martes, 10 de marzo de 2015

El perdón en las relaciones familiares

El perdón en las relaciones familiares.

 Pasamos mucho tiempo orando: Señor, cambia mis circunstancias cambia a mis compañeros de trabajo cambia la situación de mi familia cambia las condiciones de mi vida Sin embargo, en pocas ocasiones hacemos esta oración que es la ms importante: Cámbiame, oh Señor. El problema real no es mi esposa, mi hermano, mi amigo, mi mamá. Yo soy quien necesita la oración

 Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18:19). Algunos cristianos llaman a esto “la oración en acuerdo”. Usted es profundamente bendecido si tiene un hermano o hermana devota con quien orar. Verdaderamente, los intercesores más poderosos que yo he conocido, han sido en conjunto de dos o tres.
El lugar donde ésta clase de oración tiene más poder es en el hogar.

 Muy pocas familias cristianas se dan tiempo para orar en el hogar.
Todos tenemos excusas porque no oramos en el secreto, en un lugar especial solitario. Decimos que no tenemos tal lugar privado o que no tenemos tiempo para orar. Thomas Manton, un escritor puritano ejemplar, dice lo siguiente: “Decimos que no tenemos tiempo para orar en el secreto. Pero sí tenemos tiempo para todo lo demás, tiempo para comer, beber, para los hijos, pero no hay tiempo para lo que sostiene todo esto. Decimos que no tenemos privacidad, pero Jesús halló una montaña, Pedro la azotea de una casa, los profetas el desierto. Si amas alguien, encontrarás un lugar para estar solos”.

Algunas veces tomamos la oración de forma muy casual. Pero en tiempos de problemas nos encontramos luchando con el Señor en oración diaria, hasta que estamos seguros que Él tiene todo bajo su control. Mientras más queremos tener esa convicción, más vamos al closet de la oración.

La verdad es que Dios nunca permite una aflicción a nuestras vidas excepto como un acto de amor. Vemos esto ilustrado en la tribu de Efraín en Israel. El pueblo había caído en gran aflicción, y habían clamado a Dios en su dolor. Y Él respondió, “Escuchando, he oído a Efraín que se lamentaba” (Jeremías 31:18).

 Como David, Efraín testificaba, “Me azotaste, y fui castigado como novillo indómito; conviérteme, y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios” (Jeremías 31:18). En otras palabras, “Dios tú nos estás tocando por una razón. Éramos como lo toros jóvenes e indomables, llenos energía, pero Tú nos has disciplinado para ordenarnos para tu servicio. Has puesto nuestro desierto bajo tu control.”
Nosotros también estamos como Efraín: jóvenes, novillos autodependientes, que no quieren que se les coloque un yugo. Evitamos la disciplina de esperar, de experimentar dolor, de estar bajo la corrección de la vara. Y esperamos tener todo ahora – victoria, bendiciones, multiplicación – por simplemente nombrar las promesas de Dios o “tomarlas por fe”. Huimos a ser entrenados en el secreto de la oración, a tener que luchar con Dios hasta que sus promesas sean cumplidas en nuestras vidas. Luego cuando viene la aflicción pensamos, “Somos el pueblo elegido de Dios, ¿porque nos pasa esto a nosotros?”

El closet de la oración es el aula de clases. Y si no tenemos ese “tiempo de soledad” con Jesús – si hemos abandonado la intimidad con él – no estaremos preparados cuando venga la inundación.

 Aún más importante es saber que en nuestras peores aflicciones Él envía al Consolador, “Mas el Consolador, el Espíritu Santo…, él os recordará todo lo que yo os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy… (Juan 14:26-27).

 ¿Cómo nos trae el Señor paz en nuestra aflicción? Nos lleva al lugar secreto de intimidad con Él. Es allí que, Jesús nos recuerda, el Padre nos toca personalmente, “Cuando ores, ve a tu aposento y cierra la puerta. Ora a tu Padre que te ve en lo secreto. Y Él te recompensará públicamente” (Mateo 6:6, mi parafraseo).

 Hay una sola cosa que cada hermano o hermana heridos pueden hacer: Llévenselo a Jesús, enciérrense con Él, y encuentren consuelo en su presencia. El Señor dice, “Porque satisfaré al alma cansada, y saciaré a toda alma entristecida” (Jeremías 31:25). ¿Cómo hace Dios esto? El los encuentra en el lugar secreto: “El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente” (Salmos 91:1).

 ¿Ve ahora usted la importancia de preparar el corazón para orar en el lugar secreto? No es acerca de legalismo u obligación pero nace del amor. Es acerca de la bondad de Dios a nosotros. Él ve lo que está delante de nosotros y sabe que necesitamos tremendos recursos y diaria renovación. Todo esto se encuentra en el lugar secreto de la oración con Él.

Creo que vale la pena reflexionar sobre estos 10 puntos sobre el perdón en la cotidianidad de la vida familia que nos ofrece Bruno Ferrero, especialista en terapia de familia.

 1   Aceptar que es diferente. La familia se construye sobre la alteridad y la diferencia. Fácilmente el otro reaccionará de modo diverso, verá las cosas de modo diferente. Hay que estar incesantemente a la escu­cha de la temperatura del corazón del otro y pregun­tarle su “modo de usarlo”: “Si te amo mal, si te piso los pies, dímelo para que cambie; si te amo como se debe, dímelo igualmente para que siga así”.

2  Poner como base de la familia este “contrato”: “No­sotros no nos haremos nunca sufrir voluntariamente”.

 3 Considerar los aspectos positivos. Con demasiada frecuencia los pequeños litigios ocultan los aspectos maravillosos de la vida de familia. Es importante dar sólo la importancia que tienen a los pequeños pro­blemas.

 4  El amor crece a través de estos pequeños perdo­nes. Cuanto más se acostumbre a perdonar las pe­queñas cosas, más se perdonarán las grandes. Del mismo modo, cuanto antes se haga, será mejor.

5  Hablar, explicarse. Perdonar es más fácil cuando hay comunicación. Es necesario pedir perdón. Sen­cillamente, sinceramente, humildemente. No dudar en dar el primer paso. La palabra hace milagros cuando su tono es justo, sin juicios, porque crea y recrea. Para perdonar y ser perdonado tenemos necesidad de oír estas palabras: “Te pido perdón”, “Te he dadoun disgusto”, “Me puse nervioso”, “Me he equivocado”. Estas palabras tocan el corazón y suscitan un diálogo seguramente lleno de humildad y sinceridad, que de otro modo no habría tenido lugar.

 6 Reconocer la herida que se ha hecho. El que ha sido herido necesita saber que su herida ha sido tenida en consideración. Hay que manifestar al otro que se es consciente del sufrimiento que ha tenido, de su intensidad… Es muy natural justificarse encontran­do excusas en el propio pasado, sobre todo recordan­do golpes de los otros (los padres) o fuera de la pa­reja (la suegra). Es importante comprometerse en un proceso de verdades para descubrir los propios errores personales y reconocerlos humildemente.

 7  Dar tiempo al tiempo. Hay que aceptar que no nos llegue inmediatamente una palabra de perdón. Cuan­do se está dominado por la cólera, se requieren tiem­pos de calma, de reflexión y también de oración para adquirir la capacidad de pedir perdón. Es un proce­so largo y complejo y hay que esperar que el tiempo haga su obra. Algunos olvidan en seguida la ofensa, sobre todo cuando se trata de ofensas leves. Otros tienden a miniarlas. Aunque se dicen “se acabó”, sus ojos y su ceño siguen demostrando que el he­cho no se ha digerido todavía.

 8   Aprender a negociar. Significa buscar una solu­ción media, que tenga en cuenta los dos puntos de vista. Esto supone que cada uno, en un primer mo­mento, trate lealmente, con empatia, de ponerse en el lugar del otro, de entrar en su modo de ver.

 9    Reconciliarse. Aunque la reconciliación no es in­dispensable para el perdón, el perdón es comple­to cuando florece con el restablecimiento de las relaciones. El perdón no es todavía la reconciliación, pero es su camino. El perdón es un catalizador que crea el clima necesario para un nuevo comien­zo. Perdonar es volver a dar confianza. Es volver a estar “como antes”. Significa reparar y cambiar. La marca de la sinceridad al pedir perdón es el es­fuerzo que nos compromete a hacer lo posible para no caer en los mismos errores.

 10  Un perdón total es una cosa divina, que apren­demos sólo de Dios. El cristiano no dice: “Yo creo en el pecado”, sino “en la remisión de los peca­dos”. Y cuando el sacerdote dice: “Yo te absuelvo”, dice mucho más que “se te perdona”. Absolver sig­nifica volver a dar la libertad al que estaba atado, significa romperle sus cadenas. Cuando el perdón nos parece imposible, miremos a Cristo en la cruz. En el mismo momento en el que, suspendido de los clavos, muere de asfixia con un sufrimiento in­decible, tiene el valor de olvidarse de sí mismo para inclinarse sobre sus verdugos y perdonarlos. La del perdón es la gracia más grande. La oración familiar de la noche es una ocasión maravillosa para inter­cambiarse el perdón. Amar es ser capaz de rezar juntos»-el Padrenuestro. Ningún víncu­lo conyugal resiste sin perdón.

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