miércoles, 30 de mayo de 2012

Nuestro bautismo

Nuestro bautismo

            En muchas ocasiones la razón más importante que tienen los padres para bautizar a sus hijos pequeños es de orden estrictamente religioso. En el catecismo y en la predicación eclesiástica se enseñan unas ideas teológicas que empujan a la gente para que bautice a sus hijos cuanto antes. Esas ideas religiosas se reducen, en el fondo a una cosa: el bautismo es necesario para quitar el pecado original, lo cual, a su vez es necesario para que el niño pueda salvarse; de no estar bautizado, si muere, iría al limbo. Según esta teología, ampliamente difundida, el sentido fundamental del bautismo consiste en el valor purificador que tiene para borrar el pecado original. Además, en esa teología, el pecado original es visto como una especie de mancha, algo así como una maldición que pesa sobre el bautizado; algo, en definitiva, que hay que quitarle cuanto antes, para que sea hijo de Dios, para que empiece a ser un ángel, un ser en gracia. Si la gente está persuadida de que es necesario bautizar a los niños pequeños, eso se debe a que el clero, por lo general, tiene la misma persuasión.

            La consecuencia inmediata e inevitable es que el ingreso en la comunidad de la iglesia ha dejado de ser el resultado de una decisión personal y se ha convertido en un hecho sociológico: Así forman parte de la iglesia no aquellos individuos que maduramente y conscientemente dan el paso de la increencia a  la fe, sino todos los sujetos que nacen en una determinada región, en un país o en tal grupo sociológico. Por consiguiente, lo que en la practica decide la permanencia a la iglesia no es la conversión cristiana, sino el nacimiento .  pero todavía hay algo más grave, seguramente que la idea fundamental que ha quedado en las familias sobre el bautismo es que quita el pecado.

            Según el Nuevo testamento, el bautismo es el acontecimiento decisivo que marca la ruptura definitiva con una forma de vida, para pasar a otra forma de vida, que consiste en el seguimiento de Jesús, asumiendo su escala de valores y su destino.

            En tales circunstancias todo el mundo estará de acuerdo en que de esta manera la iglesia no ofrece, ni puede ofrecer, una auténtica alternativa a la sociedad. Porque la iglesia viene a coincidir con la sociedad. Y entonces los males y miserias de la sociedad son igualmente los males y miserias de la Iglesia. ¿Qué queda entonces del proyecto comunitario de Jesús? ¿Qué queda de las exigencias evangélicas vividas por un grupo, el grupo de bautizados? ¿Qué queda  del bautismo entre dos formas fundamentales de entender la vida, entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte? LO ÚNICO QUE QUEDA DE TODO ESTO ES LO QUE SE ESCRIBE EN LOS LIBROS.

            El bautismo cristiano es el punto de partida para que la Iglesia pueda ofrecer la alternativa cristiana a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Esto ha traído consecuencias para muchos cristianos. Consecuencias en primer lugar para la misma Iglesia, que al masificarse indiscriminadamente, ha dejado de ser en la práctica la comunidad de los verdaderos creyentes  y se ha convertido en la masa amorfa de todos los ciudadanos nacidos y bautizados en ciertos países o en tales grupos sociales. Consecuencias en segundo lugar para los cristianos, que en su vida concreta apenas si saben ni viven las exigencias que comporta su propio bautismo, el acto más importante que debería marcar la orientación de toda una existencia.

            Si se nos preguntara si en los documentos de la Iglesia aparece alguna mención sobre el bautismo de los niños, ¿qué podemos responder?

            En el Nuevo Testamento se hace mención al bautismo de “grupos”; pero, ¿Había niños en tales grupos? Cuando se habla del bautismo de toda una familia – “ él y toda su casa”, “él y todos los suyos”  (Corintios 1:16; Hechos 11,14;16. 15,33;18,8.) Es muy pausible pensar que sí, que había niños: en el lenguaje corriente con la palabra “casa” se designaba al padre de familia, a la madre y a los hijos de cualquier edad; y la palabra incluía además toda la parentela y la servidumbre que vivía bajo el mismo techo.

            ¿No dice acaso san Pablo: “El marido no creyente queda santificado por su mujer creyente, y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente. Si no fuera así vuestros hijos serían impuros, más ahora son santos (1Cor 7,14). Las palabras “santificado” y “santo” tienen un sentido muy preciso y se emplean normalmente para referirse a auténticos cristianos.

            Cada uno de nosotros, los nacidos de nuevo, somos según la palabra de Dios “sacerdotes”: Más vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.” (1Pedro 2 ,9) Es de suma importancia que acompañemos cada domingo a nuestros hijos a la eucaristía si nos fijamos en el modelo bíblico de la iglesia vemos en que radicaba su poder: preservaban cada día en tener fervor con todo el pueblo, y el resultado era que el Señor añadía cada día a la Iglesia a los que habían de ser salvo.

Los hijos disciplinados y  obedientes no “aparecen de la noche a la mañana” Los padres son responsables de amar, enseñar y disciplinar a sus hijos.

            Cuando los padres enseñan a sus hijos el camino hacia el cielo, los están preparando para una vida maravillosa que nunca terminará. Mientras los niños son muy pequeños pueden aprender lo que agrada y desagrada a sus padres, pero también lo que le agrada y desagrada a Dios.

Tenemos una hermosa promesa del Señor después de la llamada  “gran comisión”:  “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del hijo, y del Espíritu Santo; enseñandoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28: 19-20)

            Él es fiel y está con nosotros todos los días, ¿estamos nosotros cada día con Él?


            ¿Somos sacerdotes cada día o sólo de domingo en domingo?








viernes, 4 de mayo de 2012

Bendecir a los demás

.Dios dijo a Abraham: "En bendición te bendeciré... en tu simiente todas las naciones de la tierra serán bendecidas" (Génesis 22:17-18). Él estaba diciendo: "La razón por la que te bendigo, Abraham, es para que puedas bendecir a todas las naciones".

Obviamente, muy pocos de nosotros estamos llamados a bendecir a las naciones enteras, pero cada uno de nosotros tiene un círculo de familiares, amigos y colegas. ¿Cuántos en su círculo están siendo bendecidos por lo que el Señor está haciendo en usted? ¿Son sus amigos y familiares bendecidos porCristo en Usted?

Cuando empieza a  bendecir a otros en medio de sus pruebas sabrá que la bendición de la mano de Dios esta sobre Usted. Esto es lo que pasó con David, cuando sus enemigos no le mostraron misericordia, él declaró: " No importa que me maldigan, ¡bendíceme tú! Podrán atacarme, pero quedarán avergonzados,mientras que este siervo tuyo se regocijará " (Salmo 109:28). David clamó a Dios para pedir ayuda y bendición, ya que sus enemigos le maldecían.

Jesús nos ordena: "Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen" (Mateo 5:44). Si Usted puede mantener esta palabra, seguramente es un bendecido del Señor.

Por último, los que son bendecidos están siendo dirigidos cada vez más cerca del Señor. Dios no bendice sin llamar a esa persona más cerca de sí mismo, instando: "acércate más a mí". La mayor cercanía a Él es más de la
bendición.

Tal vez Usted todavía dice: "No veo en mi vida ninguna evidencia de la bendición de Dios. Mi vida no está  marcada por estas cosas que Usted menciona. ¿Cómo puedo tener la bendición de Dios?"

Amado, ¡alégrese! ¿Ama Usted la Palabra de Dios? ¿Le encanta ir a Su casa con otros creyentes? ¿Su mente corre a Jesús durante todo el día? ¿Habla con Él? Si Usted puede contestar "sí" a cualquiera de estas preguntas, puede estar seguro que Él le está dirigiendo, Él le esta bendiciendo.

David Wilkerson
 




miércoles, 2 de mayo de 2012

Agustín Villamor: un misionero según el corazón de Dios

 Gracias a la vida estos grandes misioneros como Agustín, América Latina y el Perú son un continente y un país católico. Y fueron grandes misioneros, porque no se anunciaron a sí mismos sino a Cristo y su misterio de salvación, núcleo de toda evangelización, ya que Cristo manifiesta el Plan del Padre y le revela a la persona humana, el modo de llegar a la plenitud de su propia vocación.

Fueron grandes misioneros porque fueron misioneros según el corazón de Jesús, el primer evangelizador, porque supieron representar  al único Buen Pastor, el Señor Jesús, haciendo entrar a sus ovejas por la única puerta de la salvación que es Cristo.

Fueron grandes misioneros porque tenían un amor profundo por los indios que los impulsaba a llevarles el mensaje de la fe de manera sencilla, directa, completa y armoniosa. Y, a partir de Cristo, los educaban a resolver las exigencias de la vida, tanto personal, familiar, como social.

Es decir había una visión de evangelización integral, siguiendo el modelo de la Cruz que está constituida por dos maderos: el vertical que representa la evangelización-salvación, y el horizontal que representa la evangelización-promoción humana. Suprimir alguno de estos maderos o dimensiones de la evangelización, convertiría la Cruz de Cristo en una estaca o en un palo tirado en el camino, y no en la Cruz gloriosa del Señor Jesús. Estos grandes misioneros tuvieron siempre presente la concepción integral de la evangelización, en la que sin menoscabo alguno del anuncio del Evangelio y la educación en la fe, se buscó servir al hombre de manera integral.

Fueron grandes misioneros porque mantuvieron una perspectiva integral en la que evangelización-salvación y la evangelización-promoción humana no están opuestas sino armónicamente unidas. Al ir a las raíces de evangelización de América Latina, podemos descubrir que la identidad de nuestro Continente se va forjando del anuncio de la Palabra y de la promoción humana como realidades que van siempre unidas.

Los misioneros son los hombres  de la caridad: para poder anunciar a todos los hombres que son amados por Dios y que él mismo puede amar, los misioneros como Agustín dan un testimonio de caridad para con todos, gastando la vida por el prójimo. EL misionero es el "hermano universal"; lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres, particularmente a los más pequeños, los marginados y los más pobres. En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusiónes ni preferencias.

 Lo mismo que Cristo, los misioneros aman a la Iglesia: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella" (Ef 5, 25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana —como dice san Pablo— es "la solicitud por todas las Iglesias" (2 Cor 11, 28). Para todo misionero y toda comunidad "la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia".

Los misioneros son los hombres  de las Bienaventuranzas. Jesús instruye a los Doce, antes de mandarlos a evangelizar, indicándoles los caminos de la misión: pobreza, mansedumbre, aceptación de los sufrimientos y persecuciones, deseo de justicia y de paz, caridad; es decir, les indica precisamente las Bienaventuranzas, practicadas en la vida apostólica ( Mt 5, 1-12). Viviendo las Bienaventuranzas los misioneros experimentan y demuestran concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido. La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior que tantas veces comunicaba Agustín a los que le conociamos, Alegría que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, los misioneros de la "Buena Nueva" son hombres  que han encontrado en Cristo la verdadera esperanza.



El verdadero cristiano


Foto Agustín Villamor Herreo



El verdadero cristiano está por encima de toda ideología y se halla donde el hombre se abre a Dios y al otro, siempre que se da verdadero amor y superación del egoísmo, siempre que el hombre busca la justicia, la solidaridad, la reconciliación y el perdón, existe cristianismo y emerge la estructura crística dentro de la historia humana. Por tanto, el cristianismo no se realiza tan sólo allá donde es profesado explícitamente y es vivido ortodoxamente, sino que se manifiesta siempre y allá donde el hombre dice si al bien, a la verdad y al amor.
           
Este planteamiento nos invita a tener una mente abierta al diálogo y a un pluralismo teológico-religioso, para no encerrarnos en un dogmatismo de carácter fundamentalista. El verdadero cristiano no es simplemente el que así se denomina y se afilia a la religión cristiana, sino el que vive y hace realidad su vida, aquello que Cristo vivió y por lo que fue apresado, condenado y ejecutado. El mismo Jesús dijo a sus discípulos y amigos. No es el que me dice Señor, Señor, el que entrará en el Reino de los cielos, sino aquel que cumpla la voluntad de mi padre. Ser cristiano de verdad es mucho más que confesar de labios a Cristo, más bien significa vivir la estructura y el comportamiento que vivió el mismo Cristo: amor, perdón, confianza total en Dios. Existe todavía gente que confunde el ser cristiano con el hecho de estar apuntado en un registro determinado, éstos son los cristianos de número. A ellos conviene recordarles que sin compromiso se autoengañan. El cristianismo es la vivencia concreta y consecuente, en la estructura crística, de lo que Jesús de Nazaret vivió como total apertura al otro, amor indiscriminado, fidelidad inquebrantable a la voz de la conciencia y superación de todo lo que ata al hombre a su propio egoísmo.
           
No es verdadero cristiano el miembro confesional de la religión, sino aquel que se ha hecho realmente humano en virtud de su vivencia cristiana. No el que observa servilmente un sistema de normas y leyes, con vistas a sí mismo, sino el que se ha hecho libre para la simple bondad humana.

martes, 1 de mayo de 2012

Sanidad asegura que el aborto es una prestación que está garantizada

 

Nos suben la gasolina y la electricidad, nos cierran hospitales, nos recortan las pensiones, despiden personal, ponen peaje en las autovías, cierran oficinas... porque no hay dinero. Pero sí hay dinero para las clínicas abortistas.

El anuncio llega después de que las dos clínicas que prestan este servicio en Aragón hayan cerrado porque el Gobierno autonómico les adeuda 800.000 euros


El Ministerio de Sanidad ha recordado hoy que la interrupción voluntaria del embarazo es una prestación incluida en el Sistema Nacional de Salud que se tiene que cubrir en todas las comunidades autónomas y que está garantizada.
«Si no lo hacen las clínicas privadas, con las que había concierto, lo tendrán que hacer los hospitales públicos. No hay ningún problema. La prestación está garantizada», han señalado las mismas fuentes del Ministerio de Sanidad.
Así lo han subrayado a Efe fuentes del Ministerio de Sanidad tras conocerse que las clínicas que atienden la demanda de aborto en Aragón han dejado de prestar este servicio público por el dinero que les adeuda el Gobierno de la comunidad.
Según informa la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo, ACAI, el Departamento de Salud aragonés adeuda a las clínicas Actur y Almozara de Zaragoza más de 800.000 euros que además no figuran en los presupuestos para 2012.
Por este motivo, el PSOE ha anunciado hoy que pedirá la comparecencia urgente de la ministra de Sanidad, Ana Mato, con el objetivo de conocer las medidas que adoptará el Gobierno para hacer cumplir la ley a las comunidades autónomas que incumplen a las mujeres ejercer sus derechos.

El sufrimiento de Job

Aun cuando es común considerar al libro de Job como el libro de la Biblia que explica y trata el sufrimiento, la verdad es que no es así. “La mayoría dice que el tema de Job es la eterna pregunta: ¿por qué un Dios amante y justo permite que el justo sufra? Pero si ese es el tema del libro, ¡la pregunta nunca recibe respuesta El tema se lo expresa mejor como: “¿Cómo sufre el justo?”.
           
 La experiencia de Job es bien conocida. Job perdió todo lo que tenía. Perdió sus bienes, sus sirvientes, e incluso sus hijos e hijas. ¿Cómo reaccionó Job ante una tragedia de semejante magnitud? Leemos que “entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postro en tierra y adoró, y dijo: desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito. En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a dios despropósito alguno” (Job 1: 20-22).
           
 Primero que nada, Job en verdad sufrió; sufrió intensamente. En segundo lugar, expresó su sufrimiento en la manera acostumbrada en aquel tiempo: rasgó sus vestidos, se afeitó la cabeza, y se postró en tierra. Pero, en tercer lugar, y más importante que nada, también adoró. La intensidad de su sufrimiento no le hizo alejarse de su Dios. Su fe fue lo suficientemente fuerte como para resistir la prueba del sufrimiento.
           
Más adelante Dios le concedió a Satanás permiso para afligir la propia persona de Job. “Entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza. Y tomaba Job un tiesto para rascarse con él, y estaba sentado en medio de ceniza” (Job 2:7-8). Ahora Job había perdido incluso la salud. Su esposa, tal vez tratando de darle algún consuelo, y tal vez torpemente como ocurre con tanta frecuencia cuando uno se esfuerza en vano por hallar palabras para decírselas  a la persona que sufre, le aconsejo que cambiará de dioses: “ ¿aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete” (v 9). Para ella, la muerte hubiera sido mejor que el sufrimiento que Job estaba pasando.
           
 Job reaccionó aferrándose tenazmente a su Dios. “Y el le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios” (Job 2.10)
            Se debe de notar que Job creía que el Señor todopoderoso enviaba tanto el bien como el mal. Para los creyentes del Antiguo Testamento la soberanía absoluta de Dios nunca fue problema.
           
Ha sido proverbial decir que debemos soportar el sufrimiento “con la paciencia de Job”. Sin embargo Job protestó, argumentó, discutió. Planteó serias preguntas, y se defendió ante las acusaciones de haber cometido algún pecado grave. Sus amigos, en sus torpes esfuerzos por consolarlo, todo lo que dieron fueron respuestas cojas. Elifaz insistía en que nadie sufre sin causa. Bilbad acusó a Job de haber hecho en su pasado algo terriblemente malo que no quería confesar, y por lo tanto, su sufrimiento era consecuencia de su propio pecado. Zofar, el ortodoxo moralista, dijo que si Job se apartará del mal Dios lo restauraría. Eliú dijo que Job ni siquiera estaba recibiendo suficiente castigo. Job responde cada vez, defendiéndose. No había hecho nada para merecer tal aflicción.
           
 Después, hacia el final del libro, Dios habla. Lo más interesante y significativo es que el Señor se limita a darle a Job más en que pensar. Dios nunca le da respuesta a sus preguntas, ni tampoco explicación alguna en cuanto a por qué estaba sufriendo. No le dice nada respecto al diálogo que tuvo lugar en el cielo antes de que le diera permiso a Satanás para afligir a Job.
          
  ¿Respondió Dios a las preguntas de Job respecto al sufrimiento e injusticia? En realidad, no. Pareció deliberadamente evadir una explicación lógica punto por punto. Al responder a la oración de Job Dios llama su atención a Su misericordia, a Sus maravillas, a su omnipotencia, pero no le da ninguna explicación acerca de los sufrimientos.
           
También es muy significativo que Dios nunca le cuenta a Job el reto que Satanás había presentado, y el permiso que Él le había concedido al adversario para que hiciese daño a Job. La lección más prominente aquí es que algunas veces nunca sabremos las razones para  algunos de los sufrimientos que nos vienen.
            Otra razón que brota del libro de Job es que es propio protestar, quejarse e incluso discutir con Dios acerca de nuestro sufrimiento. Él sabe lo que estamos atravesando, y conoce íntimamente nuestras más profundas emociones y sentimientos.
           
Finalmente, del intenso sufrimiento de Job y su experiencia podemos aprender que realmente no es la enormidad o elevado grado de sufrimiento lo que hace que un hombre o una mujer se desplome bajo la aflicción. Es más bien la pequeñez de su Dios, o tal vez la falta de solidez en su creencia en Dios, la razón por la que muchos hombres y mujeres se destrozan en cuanto el sufrimiento viene. También podemos aprender que no hay nada que Dios nos quite que no nos devuelva por multiplicado.