sábado, 31 de diciembre de 2011

Los orientales pronostican grandes desastres para 2012


30 DIC 2011 Francisco Luis Pérez / EFE


El nuevo año chino comienza el 23 de enero de 2012 y finalizará el 9 de febrero de 2013: un periodo que, según los adivinos, exigirá sabiduría y capacidad de adaptación.

En el calendario chino, 2012 es el Año del Dragón de Agua, que comienza el 23 de enero de 2012 y finalizará el 9 de febrero de 2013: un periodo que, según los adivinos orientales, trae nuevas experiencias y oportunidades, cambios y desastres naturales que nos exigirán sabiduría y capacidad de adaptación.

"Es un año de cambios que nos insta a recomenzar, a ser prudentes y adaptables y a protegernos ante la enfermedad y el desastre natural", dice Lin Zhihong, un adivino taiwanés, en el templo Sanyugong de Taipei.

El anterior año del dragón de agua fue 1952, un período tumultuoso en política con la muerte del rey Jorge VI de Reino Unido y de la argentina Evita Perón, la revolución boliviana, la retoma del poder por el dictador Fulgencio Batista en Cuba y el golpe de Estado del general Marcos Pérez-Jiménez en Venezuela.

Ese mismo año se realizó la primera prueba de la bomba de hidrógeno y ocurrieron abundantes accidentes marinos, inundaciones, erupciones volcánicas y el tsunami y terremoto de la península de Kamchatka (Siberia) de 8,25 grados en la escala de Richter.

"En el ciclo de sesenta años, 1952 y 2012 están relacionados y deben tener algún parecido, pero no hay que esperar lo mismo porque lo que la astrología china señala son influencias, vientos favorables o desfavorables en nuestra vida y en la de la sociedad. Al final, lo importante es nuestra respuesta", aclara Lin.

Tensiones entre las dos Coreas

En 2012 también habrá numerosos cambios políticos, oportunidades para crear mecanismos de paz y estabilidad, e irrupciones del autoritarismo, con posibles tensiones entre las dos Coreas, dificultades para que un demócrata sea elegido en Estados Unidos, peligro de autoritarismo en Venezuela, erupciones volcánicas, inundaciones, tsunamis y terremotos, augura el adivino taiwanés.

"Hay que prepararse para sacudidas políticas y fenómenos naturales destructivos, sobre todo en las zonas proclives a estos sucesos", apunta el augur, quien recuerda que en 2012 tendrá lugar la alineación de los planetas del Sistema Solar en diciembre.

Las finanzas no registrarán mejoras

Con respecto a la economía, el dragón de agua no trae cambios radicales y positivos, y las finanzas no registrarán mejoras notables, lo que hará difícil la reactivación económica mundial, señala Lin.

Los signos más favorecidos por la suerte en este Año del Dragón serán la rata, el tigre, el conejo, el gallo y el mono.

El buey y el perro enfrentarán serias contradicciones bajo la influencia del dragón y del agua, mientras que el resto de los signos tendrán una suerte desigual, con oportunidades y contradicciones.

Con respeto a los viajes, traslados y relaciones internacionales, las direcciones del este y oeste son positivas, la del sur no tendrá buena fortuna y la del norte sólo algo de suerte, por lo que habrá que extremar la cautela en los lazos con el sur.

El calendario chino surge, según la tradición, alrededor del año 2637 antes de Cristo, con la introducción de cinco ciclos de doce años regidos por cinco elementos (agua, madera, fuego, metal, tierra) y doce animales (rata, buey, tigre, conejo, dragón, serpiente, caballo, cabra, mono, gallo, perro y cerdo.


Los buenos tiempos del pasado


“Nunca digas: «¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores
que estos?», porque nunca hay sabiduría en esta pregunta.” (Eclesiastés
7:10).

¿Fue la década de los “noventa” verdaderamente de homosexuales?
¿Fue la década de los “veinte” realmente de ingenuos?
¿Hubo buenos tiempos en el pasado?
¡No pregunte!
No es sabio,
Porque en esta vida
nadie sabe lo que es un hombre bueno.
No hable de tiempos de homosexuales,
Pues el corazón de los sabios está en la casa del luto,
mas el corazón de los insensatos, en la casa donde reina la alegría.
No hable del tiempo pasado cuando había canto y danza,
Mejor es oír la reprensión del sabio
que la canción de los necios,
No hable de los días donde había ley y orden
Pues ha habido un tiempo donde un hombre gobernó
por encima de otro.
No hable de los días donde el trabajo era honesto
Pues toda obra del hombre sale de su boca,
Y su apetito no es satisfecho.
Este día es nuestro.
Por tanto yo percibo que no hay nada mejor
Que un hombre se regocije en sus propias obras,
Pues éstas son solamente una porción de la vida.
¿Quién lo traerá para que observe
Aquello que vendrá después de él?
Nuestro días serán envidiados
Por aquéllos del mañana.

David Wilkerson

viernes, 30 de diciembre de 2011

La acidez de los océanos, nueva clave para explicar la extinción de los dinosaurios


Una paleontóloga de la Universidad de Zaragoza, junto a dos investigadores estadounidenses, ha hallado nuevas causas de la extinción de los dinosaurios, entre otras especies, que se produjo en los océanos tras el impacto de un asteroide hace 65,5 millones de años.

El estudio de la oscense Laia Alegret, profesora de Paleontología de la Universidad de Zaragoza y miembro del Instituto Universitario de Investigación en Ciencias Ambientales de Aragón (IUCA), demuestra que la fotosíntesis y la cadena alimenticia en los océanos se recuperaron mucho antes de lo que se creía.

Asimismo señala que una rápida acidificación de las aguas superficiales tras el impacto explicaría por qué muchas especies se extinguieron, mientras que otras que habitaban en los fondos oceánicos sobrevivieron, ha informado la Universidad de Zaragoza en un comunicado.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Lutero y la Eucaristía


Lutero ha tenido intuiciones profundas y ha hablado palabras importantes con respecto a la eucaristía. Fue hace cuatrocientos años (1529). En Marburg, la ciudad del duque de Hessen, Martín Lutero tuvo un encuentro con Ulrich Zwingli. El reformador suizo Zwingli presentó su doctrina: En la Misa el pan sólo sirve como símbolo, como signo del cuerpo de Cristo. Entonces Lutero entró en cólera y dijo: "¡Esta palabra es demasiado potente! Dice: Esto es mi cuerpo. No se puede tergiversarla".



Narraré a continuación un importante suceso acaecido en la ciudad alemana de Marburgo en Octubre de 1539. Lutero se reúne con un numeroso grupo de teólogos protestantes con la presencia del reformador suizo Zuinglio. La idea era ponerse de acuerdo para darle una unidad a la “nueva fe” de los protestantes. En vano intentó Lutero convencerles de que no se podía renunciar a la fe en la verdadera presencia de Jesús en la Eucaristía, basada en la afirmación de Jesús en la última cena: “Esto es mi cuerpo”. Efectivamente, Lutero se había apartado ligeramente de la doctrina tradicional católica enseñando que el pan no se transformaba en el Cuerpo de Cristo, sino que Jesucristo se hacía presente en el pan sin que éste desapareciese. Pero limitando esa presencia de Jesús al momento de la celebración sin que permaneciese presente después. Calvino sin embargo sólo admitía una presencia del poder de Cristo, pero no del mismo Jesús. Zuinglio enseñaba que la celebración eucarística era un mero recuerdo de la última Cena. De este modo los llamados reformadores se apartaban a pasos agigantados de uno de los centros de la fe y de la vida del cristianismo de todos los siglos.

La celebración de la Cena del Señor, la fracción del pan como se llamó en un principio o la Eucaristía como todavía hoy se denomina es algo esencial en la Iglesia. Desde los primeros siglos la iniciación del cristiano alcanzaba su plenitud con la participación en la mesa del Señor donde el mismo Cristo se convierte en nuestra comida. Como botón de muestra de una elocuencia maravillosa transcribamos algunas palabras de S. Justino Mártir, que vivió en el S. II, en su primera Apología en defensa de los cristianos: “Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria, sino que, así como Cristo se hizo carne, del mismo modo hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias (en griego eucaristía) que contiene la palabras de Jesús (se refiere a las que pronunció en la última cena) es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó”. Después hace una descripción de la celebración que tenían los cristianos en día del sol en el calendario romano y que el cristianismo llamó luego domingo (día del señor). Curiosamente el esquema es idéntico al de una Misa de nuestros días.

… Martín Lutero, el fundador de la reforma protestante creía en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. En 1529, él puso sobre la mesa el tema de la transustanciación en la famosa conferencia de Marburg junto a Zwingli y a otros teólogos suizos. Lutero mantenía su visión de que Cristo estaba presente en el pan y el vino de la Eucaristía


martes, 27 de diciembre de 2011

Massimo Borghesi responde a Torres Queiruga


Apreciado profesor Torres Queiruga, le agradezco su carta que, en un panorama teológico-filosófico estancado, ofrece la ocasión de reflexionar sobre un tema de gran relieve. En mi artículo, que hacía una recensión de su volumen La risurrezione senza miracolo (Ediciones La Meridiana, Molfetta 2006), no afrontaba sistemáticamente su pensamiento1. Me había llamado la atención el corte idealista, hegeliano, con que usted trataba de la resurrección de Cristo. Su carta me ha movido a profundizar en su reflexión sobre el tema con especial atención a su volumen Repensar la resurrección, traducido también al italiano2. Su lectura me permite poner en claro que el objeto de mi análisis crítico no es su fe personal –que usted tiene todo el derecho de reivindicar– sino la teología y la filosofía contenidas en su interpretación del cristianismo.
Está usted firmemente convencido de que la transmisión y la comprensión de la fe, en el mundo contemporáneo, requieren en teología un «cambio de paradigma»3, la «necesidad de un cambio global y estructural»4. Por eso tenemos una «deconstrucción de la visión tradicional»5, una deconstrucción «sobre las narraciones pascuales»6 que conduce a «lectura no fundamentalista»7 de los relatos pascuales, es decir, no literal. Al hacer esto toma usted como guía y maestro a Rudolf Bultmann, que «demostró de manera irreversible como “mitológica”»8 la visión neotestamentaria tal y como está expresada en el lenguaje (ingenuamente) realista de los Evangelios. Para Bultmann «es mitológica la concepción en que lo no-mundano, lo divino aparece como mundano y como humano, y el más allá como el más acá»9. Es mitológica, pues, toda la Revelación cristiana en la medida en que entiende la acción de Dios de manera histórico-empírica; son mitológicos los milagros, señales sensibles de la potencia divina. Como afirma Bultmann, con rotunda simplicidad: «No es posible utilizar la luz eléctrica y los aparatos de radio, acudir en los casos de enfermedad a los remedios médicos y clínicos modernos, y al mismo tiempo creer en el mundo de los espíritus y de los milagros propuestos por el Nuevo Testamento»10. Usted no llega a las mismas conclusiones radicales del teólogo de Marburg. Lo sigue, sin embargo, en la idea de fondo, según la cual el discurso neotestamentario «en cuanto discurso mitológico, no es creíble para los hombres de hoy»11. Esta persuasión le lleva a la convicción de que ha llegado la hora de un cambio global, en la teología del Jesús resucitado, cuyas líneas trato de resumir brevemente aquí.

Teodicea racionalista, teología del «no acontecimiento», cristianismo «socrático»
El primer presupuesto fundamental de Bultmann lo expresa muy bien David Friedrich Strauss en su Leben Iesu de 1835: «Lo divino no pudo acontecer de este modo (ante todo de manera inmediata, y luego además tosca) o lo que aconteció de este modo no puede ser divino»12. Se trata del postulado racionalista según el cual Dios (si existe) no puede actuar o manifestarse sensiblemente en el espacio ni en el tiempo. Dios no puede ser causa de acontecimientos especiales sino solamente fuente de las leyes universales. Esto conduce Strauss (y con él Bultmann) a una «filosofía del no acontecimiento»13, a una teoría que es la negación sistemática de la posibilidad de la Encarnación. No nos sorprende. Desde el Deus sive natura de Spinoza, al «ancho foso» entre las casuales verdades históricas y las verdades universales de Lessing, pasando por la crítica a la fe supersticiosa de Kant, el proceso es el mismo: Dios no puede manifestarse en la historia. Panteísmo y deísmo, desde vertientes distintas, se oponen al Antiguo y al Nuevo Testamento, a la fe judía así como a la cristiana.
En su volumen Repensar la resurrección, llega usted de un modo singular a dicho punto de vista criticando el «deísmo intervencionista [sic!]»14, que actúa mediante “milagros”, es decir, intervenciones puntuales en el espacio y en el tiempo. Esta idea de lo divino, que se expresa en las oraciones y en las fórmulas de la piedad cristiana, es para usted la expresión de un «esquema imaginativo»15 (de tipo kantiano) de una mentalidad ingenua, popular, que no comprende que en realidad Dios no actúa mediante milagros sino a través de una creatio continua que no viola la autonomía del mundo con sus leyes naturales. En cada instante Dios hace «todo cuanto es posible: “poeta del mundo”, trata de llevarlo a la máxima realización que permiten los límites e incompatibilidades inherentes a su finitud»16. De este modo usted vuelve (conscientemente) a Leibniz y a su idea del mejor de los mundos posibles. «Dios “podría” no haber creado el mundo; pero si lo creó, éste es finito; y, si es finito, en él no pueden no aparecer la carencia y la contradicción: el mal. De otro modo, el mundo sería infinito como Dios»17. Así «el mal, como ya viera Leibniz […], tiene su condición de posibilidad en la finitud»18. Dios, creando el mundo en cuanto finito, crea, con él, la necesidad del mal. El mal es necesariamente connatural a la finitud, ontológicamente intrínseco a la naturaleza finita. No sé si usted se da cuenta de los significados “gnósticos” de esta postura y de su inconciliabilidad con la doctrina cristiana.
De todos modos, es singular que esta “vuelta a Leibniz” se desentienda de las críticas de Voltaire, críticas de las que surgen, con toda evidencia, los límites de la teodicea racionalista. Para ésta, con el cristianismo no sucede nada verdaderamente nuevo, nuevo respecto a las causas antecedentes. La “teología del no acontecimiento” es la que reduce el cristianismo a manifestación de un proceso en acto, a descubrimiento de lo que, implícitamente, está ya presente en la naturaleza.

Si los milagros no existen y la acción divina es inmanente a la naturaleza entonces la “Revelación” se convierte en acto de conocimiento mediante el cual el hombre religioso cae en la cuenta del carácter divino del mundo. La “Revelación” coincide con una gnosis salvífica. «En definitiva, la revelación consiste en “caer en la cuenta” del Dios que como origen fundante y amor comunicativo está “ya dentro”, habitando la creación y manifestándose en ella. Lo hace ver sobre todo en el ser humano, tratando de que descubramos su presencia, rompiendo nuestra ceguera y venciendo nuestras resistencias: noli foras ire: in interiore homine habitat veritas»19. La Revelación se resuelve aquí en un proceso inmanente, “mayéutico”, socrático. Ésta no aporta nada verdaderamente nuevo –la idea de la supervivencia después de la muerte es universal– pero aclara y re-configura una certeza implícita, es la ocasión para pasar de una fe confusa a una clara. «Como mayéutica, la palabra reveladora es necesaria para despertar y abrir los ojos, pero no introduce algo extraño, sino que en la propia realidad ayuda a descubrir la presencia salvadora que la habita y dinamiza»20. El cristianismo es una «mayéutica histórica»21, Cristo un nuevo Sócrates que ayuda a los discípulos a descubrir, en su experiencia interior, la certeza de una experiencia de resurrección que no necesita ninguna confirmación exterior. De este modo, como observaba Ratzinger en un ensayo siempre actual de 1970, «en el cristianismo ya no viene hacia nosotros algo de fuera que podamos recibir como nuevo e indeducible de nosotros mismos, en cambio, se vuelve objetivo lo que siempre es horizonte de nuestro pensamiento y de nuestra reflexión. De este modo la historia, en cuanto extra, resulta demasiado insignificante e fundamentalmente desahuciada en favor de la ontología. Ha desaparecido el ek-stasis de la fe por el en-stasis del hundimiento filosófico»22.

«Cómo no evocar los intentos de una «gnosis» que renacía continuamente bajo múltiples formas [...] con una tendencia muy inquietante a vaciar imperceptiblemente todas las riquezas y la importancia de lo que, ante todo, es un hecho: la resurrección del Salvador» Pablo VI

La estructura contra el Acontecimiento

La asimilación de la Revelación al plano de la creación, de la gracia a la naturaleza, de la exterioridad –en el sentido de Emmanuel Lévinas– a la interioridad, conduce a afirmar que la Revelación está «presente en todas las religiones e incluso en todo conocimiento filosófico»23. De este modo manifiesta usted que comparte la perspectiva del cristianismo trascendental, “anónimo”, ya criticada por Henri de Lubac y Hans Urs von Balthasar24. Se trata de un modelo que, por un lado, es el heredero del idealismo postkantiano y, por el otro, se impone en el clima de los años setenta, marcado, a nivel cultural, por la hegemonía del estructuralismo. Esta corriente, come sabe usted, no admite acontecimientos, saltos de calidad en el proceso histórico. El acontecimiento es englobado, anticipado, diluido, dentro de una estructura, de una red de relaciones ya establecida, de un horizonte. Así, en el modelo estructural-idealista Jesús “deviene” Dios o “aparece” como Dios sólo dentro de una estructura apocalíptica propia del judaísmo. La estructura traza la continuidad de un proceso; lo que no ve es la discontinuidad. No ve el “nuevo paradigma” que usted, siguiendo a T. S. Kuhn, quiere aplicar a la teología contemporánea. Así es verdad que en Cristo se cumplen la expectativas mesiánicas de Israel, apocalípticas, sapienciales, pero el cumplimiento no se da en forma de una síntesis sino de una figura nueva que, dando forma a aspectos heterogéneos (el Rey glorioso de Israel y el Justo humillado y sufriente), no puede ser deducida de lo que la precede. El Acontecimiento supera la estructura. Al no captar esta novedad, el estructuralismo teológico es un tractor que nivela, rasa, aplana. La «estructura teológica»25, a la que usted hace referencia, es un modelo por lo que, en el antiguo Israel, los profetas, asesinados por los hombres, son reivindicados por Dios. Es lo que sucede en el judaísmo tardío con el episodio de los mártires Macabeos. Dios no puede no resucitar a los justos de Israel. Este modelo es para usted el criterio explicativo de la conciencia de la Resurrección: «La fe en la resurrección debe realizarse dentro de idéntica estructura»26.

Esta se construye según una doble lectura. Por un lado, Jesús es visto como la culminación de la «esperanza que la escatología corriente, de corte apocalíptico, aplazaba hasta el final de los tiempos»27. Aquí toma forma la fe en el Resucitado porque «sin ese horizonte difícilmente podría ser comprendida la resurrección de Jesús: en él tiene sus raíces»28. Por el otro, Jesús es comprendido como “resucitado” por su particular destino de muerte. Como señalaba en mi anterior artículo su proceder recuerda aquí la dialéctica contradicción-reconciliación propia de Hegel: lo positivo puede actuarse sólo mediante el abismo de lo negativo, la idea de resurrección mediante la experiencia de la muerte. Esta lectura dialéctica le lleva a rechazar la letra del texto evangélico, que insiste en el escándalo ante la cruz, la huida de los discípulos, su miedo. «Visión que –no cabe negarlo– cuenta con dos fuertes apoyos: el prestigio que le presta el estar muy presente en el esquema redaccional de las propias narraciones evangélicas, por un lado, y su aptitud para ser usada como fácil recurso apologético, por otro: algo tuvo que pasar entre la falta de fe, que llevó a la huida cobarde, y la fe viva que convirtió a los discípulos en heraldos valientes y audaces. Ese algo serían los acontecimientos excepcionales y milagrosos que los llevaron a confesar la resurrección»29.

Esta razonable explicación, que motiva el hecho de pasar del escándalo de la muerte en la cruz a la fe en el Resucitado, la rechaza usted con una motivación que, permítame, es opinable. Según su argumentación no es admisible que los discípulos, que eran amigos de Jesús, lo abandonaran en la hora de la muerte. «Tendrían que ser auténticos monstruos en el plano psicológico y una excepción vergonzosa en el plano histórico. Porque siempre que un gran líder muere por fidelidad a su causa, lo que suscita es precisamente un refuerzo en la adhesión y una subida en el prestigio»30. Aquí arguye usted de un modo de verdad singular. Su explicación podría ser plausible en el caso de un líder político condenado a muerte. «Los “criminales” de Roma eran los héroes del pueblo sometido por ella»31. Pero en el caso de uno que tiene la pretensión de ser el Mesías y el Hijo de Dios la muerte es derrota y fracaso. No puede usted esquivar este nudo, como hace el idealismo; no puede quitar el escándalo del Viernes Santo histórico y reducirlo al «Viernes Santo especulativo» (Hegel). La muerte en la cruz no es el “catalizador” de la Resurrección, es la hora de las tinieblas, cuando los amigos huyen. La iconografía cristiana ha empleado más de mil años para representar al crucificado durante los dolores de la muerte. ¿Cómo puede pensar que esa visión del Calvario, devastadora para quienes lo habían conocido, puede inducir a “imaginar” a uno que vence a la muerte? Su confianza de que del negativo procede el positivo es, en realidad, la última herencia de la dialéctica hegeliana. Si la dialéctica no es la ley de la historia su argumentación es sólo opinión.

«También en nuestros días vemos cómo esta tendencia manifiesta sus últimas consecuencias dramáticas, llegándose a negar, incluso entre los fieles que se dicen cristianos, el valor histórico de los testimonios inspirados o, más recientemente, interpretando de forma puramente mítica, espiritual o moral, la resurrección física de Jesús» Pablo VI

El Resucitado “invisible”

La fe de los discípulos no nace, pues, de “algo” nuevo –un acontecimiento– que sucedió después de la muerte de Cristo en la cruz. No nace de la experiencia turbadora, empírica, de un cuerpo herido que vuelve a revivir en formas nuevas, análogas respecto a la condición física anterior. No. La certeza de que Cristo resucitó depende sólo de la estructura, de lo trascendental, del horizonte precomprensivo de los discípulos, de un modelo teórico. Este modelo asume la forma de un silogismo: 1) Dios, justo, no puede no resucitar a todos los que mueren por la justicia. 2) Jesús, muerto en la cruz, es justo. 3) Jesús no puede no ser resucitado por Dios. La idea de Resurrección es una conclusión lógica, el resultado de un razonamiento.
Como escribe Giuseppe Barbaglio, en el número de Concilium preparado por usted y dedicado a “La resurrección de los muertos”, a los discípulos «les sucedió que de una catástrofe psicológica nació una “resurrección” personal: resurgieron a una experiencia nueva de confianza en Jesús. ¿Cómo pudo suceder? Se interrogaron, se pusieron a recordar las palabras y los hechos del Maestro, meditaron –se supone– las Escrituras y llegaron a la conclusión de que la resurrección espiritual de ellos no era una empresa autónoma: no era un proceso psicológico de elaboración del luto, de la pérdida, sino un don de la gracia del propio Jesús; y la interpretaron como “aparición”»32. Se trata de una deducción, de una «“aparición”» de Cristo, pero no a sus ojos, sino a su vida»33.

Las apariciones pascuales son interpretaciones, resultado de una operación mental cuya fuente se atribuye a Dios. El mentalismo –lo que anteriormente llamábamos idealismo– explica la negación de toda descripción realista, sensible, carnal, del Resucitado. «La presencia del Resucitado en sí misma no es accesible a los sentidos corporales y, por lo mismo, las “apariciones” en la justa medida en que fuesen “físicas” no podrían ser apariciones del Resucitado. Quien tome, más o menos, a la letra esos relatos tiene que contar con una interpretación: es decir, con un proceso mediante el cual algo ocurrido en el mundo induce en el protagonista el convencimiento de una presencia no-mundana, de carácter trascendente»34. Lo que se ve es el Jesús muerto, no el Jesús resucitado, el carácter trascendente de la Resurrección es incompatible con una experiencia empírica: «Tocar con el dedo al Resucitado, verle venir sobre las nubes del cielo o imaginarle comiendo son pinturas de innegable corte mitológico»35. La «visión del Resucitado […] carece sencillamente de sentido»36, más aún, «es imposible»37.


La Resurrección no es un milagro, «en el sentido de acontecimiento empíricamente verificable»38, no es un «acontecimiento histórico»39. Situada en el espacio de la acción trascendente de Dios carece de visibilidad en el mundo. Se vuelve cierta sólo en cuanto corresponde a la estructura, al modelo mesiánico-apocalíptico que, en Cristo, halla una representación ejemplar. «En concreto, a través del destino de Jesús, la comprensión de la acción resucitadora del “Dios de vivos”, ya antes descubierta en su sentido fundamental, alcanzó su culminación»40. La experiencia de los discípulos no reside aquí en la «ruptura de la historia mediante procesos milagrosos», sino «en la captación e interpretación correcta de aquello que la situación concreta en cuanto determinada por la acción salvadora de Dios […] está manifestando a la conciencia creyente»41.

El cristianismo, de Acontecimiento –hecho nuevo que irrumpen en la historia, presencia “carnal” de lo divino en el mundo– se transforma aquí en hermenéutica, interpretación, captación. No podría ser de otro modo, dado que en el plano empírico no sucede nada, nada fenoménicamente revelable. «La resurrección acontece en la misma cruz»42, no hay un hiato entre la muerte y la resurrección de Jesús, la «teología de los tres días»43 es insostenible. Como lo es también la del «estado intermedio»44 que separa el destino de las almas de la resurrección corporal en el último día. Esto es posible porque –y aquí, permítame, reside todo el equívoco de su lectura– la resurrección no indica la resurrección de la carne. Para usted “repensar la resurrección” significa purificar la creencia en la supervivencia personal después de la muerte de todo carácter fisicista. Esto explica su aceptación tranquila del «sepulcro no vacío»45 de Jesús, la afirmación sobre la «preservación de la identidad de Jesús, a pesar de la permanencia de su cadáver en el sepulcro»46. Cristo resucita como espíritu, no en su humanidad corporal. No resucita el cuerpo ni solamente el alma, «sino la “persona” en su nueva (para nosotros incomprensible) configuración en cuanto contrapuesta al “cadáver”»47.

En el dualismo entre alma-persona y corporalidad su reflexión halla la clásica oposición entre Hélade e Israel que Oscar Cullmann llevó a consecuencias extremas. La creencia en la resurrección corporal, tal y como se expresa en las narraciones pascuales, es para usted una consecuencia de la mentalidad judía de los discípulos. «Dado su contexto cultural y su antropología, no podían pensar ni expresar de otra manera la experiencia que estaban viviendo»48. Los discípulos podían pensar la Resurrección sólo a partir del «carácter prevalentemente unitario de la antropología bíblica»49. Estos «interpretando la resurrección de Jesús en los esquemas de un acontecimiento empírico (tumba vacía, apariciones físicas), hicieron cuanto entonces era culturalmente posible»50. Igual que para Bultmann, un judío del siglo I no podía ver el mundo más que dentro de la envoltura del mito. No “veía” cosas reales; “interpretaba”. Veía dentro de una “visión del mundo” (Weltanschauung) que deformaba su mirada. Este presupuesto del historicismo postilustrado, según el cual sólo nosotros, hombres del siglo XX-XXI, somos capaces de distinguir entre imaginación y realidad, le lleva a negar la posibilidad de que los discípulos sean testigos oculares51, a negar valor jurídico a sus testimonios52. «Hoy sabemos que las narraciones [del Cristo resucitado] no pueden tomarse a la letra, pues son construcciones imaginativas con base en los recuerdos del Jesús a quien los discípulos habían visto y oído»53.

¡Las descripciones de las apariciones del Resucitado son «construcciones imaginativas»! Personalmente, si yo pensara así no sería cristiano, sino el más radical de los idealistas. Las apariciones pascuales, en el horizonte idealista, son construcciones teológicas, no descripciones de hechos que poseen importancia teológica. Lo son al igual que los milagros, incluido el de la resurrección de Lázaro, que tiene valor sólo como «ilustración simbólica»54 de la resurrección de todos. «El milagro de Lázaro nunca sucedió; el milagro de Lázaro sucede siempre»55. Esta es de verdad la teología del no acontecimiento.

«“No está limitado a las fronteras del espacio y del tiempo. Se mueve con una libertad nueva, desconocida en la tierra, pero al mismo tiempo se afirma claramente que es Jesús de Nazaret, en carne y hueso, tal como vivió antes con los suyos, y no un fantasma”. [...] Por tanto, no se trata solamente de una supervivencia gloriosa de su yo» Pablo VI

El espíritu (idealista) contra la letra (realista)

En mi artículo anterior criticaba su postura en cuanto idealista. En su carta se sorprende usted de esta crítica y afirma que es decididamente “realista”. La lectura de Repensar la resurrección me confirma, sin embargo, que su perspectiva está totalmente dentro del punto de vista idealista-trascendental. Este es el punto de vista que le lleva a negar la posibilidad de una experiencia empírica de Cristo resucitado. Le lleva a negar todo carácter físico, evidentemente de una fisicidad transformada, a Jesús resucitado. De ahí el modo ambiguo con que usted usa el término “resurrección” que, desde su punto de vista, es una «metáfora peligrosa»56. Efectivamente, su “deconstrucción” de la narración evangélica, que quiere conservar el “espíritu” superando la “letra”, deja en el lector –son palabras suyas– «una cierta sensación de artificio, cuando no de inexégesis, introduciendo en los textos lo que de ninguna manera está en ellos»57. Le confirmo, desde mi punto de vista, que la impresión es justa. La violencia hermenéutica, propia de la postura idealista, es la de invertir el orden de las causas y de los efectos. En el caso de la Resurrección esto implica que lo que viene después (la fe en el Resucitado) es la causa de lo que viene antes (la vista del Resucitado). Así usted recoge los argumentos de Wolfhart Pannenberg, derivados de Paul Althaus, de que el kerygma de la Resurrección «no hubiera podido sostenerse en Jerusalén ni un sólo día, ni una hora, si el vacío de la tumba no constase a todos los interesados como un hecho real»58. Para la antropología judía no era posible creer en Jesús resucitado si su cadáver seguía presente en la tumba. Reconoce usted que, en este caso, se trata de argumentaciones “serias”, y, sin embargo, concluye, al revés, que « la experiencia de la resurrección de Jesús hizo que los discípulos creyeran la tradición de la tumba vacía»59. Añade que «la hipótesis del sepulcro no vacío permite una lectura mucho más coherente y de mayor fuerza significativa [sic!]»60. ¿Por qué, le pregunto, por qué la hipótesis del sepulcro no vacío debería ser más plausible? Desde el punto de vista racionalista lo comprendo: vale aquí la explicación de que los discípulos, a escondidas, robaron el cadáver. Pero, ¿desde el punto de vista de la narración evangélica? Usted mismo reconoce que en el caso del sepulcro vacío «exegéticamente no es posible decidir la cuestión, pues, en puro análisis histórico, hay razones serias tanto para la afirmación como para la negación»61. Aun suponiendo que sea así, ¿por qué optar, entonces, por la hipótesis del sepulcro no vacío? La respuesta puede ser solamente una: porque usted acepta el kantismo de Bultmann como un axioma indudable. Por una opción filosófica, no por una evidencia exegética. Usted opta por Bultmann, convencido de que sólo así puede comunicarse el “espíritu” del Evangelio al hombre moderno. Rechaza la “letra” por una especie de apologética esclava del idealismo moderno. De este modo el mensaje cristiano puede volver a ser accesible a oídos que no quieren oír hablar de milagros y de un Resucitado de carne y hueso. Se omite que el escándalo ante un resucitado de entre los muertos se encuentra ya en la reacción pagana al discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (Hch 17, 31-32). Su racionalismo quiere quitar esa posibilidad. Es típico el modo en que usted resuelve el dilema de la tumba vacía, esto es, afirmando que «superadas las adherencias imaginativas que representan al Resucitado como vuelto a una figura (más o menos) terrena, y tomado en toda su seriedad el carácter trascendente de la resurrección, la permanencia o no del cadáver pierde su relevancia»62. Si el Resucitado no tiene ninguna relación con su propio cuerpo el problema del cadáver, presente o no presente en el sepulcro, deja de tener importancia. Se trata, sin embargo, de una violencia hermenéutica que no des-mitologiza el “mito”, sino que, al contrario, reduce a mito todo lo que en el texto evangélico tiene valor histórico. Lo puede hacer porque lo que guía la exégesis es una precomprensión filosófica originaria que ya ha decidido, preliminarmente, que lo divino no puede manifestarse y actuar en forma humana. Así en Bultmann «sus conclusiones exegéticas no son el resultado de constataciones históricas, sino que provienen de un conjunto estructurado de presupuestos sistemáticos»63. Esto lo reconoce usted también cuando afirma que «no es la exégesis de detalle la que acaba decidiendo la interpretación final, sino la coherencia del conjunto»64. Esta coherencia ha de ser capaz de «ofrecer una respuesta a las legítimas exigencias de la cultura actual»65, donde por “cultura actua”l se entiende el racionalismo postidealista. De este modo, el horizonte filosófico decide de la hermenéutica del texto bíblico. Asume una prioridad ideal. Así se comparte totalmente el horizonte de Bultmann el cual «está convencido de que los hechos, tal y como los describe la Biblia, no pueden haber sucedido, y encuentra métodos que deberían mostrar cómo sucedieron en realidad. A este nivel, la exégesis moderna comporta una “reductio historiae in philosophiam”: la historia es reconducida a la filosofía y mediante la filosofía»66. Una exégesis auténtica, por el contrario, no puede excluir a priori que Dios pueda intervenir y actuar “sensiblemente” en la historia humana. Esta hipótesis es la Revelación cristiana.

«Y la Iglesia exhorta, siempre bajo la guía de san Agustín, a buscar las soluciones mediante el estudio y la oración: “Hay que aconsejar a los estudiosos de las Sagradas Letras no sólo el conocimiento de las diversas expresiones de los libros sagrados... sino también, y esto es lo más importante y necesario, que oren para entender”» Pablo VI

Una cristología docetista

El racionalismo filosófico se expresa en la persuasión de que la expresión “resurrección de la carne” sea un mero «simbolismo»67, un modo para decir que Cristo, incluso después de la muerte, siguió siendo la misma persona. Pero, de este modo, cae el núcleo de la posición cristiana. Si Cristo no resucitó “en la carne”, el Verbo no se encarnó verdaderamente. Negar la “fisicidad” de la Resurrección es como negar la realidad de la Encarnación. La afirmación del Prólogo de Juan –Et Verbum caro factum est (Jn 1, 14)– tiene como consecuencia la posibilidad de la experiencia empírica del Resucitado. La vista de Jesús “vivo” es la condición de posibilidad de la fe. Pensar de otro modo es acceder a la “cristología docetista” de Bultmann para el cual, en el dualismo entre evento y palabra, «la realidad, es decir, la existencia concreta y carnal de Cristo y la del hombre en general, queda excluida del ámbito del significado»68. A diferencia de Bultmann, para quien el Resucitado está sólo en la predicación, en el kerygma, usted cree en la realidad de Cristo después de su muerte, pero es una “realidad” que no comprende la carne. Cristo es “inmortal”, al igual que Heracles, al igual que todo hombre que muere. ¿Por qué, entonces, creer en él? ¿Por qué la comprensión de la acción resucitadora de Dios «alcanzó su culminación»69 en Jesús, una «culminación insuperable»70? Si Cristo es sólo el «primogénito de los difuntos»71, como todo hombre que muriendo resucita, si su «primacía cronológica se ahonda en primacía ontológica»72, ¿dónde está la diferencia entre Cristo y lo humano en general? ¿Qué tiene de especial la vida del Cristo “mayéutico”, socrático, al que se le han quitado milagros y señales de lo divino como restos “mitológicos”? En el dualismo entre el espíritu y la letra la figura de Jesús se divide entre el Jesús histórico que, según el modelo arriano, es un hombre virtuoso asumido por Dios, y el Jesús divino, resucitado, el cual asume una forma “docetista”. Un Cristo “gnóstico”, no judío, para el cual la carne no es útil para la salvación, por un lado, y no es redimida de la corrupción de la muerte, por el otro. El nuevo paradigma, que usted auspicia, lucha aquí contra la visión judía, en dirección de una perspectiva gnóstica. Lo reconoce también usted cuando afirma que «la antropología bíblica […] difícilmente permitía concebir y representar la resurrección sin contar con el cuerpo físico. De ahí la insistencia en el elemento visual y sensible […] tal vez influido también por la polémica antignóstica»73. Se trata de un punto importante. En su cristología la naturaleza humana no es asumida realmente. Su Resucitado, sin cuerpo, trasporta inevitablemente la cristología en un horizonte docetista.

Tres consideraciones finales

Termino mi respuesta con tres observaciones. La primera: acogiendo la desmitologización bultmanniana cree usted que reconcilia cristianismo y pensamiento moderno. El precio de esta reconciliación, sin embargo, es precisamente la falta de interés de la ilustración por el cristianismo. A diferencia del idealismo hegeliano, para el que la religión está “superada” en la filosofía, la ilustración lucha contra el cristianismo en el plano de la verdad histórica. Lo demuestra, actualmente, el interés, incluso polémico, de la cultura laica por el Jesús de Nazaret de Benedicto XVI74. Quitándole valor histórico a la narración evangélica, “mitizando” la historia, usted no sólo quita el terreno de la disputa sino también el de un posible interés. Si el Evangelio, cuando habla de milagros, es mítico, no escapará a este juicio tampoco su Resucitado de quien nadie pudo ver ni el aspecto ni la forma. Su “espectro” no escapa a la crítica de Kant contenida en los Träume eines Geistersehers. En realidad, su posición antiempirista es una toma de posición contra la ilustración, un rechazo a dialogar y medirse con este tipo de cultura. Y en segundo lugar es un rechazo a confrontarse con esa parte del pensamiento del siglo XX, de ascendencia judía –desde el dialogisch Denken (Buber, Rosenzweig), a la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno) y al mesianismo político (Benjamin– en el que el tema de la redención de la carne y de la historia tiene un valor crucial. Su idealismo impide, además, toda posible valorización de las tendencias realistas que surgen en la estética contemporánea, tendencias en las que emerge un interés hacia la resurrección cristiana entendida como «prueba estética de la posibilidad de la esperanza»75.

Su posición anti-estética me lleva a la segunda observación. Su visión del Cristo resucitado, que «no tiene –ni puede tener– ninguna de las cualidades físicas que constituían su cuerpo mortal»76, presenta más de una analogía con la posición iconoclasta que emerge de la carta de Eusebio de Cesarea a la hermana del emperador Constantino, Constanza, estudiada por Christoph Schönborn en un importante volumen77. Para el obispo Eusebio no era posible representar a Cristo en icono porque, después de su muerte, su cuerpo glorioso ya no tenía ninguna analogía con el cuerpo mortal. Para usted «verlo [al Resucitado], significaría ver algo empírico y finito: no Dios, sino un ídolo. Y así, negar la posibilidad de las apariciones empíricas es el único modo de garantizar la auténtica realidad del Resucitado»78. Ver a Dios en forma humana es idolatría. La prohibición veterotestamentaria vuelve, en usted, en la prohibición de “representar” la Resurrección. El Cristo resucitado de Piero della Francesca, así como la Incredulidad de Tomás del Caravaggio, pertenecen al arte del pasado, a la visión mitológica del mundo propia de una era en la que el cristianismo está marcado por una fe ingenua y popular.


«Ante este misterio nos quedamos llenos de admiración y de asombro, como ante los misterios de la Encarnación y del nacimiento virginal. Por tanto, dejémonos introducir con los apóstoles en la fe en Cristo resucitado, la única que puede traernos la salvación» Pablo VI

La tercera y última observación concierne a una persuasión suya de fondo. Más de una vez afirma usted que «ningún teólogo responsable toma hoy a la letra las narraciones pascuales»79. Afirma, además, que «en los tratamientos serios ha desaparecido la insistencia en los “milagros” –por lo demás, como queda indicado, comprendidos ahora como “signos” que no rompen el funcionamiento de las leyes naturales–, o en las proclamaciones directas de su divinidad por parte de Jesús; se insiste, por el contrario, en la “cristología indirecta”»80. Ahora bien, a parte lo opinable del término “serios”, quisiera detenerme en ese “ningún teólogo responsable”. ¿Cómo puede afirmar esto? Usted mismo reconoce que algunos de los mayores teólogos del siglo XX están firmemente convencidos de la plena atendibilidad de las narraciones pascuales. Come Karl Barth que, en su Dogmatica, «acentúa cada vez más el realismo temporal de las apariciones y la tumba vacía, […], insistiendo en el carácter único, por físico y sensible, de la experiencia apostólica»81. Como Wolfhart Pannenberg que subraya la historicidad y la realidad de las apariciones y el significado del sepulcro vacío82. Como Rudolf Pesch que, en una especie de autocrítica de su primera posición, escribe: «Las visiones del Resucitado –que yo considero corrigiendo mi opinión anterior, suficientemente garantizadas como acontecimientos históricos– eran visiones en las que Jesús apareció a testigos como Hijo del Hombre»83. Como N. T. Wrigth, al que usted reconoce, entre los que actualmente arguyen a favor de la facticidad del Resucitado «seriedad y amplia erudición»84. A estos puede añadirse Karl Rahner en la medida en que no se ajusta al nuevo paradigma. «Mantiene todavía, en efecto, el esquema heredado de la resurrección de Jesús como un “hecho singular”, en el sentido de distinguir “entre la resurrección de Jesús [ya acontecida] y nuestra resurrección [todavía] esperada”»85.
Barth, Pannenberg, Pesch, Wright, Rahner, son nombres de «no alineados» que deduzco de su estudio. No son desde luego los únicos. Recuerdo, entre otros, al gran discípulo de Bultmann, Heinrich Schlier, que cita usted pero de paso, para el cual en las narraciones pascuales “ver a Jesús” no es «una conclusión deductiva que sería sugerida por las representaciones usuales (judías) […]. No se trata de un “ver a Jesús” que se aclara luego por una interpretación, sino que se trata de una percepción inmediata de Jesucristo que se deja percibir resucitado y exaltado»86. Schlier y los autores indicados anteriormente son protagonistas del siglo XX teológico, no pueden ser encasillados como “conservadores”. Su importancia, el hecho de que permanezcan fieles al modelo tradicional en la lectura de los textos pascuales debería invitar a una cautela mayor respecto a la “universalidad” del nuevo paradigma, que, por lo demás, no es completamente “nuevo” pues tiene (desde Strauss en adelante) por lo menos dos siglos87. Debería invitar a ser cautos sobre su pretendida “evidencia” e indudabilidad. Usted mismo reconoce que su «reflexión se mueve necesariamente en un terreno hipotético»88. Si es así, ¿cómo puede estar tan seguro de ella y reprocharles a Rahner, Pannenberg, Pesch que sigan firmes en una lectura literal, mitológica, del texto evangélico? ¿No es acaso ingenuo pensar que la “verdadera” comprensión de la Revelación comienza sólo ahora, tras permanecer “embotellada” en el envoltorio del mito durante dos milenios? ¿Dónde estaba el Espíritu durante este tiempo? ¿Trabajaba come el “topo”, de hegeliana memoria, para perforar la forma de la “representación” (Vorstellung) y llegar al concepto? No pienso que usted crea de verdad esto.
http://humanitas.cl/html/destacados/jesus/4.html

lunes, 26 de diciembre de 2011

El poder de la fe


La misión de los 12 líderes






En Números 13, recordamos como Dios le pidió a Moisés que enviara a 12 espías para reconocer la tierra que les estaba por entregar. Estas personas debían ser príncipes de cada tribu, hombres en autoridad. Y así ocurrió, 12 elegidos entraron al deseado territorio para comenzar con las estrategias de conquista.
Sin embargo, al volver de su misión, con sorprendentes frutos en sus manos, trajeron consigo también al temor y la incredulidad. Ellos eran parte del liderazgo de Israel, encargados de llevar la carga del pueblo junto con Moisés, de levantarle los brazos en tiempos de batalla, y eran ellos mismos los que estaban desanimados y totalmente atemorizados.

Y fue así como el pueblo estaba congregado para escuchar el informe cuando el pánico comenzó a desatarse. Diez de estos príncipes dieron su testimonio en extremo negativo y desalentador. Ellos se centraban completamente en sus debilidades, ponían el énfasis en los enemigos y en su cantidad. Hasta que Caleb (v13:30) mostró la verdadera actitud de un hijo de Dios, que, sin dejar de tomar en cuenta la realidad, antepuso la fe y la confianza en el Dios Todopoderoso.

Caleb sabía que Dios les daría la habilidad para vencer en la batalla. La victoria no vendría por su capacidad humana sino por el Espíritu de Dios (Zacarías 4:6). De igual manera, nosotros en este tiempo, debemos anteponer nuestra fe a lo que ven nuestros ojos, confiando siempre en el Señor y esperando sus promesas; pues no somos de los que retroceden sino de los que van hacia la conquista!

Quizás estás en la iglesia y tienes un lugar de liderazgo o quizás no, pero hay gente que está mirando tu actitud. Solo dos de los diez espías tuvieron el espíritu correcto. Aunque todos tendremos que atravesar momentos de crisis, todo depende de la actitud que tomes al respecto. La queja, la amargura y la incredulidad no te llevarán por buen camino, mientras que la fe y la confianza en tu Creador te llevarán a la victoria.

La queja divide y debilita a la iglesia

Estos príncipes, trajeron un informe que alimentó la incredulidad y en lugar de unirse se dividieron y no llegaron a la promesa. Sin embargo Josué y Caleb no se contaminaron con las quejas sino que se guardaron en la fe y llegaron a la victoria.

Caleb había aprendido de Moisés a escuchar la voz de Dios, a creerla y permanecer con la certeza de que a pesar de lo que vieran sus ojos naturales, Dios siempre cumpliría su Palabra. Al Señor le agradó su actitud y le prometió herencia perpetua (Números 14:24 y Josué 14:9).

Caleb tenía un corazón limpio (tal como lo enseñaba Jesús en Mateo 5:8). Aun en el medio del dolor lo primero que tenemos que guardar es el corazón y tomar una actitud de confianza y no desanimarnos. En el caso de él, su promesa tardó 40 años en cumplirse por la incredulidad de los demás ¿Qué culpa tenia él de pasar por el desierto 40 años? Sin embargo siguió cada día de su vida diciendo que lo que Dios le había prometido a él y a sus hijos se iba a cumplir. Y finalmente sus ojos vieron el milagro.

Hebrón es un monte que significa “lugar de unidad”, y si hay algo que el enemigo odia es la unidad de la iglesia porque justamente allí está la fuerza. Si queremos vencer tenemos que avanzar en amor y unidad porque grandes cosas son las que vienen! El arma que nunca tenemos que olvidar es la fe, esa certeza profunda que nada ni nadie puede sacarte. A pesar de lo que pases, estás en el corazón de Dios y nadie podrá separarte de su amor Romanos 8:37-39.


En la unidad está la fuerza

Este es un tiempo para creerle a Dios y también para unir nuestros brazos y levantar a los que hoy están débiles. Tenemos que enfocarnos, esforzar nuestros brazos y avanzar en amor. Dios enderezará los caminos torcidos, las rodillas endebles y dará nuevas fuerzas a los abatidos.

Y si estás desanimado, es el momento ideal para que Cristo se levante (2 Corintios 12:9-10). Dios está en control, Él es soberano; Él conoce nuestras debilidades y fortalezas y cuida de nuestras vidas. Por tanto, lo amamos y lo servimos, no por lo que nos da sino por quién es.

Caleb supo que la promesa se iba a cumplir, y por ello no se desanimó ni se amargó con nadie. El estar cerca de su compañero que ahora era el responsable de llegar a la nueva generación y conquistar, le ayudó a llegar a la meta. Hoy Dios nos pone desafíos y hoy se levantan mujeres y hombres con una pasión renovada para vencer. El que cree recibe. ¡Cree y el Señor podrá hacer contigo cosas mayores (Marcos 9:23)!

En todo tiempo: Heme aquí, envíame a mi. Todos somos llamados, todos escuchamos la misma palabra, pero no todos actuamos en fe. La mano de Dios guarda a aquel que cree. Debemos darle a Dios gloria en todo tiempo, en abundancia y también en la escasez pues ¡todo lo puedes en Cristo que te fortalece! De Él viene la abundancia, la vida y todo lo que necesitamos!

Dile a Dios, tal como Caleb que quieres servirlo, honrarlo con tu vida. Él es el que te sostiene porque quien habita al abrigo del altísimo morará bajo la sombra del omnipotente (Salmo 91)!
En lugar de mirar a tu alrededor y quejarte, aférrate más que nunca de su mano y avanza en fe. No te conformes con lo que has recibido hasta ahora, sino busca más de su presencia porque lo que está por delante es lo mejor!

Eres un redimido de Dios y nada ni nadie te podrán arrebatar de sus manos, haz votos como Caleb, de fidelidad y servicio a Él hasta el último respiro y busca agradarle y creerle de corazón. Refuerza tu fe y sigue adelante! ¡Juntos podremos conquistar Hebron! Vamos a vencer en oración y en unidad. Jesús está como poderoso gigante de nuestro lado! No temas ni desmayes porque la victoria se acerca!


domingo, 25 de diciembre de 2011

Para Regalar en el día de Reyes






Un Gran libro escrito por un gran teólogo que seguro os gustará.


Palabras de Amor editorial Desclée


Xabier Pikaza ha sido mercedario y, durante más de treinta años, ha enseñado filosofía, teología e historia de las religiones en la Universidad Pontificia de Salamanca, ha querido recoger, recrear y organizar en este manual de Palabras de Amor los temas básicos de su experiencia y docencia.


Este libro recoge y comenta ciento ochenta y tres palabras sobre el amor. No incluye todas, pues el libro tendría que ser para ello infinito, pero recoge muchas y muy importantes. Ellas definen y enriquecen la vida de innumerables hombres y mujeres, cuyo tesoro más grande, quizá único, es el amor, en sus diversas circunstancias y modalidades. Para ellos he decidido escribir este trabajo, que quiere ser un manual, una enciclopedia y un diccionario de amor.

1. Este libro es, ante todo un manual o guía de educación en amor y así lo he concebido, como introducción general, para personas que quieren desplegar el gozo y tarea del amor, desde una perspectiva humana y cristiana. Nada más grande que vivir en amor, nada más importante que guiar o acompañar a quienes quieran madurar en ese campo. Así, partiendo de las aportaciones de los grandes maestros antiguos y modernos, he querido ofrecer unos “ejercicios amorosos”, de tipo teórico, pero de fondo práctico, para que aquellos que quieran potenciar su amor puedan hacerlo con más conocimiento, escogiendo aquellas palabras o temas que más les interesan. A pesar de ello, no he querido componer el libro en forma de manual, con temas y ejercicios de evaluación, unos más simples a otros, otros complejos, unos personales, otros más sociales, unos más filosóficos, otros religiosos… sino que he decidido presentarlos todos en orden alfabético, formando un diccionario. De todas maneras, para acompañar a los lectores que quieran utilizar este trabajo en forma de manual, he ofrecido al fin del libro un pequeño apéndice, que puede servir de orientación, porque pone de relieve los aspectos didácticos del amor, entendido como proceso de maduración pers
onal.

2. Este libro es, en segundo lugar, una enciclopedia de amor. No expone todos sus rasgos y momentos, pues ellos son innumerables, lo mismo que la vida de los hombres y mujeres que se aman, pero recoge algunos más significativos, desde una perspectiva cultural, social y religiosa. Así podría dividirse en cuatro grandes áreas: (1) Experiencia humana: muchas palabras destacan los aspectos psicológicos, antropológicos y filosóficos del tema del amor. (2) Experiencia religiosa: este diccionario pone de relieve los elementos sagrados del amor y su desarrollo a lo largo de la historia. (3) Desarrollo bíblico: el amor ha sido el tema central de la Biblia o libro sagrado de los judíos y cristianos; así lo indica este diccionario, fijando los grandes momentos de su despliegue e influjo en los orígenes del cristianismo y de la cultura de occidente. (4) Búsqueda teológica: el amor ha sido y sigue siendo el centro de la teología cristiana; así lo ha puesto de relieve este diccionario, poniendo de relieve los aspectos principales de la historia y de la vida de la iglesia. Quien prefiera leer o emplear este diccionario siguiendo ese esquema de “enciclopedia” puede hacerlo sin dificultad, pues así he querido presentarlo en el segundo de los apéndices que incluyo al final del texto. A pesar de ello, tampoco he querido organizar el libro como una enciclopedia temática, para no imponer mi esquema, sino que he colocado las diversas palabras por orden alfabético, dejando que los mismos lectores las dividan y organicen, según sus preferencias. En esta línea he incluido también, al fin del libro, un pequeño apéndice que sirve para encuadrar e interpretar los rasgos y momentos del amor en forma de enciclopedia.

3. Por todo eso, en sentido estricto, este libro es un diccionario de amor. Así he presentado los temas y palabras por orden alfabético, empezando por la “a” (abecedario del amor) y terminando por la “uve” (virtudes). Ésta me ha parecido la división más cómoda y neutral de los diversos aspectos del amor, que aparecen ordenados por orden alfabético, sin decir cuáles son más o menos importantes. Dejo, por tanto, a los lectores que escojan y definan el tipo de lectura que mejor les parezca. Me basta con decirles desde ahora que éste es un libro de consulta. No es para leerlo de corrido, sino para fijarse en alguno de los términos o temas, según fuere conveniente o necesario. No es un libro totalmente novedoso, pues nada puede ser del todo nuevo en este campo del amor. Además, por su misma condición, un diccionario debe recoger perspectivas y motivos que son ya conocidos. De todas formas, pienso que he podido aportar algunas perspectivas y una nueva visión de conjunto, poniendo de relieve los grandes motivos culturales y religiosos del amor, desde la perspectiva de occidente, que es la mía, en una línea cristiana, pero no cerrada en clave confesional.

Éste es, por tanto, un diccionario del amor, como el lector advertirá tan pronto como lo abra y mire el índice y subtítulo. A pesar de ello, no he querido ponerle ese título, pues ello supondría que me ocupo de todos los temas y palabras que tratan del amor y no es mi caso. No he querido ni podido escribir un “diccionario” estrictamente dicho, pues ello exigiría un rigor y una amplitud que este libro no pretende, ni tiene. Además, un diccionario debería ser obra de un equipo inter-disciplinar y estar elaborado por una gama de especialistas en literatura y psicología, antropología, y filosofía, teología y religiones. Mi trabajo, en cambio, es más modesto y, por eso, le he llamado Palabras de amor, dando al término “palabra” un sentido extenso, como por ejemplo en hebreo, donde “dabar” significa realidad y mensaje, mandamiento y conversación.
Queda así claro el título y trama de este libro donde ofrezco a los lectores mis palabras básicas de amor, que han sido y siguen siendo muy importantes para entender la experiencia del amor en nuestra vida, dentro de la historia y cultura de occidente. Éste no es un libro escrito en unos días o unos meses, ni tampoco de corrido, pues recoge ideas y temas que he venido pensando y, en parte, publicando desde que defendí una tesis doctoral sobre La dialéctica de la caridad en Ricardo de San Victor (Universidad Pontifica, Salamanca 1966). A partir de entonces, como podrá verse en la bibliografía, he publicado media docena de libros sobre los diversos aspectos del amor, hasta que ahora, año 2006, he pensado que ha llegado el momento de recopilar y ofrecer mis reflexiones a un público más amplio. Ciertamente, yo podría (y en algún sentido debería) haber escrito este libro en colaboración con otros amigos y colegas, especialistas en los varios campos del saber de amor, pero he preferido elaborarlo por mí mismo, perdiendo de esa forma en amplitud, pero ganando en unidad.



Éste es un diccionario temático, de tipo general. No puede estudiar todos los aspectos del amor, ni responder a todas las preguntas que se plantean sobre el tema. Pero tengo el convencimiento de que ofrece una buena iniciación, en línea teórica (de conocimientos) y práctica (de experiencias fundamentales). Por otra parte, cubre un hueco en ese campo, pues apenas existen, que yo sepa, enciclopedias o diccionarios especializados (ni populares), sobre el tema (como podrá verse consultando la bibliografía). Ciertamente, hay algunas enciclopedias sobre el sexo y hay también muchos y buenos diccionarios de disciplinas vinculadas o cercanas al tema (antropología, ética, psicología, sexualidad, teología). Pero sobre el amor en sí no hay casi nada. Por eso me ha parecido interesante ofrecer un compendio temático que pueda servir de referencia y punto de partida para aquellos que quieran conocer mejor el tema.
Éste es un diccionario temático, es decir, de conceptos básicos. Por eso he prescindido de los estudios filológicos, de los análisis especializados, de los matices psicológicos y, en especial, de miles y miles de autores y libros que han tratado y siguen tratando del amor, año tras año, incluso en una perspectiva artística (literaria, cinematográfica etc.). He querido que el libro resulte accesible a un abanico extenso de lectores, aunque habrá algunas palabras que resultan más especializadas. De todas formas, la mayor parte me parecen comprensibles, sin necesidad de conocimientos técnicos, y tienen, además, la ventaja de poderse leer por separado, de manera que cada lector siga el orden que más le conviene, utilizando para ello el índice general



He querido comenzar con un “abecedario” del amor, que puede interpretarse como diccionario del diccionario, pues ofrece un resumen de los temas que iré desarrollando a lo largo del libro. Después voy exponiendo las palabras básicas sobre el amor, siguiendo el orden que podrá verse en el índice. Me ha parecido útil recoger y combinar al fin algunos grupos de palabras, siguiendo los dos apéndices de la conclusión del libro: uno divide y presenta el diccionario en forma de guía o manual de amor, organizando las palabras en doce unidades o ejercicios, siguiendo un esquema pedagógico, de iniciación o maduración práctica; el otro presenta el diccionario como enciclopedia de amor, dividida en cuatro áreas o divisiones principales, que pueden servir para un estudio más académico o teórico del tema.



En conclusión, éste es un libro de Palabras de Amor, que puede entenderse como “diccionario temático”, pero también como guía y enciclopedia de amor, según quieren y escojan los lectores. Consta, como he dicho, de ciento ochenta y tres palabras (¡algunas están repetidas!)), que pueden entenderse por aislado o formando pequeñas unidades (como indican los dos apéndices citados). Al principio de cada palabra introduzco una señal de llamada (→) que sirve para evocar otras palabras relacionadas con el mismo tema. En algunos casos introduzco dentro del mismo desarrollo del tema una llamada en forma de asterisco, que va detrás de la palabra (por ejemplo: gnosis*) y que sirve para indicar que esa palabra ha sido estudiada también por separado. Al principio de casi todas las palabras introduzco una nota a pie de página, con una breve bibliografía, de tipo orientativo, sobre todo en lengua castellana, destacando los libros y trabajos que a mí juicio pueden ayudar a plantear y comprender los temas. Al final del diccionario incluyo una bibliografía algo más extensa (aunque no exhaustiva) sobre los diversos aspectos del amor (diccionarios, temas antropológicos, temas religiosos). He procurado que cada palabra tenga su propia autonomía y pueda ofrecer su sentido por sí misma. Pero todas ellas, y otras muchas que podrían haberse añadido y que el lector conoce, sirven para conocer y contemplar mejor ese espléndido arco iris que es el Amor por el que “vivimos, nos movemos y somos” (cf. Hech 17, 28).

Palabras del Papa en la homilía de Noche Buena



Queridos hermanos y hermanas
La lectura que acabamos de escuchar, tomada de la Carta de san Pablo Apóstol a Tito, comienza solemnemente con la palabra apparuit, que también encontramos en la lectura de la Misa de la aurora: apparuit – ha aparecido. Esta es una palabra programática, con la cual la Iglesia quiere expresar de manera sintética la esencia de la Navidad. Antes, los hombres habían hablado y creado imágenes humanas de Dios de muchas maneras. Dios mismo había hablado a los hombres de diferentes modos (cf. Hb 1,1: Lectura de la Misa del día). Pero ahora ha sucedido algo más: Él ha aparecido. Se ha mostrado. Ha salido de la luz inaccesible en la que habita. Él mismo ha venido entre nosotros.




Para la Iglesia antigua, esta era la gran alegría de la Navidad: Dios se ha manifestado. Ya no es sólo una idea, algo que se ha de intuir a partir de las palabras. Él «ha aparecido». Pero ahora nos preguntamos: ¿Cómo ha aparecido? ¿Quién es él realmente? La lectura de la Misa de la aurora dice a este respecto: «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre» (Tt 3,4). Para los hombres de la época precristiana, que ante los horrores y las contradicciones del mundo temían que Dios no fuera bueno del todo, sino que podría ser sin duda también cruel y arbitrario, esto era una verdadera «epifanía», la gran luz que se nos ha aparecido: Dios es pura bondad. Y también hoy, quienes ya no son capaces de reconocer a Dios en la fe se preguntan si el último poder que funda y sostiene el mundo es verdaderamente bueno, o si acaso el mal es tan potente y originario como el bien y lo bello, que en algunos momentos luminosos encontramos en nuestro cosmos. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: ésta es una nueva y consoladora certidumbre que se nos da en Navidad.


En las tres misas de Navidad, la liturgia cita un pasaje del libro del profeta Isaías, que describe más concretamente aún la epifanía que se produjo en Navidad: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites» (Is 9,5s). No sabemos si el profeta pensaba con esta palabra en algún niño nacido en su época. Pero parece imposible. Este es el único texto en el Antiguo Testamento en el que se dice de un niño, de un ser humano, que su nombre será Dios fuerte, Padre para siempre. Nos encontramos ante una visión que va, mucho más allá del momento histórico, hacia algo misterioso que pertenece al futuro. Un niño, en toda su debilidad, es Dios poderoso.


Un niño, en toda su indigencia y dependencia, es Padre perpetuo. Y la paz será «sin límites». El profeta se había referido antes a esto hablando de «una luz grande» y, a propósito de la paz venidera, había dicho que la vara del opresor, la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre serían pasto del fuego (cf. Is 9,1.3-4).


Dios se ha manifestado. Lo ha hecho como niño. Precisamente así se contrapone a toda violencia y lleva un mensaje que es paz. En este momento en que el mundo está constantemente amenazado por la violencia en muchos lugares y de diversas maneras; en el que siempre hay de nuevo varas del opresor y túnicas ensangrentadas, clamemos al Señor: Tú, el Dios poderoso, has venido como niño y te has mostrado a nosotros como el que nos ama y mediante el cual el amor vencerá. Y nos has hecho comprender que, junto a ti, debemos ser constructores de paz. Amamos tu ser niño, tu no-violencia, pero sufrimos porque la violencia continúa en el mundo, y por eso también te rogamos: Demuestra tu poder, ¡oh Dios! En este nuestro tiempo, en este mundo nuestro, haz que las varas del opresor, las túnicas llenas de sangre y las botas estrepitosas de los soldados sean arrojadas al fuego, de manera que tu paz venza en este mundo nuestro.


La Navidad es Epifanía: la manifestación de Dios y de su gran luz en un niño que ha nacido para nosotros. Nacido en un establo en Belén, no en los palacios de los reyes. Cuando Francisco de Asís celebró la Navidad en Greccio, en 1223, con un buey y una mula y un pesebre con paja, se hizo visible una nueva dimensión del misterio de la Navidad. Francisco de Asís llamó a la Navidad «la fiesta de las fiestas» – más que todas las demás solemnidades – y la celebró con «inefable fervor» (2 Celano, 199: Fonti Francescane, 787). Besaba con gran devoción las imágenes del Niño Jesús y balbuceaba palabras de dulzura como hacen los niños, nos dice Tomás de Celano (ibíd.). Para la Iglesia antigua, la fiesta de las fiestas era la Pascua: en la resurrección, Cristo había abatido las puertas de la muerte y, de este modo, había cambiado radicalmente el mundo: había creado para el hombre un lugar en Dios mismo. Pues bien, Francisco no ha cambiado, no ha querido cambiar esta jerarquía objetiva de las fiestas, la estructura interna de la fe con su centro en el misterio pascual. Sin embargo, por él y por su manera de creer, ha sucedido algo nuevo: Francisco ha descubierto la humanidad de Jesús con una profundidad completamente nueva. Este ser hombre por parte de Dios se le hizo del todo evidente en el momento en que el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, fue envuelto en pañales y acostado en un pesebre.


La resurrección presupone la encarnación. El Hijo de Dios como niño, como un verdadero hijo de hombre, es lo que conmovió profundamente el corazón del Santo de Asís, transformando la fe en amor. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: esta frase de san Pablo adquiría así una hondura del todo nueva. En el niño en el establo de Belén, se puede, por decirlo así, tocar a Dios y acariciarlo. De este modo, el año litúrgico ha recibido un segundo centro en una fiesta que es, ante todo, una fiesta del corazón.


Todo eso no tiene nada de sensiblería. Precisamente en la nueva experiencia de la realidad de la humanidad de Jesús se revela el gran misterio de la fe. Francisco amaba a Jesús, al niño, porque en este ser niño se le hizo clara la humildad de Dios. Dios se ha hecho pobre. Su Hijo ha nacido en la pobreza del establo. En el niño Jesús, Dios se ha hecho dependiente, necesitado del amor de personas humanas, a las que ahora puede pedir su amor, nuestro amor. La Navidad se ha convertido hoy en una fiesta de los comercios, cuyas luces destellantes esconden el misterio de la humildad de Dios, que nos invita a la humildad y a la sencillez. Roguemos al Señor que nos ayude a atravesar con la mirada las fachadas deslumbrantes de este tiempo hasta encontrar detrás de ellas al niño en el establo de Belén, para descubrir así la verdadera alegría y la verdadera luz.


Francisco hacía celebrar la santa Eucaristía sobre el pesebre que estaba entre el buey y la mula (cf. 1 Celano, 85: Fonti, 469). Posteriormente, sobre este pesebre se construyó un altar para que, allí dónde un tiempo los animales comían paja, los hombres pudieran ahora recibir, para la salvación del alma y del cuerpo, la carne del Cordero inmaculado, Jesucristo, como relata Celano (cf. 1 Celano, 87: Fonti, 471). En la Noche santa de Greccio, Francisco cantaba personalmente en cuanto diácono con voz sonora el Evangelio de Navidad. Gracias a los espléndidos cantos navideños de los frailes, la celebración parecía toda una explosión de alegría (cf. 1 Celano, 85 y 86: Fonti, 469 y 470). Precisamente el encuentro con la humildad de Dios se transformaba en alegría: su bondad crea la verdadera fiesta.


Quien quiere entrar hoy en la iglesia de la Natividad de Jesús, en Belén, descubre que el portal, que un tiempo tenía cinco metros y medio de altura, y por el que los emperadores y los califas entraban al edificio, ha sido en gran parte tapiado. Ha quedado solamente una pequeña abertura de un metro y medio. La intención fue probablemente proteger mejor la iglesia contra eventuales asaltos pero, sobre todo, evitar que se entrara a caballo en la casa de Dios. Quien desea entrar en el lugar del nacimiento de Jesús, tiene que inclinarse. Me parece que en eso se manifiesta una cercanía más profunda, de la cual queremos dejarnos conmover en esta Noche santa: si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón «ilustrada».


Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios. Hemos de seguir el camino interior de san Francisco: el camino hacia esa extrema sencillez exterior e interior que hace al corazón capaz de ver. Debemos bajarnos, ir espiritualmente a pie, por decirlo así, para poder entrar por el portal de la fe y encontrar a Dios, que es diferente de nuestros prejuicios y nuestras opiniones: el Dios que se oculta en la humildad de un niño recién nacido.


Celebremos así la liturgia de esta Noche santa y renunciemos a la obsesión por lo que es material, mensurable y tangible. Dejemos que nos haga sencillos ese Dios que se manifiesta al corazón que se ha hecho sencillo. Y pidamos también en esta hora ante todo por cuantos tienen que vivir la Navidad en la pobreza, en el dolor, en la condición de emigrantes, para que aparezca ante ellos un rayo de la bondad de Dios; para que les llegue a ellos y a nosotros esa bondad que Dios, con el nacimiento de su Hijo en el establo, ha querido traer al mundo. Amén.

¿Dónde está el fuego?

sábado, 24 de diciembre de 2011

El Desierto


Este es un lugar desolado, seco, oscuro, estéril e inhabitado. La vida vegetal y animal son casi nulas si las comparamos con las tierras fértiles.
Este cuadro nos habla de incomunicación, de carencia de recursos, donde no hay a que echarle las manos. Dios lleva a sus hombres y a su pueblo una vez tras otra al desierto. Deuteronomio 8:2-4, narra que allí Dios afligió a su pueblo, le hizo tener hambre, quería saber que había en sus corazones. No porque no lo supiera, sino porque nosotros somos los que necesitamos saber qué tenemos dentro. Se vive en los extremos por mucho o por nada. Podemos sobrevalorar nuestra conducta y la autoestima se eleva. La inclinación natural es mirar la mota en el ojo del otro y no ver la viga en el nuestro. San Pablo decía: “Ninguno tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura” Romanos 12:3.
En el desierto se aprende a depender solamente de Dios. Su pueblo clamó a él en su angustia, cuando sus almas desfallecían, y él los libró Salmo 107: 4-9.

En el desierto maduramos. Nuestra medida real es la que tenemos allí, mientras somos probados. Jesús apenas era un recién nacido cuando tuvo que cruzar el desierto con sus padres. Antes de recibir la aprobación del Padre para recibir su ministerio, lo probaron y tentaron después de cuarenta días de ayuno en el desierto (Mateo 4:1). Entonces comenzaron a ocurrir maravillas.

“Pero he aquí yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón (Oseas 2:14). Allí en la tierra seca se nos conoce (Oseas 13:5). ¡Qué difícil se nos hace estar quietos, ocultos; pero es allí donde Dios nos habla al corazón!. Si quieres conocer a Dios; si no quieres ser un mediocre, un parlante que repite todo lo que oye, que vive de una experiencia prestada, Dios te llevará al desierto.

Nuestro padre Abraham salio sin saber a dónde iba, dejó la civilización y caminó a lo ancho de la tierra; no tuvo lugar fijo: De él vendrá toda una nación, como también el Mesías, y todas las simientes de la tierra serían benditas en él. El honor era grande, pero tenía su precio. Al leer sobre su vida, encontramos huellas del trato de Dios en él. Fue un hombre formado en el ministerio divino. El resultado fue positivo, Tenía una fe acrisolada.

Una de las tragedias que experimentamos es la perdida de la fe. ¡Con qué facilidad nos desinflamos! Pero este hombre no fue así. El escritor de la carta a los romanos dice: “No se debilito en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo casi de cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Romanos 4:19
Y no solo que mantuvo su fe, sino que se fortalecía en fe, cada vez más, plenamente convencido de la fidelidad de Dios. Cuando lo asaltaban los temores y las dudas, cuando la realidad lo golpeaba en pleno rostro haciéndole ver su imposibilidad, elevaba su pensamiento a Dios, con los ojos abiertos a la dimensión espiritual; contemplaba a Dios majestuoso, omnipotente, omnisciente, omnipresente, ¡todo lo sabe, todo lo puede!... y comenzaba a darle gloria y alabanza hasta alcanzar un nivel de fe cada vez mayor. Esa fe y obediencia trajeron al tan esperado Isaac (Romanos 4:16-24)

En Gálatas 5:22, encontramos la fe como un fruto del espíritu. En 1 Corintios 12:8, aparece como un don que reparte el espíritu. La primera crece y se expresa como producto de los árboles de Dios, pues “sin fe es imposible agradar a Dios”. La segunda, no es producto del árbol. El don de la fe es para que crean los que no pueden creer. Los ejemplos bíblicos dicen que muchos fueron liberados por su fe, mientras que otros, como el paralítico que encontraron Pedro y Juan, fueron liberados por la fe de los que ministraban. El desierto produce hombres de este talante.
Elías era un varón aprobado por Dios. Dios lo usó en un momento de decadencia, de confusión moral y espiritual. Su ministerio era sentencioso y contundente. Fogoso y determinante. Este profeta fue el restaurador del orden y de la ley. Debió enfrentar con el poder de Dios el poder de las tinieblas. Cuando el desataba los recursos de Dios para la tarea, ocurrían milagros, señales, maravillas, sanidades, prodigios. Un solo hombre le basto a Dios para convulsionar toda una nación. Por tierras lejanas lo buscaron sin encontrarlo. Cerró los cielos, los abrió, retó al rey, destrozo a los profetas de Baal después de que bajara fuego del cielo por su oración. Pero mientras tanto debió pasar por la escuela de Dios.


Hasta que el arroyo se secó, lo alimentaron unos cuervos. Alimentado por una viuda, no tuvo objeciones ni le turbó la conciencia comer lo único que ella tenía. Aun los llamados cristianos lo criticarían hoy. Lo que muchos no entienden es que no habrá obra sin obreros. El obrero en este aspecto es lo más importante para Dios. Por eso ni a él ni a la viuda, ni al hijo de está, les falto cuando otros morían de necesidad. Dios ocupa el primer lugar en el orden de las prioridades.
Hay que poner a Dios en primer término, la palabra de Dios no puede ser postergada; el obedecerla desata el poder que ella encierra.

San pablo, otro varón de soledad, estuvo tres años escondido después de ser llamado. No consulto con carne y sangre. ¿De donde aprendió tanto?
“conozco un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo no lo sé; si fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe) fue arrebatado al tercer cielo y conozco al tal hombre (si en el cuerpo no lo sé; si fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe) que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar 2 Corintios 12: 2-4

Pablo cruzó el desierto. Cárceles, azotes, persecuciones, hambre, enfermedades, falsos hermanos 2 Corintio 11: 24-33; 12:1-8. ¡Jamás se dio por vencido! Se mantuvo firme en Dios valiente y esforzado. Cuando tomamos conciencia de nuestra muerte, cuando menguamos, el Señor puede crecer en nosotros. Cuando ya no tienes muletas ni bastones para apoyarte, cuando estás incomunicado en tu destierro, en la soledad, pasando por la esterilidad, en la tierra seca, sin provisiones, cuando nadie parece acordarse de ti, cuando parece que Dios y los hombres te abandonaron, nunca te rebeles y te quejes. Extiende tus raíces bien hondas en busca del agua, porque verdaderamente hay agua de vida en esos momentos duros. Desde luego que no es superficial, es una experiencia profunda en Dios. Cristo fue abandonado por Dios y por los hombres cuando exclamó: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Mateo 27:46).

Miles de almas dieron otros resultados. Hoy día ocurre igual. Mientras hay quienes en el desierto reciben grandes revelaciones, otros no son aprobados allí. En la hora de la prueba:
“Se entregaron a un deseo desordenado en el desierto; y tentaron a Dios en la soledad. Y él les dio lo que pidieron; mas envío mortandad sobre ellos… Pero aborrecieron la tierra deseable; no creyeron a su palabra, antes murmuraron en sus tiendas, y no oyeron la voz del Señor. Por tanto, alzó su mano contra ellos para abatirlos en el desierto. (Salmo 106: 14-15; 24-26).
Mirad, hermanos que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad (Hebreos 3:12).

Cuando estamos en el desierto, descubrimos lo poco que tenemos para ofrecer a Jesús. No te desanimes. Aunque poco ponlo en manos del Señor. Descansa y observa a tu Señor hacer milagros con tu vida y a través de tu vida. Por su palabra fue hecho todo lo que se ve, de lo que no se veía. El profeta conocía el poder de esas palabras:

“Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el dios de mi salvación.” Habacuc 3:17-18.

Es verdad… El puede crear por su palabra lo que no existe.
“¿Quién es esta que sube del desierto, recostada sobre su amado?” (Cantar de los cantares 8:5). Es la gloriosa Iglesia del Señor, imponente, esclarecida, ungida, sale aprobada del desierto. Ha honrado a su Señor y cabeza. Jesús dijo: “si alguno me sirviere, ni Padre le honrara” (Juan 12:26). Esta es la senda de los que vienen de grandes tribulaciones y han lavado sus ropas con la sangre del cordero y las han emblanquecido.

¿por qué Dios nos permite a veces tanta humillación? Bien sabemos que este trato, cuando viene de Dios es para quebrar en nuestras vidas todo lo que se interpone entre Dios y nosotros, que pretende impedir llegar a donde dios quiere llevarnos.
Moisés quería ver a Dios. Cuando dios accede al pedido de su siervo, antes de que este pudiera ver cumplido su deseo, debe “esconderlo” en la hendidura de la peña. Lo tapa con su mano y después de quitar la mano, le permite ver (Exodo 33:18-23). Las Escrituras nos ordenan que nos humillemos bajo la poderosa mano de Dios para que Él nos exalte cuando fuere el tiempo (1 Pedro 5:6).


Cuando se siembra una semilla, pasa un tiempo oculta; crece, pero nadie la ve aunque está echando base (raíces). Luego cuando se manifiesta hacia arriba, cuando todos la ven, es una flor hermosa y perfumada que todos aprecian y quieren. Todos sabemos que todo lo que tiene de florido, lo tiene porque está enterrado. Es la raíz lo que sustenta la planta. Es la parte escondida u oculta la que sostiene y afirma la parte visible y bella.

En la rebelión de Coré (números 16) se levantaron doscientos cincuenta príncipes, todos ellos del consejo, varones de renombre. Se juntaron en contra de Moisés y Aarón. Está gente procuraba lo que no les pertenecía. Los tragó la tierra, y los doscientos cincuenta varones fueron consumidos por el fuego de Dios. Entonces Dios demostró a quién escogía (números 17). Cada tribu trajo una vara, con el nombre del príncipe grabado en ella, y la pusieron en el tabernáculo de reunión. Dios había prometido que la vara del varón a quién él había escogido, floreciera. Algo realmente maravilloso.

Así pasaron las varas una larga noche de espera, ocultas en el santuario. Esperaban la manifestación del poder de Dios que reivindicaría su escogido. Pero mientras la vara estuvo oculta de los ojos del pueblo, en un momento determinado, en la soledad de la noche, algo empezó a actuar en el tabernáculo: el poder de Dios el espíritu de la vida, sin raíces, sin tierra, sin agua, alterando completamente las leyes naturales. La vara no sólo reverdeció, sino que también floreció y fructificó. Así Dios reafirmó el sacerdocio sobre quienes escogió, pero tuvo que estar toda la noche en la soledad del santuario para ver Lugo la gloria de Dios.

La vara del tronco de Isaí es un vástago que retoñó de sus raíces (Isaías 11: 1-5). Pasó tres noches largas y oscuras oculto en el sepulcro, pero al tercer día algo empezó a actuar allí. El poder del Espíritu de vida entró en el cuerpo exánime de Cristo y lo resucitó, levantándolo de entre los muertos y en el poder que lo levantó, se sentó a la diestra del Padre, triunfante y victorioso.
Vale la pena pasar inadvertido, estar oculto en la hendidura de la peña. Pasar la noche en el santuario, estar humillado bajo esa poderosa mano de Dios y esperar que él te levante cuando sea el tiempo.

Juan José Churruarin


Editorial Vida

domingo, 18 de diciembre de 2011

La crisis de Grecia hace renacer el fantasma del hambre


..Atenas, 18 dic (EFE).- Los últimos episodios de desmayos de alumnos en escuelas griegas víctimas del hambre y la desnutrición han avivado un debate que despierta los fantasmas de la posguerra.

Al principio fue la estupefacción: nadie creía posible que en un Estado de la Unión Europea (UE) los alumnos se desmayasen por no haber comido nada y el primer maestro en denunciarlo fue acusado de querer calumniar al Gobierno.

El primer caso ocurrió hace un año, y a él le siguieron más denuncias de profesores que aseguraban que alumnos suyos se quedaban tras las clases en actividades extraescolares hasta las cuatro de la tarde sin ingerir nada en todo el día.

Los medios de comunicación dieron buena cuenta de ello, pero las noticias fueron tachadas de exageraciones periodísticas, hasta que, hace un par de semanas, un chaval de 13 años se desmayó en un colegio de Heraklión, la capital de la isla de Creta.

Cuando la directora avisó a su madre, que trabaja a tiempo parcial en una empresa municipal y cría sola a sus cuatro hijos, ésta contestó que en su familia no habían comido nada desde hacía dos días.

Y, entonces, el país se conmocionó.

Mucha gente sospechaba que, entre los inmigrantes sin papeles, había gente que pasaba hambre, pero el chico que se desmayó en Heraklion era griego.

El asunto se ha convertido en un debate nacional y la imagen de los repartos de comida en las escuela despierta, entre los más ancianos, la pesadilla del invierno de 1941-42, cuando, bajo la ocupación nazi, más de 300.000 personas murieron de hambre y la de los años de extrema pobreza de la posguerra.

La dirección de las guarderías del Ayuntamiento de Atenas ha explicado a los medios que, desde el comienzo del año escolar, varios directores de escuelas primarias han pedido preparar, junto a las 5.500 comidas que su servicio prepara cada día para los niños de guardería, otras para 67 alumnos en condiciones de extrema necesidad.

La semana pasada, el semanario progubernamental "To Vima", citaba a fuentes del Ministerio de Educación Nacional que aseguraban se está elaborando un programa de distribución de cupones por un valor de 2 ó 3 euros para los alumnos de escuelas de regiones con altos porcentajes de pobreza.

Esos cupones serían intercambiados en las cantinas escolares por un bocadillo y medio litro de leche o zumo de frutas.

La noticia fue desmentida categóricamente por la ministra de Educación Nacional, Ana Diamantopulu, a la radio "Skaï".

"Desde que empezó el debate sobre ese asunto pedí a los directores de escuelas que informen al Ministerio inmediatamente si hay casos de alumnos que se desmayan por desnutrición o por hambre. Hasta ahora no recibimos ningún informe. Pero si hay algún caso cumpliremos nuestro deber respecto a la dignidad de los alumnos", afirmó.

Pero los sindicatos de profesores no parecen de acuerdo con la ministra.

"Hay casos de alumnos de familias pobres que pasan todo el día en la escuela sin comer nada. Desde el principio del año escolar fueron mencionados cuatro casos de desmayos (por hambre)", declaró a Efe el secretario general de la Federación de Profesores de Enseñanza Secundaria (OLME), Zemis Kotsifakis.

"Lo que debe hacerse es acabar con el empobrecimiento de la sociedad, con los impuestos y las reducciones de los salarios. Si eso no ocurre, la sociedad tomará todas las medidas solidarias necesarias", dijo cuando se le preguntó sobre la organización de ranchos en las escuelas.

La actitud de la Federación de Maestros de Enseñanza Primaria (DOE) es más cautelosa.

"Emprendimos un trabajo de recoger todos los casos registrados en escuelas primarias, para tener una idea de la severidad del problema. Pronto pediremos una reunión con la ministra para debatir lo que debe hacerse", explicó su secretario de organización, Zanasis Gumas.

Los casos de hambre aún parecen aislados, pero lo cierto es que las sombrías perspectivas de futuro y la grave recesión que azota al país hacen renacer en Grecia situaciones que todos creían pertenecientes a un pasado lejano.

Yannis Chryssoverghis

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María en el ministerio de Cristo




María solamente puede ser comprendida en su relación con Cristo y sólo desde esta relación puede hablarse rectamente de su grandeza excepcional y única. Tan personalmente unida está a Cristo, que comparte por Él y por Él el misterio de la salvación.
Jesús en su vida pública, realza a María en su comunión salvadora con Él, y lo hace en una proclamación irónica y paradójica, realmente sorprendente, pero en un momento especialmente oportuno y significativo. La admiración popular causada por Jesús se traduce, mediante la voz anónima de una mujer, en el elogio bienaventurado de su madre: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”. Y Jesús responde, haciéndose eco de este elogio y confirmándolo en su verdad plena: “Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,27-28).


Lo que a primera vista parece y ha sido interpretado como despectiva respuesta de fría ironía. En su contexto evangélico es la rúbrica solemne con que Cristo confirma la elogiosa intuición de la grandeza maternal de María. Ella es bienaventurada madre de Jesús porque escuchó la palabra de Dios y correspondió a ella con su obediente entrega generosa de fe. La bienaventuranza que Jesús hace refiriéndose, con indirecta claridad, a su madre, está a tono con la bienaventuranza con que la saluda Isabel en su visitación: “Dichosa tú que has creído lo que te ha dicho el Señor” (Lc1,45); La misma bienaventuranza que, exultante de gozo, sintiéndose agraciada, proclamará con profunda humildad María en su canto del Magníficat: “dichosa me llamarán todas las generaciones (Lc 1,48).


Es necesario tener presente la escena de la Anunciación para comprender adecuadamente y en su verdadero y pleno sentido mariano-maternal la bienaventuranza proclamada por Jesús. A través del menaje angélico, María ha escuchado meditando la palabra de Dios y la ha aceptado comprometiéndose en alma y cuerpo con ella. María ha creído en la palabra de Dios, y la palabra de Dios se ha cumplido encarnándose en ella. La fe ha suscitado en María una total disponibilidad humilde y generosa a la voluntad salvadora de Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38). Porque ha creído, la Palabra de Dios se encarnó en ella, y la salvación se ha realizado: “sacrificio y oblación no quisiste; pero me has dado un cuerpo He aquí que vengo para hacer tu voluntad” (Heb 10,5-9)



Zacarías, anciano y sacerdote, reaccionó con dudas ante el anuncio del ángel Gabriel. María la virgen,, la sencilla joven de Nazaret, cree en el ángel.
María se abandona a la gracia de Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Aquí María se siente la representante del pueblo de Israel.
En esta palabra, Lucas nos muestra cuánto aprecia a María en cuanto a mujer. Ella se entrega a la Palabra de Dios de un modo muy distinto a como lo hace Zacarías y confía plenamente en ella.


Una mujer se hace la representante del pueblo de Israel. Al entregarse a la Palabra de Dios, le toca en suerte la salvación del pueblo. La actuación es por iniciativa de Dios, pero depende también de la decisión de los hombres, como si Dios tuviera que concederse permiso para actuar. María otorga un lugar a la actuación de Dios en su vida personal y eso tiene consecuencias para toda la humanidad.