sábado, 27 de febrero de 2021

¡El cielo es el límite!

 


El pánico puede asaltarnos  cuando nos enfrentamos con problemas y creemos que  no tenemos capacidad para resolverlos. El pánico significa correr desorientado, no tener confianza alguna en las propias reacciones en una situación determinada; ser impredecible, no merecer confianza a los propios ojos.

Podemos enfrentarnos, por ejemplo, con el problema de tener que cambiar por primera vez en nuestra vida una rueda del coche pinchada, de noche, en un lugar desierto. Nuestra reacción inicial podría ser el pánico. Quizá nos limite a llorar o salir del coche y comencemos a dar vueltas, primero en una dirección y luego en otra. Podemos ponernos histéricos, gritar obscenidades a la oscuridad, contra el neumático o contra el clavo de la carretera. Gastando así mucha energía, pero la gastamos toda en cólera, frustración, confusión y conflicto, y no dedicar ni un ápice de ella a resolver el problema.

Control significa ser el amo de su propio destino, ser la única persona que decide cómo va a vivir, a reaccionar y a sentir prácticamente en todas las situaciones que la vida le presenta. El control es un nivel que todos podemos disfrutar mucho más tiempo del que nos imaginamos. Los problemas son la sal de la vida. Deberíamos darles la bienvenida con los brazos abiertos. Pedro escribe que el dominio propio (la templanza) debe ser evidente en la vida de alguien que pone toda diligencia para agregar virtud a su fe y crecer en amor. (2 Pedro 1:5-7). El sufrimiento forma parte de la manifestación plena de Dios. Él no se limita a mirar desde fuera el sufrimiento de los hombres, sino que está en el sufrimiento. Mejor dicho, Dios “es sufrimiento”, al servicio de la vida. Dios “es” el viviente en nuestro camino de dolor. En Él vivimos, nos movemos y somos como dice Pablo en Hch 17, 28. Dios no está fuera para arreglarnos algunas chapuzas mal hechas, ni para tapar agujeros…

Pero ese sufrimiento que es para la vida, para la acogida mutua, para la maduración, para la gratuidad, para la esperanza…

Derrochar el presente vagando por el pasado, lamentando las oportunidades perdidas o rememorando "los buenos tiempos", lamentándose de que "todo ha cambiado", o deseando poder revivir nuestra vida anterior, no hará más que "asesinar" nuestro presente. Quiero insistir en que "abandonar el pasado" no significa eliminar su recuerdo, o que deba olvidar usted lo que ha aprendido y que pueda hacerle más feliz y eficaz en el presente.

Por ejemplo, si acaba de morir una persona a quien  amábamos, es natural que nos sintamos  afligidos durante un tiempo. Pero por muy dolorosa que pueda ser la pérdida, el mundo nos recuerda a la diferencia inconmensurable existente entre vida y muerte, y ése es un mensaje que no puede ignorar. Estamos obligados en este momento a soportar el dolor; no sentirlo sería inhumano, no expresarlo sería psicológicamente catastrófico para usted.

Pero si nos aferramos indefinidamente a ese dolor, si no permitiésemos nunca que se disipase y no siguiese viviendo en el ahora, estaríamos condenándonos a vivir eternamente en el pasado, reacción compulsivamente negativa. El dolor no puede hacernos recuperar a la persona amada; únicamente puede purgar nuestra aflicción por la pérdida de esa persona, y, como mucho, conducirnos a una entrega aún más decidida a la vida.

Dios nos fortalece para perseverar y vencer. Por eso debemos decir: "me extiendo hacia la meta, prosigo hacia adelante, olvido lo que queda atrás y persevero"... Filipenses 3: 13,14. Job es la mejor lectura para un tiempo como este, cuando parecen caer todas las certezas.

Hay un temor que es respeto, es principio de aprendizaje y cambio en el camino.

Éste es el mensaje de fondo de  Job… Éste es el centro del mensaje de Jesús, cuando nos dice “bienaventurados los que sufren”, es decir, los que aceptan y asumen el sufrimiento para madurar y agradecer.

¿Has conocido alguna vez la depresión? ¿Alguna vez has estado tan preocupado y perplejo que has pasado noches sin dormir? ¿Tuviste tiempos cuando estabas tan bajo y molesto que nadie te podía consolar? ¿Has estado tan bajo que tuviste deseos de morirte, sintiendo que tu vida era un fracaso total?

No me estoy refiriendo a alguna condición física. No me estoy refiriendo a personas que tienen algún desequilibrio químico o enfermedad mental. Estoy hablando de cristianos que de vez en cuando luchan contra una depresión que los azota de la nada. Su condición a menudo no viene de una sola fuente, sino de muchas. A veces son abatidos de todos lados, hasta que están tan abrumados que no pueden ver más allá de su desesperación.

La noche previa a Su crucifixión, Jesús prometió a Sus apóstoles, y a quienes hemos creído en Él por medio del testimonio de ellos según Juan 17:20, que iría a prepararnos un hogar eterno. También prometió volver para resucitarnos y darnos un cuerpo glorioso e incorruptible, en el cual viviremos con Él en el cielo y le serviremos.

“El cielo es un lugar de inexplicable belleza. Se le llama un lugar de “muchas mansiones”, “un edificio de Dios, una casa no hecha con manos”, “una ciudad”,  “un mejor país”, “una herencia”, “gloria”. Nuestro Dios es un Dios de belleza.  Este mundo debe haber sido muy bello cuando acababa de salir de las manos de Dios. Aunque el pecado ha venido y traído el caos y la angustia de la muerte a todas las cosas, aún permanece alguna evidencia de su gloria original. Pero la Nueva Jerusalén nunca conocerá el pecado y sus frutos. Será perfecta en forma y esplendor. A Juan se le concedió echar un vistazo de ella un día desde la isla solitaria de Patmos, y él trató de describir lo que vio. Pero ningunas palabras humanas podrían detallar la magnificencia que él contempló.”

Dios sin duda tiene infinitas sorpresas reservadas para nosotros. Pablo dice: “Antes bien, como está escrito: “Cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman.” Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu.” I Cor. 2:9.

Algunas personas hacen la pregunta: “¿Nos conoceremos unos a otros en el cielo? Si no pudiéramos reconocernos unos a otros en el cielo, como podría Pablo decir a los tesalonicenses: “… seremos arrebatados  juntamente con ellos (nuestros seres queridos que ya han partido)… “Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.”

sábado, 20 de febrero de 2021

El Dios en el que creo

 



Son numerosas las personas que cuando se les pregunta por sus creencias religiosas te responden:” hombre, haber… ¡algo hay!” Al menos yo me he encontrado con unas cuantas que me han respondido así. ¿Pero  en qué Dios creemos los cristianos? ¿En un “dios difuso’”, un “dios-spray”, que está en todas partes, pero que no se sabe qué es? Dios es “una Persona”, una persona concreta, es un Padre, y por tanto la fe en Él nace de un encuentro vivo, del que se hace una experiencia tangible.

En el Antiguo Testamento, la afirmación “Dios es el viviente” significa que es el que da vida a todos los seres, que es poderoso y victorioso y está presente con su acción al lado de sus hijos, de modo que por eso podemos poner en Él toda nuestra confianza, por lo tanto, también la interpretación de Dios como persona es sólida porque, independientemente de los supuestos filosóficos, se apoya  directamente en la fe. La Biblia al expresarse en un lenguaje simbólico, presenta en muchísimas páginas la relación entre el hombre y Dios en términos de  yo-Tú.

Además, los cristianos nos dirigimos a Dios en la oración como a un Tú poderoso y misericordioso, al que podemos abandonarnos con entera confianza.

“En cambio, los hijos de Israel fueron por en medio del mar, en seco, y las aguas eran como un muro a su derecha y a su izquierda. Al soplo de tu aliento se amontonaron las aguas, se juntaron las corrientes como en un montón, los abismos se cuajaron en medio del mar.” (Éxodo 14:29; 15:8). ¡Qué terrible testimonio tuvo Israel! Dios liberó a su pueblo escogido al levantar como muros las aguas del Mar Rojo por ambos lados. Los Israelitas atravesaron sin peligro, pero, el poderoso ejército egipcio fue destruido cuando las olas regresaron abajo estrepitosamente.

Sin embargo, vemos a estos israelitas tres días más tarde, murmurando contra el Señor que los había liberado. Cuando en el desierto “no encontraron agua” murmuraron: “Qué vamos a beber.” Un mero setenta y dos horas después del gran milagro, estuvieron cuestionando la misma presencia de Dios entre ellos.

El salmista escribe: “Nuestros padres, en Egipto, no entendieron tus maravillas; no se acordaron de la muchedumbre de tus misericordias, sino que se rebelaron junto al mar, el Mar Rojo” (Salmo 106:7). Cuestionaron a Dios en el mismo sitio de su liberación, el Mar Rojo. Habían sido testigos de uno de los más asombrosos milagros en toda la historia. Habían cantado alabanzas a Dios. No obstante, tres días más tarde, cuando fue probada su fe, clamaron: “¿Dónde está nuestro Dios? ¿Está él con nosotros o no?”

La Biblia deja en claro que todas estas pruebas fueron arregladas por Dios. Él fue quien permitió a los israelitas tener hambre y sed. Y él los introdujo en una horrenda prueba para un propósito específico: para prepararlos para que confiaran en su Palabra. ¿Por qué? Él estaba a punto de conducirlos a una tierra donde necesitarían absoluta confianza en sus promesas.

El hecho es que toda fe verdadera, es nacida en aflicción. Ciertamente, así es como crece la fe: de prueba a prueba, hasta que el Señor tiene un pueblo cuyo testimonio es, “Nuestro Dios es fiel.” Los discípulos descubren que los planes antiguos de la historia, los abismos del temor y de la muerte terminan, y que ellos han de renacer de nuevo. De un modo o de otros, por diversos caminos, los discípulos fugitivos del Cristo asesinado han descubierto al auténtico Cristo: el hombre vivo y verdadero, el mesías de la historia.

“Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído El Señor tu Dios estos cuarenta años en el desierto...te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, más de todo lo que sale de la boca del Señor vivirá el hombre” (Deuteronomio 8:2-3).

Me repito a mí mismo estas palabras, a lo largo de mi día: “Yo vivo de cada palabra que sale de la boca de Dios”.

Si la Palabra de Dios no es confiable, si la Biblia no es la Palabra misma inspirada por Dios, entonces vivir sería en vano. No habría esperanza sobre la faz de esta tierra.

Dios se ha hecho el encontradizo con los hombres en la persona de Jesucristo, pero la experiencia de Cristo consiste en reconocer en Él su vida, sus palabras, sus actitudes y comportamientos con los demás, la donación de Dios sin límites hacia nosotros.  Por nuestra parte la entrega ha de ser absoluta a ese amor, con todo el corazón, aquel que sólo Dios merece, sabiendo que es Él el que realmente se entrega absolutamente y nunca defrauda. La conversión interior, el cambio de corazón que supone esta experiencia con Cristo es la que puede dar lugar a  actitudes como: “Señor qué quieres que haga” (Hch 22,10) o “yo sé de quién me he fiado” (2 T. 1,12). Pero también es cierto que muchas veces la Iglesia, nuestra Iglesia,  constituye un grave obstáculo y un escándalo doloroso para muchos cristianos comprometidos, callando cuando debería hablar y hablando cuando debería callar, también cuando dice y no hace… Tampoco faltan en la Iglesia los “fariseos y saduceos” de turno, que bajo engaño de motivaciones religiosas la utilizan para sus intereses sirviéndose y abusando de ella.

Los Evangelios contienen muchos relatos de ocasiones en que Jesús comía  con otros. Él se aprovechó de estas ocasiones informales de compañerismo para compartir verdades espirituales profundas sobre el Reino de Dios. Todos necesitamos momentos  de unión y fraternidad para suplir las necesidades individuales, para conocernos mejor e ir creando lazos afectivos entre los hermanos.

El Papa Francisco advierte  contra el riesgo de una fe "virtual", sin comunidad y sin contacto humano real, vivida sólo a través de transmisiones en directo que "viralizan" los sacramentos.

La cuestión consiste en saber si  las comunidades cristianas son hoy “madres y maestras de paz cristiana” La fe debe ser transmitida: no para convencer, sino para ofrecer un tesoro. “Queridos hermanos, «revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, porque Dios resiste a los soberbios, más da su gracia a los humildes»” (1P 5,5). Cuántas veces en la Iglesia, en la historia, ha habido movimientos, grupos, de hombres o mujeres que querían convencer de la fe, convertir... Verdaderos “proselitistas”. ¿Y cómo acabaron? En la corrupción.

domingo, 14 de febrero de 2021

Cantos rodados

 

Según el relato del Génesis, el dolor y el sufrimiento en este mundo aparecen como el resultado del pecado de nuestros primeros padres contra las leyes de Dios, que son la clave de la armonía en el universo. Cuando se infringen las leyes divinas el sufrimiento, el dolor y el desorden aparecen. Pero a pesar de todo esto muchas veces nos preguntamos por qué nos vienen algunos sufrimientos y aflicciones que no merecemos.

A estas preguntas podemos encontrar una lección que brota del libro de Job, en la que Dios nunca le cuenta el reto que Satanás le había presentado, y el permiso que Él le había concedido al adversario para que le hiciera daño a Job. Dios sabe absolutamente todo en cuanto a nuestras aflicciones y pruebas aunque en algunos casos no se nos revelen las causas o las razones.

Meditemos las palabras de san Pablo y entonces descubriremos para qué nos suceden las pruebas que afrontamos. Pablo escribe: “Y no sólo esto, sino que hasta de las tribulaciones nos sentimos orgullosos, sabiendo que la tribulación produce paciencia; la paciencia produce virtud sólida y la virtud solida esperanza.  Una esperanza que no engaña porque al darnos el Espíritu Santo, Dios nos ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rm 5,5)

En la noche oscura del alma se sufre, se gime, pero se crece.

Muchos personajes bíblicos vivieron esta experiencia a la que convenientemente se le llama desierto.

Por momentos desde el dolor y el sufrimiento, pensamos en una incomprensible crueldad, como si Dios nos dijera: “arréglatelas como puedas” Muchas veces nos culpamos buscando respuestas al proporcionado “castigo” que nuestra obstinación merece. Pero en un oráculo cargado de esperanza, Dios proclama en el libro de Isaías: “Era como una esposa joven abandonada y  afligida, pero tu Dios te vuelve a llamar y te dice: por un pequeño instante te abandonaré, pero con bondad inmensa te volveré a unir conmigo. En un arranque de ira,  por un momento, me oculté de ti, pero con amor eterno te tuve compasión». (Is 54: 6,8).

Tal vez este pasaje permita acercarnos a la estrategia  de Dios.

Dios nos quiere adultos y maduros para hacernos un instrumento suyo.

Tenemos un ejemplo en el rey David, que al enfrentarse al gigante Goliat, tomó cinco piedras lisas del arroyo ( 1 Samuel 17,40), Cuánto tiempo y cuantos golpes han pasado esas piedras para llegar a ser cantos rodados, cuánta agua las ha golpeado y llevado de un lado a otro. Llegaron a estar así tan tersas de tanto rodar y chocar con otras piedras con la fuerza del agua. David escogió piedras lisas para que no se alterara la trayectoria al ser arrojadas. Tenían buena dirección; eran piedras formadas. Para nosotros lo importante  de todo esto es ser piedras vivas, como instrumentos de Dios, formado, liso, sin aristas, capaz de ser lanzado para destruir cualquier gigante. La principal preocupación del hombre ante el sufrimiento no es hallar una explicación; es lograr una victoria. No es elaborar una teoría; es echar mano de la fe y del poder de Dios. José no llegó a servir con éxito y eficacia como segundo en el reino de Egipto simplemente por buena suerte. El relato bíblico nos da evidencia suficiente del intenso sufrimiento por el que tuvo que pasar, Sin embargo,  nunca permitió que el sufrimiento lo paralizará. Tampoco se dedicó a compadecerse a sí mismo por el dolor y la aflicción. Superó su aflicción y su actitud positiva le sirvió para que su amo y dueño lo pusiera a cargo de toda su casa.

Para hacer frente a las pruebas también tenemos el ejemplo de Jesús en el Sermón de la cena. 

Jesús Pasó muchas noches en oración. Desde el principio de su ministerio  lo vemos seguir esta práctica. En el momento más difícil de su vida mostró una serenidad y una paz imperturbable y de allí se dirigió a Getsemaní. 

Quedarse quieto y orar no significa ser pasivo y aceptar sin más el destino. Quedarse quieto es un acto de fe, es descansar en Dios, el fin de todas las preguntas, dudas y esfuerzos inútiles.

Jesús en vísperas de los grandes sucesos se entrega a un tiempo prolongado de oración en comunión con el Padre. (Lc 6,12). Pero ninguno de los acontecimientos de su vida se puede comparar con la oración en el Monte de los Olivos, pues en ese instante Jesús siente real y verdadera tristeza, una tristeza infinita hasta sudar gotas de sangre, pero sabemos por San Pablo que nuestro redentor tenía que ser probado en todo menos en el pecado ( Heb 4,15).

Jesús enfrentó el sufrimiento con valentía y entereza. Encontró su propósito  en Sus sufrimientos: “por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (heb. 12: 2)

Es posible que a nosotros en algunas ocasiones de nuestra vida no se nos aparte el cáliz y también nos veamos obligados a beberlo, pero tendremos con la ayuda de la oración, la fuerza necesaria para beberlo sin desfallecer. La oración no vuelve del cielo nunca vacía. Dios siempre responde a nuestras oraciones. Podrá ser que en algunas ocasiones no cambie el curso de nuestras vidas, pero nos cambia a nosotros, y eso es lo que realmente importa. Como dijo Paul Claudel, “Jesús no vino para explicar el sufrimiento o para evitarlo. Vino para llenarlo de su presencia”. Los creyentes tenemos la ventaja de saber que contamos con la presencia amorosa de nuestro Padre Dios, lo que puede consolarnos mucho más que saber por qué sufrimos.

El doloroso acontecimiento de Jesús en el Monte de los Olivos nos brinda muchas enseñanzas. Es posible que nos esperen muchas pruebas y tribulaciones, pues no hay vida humana sin sufrimientos, pero aunque tengamos que derramar gotas de sangre recitemos la oración: “padre: no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26:39).

domingo, 31 de enero de 2021

El miedo nos paraliza

 

Los antiguos veían en el miedo un castigo de los dioses, los griegos divinizaron estas emociones en dioses como Deimos que representaba el temor, y Phobos el miedo, esforzándose por reconciliarlos en tiempo de guerra. A los dioses Deinos y Phobos correspondían las divinidades romanas Pallor y Pavor.

Para Sócrates, el miedo no es más que un mal inminente y Aristóteles define el miedo como una expresión del mal.

Puede afirmarse que el miedo es una emoción, que ha acompañado al ser humano durante toda la historia. Esta realidad es compartida con las demás especies del reino animal, quienes al reconocer la presencia del peligro asumen comportamientos de evitación, ataque o huida.

Afirman Maturana  y Bloch, que las emociones básicas en su diversidad son todas y cada una importantes y necesarias, de forma tal que el fluir permanente de las emociones es el que permite la plenitud.

Los temores que enfrentamos los seres humanos son los mismos en todos los lugares, estos se expresan según las amenazas que podemos experimentar a lo largo de nuestra existencia. Sin embargo, a pesar de las reacciones que provoca el miedo es necesario como una voz de alarma ante los peligros existentes, de tal forma que contribuye a la supervivencia de las especies.

El arma más poderosa que tiene un gobernante no es la fuerza. No es la represión, el castigo ni la guerra. Esas artes son de otros tiempos, de otras épocas. Hoy en día los gobernantes prefieren no llegar hasta esos extremos para controlar y someter a sus ciudadanos. Hoy en día ya no es necesario.

No es preciso porque han descubierto que, a la hora de gestionar una población, no es necesaria la fuerza si se sabe bien cómo amenazar a los individuos. Debido al miedo transmitido con una amenaza, las personas obedecerán como si les hubieran atacado o torturado.

La realidad del miedo no es tan solo lo que puede significar, sino el daño que puede hacer en nosotros. Vivir lleno de miedos puede paralizar todos los planes de Dios con nosotros. La Sagrada Escritura (La Biblia) nos alienta diciendo: “Porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de poder, de amor y de dominio propio.” 2 Timoteo 1:7.

El miedo encoge, anestesia, creando una sociedad conformista, que impide la irrupción de un movimiento colectivo para defender los derechos de los pobres y marginados. Al ir cada uno a lo suyo, se extiende una pandemia de individualismo, insolidaridad y egoísmo. La norma predominante es “sálvese quien pueda”.

Pues bien, en medio del gran miedo se nos dice que recobremos el ánimo, que no dejemos que se nos vaya el “alma”, que no nos abajemos y arrastremos. El hombre (hombre-mujer) es un ser que eleva la cabeza y vive de esperanza.

Me viene a la mente una escena de gran dramatismo. Jesús duerme en la barca, mientras sus discípulos están a punto de ahogarse a causa de una gran tempestad que los sorprendió.

Podemos pensar en la irresponsabilidad de Jesús al quedarse dormido en esos momentos tan delicados, y creer  que el Maestro no era consciente del peligro al que estaban sometidos aquellos marineros experimentados en tempestades. Pero Jesús les ofrece una respuesta  que tranquiliza tan necias suposiciones al preguntarle a la atemorizada tripulación: ¿por qué teméis hombres de poca fe?

Viajo en el tiempo y me imagino en la barca junto a Pedro, remando, extenuado y con inquietante sensación de angustia. Murmurado con Andrés sobre la indiferente postura del Maestro ante un acontecimiento tan desafortunado. Pero justo en ese momento, entre el agitado movimiento de la embarcación, es cuando me sacuden las palabras de Cristo, al hacerme comprender que olvidamos quien es el tripulante invitado.

Amaina la tempestad, se multiplican los panes y los peces, se llenan de luz los ojos de los ciegos y aun así seguimos poniendo en tela de juicio la autoridad de quien obra tales milagros. Incapaces de reconocer tras tales actos la mano poderosa del Dios de la vida.

Él puede hacer hoy los mismos milagros que hizo ayer, su poder no menguó, ni su amor hacia nosotros, sin embargo seguimos dudando de su capacidad y poder para sanar vidas, sosegar las tempestades y tranquilizar nuestros corazones, pero sin lógica seguimos dudando y exclamando: ¡Señor, sálvanos que nos hundimos!

Pues ya deberíamos saber que Él no duerme, sólo espera que confiemos en que Él guía nuestra barca y que por muy bravo que esté el mar su voz amainará la tempestad y habrá bonanza.

martes, 26 de enero de 2021

No puede haber una ley superior en el periodismo que decir la verdad y afear el mal

 

“La primera obligación del periodismo es con la verdad”: este, ni más ni menos, es el primero de los “elementos del periodismo” enumerados por Bill Kovach y Tom Rosenstiel. “No puede haber una ley superior en el periodismo que decir la verdad y afear el mal”, escribe Walter Lippmann.

Gabriel García Márquez, en su discurso El mejor oficio del mundo, mencionó: “ya no se forman, sólo se informan.” Bien sabemos que la censura, y en lo contemporáneo, la autocensura de los medios de comunicación ha sido parte de éstos; sin embargo, anteriormente no se vivía con el miedo a perder la vida, la familia o la reputación en caso de que el periodista dijera algo de más o de menos. No podemos desconocer el asunto de que muchos están vendiendo su ética y dignidad por un par de monedas. Los valores y principios se han dejado para luego, cosa que afecta e influye en la práctica del buen periodismo. Algunos periodistas actuales son "timoratos" porque  no "arriesgan por la verdad" como los profesionales de pasadas décadas. Son periodistas que no se interesan por la valentía, por sacar las cosas.  El único medio que el mundo actual posee para mantener a los poderosos a raya, para conservarlos en los márgenes de ese saludable miedo, es una prensa libre, lúcida, culta, eficaz, independiente. Sin ese contrapoder, la libertad, la democracia, la decencia, son imposibles.

Quien aspire a ser periodista, lo mismo que quien aspira a ser soldado o bombero, debe saber que el riesgo es un factor que estará presente en su ejercicio profesional.

¡La amenaza pone a prueba la consistencia profesional del periodista y su nivel ético!

Cuando el periodista se  atrinchera, disminuyen su credibilidad y sus posibilidades de influencia. El buen periodista no debe venderse a nadie, ni a patrocinadores, ni a jefes, ni a políticos, ni siquiera a su medio. Debe ser leal únicamente al público, pero especialmente leal a la búsqueda incansable de la verdad.

“La misión del periodista en cualquier sociedad democrática es decir la verdad y avergonzar al diablo, como sugería Walter Lipmann, es ser odiado por todos los bandos, sentarse frente a la pantalla, ante la computadora o la cámara y no ser amigo de nadie”, declaró la politóloga Denise Dresser, al conducir la entrega del Premio Nacional de Periodismo 2014.

El obispo Mártir y Santo Monseñor Romero, lamentaba que los medios de comunicación ocultaran la realidad y se pusieran al servicio del dinero y de los intereses de quienes tenían el poder del dinero. “Es lástima –dijo– tener unos medios de comunicación tan vendidos a las condiciones. Es lástima no poder confiar en la noticia del periódico o de la televisión o de la radio porque todo está comprado, está amañado y no se dice la verdad” (Homilía, 2 de abril de 1978) “No le tengamos miedo a quedarnos solos si es en honor a la verdad. Tengamos miedo de ser demagogos y andar ambicionando las falsas adulaciones del pueblo. Si no le decimos la verdad, estamos cometiendo el peor de los pecados: traicionando la verdad y traicionando al pueblo “Añadía.

Ignacio Ellacuría fue mucho más allá, y consideró que la labor de la palabra no es sólo potestad del periodista. Es potestad del pueblo, y así lo inmortalizó con estas palabras: “Que el pueblo haga oír su voz, que el pueblo reflexione… sobre la situación del país, que exija ser bien informado. Que haga sentir cómo se necesita cuanto antes un desarrollo económico profundo del país, cómo se necesita que se resuelva su problema de injusticia”.

El buen periodismo trata de llegar a la verdad o, al menos, a una parte importante de ella. Busca todas las fuentes posibles, incluidas las que son difíciles o peligrosas de alcanzar. Comprueba los hechos y hace juicios explícitos acerca de la calidad de las pruebas. Una de sus formas más puras es la del testigo presencial de acontecimientos importantes. Después, el buen periodismo trata de contar la historia, de describir, mostrar, explicar y analizar, tan clara y vívidamente como sea posible, haciendo que la materia sea accesible a públicos que de otra forma no la conocerían.

En el Mensaje para la 55ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el Papa Francisco propone una comunicación basada en el encuentro directo con las realidades, las personas, las experiencias. El riesgo de los "periódicos fotocopia" y de la información "de palacio" pre-confeccionada.

El papa Francisco pone el dedo en la llaga cuando se refiere a la “elocuencia vacía que abunda en nuestro tiempo, en cualquier ámbito de la vida pública, tanto en el comercio como en la política". Y cita a Shakespeare, en "El Mercader de Venecia": «Sabe hablar sin cesar y no decir nada. Sus razones son dos granos de trigo en dos fanegas de paja. Se debe buscar todo el día para encontrarlos y cuando se encuentran, no valen la pena de la búsqueda»”.

Mi admiración a los buenos periodistas y las buenas periodistas, guardianes ambos de nuestras libertades.

domingo, 24 de enero de 2021

Los políticos honrados se quitan de en medio cuando cae sobre ellos la sospecha

 



Hay pobres porque el dinero no se pone al servicio de las personas; hay pobres porque se compra y se vende a los hombres por dinero; hay pobres porque hay políticos avaros.

Se han ocupado nuestros políticos de saber cuánta gente trabajadora (no simplemente en paro) acude a los comedores de Cáritas.  Hace ya tiempo comenzó a usarse entre nosotros ese eufemismo de las “puertas giratorias” por las que han pasado tanto socialistas como neoliberales. “Se acabaron las puertas giratorias. Hay que cerrarlas”. Lo decía en una entrevista en televisión un Pedro Sánchez entonces sólo secretario general del PSOE, pero se le ha olvidado pronto… Con las veces que Pedro Sánchez se ha desdicho de sus promesas podría redactarse una enciclopedia, o una tesis doctoral. Necesitamos políticos que tengan una verdadera vocación de servicio y que no entren en la política para satisfacer intereses individuales o particulares. Que se impidan los favores y los consabidos amiguismos, que continuamente saltan a los medios de comunicación.

Cuando el Partido Socialista no practica el socialismo… su evolución natural es desaparecer. 

Sinceramente, si algunos políticos están tan necesitados de puestos tan bien pagados los veo más preparados para llevar una empresa de pompas fúnebres…Cuando los cretinos que se han cocinado en los hornos autoritarios y verticales de los partidos políticos llegan al poder, son cualquier cosa menos demócratas. Su obsesión es ya vivir de la política, defender las posiciones que han conquistado, mantenerse en el poder y muchas veces también enriquecerse y atiborrarse de dinero, ventajas y privilegios.

A lo mejor es que los políticos son tan sabios que aceptan aquello de que "el ser humano vale por su ser, no por lo que hace". Pero lo entienden muy mal porque lo que quiere decir esa verdad tan seria es que hombres y mujeres valemos por el hecho de ser seres humanos, no por el hecho de ser políticos…

Todo ambicioso de poder es por no saber vivir… Es incapaz de amistad y amor. Es fanático de la mentira. Es un soberbio y un déspota potencial. Es un miserable, desleal. Todo eso lo guía al ROBO, DISPENDIO de lo que no le pertenece. Es un enfermo, el poder enferma, y el poder absoluto enferma absolutamente. Algunos políticos roban porque no saben hacer otra cosa y quieren “asegurar” su futuro, el de sus hijos, nietos, bisnietos, hasta la enésima descendencia.

El Político que se considere cristiano debe promover una mayor igualdad social, procurar que cambie la actual estructura clasista de nuestra sociedad.

El afán de poder nos sólo se reduce a la pertenencia a una clase social.  Este afán de poder sigue ejerciendo una gran influencia, tanto en países capitalistas como en países socialistas de muy distinto signo.

El buen gobierno necesita del compromiso de la responsabilidad, de la creencia compartida de que la corrupción es un acto de traición a la confianza prestada, y de leyes firmes que la prevengan y condenen.

 “PSOE y PP, la misma mierda es” fue una consigna repetida en las manifestaciones de la lucha social, en España en los últimos lustros. No es una verdad absoluta, pero ahí está, para tenerla en cuenta. Es lamentable ver como cuando se trata de sus propios intereses económicos  PSOE Y PP son capaces de ponerse de acuerdo…

En España, que un político deje su cargo y asuma responsabilidades es una absoluta anomalía. Muy pocos dirigentes optan por prescindir de su sueldo y del amparo que supone el paraguas de la Administración Pública.

Para Hans Kung, el fin de la ética en política es el de “rescatar la dignidad humana”. Al respecto escribió: “El hombre ha de ser más de lo que es: ha de ser más humano. Es bueno para el hombre lo que preserva, fomenta y realiza: su humanidad. El hombre ha de explotar su potencial humano, en aras de una sociedad humana y un ecosistema intacto, cambiando básicamente su rumbo de actuación. Su humanidad en potencia es muy superior a su humanidad en acto. En este sentido, el realismo del principio de responsabilidad y la “utopía” del principio de esperanza se reclaman mutuamente.” (Kung, 1991, 49). En suma, lo mínimo que se pretende alcanzando un espíritu ético en quienes ocupan cargos públicos es la adquisición de la responsabilidad para así obtener resultados más efectivos.

Ética y política son los ojos de un mismo rostro; la política no puede operar acertadamente sin la ética. En la cultura clásica moderna, de aquellos que ejercían la política con ética, se decía que tenían “decorum”; tener decorum era garantía de ser un político honesto, discreto y justo. En su vida obras paralelas afirmaba Plutarco que “el hombre es el más cruel de todas las fieras, cuando a las pasiones se une el poder sin virtud” y Cicerón, en su arriesgado y valiente ataque en sus “Verrinas” contra la corrupción del tirano Verres de Silicia: “cuando los políticos no se rigen por la ética, son como las hienas a la caza del poder”

La política puede ser la más noble de las tareas; pero es susceptible de ser el más vil de los oficios.

Con la autoridad de los siglos, es bueno recordar las palabras del sabio Confucio sobre la manera de actuar de un buen gobernante, necesaria lección para nuestro alcalde: “ El gobernante se haya obligado, sobre todo, a  perfeccionar su inteligencia y su carácter para conseguir la virtud; recobraría el afecto del pueblo; si goza del afecto del pueblo; su poder se extendería por toda la región; si ha adquirido el poder sobre la región, le resultará fácil alcanzar la prosperidad del Estado.”

La confianza de la ciudadanía en los políticos desciende cada día, pierde credibilidad y, en consecuencia, los ciudadanos también vamos perdiendo la confianza en las instituciones.

“Cuanto más dinero se tiene, más posibilidades existen de cometer comportamientos poco éticos. “ Así de contundente es Paul Piff, psicólogo  social de la universidad de Berkeley, quien ha dedicado gran parte de su trabajo a estudiar diferencias entre personas de clase alta y de clase baja. Los políticos huyen de todo lo que sea plantear problemas de valores o cuestiones de principios, reduciendo la cuestión a un trato de intereses.

Nicolás Maquiavelo, en “El príncipe» (XVIII, 466) dejó escrito: “Los hombres son tan ingenuos, y responden tanto a la necesidad del momento, que quien engaña siempre encuentra alguien que se deja engañar”.  La pura verdad es que en la actualidad somos “millones” los que votamos como salvadores de nuestros males, a embusteros que se hartan de predicarnos mentiras y patrañas.

Está claro que en el fondo del asunto los intereses económicos le han ganado la partida a los intereses políticos. Dicho más claramente, los intereses económicos de los políticos le han ganado la partida a los intereses políticos.

Yo no digo que todos los políticos sean así. Lo que sí afirmo es que, hoy, el ejercicio de la política exige una integridad ética para la que muchos profesionales de los asuntos públicos no están preparados y así nos luce el pelo.

Si los que nos gobiernan necesitan una integridad ética indiscutible, la misma integridad necesitamos los gobernados, y si no, ¿qué hacemos cada  cuatro años, dando nuestro voto de confianza a quien sabemos que nos está engañando y lo va a seguir haciendo de nuevo?

viernes, 22 de enero de 2021

La oración en tiempos de pandemia

 

Ha caído nuestro orgullo occidental de ser omnipotentes protagonistas del mundo moderno, señores de la ciencia y del progreso. En plena cuarentena doméstica y sin poder salir a la calle, comenzamos a valorar la realidad de la vida familiar. Algunos se preguntan dónde está Dios en estos momentos. Está en las víctimas de esta pandemia, está en los médicos y sanitarios que atienden a los enfermos, está en los científicos que buscan vacunas para el Coronavirus, está en todos los que en estos días colaboran y ayudan para solucionar el problema, está en los que rezan por los demás, en los que difunden esperanza.

¿Sirve la oración ante esta catástrofe? Por supuesto que sí, pero aclarando a qué Dios nos dirigimos. En primer lugar tenemos que rechazar la idea de que se trata de un castigo de Dios, al que hay que suplicar que tenga misericordia de nosotros y deje de castigarnos. Dios no castiga ni prueba a nadie: Respeta, se solidariza, ayuda… Se nos informa metódicamente de los infectados y los muertos a escala planetaria. ¡Aplastante información masiva! Y las consecuentes sobredosis de angustias y obsesiones.

Ciertamente, es un misterio que nosotros le podamos suplicar a Dios, pidiendo su ayuda en nuestra vida. El mismo Dios omnipotente se ha dejado emocionar por nuestra voz, cuando recibe nuestras peticiones. El mismo Jesucristo la ha comparado con un padre de la tierra: no necesita del hijo, pero goza cuando el hijo le suplica y pide su asistencia. “La oración de petición, un modo de colaborar con Dios.” Afirma Xabier Pikaza.

Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” Filipenses 4: 6- 7.Pablo nos está enseñando a dejar de preocuparnos e ir a Dios en oración y súplica. Quedarse quieto y orar no significa ser pasivo y aceptar sin más el destino. Quedarse quieto es un acto de fe, es descansar en Dios, el fin de todas las preguntas, dudas y esfuerzos inútiles.

Los cristianos sabemos que la petición es infalible: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla y al que llama se le abre” (Mt 7, 7-8). Las peticiones llamadas y búsquedas del mundo acaban muchas veces en fracaso. Dios es diferente: la puerta de su corazón se mantiene siempre abierta, atentos sus oídos, despierta su mirada. Dios nos oye por el Cristo, de manera que "todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará” (Jn 16,23). Los creyentes de Jesús sabemos que Dios mira, atiende, escucha... Dios conoce nuestras necesidades y responde a nuestras peticiones. Frente a un dios de pura ley que tiene escritos sus caminos de antemano, hemos hallado a un Dios de amor que hace camino con nosotros, sus hijos, sus hermanos y hermanas. Por eso le invocamos, pidiéndole ayuda y compañía.

No importa lo que le suceda en el mundo, ¡no hay poder en el infierno que pueda robar la paz de Dios a través de Jesucristo, y la cual es implantada en nuestra alma! Dios tendrá a sus hijos gobernados por su paz. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones.”  Por momentos desde el dolor y el sufrimiento, pensamos en una incomprensible crueldad, como si Dios nos dijera: “arréglatelas como puedas” Muchas veces nos culpamos buscando respuestas al proporcionado “castigo” que nuestra obstinación merece. Pero en un oráculo cargado de esperanza, Dios proclama en el libro de Isaías: “Era como una esposa joven abandonada y  afligida, pero tu Dios te vuelve a llamar y te dice: por un pequeño instante te abandonaré, pero con bondad inmensa te volveré a unir conmigo. En un arranque de ira,  por un momento, me oculté de ti, pero con amor eterno te tuve compasión». (Is 54: 6,8). El Dios cristiano “nos abandona”, pero ese abandono es su peculiar forma de estar con nosotros. Debemos recordar que el Señor entiende su paz como diferente de la paz humana, la del mundo, cuando dice: ”Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo” (Juan 14:27). La de Jesús es otra paz, diferente de la mundana. En este tiempo de dificultad algunas personas tienen sus corazones turbados y algunos viven en temor, secretamente plagados de pánico, agitación y noches de insomnio. Para muchos, la paz va y viene, dejándolos preocupados, inquietos y maltratados por el estrés. Sin embargo, Zacarías profetizó que el Mesías vendría para “que, librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días” (Lucas 1:74-75).

Mientras se prepara para morir en el huerto de Getsemaní, Jesús pide al ser humano que participe en su impotencia. Ese gesto es una forma de comunión con lo sagrado que reconoce la autonomía del mundo y la responsabilidad del hombre: «El mundo adulto –escribe Bonhoeffer– está más sin Dios que el mundo no adulto, y precisamente por esto quizás más cercano a Él».

El pesimismo es una tentación moderna. Algunas grandes epidemias y el hambre de millones de personas en el mundo son problemas que la humanidad puede resolver. Esto, unido al egoísmo que existe también a nivel político, hace que estemos especialmente sensibilizados ante el tema. Debemos trabajar mucho todos para que este problema se reduzca lo máximo posible. Como repetía Benedicto XVI, “el hombre del tercer milenio desea una vida auténtica y plena, tiene necesidad de verdad, de libertad profunda, de amor gratuito. También en los desiertos del mundo secularizado, el alma del hombre tiene sed de Dios, del Dios vivo”. De ahí la responsabilidad de los creyentes, cada uno desde su sitio, de aportar luces nuevas, en la estela de los primeros cristianos. El Espíritu, como invoca una oración clásica,  renueva todas las cosas, también la vida de los cristianos. Nos hace capaces de encontrar modalidades que sean adecuadas a los tiempos y a las situaciones.