Fuente: Publico.es
La formación de Baleares coloca a la Casa Real en una disyuntiva incómoda: que el barco, actualmente propiedad del Estado, revierta en los ciudadanos o que sea devuelto a los empresarios que se lo regalaron.
La petición de la Fundación Turística y Cultural de las Islas Baleares (Fundatur) de que Patrimonio Nacional le devuelva el yate Fortuna, que esta funcación regaló al rey en el año 2000, ha llevado a la formación Izquierda Unida de Baleares a situar a la Casa Real en una disyuntiva incómoda: que el barco, actualmente propiedad del Estado, revierta en los ciudadanos o que sea devuelto a los "codiciosos poderosos", en referencia a los empresarios que conforman está fundación.
En un comunicado la coalición da a elegir al rey entre entre "devolver el yate Fortuna al pueblo o a los codiciosos poderosos" y añade que Patrimonio Nacional no puede devolver el lujoso buque, encargado expresamente para uso y disfrute del rey, a los miembros de Fundatur sino que "debe revertir en los ciudadanos".
Los empresarios de Baleares que en el año 2000 regalaron al rey el yate quieren que el Gobierno se lo devuelva, según acordó por unanimidad Fundatur.
IU comenta que "la Fundación Turística de las Islas Baleares, una entidad que a pesar de haber sido declarada de interés público nadie sabe a qué se dedica, se ha reunido urgentemente para reclamar la devolución del yate".
Es comprensible que el Evangelio sea tan duro cuando habla de la insensibilidad ante el sufrimiento de los más pobres. El relato más duro sobre este penoso asunto es la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31). El hecho es que Jesús presenta el caso de dos hombres que viven en la misma casa: uno bien instalado en su mansión; el otro en el “portal” (“pylôn”, parte del edificio que está dentro de la puerta) (M. Zerwick). Uno, el rico, vestido con refinamiento y “banqueteando todos los días”; el otro, un pobre, tirado en el portal, y tan horriblemente mal, que estaba “cubierto de llagas” y anhelando poder comer algo de lo que tiraba el rico. Y ni eso se lo daban, Más aún, la miseria de este hombre era tal, que “incluso se le acercaban los perros para lamerle las llagas”.
Este espíritu de orgullo y codicia también impregnó al reino judío. Los líderes religiosos de Israel estaban empeñados en la adquisición de riquezas y propiedades. Los fariseos usaron trampas legales para robar las casas de las viudas. Mientras tanto, los huérfanos fueron abandonados, y los desamparados eran abusados. Los trabajadores de clase inferior fueron engañados de sus salarios. Les decían que ellos merecían ser pobres, que Dios les estaba abandonando por sus pecados. Por todo Israel, la actitud predominante era, “Sálvese quien pueda.” Pasaban la vida acumulando, deseando, queriendo más y nunca tenían suficiente.
Lo que estamos pasando y sufriendo la crisis tiene mucho que ver con la insensibilidad ante el sufrimiento de los más pobres. ¿Qué explicación tiene, si no, que los obispos se pongan a hablar del amor familiar cuando hay tanta gente al borde del suicidio? ¿Cómo se explica que los de la “derecha más religiosa” sea la que ha legislado las medidas más duras contra los pobres, haciendo la vista gorda ante la abundancia de los más ricos? Y nuestros obispos siguen callados. ¿Por qué no se echan ahora a la calle como lo hicieron cuando los homosexuales? ¿Por qué será que la religión hace a los hombres de Iglesia tan sensibles en unas cosas y tan insensibles en otras? ¡Qué raro es todo esto! ¿No?
Las numerosas palabras de juicio que leemos en los evangelios van dirigidas, casi sin excepción, no contra los que cometen adulterio, engañaban etc., sino contra los que condenaban enérgicamente el adulterio y expulsaban de la comunidad a los mentirosos y engañadores. “¡Raza de víboras!” en (Mt12,34; 23,33). No se llama así a los pecadores sino a las personas piadosas. Y en (Lc 18, 9-14), quien agrada a Dios no es el fervoroso fariseo, sino el publicano. ¿Por qué? Porque las personas piadosas con su teología y su piedad, se han separado de Dios. Pues una piedad que conduce a la insolencia y a la seguridad de si mismo, es algo que casi no tiene esperanza.
Nuestro testimonio a un mundo maldecido por el pecado debe incluir tanto la predicación como la manifestación, tanto en Palabra como en hecho. Nuestra proclamación de Cristo no puede estar divorciada de nuestras obras de ayuda. Como Santiago dice, tales obras ayudan a demostrar el poder del evangelio:
“¿Qué ganancia, mis hermanos, aunque un hombre diga él tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarlo? Si un hermano o la hermana están desnudos, y tienen necesidad de alimento diario, y uno de ustedes les dicen, Id en paz, sed vosotros calentados y llenos; pero no les distes las cosas que son necesarias al cuerpo; ¿Qué aprovechara? " (Santiago 2:14-16).
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