La carta
europea de Derechos del niño (DOCE nº C 241, de 21 de Septiembre de
1992) expone: “Todo niño tiene derecho a gozar de
sus padres y el padre y la madre tienen una responsabilidad conjunta en cuanto
al desarrollo y educación de sus hijos.”
El artículo
154 del código civil también indica que: “Los hijos no emancipados están bajo
la potestad del padre y de la madre.” Comprende también los deberes y
facultades de velar por los hijos, alimentarlos, tenerlos en su compañía y
educarlos.
En ambas
declaraciones se expone el derecho y la necesidad de los menores de disfrutar y
gozar con ambos padres. Pero este
derecho de los hijos peligra cuando las parejas deciden dejar de convivir y se
separan, pues en la mayoría de las ocasiones esta decisión no es compartida y
despierta sentimientos y emociones negativas con una falta de sentido común que
dificulta el utilizar la sensatez personal. En algunos casos, la negación de
uno de los cónyuges a aceptar la separación y el divorcio provoca sentimientos
y emociones difíciles de afrontar y superar, mezclando las responsabilidades y
funciones parentales con los problemas de la pareja. Cuando uno de los cónyuges
se siente abandonado, ese sentimiento lo transmite en muchas ocasiones a sus
hijos; “nos ha dejado, ya no nos quiere”. Las emociones intensas, el dolor y el
sufrimiento algunas veces parecen justificar el derecho a hacer daño al otro
progenitor convirtiendo a los hijos en arma arrojadiza.
La asignación,
por parte del juez, de la custodia a uno solo de los padres, agudiza todavía
más los conflictos entre las parejas provocando una lucha entre ambos por la
custodia y el cuidado de sus hijos. Mientras uno de los padres continúa
haciendo la misma vida que hacía con sus hijos antes de la separación – en la mayoría de los casos la madre- al
padre se le despoja de todas sus funciones que antes tenía y compartía antes de
que se produjera la separación entre ambos.
Esto hace que
una mayoría de padres separados se sientan simples “tarjetas de crédito” o
“padres pagadores” y algunos de ellos no se conformen con estar de espectadores
en la vida de sus hijos. La queja más habitual
de la mayoría de estos padres separados es la imposibilidad de estar
presentes en los momentos en que sus hijos quisieran recurrir a ellos o
necesitan su ayuda, y con ello desempeñar un papel relevante dentro de su vida.
En una situación así, en la que el progenitor que no tiene la custodia, se
siente insatisfecho con la escasa relación que mantiene con su hijo, sin
influencia real en su vida y algunas veces casi sin contacto alguno; de ahí que
hay casos en que algunos padres se sientan simples cajeros automáticos.
Con las leyes
actuales, la madre tiene todos los recursos para que, por las malas, se quede
con los hijos, la casa y parte del sueldo del otro progenitor. Debido a
encontrarse en esta penosa situación algunos padres terminan durmiendo en el
coche mientras no encuentran casa y sus parejas viven en la opulencia
pudiéndose permitir caprichos para ellas, mientras el hombre tiene que volver
humillado a casa de sus padres.
Si para
fecundar un niño son necesarias dos personas, para educarlo y cuidarlo
muchísimo más.
Por otra
parte: “¿Qué se pierde al perder al padre?”, se ha preguntado el papa
Francisco. “Es imposible responder a esta pregunta sin reconocer ante todo, que
existe un lazo indisoluble entre paternidad y libertad. Por tanto, al golpear a
uno se golpea necesariamente al otro. Oscurecer la presencia del padre hasta el
punto de negarla significa, para el hijo, renegar de su propio origen,
desfigurando profundamente la percepción de la realidad y, en último término,
extinguiendo la energía del deseo (primer plano de la libertad) que es
despertado por la realidad misma. Pero perder la memoria del propio origen
significa también bloquear el camino y el sentido del propio destino…”
Cuando las
feministas y algunos partidos políticos reclaman la igualdad verdadera entre el
hombre y la mujer es totalmente respetable, pero ganar la”igualdad” dándole derechos a ella a costa de
quitárselos al hombre es hembrismo.
¿Es justo un
sistema en que las madres puedan decidir, cuando se separan de sus maridos,
cuánto tiempo pueden pasar sus hijos con sus padres?
También es muy
doloroso y un enorme misterio que, el tiempo que las madres no pueden acompañar
y educar a sus hijos, opten por dejarlos al cuidado de terceras personas,
vecinos, amigos, canguros, porque se ha decidido de forma arbitraria que ese
día no toca estar con su padre.
Quizás a
algunas personas pueda parecerles superfluo lo que estoy preguntando, pero todo
esto es motivo de dolor y sufrimiento para una gran mayoría de hijos que están
condenados a una orfandad cruel, una
forma de maltrato a los hijos y a los padres, que podría evitarse.
¿Esta situación
no debe considerarse un estado de discriminación sexista, amparado por
sentencias injustas, paridas por intereses políticos y económicos, alimentados
por agresivas ideologías revestidas de falsa igualdad?
Esos pequeños
momentos que muchos padres disfrutan con
sus hijos transcurren en un abrir y cerrar de ojos. La mayoría de las
separaciones están llenas de una enorme tristeza, que en algunos casos pueden
conducir al suicidio, a pesar de que muchas organizaciones feministas y
partidos políticos lo nieguen.
Esa tristeza y
ese sufrimiento se hace muchas veces insoportable cuando los hijos preguntan a
sus padres en el momento de despedirse: “Papa, ¿y no puedo quedarme un poquito
más...?” o “¿no podemos vernos esta semana?” No, hijo, no, hasta dentro de 15
días no toca…
José Carlos
Enríquez Díaz
Los tres pilares de la ideología de Estado en España, apoyada por todos los partidos de derechas y de izquierdas, menos uno, son: el feminismo de género, la ideología de género y el movimiento LGTB+++. Entre todos los autodenominados "progresistas" están llevando a España a la ruina moral, social y económica.
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