jueves, 24 de marzo de 2016

D. Manuel Sánchez Monge. El tiempo de la misericordia





 

D. Manuel es un teólogo que ha hecho experiencia profunda de Jesucristo, y nos hace descubrir que sin Él ya no se  puede vivir. Sabe que Dios se hace presente, como palabra, como silencio, como herida, como sanación, como muerte y como resurrección. D. Manuel  nos hace descubrir que nuestra vida debe estar marcada por esa huella, esa marca, que nos ha dejado abierta la sed, la ansiedad, la curiosidad, el vivir.


D. Manuel en su libro nos habla de la familia.

El primer mundo cristiano está a la cabeza del divorcio, aborto, contracepción, relaciones sexuales fuera del matrimonio, homosexualidad, materialismo y secularismo. Se está haciendo que lo que no es natural lo parezca. Está trabajando la ingienería social diabólica. Hace sólo una generación, el divorcio y el aborto eran inaceptables. Hoy el divorcio y el aborto son la corriente dominante.
El testimonio plurimilenario y culturalmente multiforme que la historia aporta demuestra que la familia basada en el matrimonio es la constante expresión primaria de la sociedad humana.
Por ser expresión originaria de la sociedad humana, la familia constituye la primera unidad básica de toda sociedad civil y de la consiguiente comunidad política en todas las formas elementales o desarrolladas que esta fue adquiriendo.
No es una simple entidad intermedia, ni creación de la autoridad, sino una realidad social antecedente y condicionadora de la autoridad pública.

Constituye por lo tanto la familia primera, insustituible e inigualable una escuela humana y ciudadana de los hijos.

Esta familia fundada en el matrimonio es objeto hoy en día de un poderoso y organizado ataque, que debe de calificarse de feroz en la triple acepción de este adjetivo.
La familia se encuentra hoy en el punto más crítico de la gran lucha entre el bien y el mal, que nos presenta el mundo contemporáneo y la sociedad permisivista de hoy en el punto focal de la lucha entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte.

Actualmente existe gran confusión entre el amor de Dios y el amor del mundo.
        Hoy en día se considera un acto de amor justificar la supresión de la vida, por no ver sufrir a un familiar: ¡Legitimando así la eutanasia! Se considera un acto de amor la destrucción de un matrimonio, para acabar con el sufrimiento de la pareja: ¡Legitimando así el divorcio! Se considera un acto de amor justificar la interrupción del embarazo, cuando el recién nacido tuviera que enfrentarse a una vida difícil. ¡Legitimando así el aborto.
El mundo secular demanda una explicación para todo el dolor y el sufrimiento en esta vida.
El apóstol Pablo nos dice que su vida es un ejemplo de cómo debemos tratar con nuestras aflicciones. Él escribe: "Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna." (1 Timoteo 1:16).
Los creyentes pasan por dos tipos de sufrimiento. Primero, hay las aflicciones y tentaciones comunes a toda la humanidad. Jesús dice que la lluvia cae sobre ambos el justo y el injusto ( Mateo 5:45). Él está refiriéndose a los problemas dados por la vida,las luchas matrimoniales, preocupaciones por los hijos, las batallas con la depresión y el temor.
Su gracia también me ha ayudado a sobrevivir. Y eso es suficiente para hoy. Entonces, algún día en la gloria, mi Padre me revelará el maravilloso plan que tenía desde el principio con mi vida. Me mostrará cómo obtuve paciencia a través de todas mis pruebas; cómo aprendí la compasión por otros; cómo su fuerza fue hecha perfecta en mi debilidad; cómo aprendí su fidelidad absoluta hacia mí; cómo llegué a ser más como Jesús.
Sin embargo, a través de todo esto, se me sigue dando una medida de la fuerza de Cristo que siempre sigue aumentando. De hecho, mis mayores revelaciones de su gloria han venido durante mis tiempos más duros. Igualmente, en tus momentos más bajos, Jesús liberará en tí la medida más completa de su fortaleza.

Puede ser que nunca podamos entender nuestro dolor, depresión e incomodidad. Puede ser que nunca podamos saber por qué algunas de nuestras oraciones  nunca han sido contestadas. Pero no tenemos que saber por qué. Nuestro Dios ya nos ha contestado: "Tienes mi gracia

Don Manuel Sánchez Monge, recupera hechos y dichos de Jesús de Nazaret reflejo vivo de su misericordia. Un despliegue de parábolas de Mateo y Lucas que hablan por sí solas del amor. Los mensajes transmitidos a través de El hijo pródigo, El buen samaritano, El dueño de la viña o la parábola del fariseo…

La Escritura dice que durante el tiempo que Elías estuvo en la cueva, “un viento grande y poderoso rompía los montes y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento.” (1 Reyes19:11). Dios no estaba en ese mensaje.
¿Esperas que tu alma sea sacudida por un llamado fuerte a despertarte? “Tras el viento hubo un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.” (19:11). ¿Esperas oír una palabra ardiente? “Tras el terremoto hubo un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. (19:12).
Dios sabe exactamente el tipo de palabra que necesitas oír cuando estás herido. Y no es una palabra de condenación, ni una palabra dura, ni un sermón al rojo vivo. Creo que el Señor nos está diciendo en este pasaje, “Cuando estas doblado por tus pruebas, no te trataré duramente.” No, Elías necesitaba oír una voz sueva, apacible: “Y tras el fuego se escuchó un silbo apacible y delicado.” (9:12). Algunos manuscritos traducen esta frase como “un soplo apacible, queriendo decir, “una brisa sueva, refrescante.”

Esa misma voz apacible y queda, viene del corazón del Padre hoy. Y su mensaje es el mismo: “y habéis visto el fin que le dio el Señor, porque el Señor es muy misericordioso y compasivo.” (Santiago 5:11).
“Misericordioso y clemente es Jehová; lento para la ira y grande en misericordia.
No contenderá para siempre ni para siempre guardará el enojo. No ha hecho con nosotros conforme a nuestras maldades ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados, porque, como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen.” (Salmo 103:8-11, 13).

El Dios del Antiguo Testamento no es simplemente el Dios iracundo y vengativo sino que progresivamente se revela como un Dios que escucha el clamor de su pueblo y baja para liberarlo (Ex 3, 7), un Dios clemente y misericordioso (Ex 34, 6), el Dios que  camina y está junto al pueblo (Ex 3,14), que  perdona culpas, libera a los cautivos  y sana a los corazones afligidos. A Dios se le da un vuelco el corazón ante el sufrimiento de su pueblo, se le conmueven las entrañas (Os 11,8)(4) . Es una misericordia que, como aparece sobre todo en los profetas, está ligada a la opción por los pobres y por la vida. 
No es una gracia barata, es la expresión de la justicia divina que  condena el pecado pero salva al pecador, es una justicia creadora, que va más allá del castigo.

La gracia cara es el seguidor tomando su cruz y siguiendo a Cristo. Es como Abraham cuando fue llamado y dejó su parentela, sus amigos, su ciudad, sus comodidades y costumbres. Luego se le pide que sacrifique a su hijo. Dios entre él y su hijo, el hijo de la promesa. Sin embargo obedece. Como él, la gracia no nos cuesta nada, solo debemos obedecer. No debemos hacer nada. Solo tomar una decisión después de alcanzar la libertad y perderlo todo, para recuperarlo a través de nuestra comunión con Cristo. Es experimentar el Sermón del monte. Es dejarlo todo como aquellos a quienes les dijo: “Sígueme” y dejaron peces y redes; dejando su propia ley; aceptando no enterrar a sus muertos ni despedirse de lo más querido.

Es cara porque nos exige imitar la encarnación de Cristo para hacernos visibles en el mundo. Que vean que somos luz que ilumina las tinieblas; que ponemos sal en lo insípido. Que la Palabra, el Verbo, se hace visible en nosotros.
Aquí tienes tu palabra de liberación: ¡Levántate y confía! El tiempo ha llegado en que creas que Jesús está contigo en tu tormenta. El te dará la fuerza para sobrellevarlo.
Si piensas que Dios te aleja con enojo cada vez que faltas - si piensas que su amor cambia a disgusto cada vez que pecas - no conoces el corazón del Padre en absoluto. No puedes conocerle simplemente hasta que sepas que quiere reconciliarte consigo mismo. Él quiere que seas uno con él. ¡D¡sfruta su bendición y favor!
 José Carlos Enríquez Díaz
 
 




 
 
 

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