Hace unos días presente el blog de mi Amigo Xosé Manuel
Carballo. Hoy me gustaría compartir con todos los que visitáis mi blog este
precioso testimonio de Fe de Xosé Manuel. De su blog:
En
sus artículos transmite siempre una gran fe en Dios. La
fe es el firme fundamento de la vida espiritual como también del ministerio, es
lo que debe sustentar a cada cristiano en cada batalla, es la guía al triunfo
de todas ellas. Creer en Dios significa estar en camino hacia Él y con Él. En
efecto, el don de la fe es un camino, un riesgo, una conquista, una aventura
por recorrer. Implica abandonar nuestras seguridades y nuestros apegos para
emprender el camino hacia el encuentro con Dios. La fe es un proceso de
apertura hacia Dios y de confianza en Él.
Todo lo que sigue es de él:
Dedicado
al doctor Alfonso Mateos
El año pasado por estas fechas estaba convaleciente de un
nuevo ingreso en un centro sanitario. El día primero de año tenía la
firme y fundada convicción de que sería el último que lo celebraba por aquí
abajo. No era la primera vez que me ocurría, por eso había dispuesto de
tiempo para asumir la realidad y perderle el miedo irracional e instintivo a lo
que se dice que es la causa profunda de todos nuestros miedos, la muerte. Tuve
tiempo para hacer varios repasos a mi vida y en todos llegué a la misma
conclusión: Ni he combatido todo lo bien que debiera mi combate ni llego
vencedor a la meta, pero, ni creo que sea la última meta sino el final de
la penúltima etapa, ni veo, con el Evangelio en la mano, y en consonancia con
lo predicado, a un riguroso juez olímpico, cronómetro y escaleta en mano; sino
a un padre bondadoso y misericordioso, bueno, pero no bobalicón, que ya sabe
que mis EPOCs, enfermedades oclusivas crónicas que también ocluyen espíritus,
me impidieron muchas veces combatir bien y correr más.
No fue fácil llegar a estas conclusiones, acostumbrado
como estaba a hacer examen exclusivamente de lo que había hecho mal. Menos
mal que en tiempos de mayor silencio puedo pensar más y mejor, porque no me
interrumpe mi tantas veces hueca palabrería.
Después de un año sigo aquí y no voy a decir como tópico
por mí tantas veces repetido: “gracias a Dios”. No. Digo:¡¡Gracias, Dios!!
No sé por qué me concedieron otra prórroga más. Sólo sé
algo de cómo me la concedieron. Si quieres, sigue leyendo y te lo cuento y si
no quieres, tan amigos. Eres muy libre. ¡Faltaría más!
Resulta que se echó sobre mí la noche. No
se hizo de noche repentinamente. No. Fue cosa de varios días, pero pocos fueron
necesarios para que reinase sobre mí la oscuridad casi total. Aunque había
lunar yo no lo veía, porque prefería tener cerradas las contraventanas y
bajadas las persianas como signo de un forzado recogimiento que, más bien, era
un replegarme sobre mí mismo. A pesar de la oscuridad no era capaz de conciliar
un sueño profundo y reparador, en parte por miedo a no despertar y morirme por
un fallo de respiración, que también se dice por falta de vida. La negrura
se iba haciendo cada vez más espesa y pesada, llegando al punto de que ella
misma me oprimía el pecho. Ni ánimos tenía para encender la luz de la
habitación, porque estaba convencido de que no me serviría de nada, ya que, a
mi entender, no había luz capaz de cortar tanta oscuridad y abrirse paso.
De vez en cuando parecía que se encendía una lucecita
parpadeante dentro de mí mismo, pero, por más que trataba de agarrarme a ella
con fe, no lograba evitar temores ante las inseguridades de lo creído, pero
desconocido. Sospecho que esa lucecita interior mía no alumbraba con mayor
intensidad, porque no me había preocupado mientras pude de recargarle la
batería como debiera en la lucecita del sagrario o de aprovisionarme de aceite
del bueno para lámparas de invitados al banquete.
Tenía la convicción de que muy pronto ya no habría para
mí un nuevo amanecer. Y creo que quienes me acompañaban sospechaban lo mismo,
aunque no me decían lo que pensaban para que yo dejase de pensar lo que no
decía.
Con estas cavilaciones y rendido por el esfuerzo de vivir
para respirar y no a la viceversa como es lo habitual, entré en una especie de
sopor que me fue envolviendo como una nube y me sumió en la semiinconsciencia.
Volver la vista atrás me atemorizaba, y a mirar hacia
adelante no me atrevía.
Entonces escuché:
-No te des por vencido. Soy un Rey Mago, sembrador de
ilusiones, que te quiere devolver la tuya, pero no contra tu voluntad.
Le respondí en voz muy baja, para no malgastar alientos
que me faltaban:
-No estoy en condiciones de recuperar ilusiones que ya no
podrán hacerse realidad. ¿Qué ilusiones puede haber cuando se llegó a la meta? ¿Para
qué quiero ilusiones incapaces de reconvertir en luz la oscuridad que me
oprime?
Entreabrí los ojos y sin encender la luz atisbé a un rey
mago a mi lado y pensé:
-¡Pobre de mí que ya comienzo a delirar!
Volví a cerrar los ojos apretando los párpados hasta que
me dolieron y seguí escuchando:
-Te compadezco, amigo, pues te veo dispuesto a apearte
del tren en alguna estación anterior a la que te corresponde, o, en el caso
de no bajarte, a negarte a mirar por la ventanilla y contemplar el paisaje.
¿Crees que viajarás más a gusto a oscuras?
-Mi viaje está terminando. Déjeme, por favor, y no pierda
más tiempo conmigo. Siga su camino con quienes pueda ser más eficaz.
Insistió el Mago:
-Nuestros caminos suelen ser improvisados e
imprevisibles. Tampoco nosotros teníamos muy claro entonces cuál sería nuestro
destino. Es cierto que nos guiaba una estrella, pero no nos daba seguridad
total y por veces incluso se apagaba. ¿Sabes? Era algo semejante a esa lucecita
que se enciende y se apaga dentro de ti. Con todo, nos valió mucho la pena
seguir caminando y no detenernos ante las dificultades, ni siquiera ante los
herodes asesinos de ilusiones y de futuros. Mira, te voy a dejar esta
pequeña bolsita de terciopelo rojo atada con un cordoncito dorado. No la
abras hasta por la mañana y así tendrás motivo para esperar un nuevo amanecer.
Antes de despedirme te voy a subir la persiana para que vuelvas a saber cuando
vuelve a ser de día otra vez.
Mi cabeza era un torbellino. ¿Quién le había hablado a él
de una lucecita interior? Tenía que ser todo fruto del delirio. No estoy seguro
de si le di las gracias. Probablemente no; porque hasta que vi por la mañana la
bolsita de terciopelo todo me parecía
obra de mi calenturienta fantasía. Pero algo me confundía. Volvía a sentir
necesidad de ver abrir el día y de salir de las tinieblas de aquellas
largas noches.
Cuando empezaba a ser día y abrí la bolsita sólo encontré
en ella un papelito doblado que decía: “Nunca renuncies antes de tiempo
a las escaleras que te pueden ayudar a salir del abismo. Sigue subiendo,
aunque por veces te parezca que se dobla la escalera. No dejes de apoyarte
también en ti mismo, pero sobre todo apóyate en el AMIGO que se hace presente
en los amigos, en los sanitarios, en la familia…”
Guardo con gratitud y cariño aquella bolsita de
terciopelo rojo y cordoncito brillante dorado y cada vez que miro dentro de él
puedo ver rostros de personas muy queridas y sentir incluso a Dios y todo eso
sin delirar.
Se la presté a algunos y fue eficaz, pero no lo es con
todos. Hay que aprender a mirar dentro.
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