes de hacerle el juego a las mafias. Y todavía hoy no estamos seguros de que la última palabra, la del ministro, sea cierta o aparezcan nuevas contradicciones.
Isaac Rosa Seguir leyendo. (Artículo extractado) Fuente: Zona critica
Bruselas amenaza a España con un expediente por disparar pelotas de goma
El lanzamiento de pelotas de goma contra un grupo de inmigrantes por parte de la Guardia Civil continúa metiendo en aprietos al Gobierno español. Después de que tanto el delegado del Gobierno en Ceuta como el director de la Guardia Civil desmintieran estas prácticas, el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, se vio obligado a admitir el jueves en el Congreso de los Diputados que el pasado día 6 efectivamente se dispararon bolas de goma, en un episodio en el que murieron al menos 14 inmigrantes. Ahora los problemas no le llegan por las críticas de las ONG o de la oposición: es la Comisión Europea la que exige explicaciones y amenaza con la apertura de un expediente.http://politica.elpais.com/politica/2014/02/14/actualidad/1392388642_709684.html
Hay muchos modismos que se suelen emplear cuando nos referimos a los inmigrantes que nos llegan: morenos, negros, moros, espaldas mojadas, transeúntes, ilegales, marginados, nuevos pobres…
Casi siempre son palabras que esconden una actitud negativa, en ocasiones despectiva o racista y, a lo sumo “caritativa”. Muchas veces los tratamos con muy buena voluntad, pero como indigentes y necesitados. Cuando llegan a una ciudad se les indica el camino más cercano de un comedor de Cáritas, de un albergue público, de una parroquia o de una ONG que les saque del apuro cotidiano y que les pague un viaje a otra ciudad donde repetir la historia. Y así entran en esa maquina de la dependencia y la “caridad”.
Quisiera partir de una clave diferente: son trabajadores. Hoy hay trabajadores fijos y temporeros, trabajadores ocupados y trabajadores en paro, trabajadores de convenios y trabajadores de economía sumergida. Está tan estratificada la clase obrera que muchos dicen que se acabó, que eso es del pasado.
Cuando veo a los inmigrantes siento que hay aun otra categoría dentro del mismo mundo obrero: Hay trabajadores del “primer mundo” y trabajadores del “tercer mundo”. Estos inmigrantes son trabajadores de países donde el paro es impresionante y donde la economía de una familia resulta una aventura sobrevivir cada día. Y vienen buscando un empleo, un trabajo, que se respete su dignidad de trabajador. No es lo mismo contemplarlos como indigentes y marginados, relegándolos a ser mero objeto de los servicios sociales, que verlos desde otra clave que les permita ser sujetos de su liberación y de su inserción. Cometemos el mismo grave error con nuestros parados. Sin quererlo, convertimos a los parados y a los inmigrantes en marginados y los introducimos en la rueda del asistencialismo.
No se trata sólo de llevarlos a ONG o a Cáritas, sino de ayudarles a recuperar su dignidad, de invitarles a entrar en el carro de la historia. Hay que ayudarles a que se sientan trabajadores en busca de un empleo, no de la “caridad” social.
La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de conseguir una sociedad que sea lo más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que exige también siempre renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, a la Iglesia le interesa sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien (DCE 28).
Según eso, la misión social de la Iglesia se expresa en la línea de la liberación de los oprimidos. La Iglesia busca
a) la conversión de los opresores
b) y la eliminación de las estructuras de opresión.
a) la conversión de los opresores
b) y la eliminación de las estructuras de opresión.
Hoy, desgraciadamente, vivimos en un mundo violento que hay que denunciar y evangelizar toda cultura en donde se dé lugar a la violencia. Esta violencia, crueldad o tortura va mucho más allá del sufrimiento humano por el que tiene que pasar la propia víctima. Esa sangre o dolor clama acusándonos a todos, nos hace cómplices, nos demanda denuncia y compromiso. La Biblia nos lo demanda también para no caer en el pecado de omisión de la denuncia o, en su caso, de la ayuda o liberación de la víctima.
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