La Iglesia mantiene una batalla terrible en todo el mundo
por impedir que el aborto se convierta en un derecho legal para las mujeres. Y
lo que ocurre cuando el aborto es ilegal es que pasa de ser un derecho
garantizado a todas las mujeres, a ser un derecho del que sólo disfrutan las
ricas. Las ricas abortan en todo el mundo en buenas condiciones, mientras que
las pobres mueren; las mujeres ricas se hacen dueñas de sus vidas y de sus
cuerpos, mientras que las pobres se juegan sus vidas para abortar, y se la
juegan no sólo materialmente, sino también social y familiarmente, puesto que
además de la salud se juegan la condena social y el estigma, que pueden llegar
a ser tan graves como la muerte según en qué sociedad.
Si somos creyentes en Jesús de Nazaret,
sabemos que intentar “salvar” la propia vida a costa de la vida de otro,
siempre será un acto de egoísmo.
Sin embargo, el Señor conoce nuestros
corazones, nuestras debilidades y los motivos por los cuales una mujer puede
llegar a tomar tan dramática decisión. Y estoy seguro de que, si no es por
consciente y pura frivolidad egoísta, el Señor lo sabe comprender y perdonar. Al
contrario de los jerarcas que, por masculinos y por creer que prohibiendo el
aborto ya está solucionado el problema, cierran los ojos a la realidad y
endurecen el corazón.
A mí me gustaría que los dirigentes de la
Iglesia comenzaran por atacar los motivos por los que una mujer llega a ese
extremo, en lugar de excomulgar y no entrar al fondo de la cuestión.
Si lo hicieran, por ejemplo, el cardenal Rouco Varela no hubiera podido fotografiarse junto a los banqueros y los empresarios más ricos del país. ¿Cuántos de ellos habrán dejado a familias que no pueden pagar la hipoteca sin hogar, después de haberse quedado con los dineros que les dio el Gobierno, dinero procedente de los impuestos de todos los españoles? ¿Cuantos han creado puestos de trabajo con ese dinero, que era para lo que se les apuntaló el negocio, dinero procedente de los trabajadores que ellos han dejado en la calle? ¿Cuántos han negado un puesto de trabajo a una mujer con niños pequeños ,porque las mujeres son ”menos rentables” pues son las que se dan siempre de baja, en lugar del padre, cuando un niño se pone enfermo,? ¿Y cuántos han rescindido el contrato laboral a la que se ha quedado embarazada? ¿Se puede recibir con ilusión la llegada de un nuevo miembro en la familia en todos estos casos?
El problema del aborto es serio porque se relaciona directamente con el valor de la vida, derecho básico del hombre. Un derecho que hay que defender con energía y sin vacilaciones; energía y coraje que faltan tantas veces y especialmente en tantos grupos sociales que aceptan y defienden incluso la guerra, la fabricación de armamento, la pena de muerte, el paro, salarios de hambre, etc. Hay que intentar ser coherentes al menos en el mismo plano. Los primeros cristianos se oponían a la guerra y el servicio militar.
¿No seremos demasiado escrupulosos en esta cuestión del aborto que no nos incumbe tan de cerca (¡Tengamos presente a la mujer gestante!) y más liberales y tolerantes en otros problemas que nos afectan más de lleno?
Pueden darse situaciones extremas o “limites” no deseadas, conflictos de deberes y colisiones de valores (vida de la madre-vida del hijo ; embarazo no deseado- libertad contra violación; etc.), en los cuales la conciencia personal o de pareja y ojala que ayudada por un equipo competente!-, valoradas debidamente las circunstancias, se puedan inclinar lícitamente a la interrupción del embarazo; opción que puede ser considerada coma un mal menor, o un bien tal vez, en comparación con otras posibilidades peores. El ideal es el respecto a toda vida humana. Pero el ideal no es siempre realizable. El mismo respecto a la vida pode imponer o aconsejar una actuación deficiente o recortada. No se puede culpar a nadie por esta actuación. Se puede y se debe acompañar –es la mejor pedagogía- a estas personas que decidieron o optaron obrar de este modo.
En la cuestión del aborto hay una serie de medidas económicas, políticas, sociales, culturales, y sanitarias pendientes de conseguir para que el derecho a la vida sea defendido sinceramente.
Las injusticias graves no reparto de la renta, las
condiciones de vida extremadamente difíciles, para algunos grupos sociales, la
consideración de la mujer objeto sexual, el rechazo de la madre soltera y de su
hijo, etc. Son de gran importancia para un buen planteamiento y adecuada
solución del problema.
Es un reto moral y social hacer una sociedad más justa y solidaria.
Es preciso añadir que la interrupción del embarazo no es el camino para la regulación de la natalidad.
Hay que mantener un estilo de vida y de convivencia
lúcido, sabio y experto. Con esto quiero decir que se tiene que mantener la
vida contra tantos ataques de muerte.
Si el cristiano fuera guerrero o inquisidor, repartiría condenas, rechazaría el diálogo con otras corrientes de pensamiento, provocaría una reacción contraria, sencillamente fatal, mortal.
Non se tiene realmente toda la verdad en esta
cuestión.
Amemos las personas implicadas, comprendiendo sus
penas y tragedias.
Aún que le pueda parecer a alguno “ir de rebajas” opino que no es así. Porque defender la justicia (el ideal) sin a misericordia, no es un acto de justicia. La verdad y el bien del Evangelio no son tales sin misericordia.
La coherencia evangélica nos invita a ganar la batalla de la vida amando la vida siempre, también después del aborto.
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