La experiencia del dolor y del sufrimiento en nuestra
vida se acepta y nos fortalece solo en la fe. Desde esta óptica, la fe nos
ayuda a penetrar el sentido de todo lo humano y, por consiguiente, también del
sufrir. Así pues, existe una íntima relación entre la cruz de Jesús y nuestro
dolor, que se transforma y se sublima cuando se vive con la conciencia de la
cercanía y de la solidaridad de Dios
Cuando tomamos una postura sobrenatural ante el dolor y
el sufrimiento hacemos una experiencia de purificación que nos lleva a madurar
y crecer en la fe, la esperanza y el amor. El dolor, como el jardinero, poda
las ramas secas y enfermas del árbol para que florezca y dé abundantes frutos.
En el sufrimiento, aceptado con fe, tenemos una oportunidad única para valorar
y apreciar mejor la vida humana. De esta forma, nos hacemos más sensibles y
compasivos ante el dolor ajeno.
En conclusión, el sufrimiento es una experiencia que forma parte íntima de nuestra existencia. Por lo tanto, la realidad del dolor humano adquiere un valor y un sentido trascendente a la luz de la fe en Dios.
En conclusión, el sufrimiento es una experiencia que forma parte íntima de nuestra existencia. Por lo tanto, la realidad del dolor humano adquiere un valor y un sentido trascendente a la luz de la fe en Dios.
Jesucristo con su Resurrección nos llena de esperanza ante los infortunios que envuelven nuestra vida porque el creyente camina hacia el cumplimiento de las Bienaventuranzas: «dichosos los que sufren porque ellos serán consolados» (Mt 5,3-10).
Pablo cruzó el desierto. Cárceles, azotes, persecuciones,
hambre, enfermedades, falsos hermanos 2 Corintios 11: 24-33; 12:1-8. ¡Jamás se
dio por vencido! Se mantuvo firme en Dios valiente y esforzado. Cuando tomamos
conciencia de nuestra muerte, cuando menguamos, el Señor puede crecer en
nosotros. Cuando ya no tienes muletas ni bastones para apoyarte, cuando estás
incomunicado en tu destierro, en la soledad, pasando por la esterilidad, en la
tierra seca, sin provisiones, cuando nadie parece acordarse de ti, cuando
parece que Dios y los hombres te abandonaron, nunca te rebeles y te quejes.
Extiende tus raíces bien hondas en busca del agua, porque verdaderamente hay
agua de vida en esos momentos duros. Desde luego que no es superficial, es una
experiencia profunda en Dios. Cristo fue abandonado por Dios y por los hombres
cuando exclamó: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Mateo 27:46).
Miles de almas dieron otros resultados.
Hoy día ocurre igual. Mientras hay quienes en el desierto reciben grandes
revelaciones, otros no son aprobados allí. En la hora de la prueba:
“Se entregaron a un deseo desordenado en el
desierto; y tentaron a Dios en la soledad. Y él les dio lo que pidieron; mas
envío mortandad sobre ellos… Pero aborrecieron la tierra deseable; no creyeron
a su palabra, antes murmuraron en sus tiendas, y no oyeron la voz del Señor.
Por tanto, alzó su mano contra ellos para abatirlos en el desierto. (Salmo 106:
14-15; 24-26).
Mirad, hermanos que no haya en ninguno de vosotros
corazón malo de incredulidad (Hebreos 3:12).
Cuando estamos en el desierto, descubrimos lo poco que
tenemos para ofrecer a Jesús. No te desanimes. Aunque poco ponlo en manos del
Señor. Descansa y observa a tu Señor hacer milagros con tu vida y a través de
tu vida. Por su palabra fue hecho todo lo que se ve, de lo que no se veía. El
profeta conocía el poder de esas palabras:
“Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya
frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den
mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los
corales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el dios de mi
salvación.” Habacuc 3:17-18.
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