Durante estos días se habla de Torres Queiruga que se autotitula como teólogo, quien ha sido vetado por el obispo de Bilbao a dirigir un curso de teología dentro de la diócesis.
Como antiguo lector de algunas obras y artículos firmados por este Teólogo, considero que el obispo de Bilbao ha hecho muy bien.
Dentro de unos días dará una conferencia dentro de la Pontificia de Salamanca para conmemorar a Santa Catalina.
Como antiguo lector de algunas obras y artículos firmados por este Teólogo, considero que el obispo de Bilbao ha hecho muy bien.
Dentro de unos días dará una conferencia dentro de la Pontificia de Salamanca para conmemorar a Santa Catalina.
Mi buen amigo don Francisco José Fernández de la Cigoña se preguntaba hace unos días si el obispo de Salamanca conoce al que se autotitula como teólogo y sería capaz de vetarle su charla en la Pontificia, lo mismo que ha hecho el obispo de Bilbao.
Yo presento Varias razones para el obispo salmantino:
1.- Todo lo que he leído firmado por Torres Queriruga está inmerso en la línea de la teología de la liberación, bastante sancionada y olvidada por la Iglesia Católica.
2.- Aporto un enlace del epílogo del Teólogo Torres Queiruga de su libro, titulado Repensar la resurrección, publicado por Trotta, Madrid 2003, donde el señor obispo de Salamanca puede encontrar motivos más que suficientes para detener esa conferencia en la Pontificia.
Torres Queiruga y las particiones del resucitado:
Torres Queiruga y las particiones del resucitado:
Extracto el prólogo del libro de Queiruga:
Las apariciones
En realidad, al menos en la medida en que las apariciones se toman como percepción sensible (sea cual sea su tipo, su claridad o su intensidad) del cuerpo del Resucitado, el problema es estrictamente paralelo al anterior. Porque de ese modo no sólo se vuelve a interpretar necesariamente la resurrección como “milagro ”, sino que se presupone algo contradictorio: la experiencia empírica de una realidad trascendente. Pero aquí la percepción del problema no ha cambiado tanto como en el caso anterior; de suerte que muchos que no hacen depender la fe en la resurrección de la admisión del sepulcro vacío , sí lo hacen respecto de las apariciones. La razón es también distinta: si antes preocupaba la preservación de la identidad del Resucitado, ahora se cree ver en las apariciones el único medio de garantizar la objetividad y la realidad misma de la resurrección.
Pero esa impresión sólo es válida, si permanece prisionera de la antigua visión , sobre todo en dos puntos fundamentales. El primero, seguir tomando la actuación de las realidades trascendentes bajo la pauta de las actuaciones mundanas, que interferirían en el funcionamiento de la realidad empírica y que, por tanto, se podrían percibir mediante experiencias de tipo sensible. El segundo, conservar un concepto extrinsecista y autoritario de revelación , como verdades que se le “dictarían” al revelador y que los demás deben aceptar sólo porque “él dice que Dios se lo dijo”. Dado lo complejo y delicado de la cuestión, unha aclaración fundamentada debe remitir al detalle de lo explicado en el texto. Aquí es preciso limitarse a unas indicaciones someras.
La primera, recordar que la experiencia puede ser real sin ser empírica; o, mejor, sin que su objeto propio tenga sobre ella un efecto empírico directo. Se trata de experiencias cuyo objeto propio (no empírico) se experimenta en realidades empíricas. El caso mismo de Dios resulta paradigmático. Ya la Escritura dice que “nadie puede ver a Dios” (cf. Éx 33, 20), y, sin embargo, la humanidad lo ha descubierto desde siempre. Ese es el verdadero significado de las “pruebas” de su existencia: responden a un tipo de experiencias con realidades empíricas —sentimiento de contingencia, belleza del mundo, injusticia irreparable de las víctimas …— en las que se descubre la existencia de Dios, pues sólo contando con ella pueden ser comprendidas en toda su verdad .
Esto hace que tales experiencias resulten tan peculiares y difíciles. Pero ese es su modo de ser, y no cabe otra alternativa. Por eso son tan chocantes posturas como las de Hanson, pretendiendo que, para que él creyese en su existencia, Dios tendría que aparecérsele empíricamente, visible y hablando como un Júpiter tonante, registrable en vídeo y en magnetófono. Bien mirado, eso no sólo sería justamente la negación de su trascendencia , sino incluso, como ha argüido Kolakowski, constituiría una contradicción lógica. Y por lo mismo, pretender para Dios un tipo de experiencia empírica, como en el caso de la famosa “parábola del jardinero” de Anthony Flew, es el modo de hacer imposible la (de)mostración su existencia.
Muchos teólogos que se empeñan en exigir las apariciones sensibles para tener pruebas empíricas de la resurrección, no acaban de comprender que eso es justamente ceder a la mentalidad empirista , que no admite ningún otro tipo de experiencia significativa y verdadera. Paradójicamente, con su aparente defensa están haciendo imposible su aceptación para una conciencia actual y justamente crítica . Por lo demás el mismo sentido común, si supera la larga herencia imaginativa, puede comprender que “ver” u “oír” algo o a alguien que no es corpóreo sería sencillamente falso, igual que lo sería tocar con la mano un pensamiento. Y una piedad que tome en serio la fe en el Resucitado como presente en toda la historia y la geografía humana —“donde están dos o tres, reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20)—, no puede pensar para él un cuerpo circunscribible y perceptible sensorialmente.
(Y nótese que cuando se intenta afinar, hablando, por ejemplo, de “visiones intelectuales” o “influjos especiales” en el espíritu de los testigos , ya se ha reconocido que no hay apariciones sensibles. Y, una vez reconocido eso, seguir empeñados en mantener que por lo menos vieron “fenómenos luminosos” o “percepciones sonoras”, es entrar en un terreno ambiguo y teológicamente no fructífero, cuando no insano. Esto no niega la veracidad de los testigos —si fueron ellos quienes contaron eso, y no se trata de constructos simbólicos posteriores—, ni tampoco que el exegeta pueda discutir si histórico-críticamente se llega o no a ese dato. Lo que está en cuestión es si lo visto u oído empíricamente por ellos es el Resucitado o son sólo mediaciones psicológicas —semejantes, por ejemplo, a las producidas muchas veces en la experiencia mística o en el duelo por seres queridos— que en esas ocasiones y para ellos sirvieron para vivenciar su presencia trascendente, y tal vez incluso ayudaron a descubrir la verdad de la resurrección. Pero repito eso no es ver u oír al Resucitado; si se dieron, fueron experiencia sensibles en las que descubrieron o vivenciaron su realidad y su presencia).
Con esto enlaza la segunda indicación: la revelación puede descubrir la verdad sin ser un dictado milagroso. Basta pensar que tal fue el caso para la misma resurrección en el Antiguo Testamento : lejos de ser un dictado, obedeció a una durísima conquista, apoyada en la interpretación de experiencias concretas, como la desgracia del justo o el martirio de los fieles; experiencias que sólo contando con la resurrección podían ser comprendidas. Así se descubrió —se reveló— la resurrección que alimentó la fe de los (inmediatos) antepasados y de los contemporáneos de Jesús. Resurrección real, porque responde a una experiencia reveladora, que no por no ser empírica dejó de llevar a un descubrimiento objetivo.
Lo que sucede es que la novedad de la resurrección de Jesús , en lugar de ser vista como una profundización y revelación definitiva dentro de la fe bíblica, tiende a concebirse como algo aislado y sin conexión alguna con ella. Por eso se precisa lo “milagroso”, creyendo que sólo así se garantiza la novedad. Pero, repitámoslo, eso obedece a un reflejo inconsciente de corte empirista . No acaba de percibirse que, aunque no haya irrupciones milagrosas , existe realmente una experiencia nueva causada por una situación inédita, en la que los discípulos y discípulas lograron descubrir la realidad y la presencia del Resucitado. La revelación consistió justamente en que comprendieron y aceptaron que esa situación sólo era comprensible porque estaba realmente determinada por el hecho de que Dios había resucitado a Jesús, el cual estaba vivo y presente de una manera nueva y trascendente. Manera no empírica, pero no por menos sino por más real: presencia del Glorificado y Exaltado.
Si la resurrección no fuese real, todo perdería para ellos su sentido . Sin la resurrección, Cristo dejaría de ser él y su mensaje quedaría refutado. Dios permanecería en su lejanía y en su silencio frente a la terrible injusticia de su muerte . Y ellos se sentirían abandonados a sí mismos, perdidos entre su angustia real y una esperanza tal vez para siempre decepcionada. Todo cobró, en cambio, su sentido cuando descubrieron que Jesús había sido constituido en “Hijo de Dios con poder” (Rm 1, 4) y que Dios se revelaba definitivamente como “el que da vida a los muertos ” (1 Cor 15, 17-19).
Esto no pretende, claro está, ser un “retrato” exacto del proceso , sino únicamente desvelar su estructura radical. Estructura universalizable, que sigue siendo fundamentalmente la misma para nosotros y que por eso, cuando se nos desvela gracias a la ayuda “mayéutica ” de la interpretación apostólica, puede resultarnos significativa y —en su modo específico— “verificable”. Creemos porque “hemos oído” (fides ex auditu: Rm 10, 17); pero también porque, gracias a lo oído, nosotros mismos podemos “ver” (cf. Jn 4, 42, episodio de la Samaritana y sus paisanos). Tal es el realismo de la fe , cuando se toma en serio y no, según diría Kant, como algo puramente “estatutario”. No, por tanto, un mero aceptar “de memoria”, afirmando a, lo mismo que se podría afirmar b o c; sino afirmar porque la propia y entera vida se siente interpretada, interpelada, comprometida y salvada por eso que se cree.
Ver más en el siguiente enlace:
http://www.redescristianas.net/2008/03/20/repensar-la-resurreccionandres-torres-queiruga-teologo/
Pero esa impresión sólo es válida, si permanece prisionera de la antigua visión , sobre todo en dos puntos fundamentales. El primero, seguir tomando la actuación de las realidades trascendentes bajo la pauta de las actuaciones mundanas, que interferirían en el funcionamiento de la realidad empírica y que, por tanto, se podrían percibir mediante experiencias de tipo sensible. El segundo, conservar un concepto extrinsecista y autoritario de revelación , como verdades que se le “dictarían” al revelador y que los demás deben aceptar sólo porque “él dice que Dios se lo dijo”. Dado lo complejo y delicado de la cuestión, unha aclaración fundamentada debe remitir al detalle de lo explicado en el texto. Aquí es preciso limitarse a unas indicaciones someras.
La primera, recordar que la experiencia puede ser real sin ser empírica; o, mejor, sin que su objeto propio tenga sobre ella un efecto empírico directo. Se trata de experiencias cuyo objeto propio (no empírico) se experimenta en realidades empíricas. El caso mismo de Dios resulta paradigmático. Ya la Escritura dice que “nadie puede ver a Dios” (cf. Éx 33, 20), y, sin embargo, la humanidad lo ha descubierto desde siempre. Ese es el verdadero significado de las “pruebas” de su existencia: responden a un tipo de experiencias con realidades empíricas —sentimiento de contingencia, belleza del mundo, injusticia irreparable de las víctimas …— en las que se descubre la existencia de Dios, pues sólo contando con ella pueden ser comprendidas en toda su verdad .
Esto hace que tales experiencias resulten tan peculiares y difíciles. Pero ese es su modo de ser, y no cabe otra alternativa. Por eso son tan chocantes posturas como las de Hanson, pretendiendo que, para que él creyese en su existencia, Dios tendría que aparecérsele empíricamente, visible y hablando como un Júpiter tonante, registrable en vídeo y en magnetófono. Bien mirado, eso no sólo sería justamente la negación de su trascendencia , sino incluso, como ha argüido Kolakowski, constituiría una contradicción lógica. Y por lo mismo, pretender para Dios un tipo de experiencia empírica, como en el caso de la famosa “parábola del jardinero” de Anthony Flew, es el modo de hacer imposible la (de)mostración su existencia.
Muchos teólogos que se empeñan en exigir las apariciones sensibles para tener pruebas empíricas de la resurrección, no acaban de comprender que eso es justamente ceder a la mentalidad empirista , que no admite ningún otro tipo de experiencia significativa y verdadera. Paradójicamente, con su aparente defensa están haciendo imposible su aceptación para una conciencia actual y justamente crítica . Por lo demás el mismo sentido común, si supera la larga herencia imaginativa, puede comprender que “ver” u “oír” algo o a alguien que no es corpóreo sería sencillamente falso, igual que lo sería tocar con la mano un pensamiento. Y una piedad que tome en serio la fe en el Resucitado como presente en toda la historia y la geografía humana —“donde están dos o tres, reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20)—, no puede pensar para él un cuerpo circunscribible y perceptible sensorialmente.
(Y nótese que cuando se intenta afinar, hablando, por ejemplo, de “visiones intelectuales” o “influjos especiales” en el espíritu de los testigos , ya se ha reconocido que no hay apariciones sensibles. Y, una vez reconocido eso, seguir empeñados en mantener que por lo menos vieron “fenómenos luminosos” o “percepciones sonoras”, es entrar en un terreno ambiguo y teológicamente no fructífero, cuando no insano. Esto no niega la veracidad de los testigos —si fueron ellos quienes contaron eso, y no se trata de constructos simbólicos posteriores—, ni tampoco que el exegeta pueda discutir si histórico-críticamente se llega o no a ese dato. Lo que está en cuestión es si lo visto u oído empíricamente por ellos es el Resucitado o son sólo mediaciones psicológicas —semejantes, por ejemplo, a las producidas muchas veces en la experiencia mística o en el duelo por seres queridos— que en esas ocasiones y para ellos sirvieron para vivenciar su presencia trascendente, y tal vez incluso ayudaron a descubrir la verdad de la resurrección. Pero repito eso no es ver u oír al Resucitado; si se dieron, fueron experiencia sensibles en las que descubrieron o vivenciaron su realidad y su presencia).
Con esto enlaza la segunda indicación: la revelación puede descubrir la verdad sin ser un dictado milagroso. Basta pensar que tal fue el caso para la misma resurrección en el Antiguo Testamento : lejos de ser un dictado, obedeció a una durísima conquista, apoyada en la interpretación de experiencias concretas, como la desgracia del justo o el martirio de los fieles; experiencias que sólo contando con la resurrección podían ser comprendidas. Así se descubrió —se reveló— la resurrección que alimentó la fe de los (inmediatos) antepasados y de los contemporáneos de Jesús. Resurrección real, porque responde a una experiencia reveladora, que no por no ser empírica dejó de llevar a un descubrimiento objetivo.
Lo que sucede es que la novedad de la resurrección de Jesús , en lugar de ser vista como una profundización y revelación definitiva dentro de la fe bíblica, tiende a concebirse como algo aislado y sin conexión alguna con ella. Por eso se precisa lo “milagroso”, creyendo que sólo así se garantiza la novedad. Pero, repitámoslo, eso obedece a un reflejo inconsciente de corte empirista . No acaba de percibirse que, aunque no haya irrupciones milagrosas , existe realmente una experiencia nueva causada por una situación inédita, en la que los discípulos y discípulas lograron descubrir la realidad y la presencia del Resucitado. La revelación consistió justamente en que comprendieron y aceptaron que esa situación sólo era comprensible porque estaba realmente determinada por el hecho de que Dios había resucitado a Jesús, el cual estaba vivo y presente de una manera nueva y trascendente. Manera no empírica, pero no por menos sino por más real: presencia del Glorificado y Exaltado.
Si la resurrección no fuese real, todo perdería para ellos su sentido . Sin la resurrección, Cristo dejaría de ser él y su mensaje quedaría refutado. Dios permanecería en su lejanía y en su silencio frente a la terrible injusticia de su muerte . Y ellos se sentirían abandonados a sí mismos, perdidos entre su angustia real y una esperanza tal vez para siempre decepcionada. Todo cobró, en cambio, su sentido cuando descubrieron que Jesús había sido constituido en “Hijo de Dios con poder” (Rm 1, 4) y que Dios se revelaba definitivamente como “el que da vida a los muertos ” (1 Cor 15, 17-19).
Esto no pretende, claro está, ser un “retrato” exacto del proceso , sino únicamente desvelar su estructura radical. Estructura universalizable, que sigue siendo fundamentalmente la misma para nosotros y que por eso, cuando se nos desvela gracias a la ayuda “mayéutica ” de la interpretación apostólica, puede resultarnos significativa y —en su modo específico— “verificable”. Creemos porque “hemos oído” (fides ex auditu: Rm 10, 17); pero también porque, gracias a lo oído, nosotros mismos podemos “ver” (cf. Jn 4, 42, episodio de la Samaritana y sus paisanos). Tal es el realismo de la fe , cuando se toma en serio y no, según diría Kant, como algo puramente “estatutario”. No, por tanto, un mero aceptar “de memoria”, afirmando a, lo mismo que se podría afirmar b o c; sino afirmar porque la propia y entera vida se siente interpretada, interpelada, comprometida y salvada por eso que se cree.
Ver más en el siguiente enlace:
http://www.redescristianas.net/2008/03/20/repensar-la-resurreccionandres-torres-queiruga-teologo/
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“El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” Jn 14:9
“Yo soy el camino la Verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por Mí” Jn 14:6
“Yo soy el camino la Verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por Mí” Jn 14:6
Jesús afirmaba que hablaba en el nombre de Dios, que venía en el nombre de Dios, que es Dios,..., y a pesar de todo muchos quieren pensar en Él como un gran maestro religioso.
Pero lo que Jesús decía no tiene semejanza con ningún otro líder religioso. Ni Moisés, ni Pablo, ni Buda, ni Mahoma, ni Confucio...
Sólo Cristo afirmó que es Dios.
Señalar aspectos de la divinidad de Jesús afirmada por el mismo:
Mar 14: 61-64 “Y Jesús le dijo Yo soy, y veréis al Hijo del Hombre...”
Y por este motivo le juzgaron y le mataron
Jn 10:33 “Por buena obra no te apedreamos, sino porque Tú siendo Hombre te haces Dios”
Jn 10:11 “Yo soy el Buen Pastor” “El Señor es mi Pastor” Salm 23
Jn 5:17,18 El concepto Mi Padre, no nuestro Padre era algo que reclamaba una relación particular con Dios, el Padre; Él es el Hijo de Dios...
Jn 14:1 “No se turbe vuestro corazón,..., creéis en Dios, creed también en Mí”
Jn 14:9
Mt 5:20, 22, 26,28 diferencia con Así dice el Señor, y De cierto de cierto os digo...
Abba Padre, el término íntimo que nadie se atrevió jamás a relacionarse así con Dios, para los judíos ni siquiera mencionaban el nombre de Dios YHWH
Jn 8:58 “... antes que Abraham fuese Yo soy” Este Yo soy tiene relación con Éxodo 3:14 “Yo soy el que soy”...
Sr Queiruga Jesús no fue un mentiroso:
Si cuando Jesús hizo todas estas afirmaciones sobre su persona y sabía que no eran ciertas; entonces era un mentiroso, y un hipócrita, porque le decía a los demás que fuesen honestos a cualquier precio, y él era un mentiroso...Pero lo que Jesús decía no tiene semejanza con ningún otro líder religioso. Ni Moisés, ni Pablo, ni Buda, ni Mahoma, ni Confucio...
Sólo Cristo afirmó que es Dios.
Señalar aspectos de la divinidad de Jesús afirmada por el mismo:
Mar 14: 61-64 “Y Jesús le dijo Yo soy, y veréis al Hijo del Hombre...”
Y por este motivo le juzgaron y le mataron
Jn 10:33 “Por buena obra no te apedreamos, sino porque Tú siendo Hombre te haces Dios”
Jn 10:11 “Yo soy el Buen Pastor” “El Señor es mi Pastor” Salm 23
Jn 5:17,18 El concepto Mi Padre, no nuestro Padre era algo que reclamaba una relación particular con Dios, el Padre; Él es el Hijo de Dios...
Jn 14:1 “No se turbe vuestro corazón,..., creéis en Dios, creed también en Mí”
Jn 14:9
Mt 5:20, 22, 26,28 diferencia con Así dice el Señor, y De cierto de cierto os digo...
Abba Padre, el término íntimo que nadie se atrevió jamás a relacionarse así con Dios, para los judíos ni siquiera mencionaban el nombre de Dios YHWH
Jn 8:58 “... antes que Abraham fuese Yo soy” Este Yo soy tiene relación con Éxodo 3:14 “Yo soy el que soy”...
Sr Queiruga Jesús no fue un mentiroso:
Y pero aun si decía que debían confiar en él para su destino eterno y era una falsedad, entonces tenía que ser propio del maligno...
También tendría que ser un necio, porque estas afirmaciones llevadas hasta el final le condujeron a la muerte, y él conocía las reglas de aquella cultura...
Jesús no podría haber sido de ninguna manera un mentiroso, de hecho es admirado como un hombre de altas normas éticas morales, incluso por los incrédulos. El que había declarado que “los que mienten son hijos del diablo” Jn 8:44 y que a si mismo afirmó ser HIJO de DIOS...
En ningún caso tuvo la reputación de ser un mentiroso....
Leer
Mr 14:61-64; Jn 19:7
La pureza de Jesús, su dignidad, su enseñanza moral, revelada en cada una de sus palabras y obras no permiten semejante hipótesis...
Respondió con sabiduría a las preguntas más capciosas.
Con calma y deliberadamente predijo su muerte sobre la cruz.
Su resurrección al 3º día, la Venida del Espíritu Santo. Todas las profecías que anunció se cumplieron exáctamente.
¿Cómo podría ser un impostor, habiendo concebido un plan de beneficencia de magnitud moral, y haber sacrificado su propia vida por ello, habiendo mantenido el carácter más puro que jamás nadie alcanzó en la historia de la humanidad.
Aunque algunos enemigos de Jesús levantaron falsas acusaciones contra Él, y a pesar de la sentencia de aquel JUICIO Injusto. El mismo Pilato declaró: “Ningún delito hallo en este hombre” Lc 23:4; Un soldado al pie de la cruz exclamó “Verdaderamente este hombre era justo” Lc 23:47; y el mismo ladrón colgado a su lado dijo “Este ningún mal hizo” Lc 23:41
Fue visto por más de quinientas personas en doce ocasiones diferentes; Jesús era de carne y hueso Lc 24:39, comió pescado 42,43, y desafió a los escépticos para que lo tocaran y vieran v.39
Esta clase de contacto imposibilita la sugerencia de que era un espíritu o una ilusión.
1. A María Magdalena Jn 20:11
2. A otras mujeres Mt 28:9,10
3. A Pedro Lc 24:34
4. A dos discípulos Lc 24:13-32
5. A diez apóstoles Lc 24:33-49
6. A Tomás y a los otros apóstoles Jn 20:26-30
7. A siete apóstoles Jn 21
8. A todos los apóstoles Mt 28:16-20
9. A todos los apóstoles Hech 1:4-9
10. A quinientos hermanos 1ª Cor 15:6
11. A Santiago 1ª Cor 15:7
12. A Pablo 1ª Cor 15:7
Pablo desafía a cualquiera que dude de esta veracidad , sencillamente a que pregunte a cualquiera de los testigos que estaban todavía vivos 1ª cor 15:6.
Y lo cierto es que los enemigos de Cristo no refutaron la resurrección, con la ocasión de la predicación de Pedro en el día de Pentecostés, únicamente callaron, ¿Por qué? Por cuanto sabían que la evidencia del sepulcro vacío era una realidad que podía ser comprobada por cualquiera.
Las vidas transformadas de los discípulos son una evidencia de la resurrección.
Santiago, el hermano de Jesús, antes menospreciaba todo cuanto Jesús defendía, ahora él mismo se describe como “siervo de Dios y del Señor Jesucristo.”
Santiago 1:1
Todos con la excepción de Juan murieron en el martirio.
Las vidas transformadas de millones de hombres y mujeres a lo largo de casi 2.000 años de historia corroboran la veracidad de la resurrección de Cristo.
Más sobre una supuesta alucinación.
Es interesante destacar aquí, ante la sugerencia de que lo que vieron los discípulos fueran alucinaciones, que científicamente está demostrado que “los hombres sujetos a alucinaciones nunca llegan a ser héroes morales. Sin embargo el efecto de la resurrección de Jesús fue continuo, y la mayoría de estos discípulos testigos, sufrieron la muerte por predicar esta verdad.
Es imposible que dos personas tuviesen la misma alucinación al mismo tiempo, e igualmente imposible que unas 500 personas de estado mental y temperamento promedio, en número variados, en tiempo diferentes, y en situaciones muy variadas experimentaran toda clase de impresiones sensoriales, táctiles, auditivas y visuales, y que todas estas estuvieran basadas en una supuesta alucinación colectiva.
Las alucinaciones generalmente están restringidas a un tiempo y lugar en que ocurren, precisan de una atmósfera nostálgica, o en una ocasión en la que se adopte una postura reminiscente, exigen que la gente tenga un espíritu ansioso, que es la causa de que su deseo llegue a ser el padre del pensamiento...., pero ninguno de estos casos se aplica a la realidad de Cristo resucitado. Ellos no entendían la resurrección, fueron sorprendidos por esta realidad, anunciada con anterioridad pero incomprensible en aquel entonces.
Las apariciones en realidad fueron contra la voluntad de los discípulos
Con esto espero que no le tiemble el pulso a don Carlos, obispo salmantino, para cerrar la puerta de la Pontificia a un Teólogo que riega fuera del tiesto de la ortodoxia del Magisterio de la Iglesia.
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