Gran artículo del Padre Guillermo Juan Morado. Lo suscribo al 100%
No hay ninguna duda: a nadie se le puede obligar, en contra de su voluntad, a vivir el celibato. Tampoco a los sacerdotes. Un hombre, o una mujer, tiene derecho, si encuentra a un posible cónyuge, a contraer matrimonio. El matrimonio entra dentro del campo del derecho natural. Las normas de la Iglesia, o de los Estados, pueden aquilatar el cómo, las formalidades, pero el derecho está ahí, basado en el orden de la creación.
En la Iglesia Católica de rito latino existe, de hecho, un vínculo entre sacerdocio y celibato. Eso significa que los varones que se sientan llamados al sacerdocio han de verificar si, a la vez, tienen la vocación celibataria. Una duda persistente al respecto es motivo más que sobrado para desistir, para dejar el Seminario, para pensar en otra cosa.
Cuando uno es ordenado diácono promete, libremente, de manera pública, ante Dios y su Iglesia, que está dispuesto a vivir la continencia perpetua y perfecta por el reino de los cielos. Esa promesa, para ser válida, ha de ser plenamente libre, sin coacción de ningún tipo. Y ha de desistir quien vea que su camino no discurre por esos senderos.
¿La promesa del celibato es una vacuna contra el enamoramiento, contra nuevos “enamoramientos"? No. Pero sí es un recordatorio permanente para la responsabilidad. No se puede ser todo a la vez. Si se es una cosa, no se puede, muchas veces, ser otra. Quien opta por casarse no puede, al mismo tiempo, querer estar soltero. Quien decide ser padre no puede, con coherencia, despreocuparse de su prole. Quien elige, “sic rebus stantibus", aceptar la vocación sacerdotal en la Iglesia latina ha de hacerlo con todas las consecuencias.
¿Uno puede cambiar a lo largo del tiempo? Sí. Puede mejorar o empeorar; puede incluso degenerar. Puede suceder que lo que en un momento se vio con gran claridad deje de verse con esa misma nitidez. Pero las reglas de juego no están a merced de nuestro capricho o de las eventualidades de nuestras vidas. La fidelidad a los compromisos libremente adquiridos será siempre el camino más seguro a seguir, pero si éste, por los motivos que sea, se vuelve subjetivamente imposible se impone una mínima coherencia. Antes que la doble vida, cabe el recurso a la secularización. Se le pide a la Iglesia, con quien uno se ha comprometido, que le dispense de ese compromiso.
Sería muy triste seguir adelante jugando a dos bandas. Y no tiene nada que ver, en este punto, ser joven o menos joven, “conservador” o “progresista".
Si la Iglesia latina llegase a pensar que se podría ordenar a los casados habría que aceptarlo. La Iglesia tiene potestad para decidir sobre estos temas. Pero no me parece de recibo romper unilateralmente el “contrato". Más allá de cualquier consideración legal, el celibato es, en el fondo, un camino de identificación con el Señor. No se trata de una mera imposición externa al sacerdocio, sino de una exigencia bastante acorde con la representación sacramental de Cristo.
Guillermo Juan Morado.
En la Iglesia Católica de rito latino existe, de hecho, un vínculo entre sacerdocio y celibato. Eso significa que los varones que se sientan llamados al sacerdocio han de verificar si, a la vez, tienen la vocación celibataria. Una duda persistente al respecto es motivo más que sobrado para desistir, para dejar el Seminario, para pensar en otra cosa.
Cuando uno es ordenado diácono promete, libremente, de manera pública, ante Dios y su Iglesia, que está dispuesto a vivir la continencia perpetua y perfecta por el reino de los cielos. Esa promesa, para ser válida, ha de ser plenamente libre, sin coacción de ningún tipo. Y ha de desistir quien vea que su camino no discurre por esos senderos.
¿La promesa del celibato es una vacuna contra el enamoramiento, contra nuevos “enamoramientos"? No. Pero sí es un recordatorio permanente para la responsabilidad. No se puede ser todo a la vez. Si se es una cosa, no se puede, muchas veces, ser otra. Quien opta por casarse no puede, al mismo tiempo, querer estar soltero. Quien decide ser padre no puede, con coherencia, despreocuparse de su prole. Quien elige, “sic rebus stantibus", aceptar la vocación sacerdotal en la Iglesia latina ha de hacerlo con todas las consecuencias.
¿Uno puede cambiar a lo largo del tiempo? Sí. Puede mejorar o empeorar; puede incluso degenerar. Puede suceder que lo que en un momento se vio con gran claridad deje de verse con esa misma nitidez. Pero las reglas de juego no están a merced de nuestro capricho o de las eventualidades de nuestras vidas. La fidelidad a los compromisos libremente adquiridos será siempre el camino más seguro a seguir, pero si éste, por los motivos que sea, se vuelve subjetivamente imposible se impone una mínima coherencia. Antes que la doble vida, cabe el recurso a la secularización. Se le pide a la Iglesia, con quien uno se ha comprometido, que le dispense de ese compromiso.
Sería muy triste seguir adelante jugando a dos bandas. Y no tiene nada que ver, en este punto, ser joven o menos joven, “conservador” o “progresista".
Si la Iglesia latina llegase a pensar que se podría ordenar a los casados habría que aceptarlo. La Iglesia tiene potestad para decidir sobre estos temas. Pero no me parece de recibo romper unilateralmente el “contrato". Más allá de cualquier consideración legal, el celibato es, en el fondo, un camino de identificación con el Señor. No se trata de una mera imposición externa al sacerdocio, sino de una exigencia bastante acorde con la representación sacramental de Cristo.
Guillermo Juan Morado.
http://infocatolica.com/blog/puertadedamasco.php/1111270902-icelibato-opcional-si#more14561
Muy buen articulo pero no se remite a los orígenes de la Iglesia en que Cristo "recomienda" no "manda" ser célibe. También en los Hechos época más gloriosa de la Iglesia los apóstoles recomendaban a los obispos ser maridos de una sola mujer, y si en el amor a Cristo queremos espejearnos en la iglesia primitiva al menos no podemos suprimir de un plumazo (como hace el autor Juan Morado en este artículo) de la historia completa. Se podría escribir largamente pero solo me pongo crítico que se suprima parte de la historia intencionadamente para que la gente no se entere. Saludos cordiales.
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