Aquellos que están viendo los acontecimientos presentes en Oriente Medio, en Norcorea y en Europa desde el punto de vista económico/político solamente, se están perdiendo de lo que en realidad está ocurriendo. La Biblia anuncia que en los últimos días habría en el mundo un espíritu de engaño y de iniquidad en todo el mundo, y en mi opinión eso es lo que estamos viendo en el mundo hoy día.
INTERPRETACIÓN DEL SUEÑO DE NABUCONODOSOR Fuente: Las Profecías de Daniel (Capítulo 4)
“Tú, oh rey, el rey de reyes, tú a quien el Dios del cielo ha dado el reino, la potencia, y la fuerza y la dignidad, y en cuya mano ha dado —dondequiera que estén morando los hijos de la humanidad— las bestias del campo y las criaturas aladas de los cielos, y a quien él ha hecho gobernante sobre todos ellos, tú mismo eres la cabeza de oro.” (Daniel 2:37, 38.) Estas palabras fueron aplicables a Nabucodonosor después de que Jehová lo utilizó para destruir Jerusalén en 607 a.E.C., pues los reyes que ocupaban el trono en esa ciudad provenían del linaje de David, el rey ungido de Jehová. Jerusalén era la capital de Judá, el reino típico que representaba la soberanía divina sobre la Tierra. Con la destrucción de aquella ciudad en dicho año, ese reino típico de Dios dejó de existir (1 Crónicas 29:23; 2 Crónicas 36:17-21). Las potencias mundiales que se sucederían, representadas por las secciones metálicas de la imagen, podrían entonces dominar la Tierra sin la interferencia del reino típico de Dios. En su condición de cabeza de oro, el metal más precioso que se conocía en tiempos antiguos, Nabucodonosor había tenido la distinción de derribar aquel reino cuando destruyó Jerusalén
Nabucodonosor, cuyo reinado duró cuarenta y tres años, encabezó una dinastía que gobernó sobre el Imperio babilónico y en la cual figuraron su yerno Nabonido y su hijo mayor, Evil-merodac. Esta dinastía se extendió por otros cuarenta y tres años hasta la muerte del hijo de Nabonido, Belsasar, en 539 a.E.C. (2 Reyes 25:27; Daniel 5:30). Por lo tanto, la cabeza de oro de la imagen del sueño representó a toda la dinastía que gobernó sobre Babilonia, y no solo a Nabucodonosor.
Daniel le dijo al rey: “Después de ti se levantará otro reino inferior a ti” (Daniel 2:39). A la dinastía de Nabucodonosor le sucedería un reino simbolizado por el pecho y los brazos de plata de la imagen. Isaías había predicho su aparición unos doscientos años antes, y hasta había adelantado el nombre de su victorioso rey: Ciro (Isaías 13:1-17; 21:2-9; 44:24–45:7, 13). Era el Imperio medopersa. Aunque esa potencia desarrolló una civilización no menos importante que la del Imperio babilónico, se utilizó la plata, un metal menos precioso que el oro, para representar su reino. Este fue inferior a la potencia mundial babilónica en el sentido de que no tuvo la distinción de derribar a Judá, el reino típico de Dios, cuya capital era Jerusalén.
Unos sesenta años después de interpretar el sueño, Daniel presenció el fin de la dinastía de Nabucodonosor. Estuvo presente la noche del 5 al 6 de octubre de 539 a.E.C., en la que el ejército medopersa tomó la aparentemente inexpugnable Babilonia y ejecutó al rey Belsasar. A la muerte de este, la cabeza de oro de la imagen del sueño, el Imperio babilónico, dejó de existir.
En 539 a.E.C., Medopersia reemplazó al Imperio babilónico en la supremacía mundial. Darío el medo se convirtió a los 62 años de edad en el primer gobernante de la ciudad de Babilonia una vez conquistada (Daniel 5:30, 31). Durante un breve período, él y Ciro el persa reinaron conjuntamente sobre el Imperio medopersa. A la muerte de Darío, Ciro se convirtió en el único caudillo del Imperio persa. Su reinado significó libertad del cautiverio para los judíos desterrados en Babilonia, pues en 537 a.E.C. Ciro promulgó un decreto que les permitía regresar a su tierra y reconstruir Jerusalén y el templo de Jehová. Sin embargo, el reino típico de Dios no se restableció en Judá y Jerusalén (2 Crónicas 36:22, 23; Esdras 1:1–2:2a).
El pecho y los brazos de plata de la imagen del sueño representaron al linaje de reyes persas que comenzó con Ciro el Grande, una dinastía que se prolongó más de doscientos años. Se cree que Ciro murió en 530 a.E.C., durante una campaña militar. De los aproximadamente doce reyes que le sucedieron en el trono del Imperio persa, hubo por lo menos dos que dispensaron un trato de favor al pueblo escogido de Jehová: Darío I (persa) y Artajerjes I.
Darío I fue el tercero en la línea de reyes persas posteriores a Ciro el Grande. Los dos que lo precedieron fueron Cambises II y el hermano de este, Bardiya (o un mago que quizás lo suplantó llamado Gaumata). En 521 a.E.C., cuando ascendió al trono Darío I, también conocido como Darío el Grande, pesaba una prohibición sobre los trabajos de reconstrucción del templo de Jerusalén. Una vez localizado en los archivos de Ecbátana el documento en el que aparecía el decreto de Ciro, Darío no solo levantó la prohibición (en 520 a.E.C.), sino que también destinó fondos del tesoro real a la reconstrucción del templo (Esdras 6:1-12).
El siguiente gobernante persa que ayudó a los judíos en las tareas de restauración fue Artajerjes I, que en 475 a.E.C. sucedió a su padre Asuero (Jerjes I). Su sobrenombre, Longimano, se debe a que tenía la mano derecha más larga que la izquierda. En 455 a.E.C., mientras corría el vigésimo año de su reinado, designó a su copero judío Nehemías gobernador de Judá y le encomendó la reconstrucción de las murallas de Jerusalén. Ese suceso señaló el comienzo de las ‘setenta semanas de años’ expuestas en el capítulo 9 de Daniel y fijó las fechas de la llegada y muerte del Mesías, o Cristo, Jesús de Nazaret (Daniel 9:24-27; Nehemías 1:1; 2:1-18).
El último de los seis reyes que sucedieron a Artajerjes I en el trono del Imperio persa fue Darío III. Su reinado llegó a su fin repentinamente en 331 a.E.C., cuando sufrió una terrible derrota a manos de Alejandro Magno en Gaugamela, cerca de la antigua Nínive. Aquel desastre acabó con la potencia mundial medopersa, simbolizada en el sueño de Nabucodonosor por la sección de plata de la imagen. La potencia que vendría después sería superior en algunos aspectos, pero inferior en otros, lo que se hace patente cuando escuchamos cómo sigue interpretando Daniel el sueño de Nabucodonosor.
Daniel le dijo a Nabucodonosor que el vientre y los muslos de la imagen inmensa constituían “otro reino, uno tercero, de cobre, que [gobernaría] sobre toda la tierra” (Daniel 2:32, 39). Este tercer reino vendría después de Babilonia y Medopersia. Así como el cobre es inferior a la plata, esta nueva potencia mundial resultaría inferior a Medopersia por el hecho de que no se la honraría con un privilegio como el de liberar al pueblo de Jehová. Sin embargo, este reino como de cobre ‘gobernaría sobre toda la tierra’, lo que indica que abarcaría un territorio más extenso que Babilonia o Medopersia. ¿Qué confirman los hechos históricos en cuanto a esta potencia mundial?
El ambicioso Alejandro III emprendió una campaña de conquista a los 20 años de edad, poco después de heredar el trono de Macedonia, en 336 a.E.C. En virtud de sus triunfos militares, llegó a conocérsele como Alejandro Magno. De victoria en victoria fue adentrándose en los dominios persas, y en 331 a.E.C. derrotó a Darío III en la batalla de Gaugamela, que marcó el principio del fin del Imperio persa. De ese modo convirtió a Grecia en la nueva potencia mundial.
Tras aquella victoria, Alejandro tomó las capitales persas de Babilonia, Susa, Persépolis y Ecbátana, y, tras someter al resto del Imperio persa, extendió sus conquistas hasta el oeste de la India. En los territorios ocupados se fundaron colonias griegas, y de ese modo la lengua y la cultura de Grecia se difundieron por todos sus dominios. En realidad, el Imperio griego llegó a ser mayor que cualquiera de los que lo precedieron. Como Daniel había predicho, el reino de cobre ‘gobernó sobre toda la tierra’. En consecuencia, el griego (koiné) se convirtió en un idioma internacional que, por su capacidad de expresar los conceptos con precisión, resultó idóneo para redactar el Nuevo Testamento y para difundir el mensaje de salvación del Señor Jesucristo.
Alejandro Magno fue gobernante mundial apenas ocho años, pues cayó enfermo tras un banquete y murió poco después, el 13 de junio de 323 a.E.C., a la temprana edad de 32 años. Con el tiempo, su enorme imperio se dividió en cuatro partes, cada una de ellas gobernada por uno de sus generales. De modo que de un gran reino surgieron cuatro, que el Imperio romano acabó por absorber. Esta potencia mundial semejante al cobre no duró más que hasta el año 30 a.E.C., cuando finalmente cayó ante Roma el último de esos cuatro reinos, la dinastía tolemaica que gobernaba en Egipto.
Daniel continuó con su explicación de la imagen del sueño: “En cuanto al cuarto reino [tras Babilonia, Medopersia y Grecia], resultará ser fuerte como el hierro. Puesto que el hierro tritura y muele todo lo demás, así, como el hierro que destroza, triturará y destrozará aun a todos estos” (Daniel 2:40). Por su dureza y capacidad de triturar, esa potencia mundial sería como el hierro: más fuerte que los imperios representados por el oro, la plata o el cobre. El Imperio romano responde a esa descripción.
Roma trituró y destrozó al Imperio griego y engulló los vestigios de las potencias mundiales medopersa y babilónica. Sin ningún respeto por el Reino de Dios que Jesucristo proclamó, hizo que este muriera en un MADERO en el año 33 E.C. e intentó aplastar al cristianismo verdadero persiguiendo a sus discípulos. Además, los romanos destruyeron Jerusalén y su templo en 70 E.C.
Las piernas de hierro de la imagen con la que Nabucodonosor soñó no solo representaron al Imperio romano, sino también a su prole política. Fijémonos en las palabras de Revelación (Apocalipsis) 17:10: “Hay siete reyes: cinco han caído, uno es, el otro todavía no ha llegado, pero cuando sí llegue tiene que permanecer un corto tiempo”. Cuando el apóstol Juan escribió estas palabras, los romanos lo habían desterrado a la isla de Patmos. Los cinco reyes, o potencias mundiales, que habían caído eran Egipto, Asiria, Babilonia, Medopersia y Grecia. El sexto, el Imperio romano, aún estaba en el poder. Pero este también se desplomaría, y el séptimo rey surgiría de uno de los territorios que Roma conquistó. ¿Qué potencia mundial sería esa?
Hubo un tiempo en que Gran Bretaña fue una provincia del Imperio romano, situada al noroeste de sus territorios. Sin embargo, para el año 1763 se había convertido en el Imperio británico, en la Britania reina de los siete mares. En 1776, sus trece colonias americanas proclamaron su independencia para constituirse en los Estados Unidos de América. Sin embargo, en años posteriores Gran Bretaña y Estados Unidos han sido colaboradores tanto en la guerra como en la paz, de modo que la alianza angloamericana se erigió en la séptima potencia mundial de las profecías bíblicas. A semejanza del Imperio romano, ha demostrado ser “fuerte como el hierro” y ha ejercido una férrea dominación. Por consiguiente, las piernas de hierro de la imagen del sueño prefiguran tanto al Imperio romano como a la potencia mundial binaria angloamericana.
Daniel pasó a decir a Nabucodonosor: “Como contemplaste que los pies y los dedos de los pies eran en parte de barro moldeado de un alfarero y en parte de hierro, el reino mismo resultará dividido, pero algo de la dureza del hierro resultará haber en él, puesto que contemplaste al hierro mezclado con barro húmedo. Y en cuanto a que los dedos de los pies sean en parte de hierro y en parte de barro moldeado, el reino en parte resultará fuerte y en parte resultará frágil. Como contemplaste hierro mezclado con barro húmedo, llegarán a estar mezclados con la prole de la humanidad; pero no resultará que se mantengan pegados, este a aquel, tal como el hierro no se mezcla con barro moldeado” (Daniel 2:41-43).
La sucesión de las potencias mundiales representadas por las distintas secciones de la imagen del sueño de Nabucodonosor, se inició en la cabeza y prosiguió hacia abajo, hasta los pies. Lógicamente, los pies y dedos de “hierro mezclado con barro húmedo” simbolizarían la manifestación final de la gobernación humana, la que existiría durante “el tiempo del fin” (Daniel 12:4).
En los albores del siglo XX, el Imperio británico gobernaba sobre la cuarta parte de los habitantes del planeta, y otros imperios europeos dominaban a millones de personas más. Sin embargo, a raíz de la I Guerra Mundial, las alianzas de naciones sustituyeron a los imperios, y esta tendencia se acentuó tras la II Guerra Mundial. Con la propagación del nacionalismo, el número de naciones del mundo aumentó drásticamente. Los diez dedos de los pies de la imagen prefiguran a todas esas potencias y gobiernos coexistentes, pues en la Biblia el número diez a veces significa lo completo en sentido terrenal (compárese con Éxodo 34:28; Mateo 25:1; Revelación 2:10).
Ahora, en “el tiempo del fin”, hemos llegado a los pies de la imagen. Puesto que los pies y sus dedos son de hierro mezclado con barro, algunos de los gobiernos a los que representan son férreos, es decir, autoritarios o tiránicos. Otros son como el barro. ¿En qué sentido? Daniel relacionó el barro con “la prole de la humanidad” (Daniel 2:43). Pese a la fragilidad del barro, del que está compuesta la prole de la humanidad, los regímenes tradicionales semejantes al hierro se han visto obligados a escuchar cada vez más a la gente común, que reclama voz y voto en las instituciones gobernantes (Job 10:9). Pero el dominio autoritario y la gente común no pueden mantenerse unidos más de lo que el hierro se adhiere al barro. Cuando le llegue el fin a la imagen, el mundo estará verdaderamente fragmentado en sentido político. ¿Provocará la condición dividida de los pies y sus dedos el desplome de toda la imagen? ¿Qué le espera a esta última?
Prestemos atención al clímax del sueño. Daniel le había dicho al rey: “Seguiste mirando hasta que una piedra fue cortada, no por manos, y dio contra la imagen en sus pies de hierro y de barro moldeado, y los trituró. En aquel tiempo el hierro, el barro moldeado, el cobre, la plata y el oro fueron, todos juntos, triturados, y llegaron a ser como el tamo de la era del verano, y el viento se los llevó, de modo que no se halló ningún rastro de ellos. Y en cuanto a la piedra que dio contra la imagen, llegó a ser una gran montaña y llenó toda la tierra” (Daniel 2:34, 35).
A modo de explicación, la profecía pasó a decir: “En los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos; puesto que contemplaste que de la montaña una piedra fue cortada, no por manos, y que trituró el hierro, el cobre, el barro moldeado, la plata y el oro. El magnífico Dios mismo ha hecho saber al rey lo que ha de ocurrir después de esto. Y el sueño es confiable, y la interpretación de él es digna de confianza” (Daniel 2:44, 45).
Agradecido de que se le recordara y explicara el sueño, Nabucodonosor reconoció que únicamente el Dios de Daniel era “un Señor de reyes y un Revelador de secretos”. Además, puso a Daniel y a sus tres compañeros hebreos en puestos de gran responsabilidad (Daniel 2:46-49).
Ahora bien, ¿qué trascendencia tiene en nuestros días la ‘interpretación digna de confianza’ de Daniel?
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