¡Que estupenda es la vida que nos regala con amigos y con
todo lo que ellos suponen! ¡ Y que grandes son los amigos que al marcharse nos
dejan un mundo mucho más crecido y lleno de vitalidad!
Tuve el privilegio de contar con su amistad durante más
de treinta años y puedo atestiguar que José Antonio Clavero fue una de las personas
más entrañables que he conocido. Era una gran persona, un gran médico, un
gran amigo. Un personaje irrepetible, la bondad personificada, la
entrega a los demás como un servicio vocacional innato a su persona.
A lo largo de este camino muchas veces duro de nuestra
vida, ésta nos regala la presencia de un ser irrepetible al que nosotros
tenemos la suerte de conocer. Una persona que su sola presencia irradia tanta
paz, que todo aquel que está a su lado se siente dichoso.
Cada mirada amorosa que nos brindó, quedará en nuestro
corazón.
No hay palabras para expresar lo que José Antonio ha
significado para tanta gente, solamente
miles de corazones
llenos de ese amor que él nos dio.
Entendió en muchas formas que hay diferentes
medicinas, algunas que curan el cuerpo con mil y
un enfermedades, pero algunas otras que solo consiguen aliviar el
dolor antes de lo inevitable.
No sólo ha dejado huérfanos a su mujer Paqui, a sus dos
hijas y a sus nietos, sino que también a sus compañeros amigos y pacientes, que
siempre vimos en él una sonrisa amiga a la que contar nuestros miedos, con la
que avanzar más seguros ante eventuales tropiezos.
¿Quién podrá estar en la presencia del señor? Los de
corazón limpio y de manos limpias, dice el salmo 23.
José Antonio Clavero dejó una huella digna de imitar por
quienes aún quedamos. Un recuerdo que ya quisiéramos que se tuviera de nosotros
mismos cuando nos toque partir de este mundo. Ha sido un auténtico magnánimo en
su pensar, en su creer y en su obrar en toda tu vida, por eso su ejemplo conmueve los corazones y arrastra
ejemplarmente las vidas y las conciencias de todos. Gracias, José Antonio por
tu amistad, por el cariño que nos diste y por todo el bien que nos hiciste.
Tú y tu semilla de utopía y esperanza, generosamente
sembradas, no morirán jamás, pues la mañana te ha cogido sembrando y el Padre
te ha encontrado con la lámpara bien llena.
Sabemos que no todo ha terminado a pesar de la inmensa
dolor de tu perdida. Porque si nuestra esperanza en Cristo se limitara a los
límites de esta vida seríamos los más desgraciados de todos los hombres.
José Carlos Enríquez Díaz
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