Más de un centenar de personas se concentran en Ferrol «contra a represión sindical»
El encargado de leer el documento de protesta elaborado por los cuatro sindicatos fue Xaquín Campo Freire, miembro del Observatorio para a Defensa dos Dereitos e Liberdades (ESCULCA).
Campo Freire alertó de una «criminalización da resposta social» por parte del Gobierno, que utiliza la «represión» contra todas aquellas personas que se manifiestan en desacuerdo con sus políticas.
http://www.ferrol360.es/mas-de-un-centenar-de-personas-se-concentran-en-ferrol-contra-a-represion-sindical/
Señor Campo Freire: para acabar con la fe de las personas muchos curas nacionalistas introducen la lucha de clases en el seno de la Iglesia obran disolviendo, forman focos de división entre los fieles, pero sobre todo en los ambientes eclesiásticos y religiosos. Dividen a los obispos en dos bloques: los integristas y los progresistas.
Revelan a sus fieles contra los obispos con miles de pretextos. Atacan de frente a la iglesia como combatiendo, para su bien, sus estructuras anticuadas y los abusos que la desfiguran. Con hábiles golpes forman en los ambientes eclesiásticos núcleos insatisfechos para atraerles poco a poco al clima fecundo de la lucha de clases. Adaptan lenta y pacientemente, la infiltración de nuevos contenidos en las ideas tradicionales. Se trata no de liquidar, en un primer momento a la Iglesia, si no de ponerla en el dique seco, incorporándola al servicio de sus ideas nacionalistas. El resto vendrá después”.
Estos autoproclamados defensores del débil. En dos versiones, la más honesta es la que quiere su desaparición pura y simple. Odian a la Iglesia y cualquier pretexto, como el del débil, les vale. La otra es más hipócrita, no quieren la desaparición de la Iglesia sino otra mangoneada por ellos. Por ese minúsculo grupo de sacerdotes, exsacerdotes, religiosos y laicos, más alguna monja desnortada, que no se parecería nada a la católica y que no sobreviviría ni un par de años.
Fe cristiana es fe en Cristo o tal como Cristo la enseña y practica.
La fe que tenían los rudos pescadores de Galilea era cristiana, o sea en Cristo y tal como Cristo la enseñaba y practicaba. Y sentían regusto en esa fe: «Auméntanos la fe» (Lc 17,5), pidieron un día a Jesús.
Cuando don Miguel de Unamuno —hombre profundamente religioso, aunque no católico— paseaba en Salamanca con sus amigos dominicos, les decía: "Con vuestro racionalismo abstracto, habéis agotado la fe".
La fe que tenían los rudos pescadores de Galilea era cristiana, o sea en Cristo y tal como Cristo la enseñaba y practicaba. Y sentían regusto en esa fe: «Auméntanos la fe» (Lc 17,5), pidieron un día a Jesús.
Cuando don Miguel de Unamuno —hombre profundamente religioso, aunque no católico— paseaba en Salamanca con sus amigos dominicos, les decía: "Con vuestro racionalismo abstracto, habéis agotado la fe".
Pero, ¿cuántos se alejan de la iglesia y abandonan su fe en Cristo, por causa del mal testimonio?
Compromiso político y social
44. El sacerdote estará por encima de toda parcialidad política, pues es servidor de la Iglesia: no olvidemos que la Esposa de Cristo, por su universalidad y catolicidad, no puede atarse a las contingencias históricas. No puede tomar parte activa en partidos políticos o en la conducción de asociaciones sindicales, a menos que, según el juicio de la autoridad eclesiástica competente, así lo requieran la defensa de los derechos de la Iglesia y la promoción del bien común[180]. Las actividades políticas y sindicales son cosas en sí mismas buenas, pero son ajenas al estado clerical, ya que pueden constituir un grave peligro de ruptura de la comunión eclesial[181].
Como Jesús (cfr. Jn 6, 15 ss.), el presbítero «debe renunciar a empeñarse en formas de política activa, sobre todo cuando es partidista, como sucede casi inevitablemente, para seguir siendo el hombre de todos en clave de fraternidad espiritual»[182]. Todo fiel debe poder siempre acudir al sacerdote, sin sentirse excluido por ninguna razón.
El presbítero recordará que «no corresponde a los Pastores de la Iglesia intervenir directamente en la acción política ni en la organización social. Esta tarea, de hecho, es parte de la vocación de los fieles laicos, quienes actúan por su propia iniciativa junto con sus conciudadanos»[183]. Además, siguiendo los criterios del Magisterio, el presbítero ha de empeñarse «en el esfuerzo por formar rectamente la conciencia de los fieles laicos»[184]. El sacerdote tiene, pues, una responsabilidad particular de explicar, promover y, si fuese necesario, defender —siguiendo siempre las directrices del derecho y del Magisterio de la Iglesia— las verdades religiosas y morales, también frente a la opinión pública e incluso, si posee la necesaria preparación específica, en el amplio campo de los medios de comunicación de masa. En una cultura cada vez más secularizada, en la cual a menudo se olvida la religión y se la considera irrelevante o ilegítima en el debate social, o como mucho se la confina sólo en la intimidad de las conciencias, el sacerdote está llamado a sostener el significado público y comunitario de la fe cristiana, transmitiéndola de modo claro y convincente, en toda ocasión, en el momento oportuno y no oportuno (2 Tim 4, 2), y teniendo en cuenta el patrimonio de enseñanzas que constituye la Doctrina Social de la Iglesia. El Compendio de la doctrina social de la Iglesia es un instrumento eficaz, que lo ayudará a presentar estas enseñanzas sociales y a mostrar su riqueza en el contexto cultural actual.
La reducción de su misión a tareas temporales, puramente sociales o políticas, en todo caso, ajenas a su propia identidad, no es una conquista sino una gravísima pérdida para la fecundidad evangélica de toda la Iglesia.
El sacerdote o clérigo que pretenda participar activamente de la vida política, en cierto sentido traiciona su peculiar vocación, puesto que “ellos no son del mundo, según la palabra del Señor, nuestro Maestro” (Decreto Presbyterorum Ordinis, n. 17). Los sacerdotes “son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey”, (Ibidem, n. 1), y su misión principal consiste en ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados y desempeñar públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdotal en favor de los hombres (cfr. Ibidem, n. 2). Los sacerdotes sirven al pueblo cristiano desempeñando sus funciones ministeriales del mejor modo posible; el pueblo necesita sacerdotes entregados a sus funciones, no sacerdotes que intenten ocupar el espacio de los laicos. “Por esto consagra Dios a los presbíteros, por ministerio de los Obispos, para que participando de una forma especial del Sacerdocio de Cristo, en la celebración de las cosas sagradas, obren como ministros” de Cristo (Ibidem, 5). El pueblo cristiano necesita sacerdotes santos, que ofrezcan el sacrificio de Cristo en plena unión con su maestro.
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