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Generalmente,
la razón más importante que tienen los padres para bautizar a sus hijos
pequeños es de orden estrictamente religioso. En el catecismo y en la
predicación eclesiástica se enseñan unas ideas teológicas que empujan a la
gente para que bautice a sus hijos cuanto antes. Esas ideas religiosas se reducen, en el fondo a una cosa: el bautismo
es necesario para quitar el pecado original, lo cual, a su vez es necesario
para que el niño pueda salvarse; de no estar bautizado, si muere, iría al
limbo. La iglesia no les bautiza para quitarles un pecado de muerte (de
manera que si no hubiera bautismo irían al limbo o al infierno), sino para
celebrar, prometer y promover una mutación humana, desde la “palabra”, en amor
mutuo, para la vida.
La
consecuencia inmediata e inevitable es que el ingreso en la comunidad de la
Iglesia ha dejado de ser el resultado de una decisión personal y se ha
convertido en un hecho sociológico: Así, forman parte de la Iglesia no aquellos
individuos que, madura y conscientemente dan el paso de la increencia a la fe,
sino todas aquellas personas que nacen en una determinada región, país o grupo
sociológico. Por consiguiente, lo que en la práctica decide la permanencia a la
Iglesia no es la conversión cristiana, sino el nacimiento. Pero todavía hay
algo más grave, posiblemente, que la
idea fundamental que ha quedado en muchas familias sobre el bautismo es que
borra el pecado.
Según el Nuevo Testamento, el bautismo es el
acontecimiento decisivo que marca la ruptura definitiva con una forma de vida,
para pasar a otra forma de vida, que consiste en el seguimiento de Jesús,
asumiendo su escala de valores y su destino. La iglesia no “bautiza” a los
hombres y mujeres en nombre de un sistema social, de un estado, de una patria o
de una economía, sino para declararles Hijo de Dios (en nombre de Jesús, en
nombre de la Trinidad), ofreciendo a todos los hombres y los pueblos un espacio
y camino de comunicación de vida.
En estas
circunstancias todos podemos estar de acuerdo en que, de esta manera, la
Iglesia no ofrece, ni puede ofrecer, una auténtica alternativa a la sociedad.
Porque la Iglesia viene a coincidir con la sociedad. Y entonces los males y
miserias de la sociedad son idénticamente los males y miserias de la Iglesia.
¿Qué queda entonces del proyecto comunitario de Jesús? ¿Qué queda de las
exigencias evangélicas vividas por un grupo, el grupo de bautizados? ¿Qué queda
del bautismo como el paso entre dos formas fundamentales de entender la vida,
entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte? ¡Lo único que queda de todo esto es lo que se escribe en los libros!
Así pues, al
poco tiempo de nacer nos llevan a la iglesia para ser bautizados y el sacerdote
pregunta: “¿Renuncias a Satanás? ¿Y a todas sus obras? ¿Y a todas sus
actuaciones?” Alguien respondió por nosotros: “Sí, renuncio” “¿Quieres ser
bautizado?” Nuestros padrinos respondieron por nosotros con la misma
resolución: “Sí quiero”. Quien así respondía en representación nuestra, no nos
había consultado nada. Todo estaba decidido. Se nos puso un nombre cristiano.
Ese nombre iba constar en el registro civil. Pero nadie nos explicó que ser
bautizado significa ser introducido en el mundo de la Promesa divina. Y toda la
Historia Sagrada es la historia de las Promesas de Dios al pueblo elegido. Dios
le dice a Abraham en el relato del Génesis: “por mí mismo juro, oráculo de
Yahvé,… yo te colmaré de bendiciones… y por tu descendencia se bendecirán todas
las naciones de la tierra” (Gen 22,15-18).
Ser bautizado es ser introducido en
el ámbito de la promesa, es decir, en una situación de certeza inquebrantable:
Dios se compromete con el bautizado: Es el Dios que no puede mentir. ¡Es el
Dios Fiel!: «fiel es el Dios por el que habéis sido llamados a la unión con su
hijo Jesucristo» (1 Cor 1,9).
Podemos
decir que el Sacramento del bautismo es lo más importante que recibimos en
nuestra vida. Representa el inicio de nuestra vida cristiana. Es como la
semilla que se pone en la tierra para que crezca y llegue a dar frutos, mas es
necesario que se prepare el terreno y que se abone para lograrlo.
Cada uno de nosotros, los nacidos de
nuevo, somos según la palabra de Dios “sacerdotes”: «Mas vosotros sois linaje
escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que
anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz
admirable.» (1Pedro 2 ,9). Si nos fijamos en el modelo bíblico de la Iglesia, vemos en qué radicaba
su poder: «preservaban cada día en tener fervor con todo el pueblo, y el
resultado era que el Señor añadía cada día a la Iglesia a los que habían de ser
salvos.» (Hch 2, 47)
Los hijos
disciplinados y obedientes no “aparecen de la noche a la mañana”. Los padres son responsables de amar,
enseñar y disciplinar a sus hijos.
Cuando los
padres enseñamos a nuestros hijos que la salvación y el cielo comienzan en esta
vida, los estamos preparando para una vida maravillosa que nunca terminará.
Mientras los niños son muy pequeños, pueden aprender lo que agrada y desagrada
a sus padres, pero también lo que le agrada y desagrada a Dios. La salvación Cristiana es, por supuesto, la
salvación del pecado. Pero, precisamente por eso, es salvación, no solo eterna,
sino también histórica. Es decir, salvación que actúa y se tiene que poner de
manifiesto en esta vida, concretamente en la defensa y dignificación de la vida
para todos.
Lo que pasa
es que cuando se habla de pecado y de sus consecuencias, muchas personas
piensan solamente en las consecuencias que eso tiene en la “otra” vida, en la
posibilidad de infierno y perdición eterna. Y no se piensa como es debido, en
las consecuencias que el pecado tiene, en primer lugar, en esta vida. Nunca se
nos tendría que ir de la cabeza la cantidad de dolor, sufrimiento, humillación
y desgracias que ocasionan precisamente los pecados de los hombres, es decir,
el mal que los seres humanos se causan a sí mismos y nos causamos los unos a
los otros precisamente porque pecamos. Desde este punto de vista, se puede y se
debe decir que la salvación acontece, ante todo, en la vida. Y por lo tanto, se
tiene que manifestar en defender la vida, potenciar la vida, dignificar la vida
y lograr que nuestro prójimo viva más feliz.
Él es fiel y está con nosotros todos
los días, ¿estamos nosotros cada día con Él?
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