miércoles, 2 de enero de 2013

El problema de la sexualidad Juvenil






El amor humano, limpio y noble, entre un hombre y una mujer, para que siga siendo así y madure, y se ha haga ascua inextinguible, ha de pasar también por la cruz: ha de gozarse en la cruz, desde la cruz. El "color de rosa" que el flechazo extiende sobre todas las cosas, no tarda en perderse de vista. Pero esto no quiere decir que la realidad sea peor de como se ha visto: es mejor, con tal de abrazarla entera, con su cara y con su cruz: la primavera, con el verano, el otoño y el invierno… y la eternidad.
 
Uno de los más prestigiosos psiquiatras contemporáneos, Victor Frankl -discípulo, primero; y superador, después, de Sigmund Freud- Victor Frankl opinaba que La psicoterapia y la religión pueden ser complementarias. La psicoterapia no puede sustituir la salvación de almas del sacerdote, pero debe de tener en cuenta la dimensión espiritual del hombre y su búsqueda de sentido en la vida. Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, ateo de ascendencia judía, es uno de los llamados "padres de la sospecha" del pensamiento occidental, socavador de conceptos que deberían ser firmes como el amor, la confianza, Dios, o el mismo "yo". Freud ,  era ateo, tenia una visión negativa y patológica del fenómeno religioso.  
En su obra "Psicoanálisis y existencialismo", dice que "hasta en el amor entre los sexos no es lo corporal, lo sexual, un factor primario, un fin en sí, sino simplemente un medio de expresión. El amor puede existir sustancialmente, aun sin necesidad de eso. Donde sea posible lo querrá y lo buscará; pero, cuando se imponga la renuncia, el amor no se enfriará ni se extinguirá (…) El amor auténtico no necesita, en sí, de lo corporal ni para despertar ni para realizarse, pero se sirve de ello para ambas cosas". Es natural, conforme a la realidad del amor humano este argumento, puesto que quien "es amor", Dios, principio y fuente de todo amor verdadero, es puro Espíritu.

 
 La templanza tiene como tarea poner orden en el uso de las pasiones. No se trata de una destrucción, sino de una humanización de las mismas. A esta virtud se opone la búsqueda desordenada de los placeres sensibles, y también el menosprecio de los placeres sensibles.

El efecto más inmediato de la templanza es la “tranquilidad de espíritu”. La templanza tiene un sentido y una finalidad –dice Josef Pieper-, que es hacer orden en el interior del hombre. De ese orden, y solamente de él, brotará luego la tranquilidad de espíritu. Templanza quiere decir, por consiguiente, realizar el orden en el propio yo.

   Lo que distingue a la templanza de todas las virtudes cardinales es que tiene su verificación y opera exclusivamente sobre el sujeto actuante.

Sigue diciendo Josef Pieper en su libro "las virtudes fundamentales"
 de la editorial Rialp que “lo destructivo del pecado contra la castidad viene de que hace al hombre parcial, y lo insensibiliza para percibir la totalidad de lo que realmente es”. Además, la castidad es muy superior a la mera continencia, porque la castidad regula el instinto sexual, significa control de sí mismo y libertad interior. Frente a las presiones externas, la castidad permite al ser humano decidir libremente, y por tanto, aumenta el placer. Por el contrario, “la lujuria destruye el verdadero goce sensible de lo que es sensiblemente bello”, pues hace al hombre incapaz de reconocer la belleza. Vuelvo a citar a Pieper para aclarar un poco más esta idea: “El que busca el goce sensible de manera desordenada tiende siempre a reducir la totalidad del mundo sensitivo, sobre todo lo que en él hay de bello, al deleite sexual. Sólo una sensibilidad que es casta capacita, por ejemplo, para percibir la belleza de un cuerpo humano como pura belleza y para gozarla en sí misma, “propter convenientiam sensibilium”, sin dejarse extraviar ni nublar por una voluntad desaforada de placer”.
 Vivir juntos antes del matrimonio es como una prueba para saber cómo será vivir con tu futuro esposo. El conocimiento que adquieras durante ese período puede ser beneficioso. Sin embargo, la convivencia puede llevar a romper el compromiso o puede ser el precursor de un divorcio. En realidad, los estudios han llegado a la conclusión de que la gente que vive junta antes de casarse tienen más posibilidades de divorciarse que los que no lo hicieron.
 
El matrimonio es un compromiso; sólido y a largo plazo. La cohabitación es una forma de vivir el presente sin darle mayor importancia al futuro, lo que hace frágil a la relación debido a su poca proyección en el tiempo. Por lo mismo, ante las primeras dificultades, se tiende a concluir la relación pues no hay compromiso por el cual luchar. “Las parejas que viven juntos, toleran menos la insatisfacción y dejarán romper un matrimonio que podría haberse salvado”, dicen Popenoe y Whitehead autores de Should We Live Together? publicado por Aceprensa.
En el matrimonio en cambio, existe un motivo más fuerte y éste anima a los esposos a conservarlo a pesar de los momentos difíciles; es un vínculo con objetivos claros y ambiciosos.
En el matrimonio somos “nosotros”, no “tú y yo”. Linda Waite, de la Universidad de Chicago, descubrió que las parejas casadas no sólo han hecho un contrato a largo plazo que favorece la inversión emocional: “además, comparten recursos y son capaces de actuar como una pequeña compañía de seguros contra las incertidumbres de la vida.” *Aceprensa.
Aunque no es una regla general, en la cohabitación las parejas suelen ser independientes, incluso en los aprietos. Independencia que puede llamarse también individualismo y que presenta un interés especial por lo que atañe a sí mismo, excluyendo a la pareja. Este tipo de relación, es similar a dos barcas que navegan por un mismo mar, pero cuando una se hunde, la otra sigue su camino. Por consiguiente no hay un equipo y por ello no se comparte nada; “lo tuyo es tuyo, y lo mío es mío”.
Finalmente cabe aclarar que cada relación se desarrolla bajo condiciones particulares, pero lo que sí es irrefutable es que el matrimonio supone un verdadero compromiso, una promesa de amor y apoyo mutuo que provee el escenario óptimo para realizar una misión conjunta perdurable en el tiempo, la cual posee mayores probabilidades de afrontar las dificultades antes de romper la unión.
 
El estudio fue hecho a través de una encuesta a 1.050 matrimonios norteamericanos entre 18 y 34 años -todos con 10 años de casados o menos. Allí se logró concluir que el 43% de las parejas que conviven antes de comprometerse tienen una menor calidad en el matrimonio -en términos de satisfacción matrimonial, comunicación, confianza en el futuro de la relación, compromiso y nivel de amistad-, que aquellos que convivieron sólo después de comprometerse (16,4%) o después de casarse (40,5%). Así también, los convivientes sin matrimonio tienen un mayor riesgo a divorciarse que los casos sin vivir antes juntos.

Y es que “el amor humano no tolera la prueba. Exige un don total y definitivo de las personas entre sí” (Catecismo de la Iglesia Católica 2391).
 
«Es una opción muy personal», considera Mila Cahue, psicóloga de pareja del Centro de Psicología Álava-Reyes. Aún así, ¿es una alternativa recomendable? ¿resta magia al matrimonio? ¿durante cuanto tiempo es suficiente? La psicóloga explica que para algunas personas la convivencia anterior al matrimonio es «una necesidad». Sin embargo, esta alternativa presenta dos caras: en efecto, así, «la pareja conoce ciertos hábitos cotidianos y se conoce más profundamente a la otra persona». Pero puede ocurrir que esa convivencia «se prolongue al infinito y ninguno de los dos tome de la decisión de casarse o no». Claro que también puede suceder que si tras la boda «y tras haber firmado un contrato legal se descubren aspectos de la otras persona que resulten desagradables, uno puede sentirse que se ha quedado atrapado en una trampa». Por todo eso, Cahue recomienda que siempre, siempre, «se sopesen bien los pros y contras de cada una de las posibilidad y que cada uno actúe según le dicte su conciencia» y que nunca, nunca «se fuerce a una persona a convivir en pareja antes del matrimonio».

El compromiso es uno de los elementos fundamentales para que cualquier tipo de relación funcione. Esto implica que los miembros de la pareja están dispuestos a hacer su máximo esfuerzo por el resultado de esa relación.
 
A continuación me gustaría compartir una interesante reflexión de Carlo María Martini
 
“No sabéis que sois miembros de Cristo?”
(1Cor 6,15)


 Educar en la castidad para educar en el amor.

El tema de la castidad juvenil puede leerse según tres perspectivas: a) el dominio de sí y la renuncia al espíritu de posesión; b) la disponibilidad a la voz de Dios; c) la vigilancia y la espera del Señor que viene.

a)      la raíz de la palabra castidad recuerda la austeridad y el dominio de sí (castigarse” o poner freno, educar”) . Ella enseña, pues la autodisciplina del corazón, así como la de los ojos, la del hablar, de todos los sentidos. Este autocontrol no  es solo algo negativo. Se trata de un auténtico dominio de sí, que es al mismo tiempo dominio de Jesús sobre nuestro cuerpo y sobre toda nuestra vida: “” El cuerpo no es para la lujuria, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo (…) ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?” (1Cor 6,13.15).

 En consecuencia, la castidad es educación y entrenamiento para superar toda mentalidad de tipo propietario y patronal con relación a la propia persona y a la de los otros. Se opone frontalmente a esa mentalidad utilitarista y narcisista que tiende a usar y abusar de todo como si fuéramos árbitros supremos de nosotros mismos, de nuestro cuerpo y de nuestras pulsiones, así como de las personas y del mundo que nos rodea. Se la puede considerar como una forma exigente y cotidiana de “pobreza” evangélica. De hecho, esta disciplina se extiende también a la comida y a las cosas voluptuarias que caracterizan nuestra civilización consumista, y comporta así mismo un uso moderado e inteligente de la televisión.

b)      El compromiso para vivir la castidad crea condiciones insuperables para una transparencia interior que nos hace capaces de captar, más allá de todo enervamiento y pesadez, la auténtica voz de Dios y las indicaciones del Espíritu. Por eso es imposible que nazca una vocación evangélica donde no existe un verdadero esfuerzo de castidad. El joven casto se vuelve obediente a las más puras inspiraciones y capaz de decir sí al Señor superando su propia fragilidad e inercia. ¡que responsabilidad para aquellos que se hacen cómplices útiles del enemigo de Dios ¡ Por el contrario” los puros de corazón verán a Dios” (Mt 5,8). La pureza de corazón de la que habla el evangelio, es más amplia que la castidad, pero la comprende y nos permite encontrar la causa remota de no pocas ofuscaciones incluso en le campo de la fe.
c)      La castidad alimenta la vigilancia del corazón, es decir, la espera del señor que viene no sólo el último día, sino ya ahora, para llenar todos los momentos de mi vida y abrirme al don de mi favor a los otros. Quién no renuncia al compromiso y al esfuerzo constante por la castidad saboreará las alegrías profundas de la oración y de las visitas del señor.. En cambio, cuando nos ablandamos y las relaciones amistosas no son castas, nos sentimos cristianos genéricos, triviales; la oración se hace pesada, la vida se vuelve aburrida y necesita de continuas excitaciones, y las fulguraciones del Señor ( como para Samuel de noche o para Pablo en el camino de Damasco) no son para nosotros.

Un adolescente es un discípulo en formación: al crecer en la fe advierte la exigencia de madurar en un amor casto. Este modo nuevo y a contracorriente de vivir la sexualidad –Un modo cristiano- no se presenta ante todo como un sacrificio, entendido como mutilación y renuncia a las posibilidades humanas, sino que es ofrenda y dedicación de sí en el amor, o sea, un modo de pertenecer más a cristo y por tanto a los hermanos (cf Rm 12,1).

La castidad, es pues, uno de los rostros de ese único den de la fe que, si es auténtico, sabe suscitar en cada etapa de la vida personalidad, estilos, modos de amar y de dedicarse auténticos, alternativos a las opiniones hegemónicas y deshumanizadoras.

La castidad así entendida no mortifica ni penaliza la sexualidad, sino que ofrece un servicio necesario en la plena maduración del hombre y del cristiano.

            Estos son la experiencia unificante de la vida, la liberación de los falsos absolutos, la apertura con relación a la libertad, la disponibilidad para el servicio y la dedicación, la profundidad en el vivir las grandes experiencias de la existencia no trivializándolas, a la fuerza de anuncio y de testimonio de los grandes valores.

            Este ha sido el modo de comunicar y de amar de Jesús, prolongado en sus discípulos (cfRm 5,5).

            El educador estimula y atrae más con su persuasivo modo de vivir en el grupo y consigo mismo la propia sexualidad que con la multiplicidad y la inventiva de sus propuestas, si bien necesarias. No es solo un transmisor de valores, sino que convence mostrando en sí este modo original de vivir la comunicación afectiva y sexual. Solo así se fia el adolescente de él. El educador que no tuviera en cuenta sus propias contradicciones y asperezas, en un continuo e inteligente trabajo de conversión, deseducaría y no animaría a estas opciones valerosas y comprometidas: solo puede educar si educa y reeduca continuamente.

Un serio acompañamiento educa a la lectura y a la interpretación del deseo.

            La castidad no reprime los deseos, tampoco los ridiculiza o niega. Más bien los orienta desde dentro, no solo invitando a vivirlos según la alianza (cfMt 5,28), sino sosteniendo la tentativa del joven que se abre a un mundo diverso, más profundo, de observar y descifrar la realidad.

            La “disciplina” del deseo empieza por la comprensión del deseo mismo: de esta nueva lectura pueden nacer nuevas motivaciones, nuevas sensibilidades, nuevas apreciaciones con relación a la estupenda riqueza de la sexualidad: así reencuentra sin trivializaciones ni reducciones su fin último y su sentido, permitiendo al discípulo no ligar la vida a otor Dios (Núm 15,39).

            Los jóvenes y los adolescentes intuyen, quizá mejor que los adultos, que está en juego el amor verdero y el uso correcto del inestimable patrimonio de la sexualidad.
            Quien no tiene el valor de indicar a los jóvenes itinerarios de castidad para educarlos en el amor demuestra a su vez que no sabe amar verdaderamente.


Carlo María Martini

Familias en Exilio

Editorial San Pablo

Artículo extractado

Agradezco a todos el interés prestado y las muestras de gratitud recibidas personalmente en mi bandeja de correo electrónico por este artículo.

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Gracias a todos.

José Carlos Enríquez Díaz

1 comentario:

  1. Excelente trabajo, amigo José Carlos. Con razón dices que lo profundizaste en en condiciones. Te felicito y haré uso de algunas ideas que considero esenciales. Dios te bendiga. Tomás de la Torre

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