domingo, 13 de abril de 2014

Xabier Pikaza: Teodicea. Itinerarios del hombre hacía Dios



Xabier Pikaza conoce muy bien a Dios y entiende perfectamente los signos de los tiempos. Sus palabras y sus escritos son un desafío - incómodo muchas veces - en medio de una Iglesia indiferente, apática, en medio del pecado que abunda, en medio de la tibieza, en medio del confort de una iglesia jerárquica cómplice del sistema opresor que produce oprimidos y deprimidos en serie.

Sus libros  y sus artículos publicados en su blog constituyen un verdadero tesoro para el pueblo cristiano de estos tiempos, y la señal de que Dios habla en este tiempo buscando  siervos y siervas que le respondan.
Xabier Pikaza uno de los mejores teólogos de este país. Después de toda una vida hablando de Jesús y del Evangelio.
Nació el 12 del VI de 1941 en Orozko, Euskadi.
– Ha cursado estudios en la Universidad Pontificia de Salamanca (Doctor en Teología), en la Universidad de Santo Tomas (doctor en Filosofía) y en Instituto Bíblico (Roma); ha ampliado estudios en las universidades de Hamburg y Bonn (Alemania).
– Ha sido religioso de la Orden de la Merced y presbítero de la Iglesia católica, siendo catedrático de la Universidad del Episcopado Español. Ha debido abandonar la enseñanza oficial y ha renunciado a la vida religiosa. Actualmente está casado con M. Isabel Pérez Chaves.
– Doctor en Teología por la Univ. Pontificia de Salamanca (1965), con una tesis sobre Dialéctica del Amor en Ricardo de San Víctor
– Doctor en Filosofía por la Univ. de Santo Tomás de Roma (1972), con una tesis sobre Exégesis y filosofía en R. Bultmann
– Licenciado y candidato a doctor en Sagrada Escritura por el Instituto Bíblico de Roma (1972)
Es importante que en este mundo trivializado y gris, sin utopías ni ilusiones encontrar a personas como Xabier Pikaza,
que por su modo de ser, comuniquen luz y ánimo para que podamos ser humanos y cristianos. A estas personas hay que buscarlas como se busca una perla preciosa y el agradecer a Dios el haberlas encontrado. Teólogos como Pikaza, Meier, Joachim Jeremías, Bonhoefer… son este tipo de personas y teólogos que no siendo en “todo perfectos “se muestran humanos y comunican dignidad, esperanza, amor y sentido de la vida.
Sí, Jesucristo es la única persona que puede decir siempre y en todo momento, en presente sin apelar a un pasado para nosotros inexistente o a un futuro desconocido: Yo Soy. Jesucristo, por ser Dios, es Amor, y por eso no es un Fue cansado ni un Será dubitativo, sino un Es amante, que no se agota amando, pues el amor perfecto, divino, a diferencia del humano, no tiene fin. He aquí la esencia misma del Amor de Dios. Amar sin poder, sin querer dejar de amar.
Lo importante para nosotros no es lo que quiere la Iglesia, sino saber lo que quiere Jesús.
No por un interés personal, sino pensando en todos los hombres y mujeres para el que el mensaje de la Iglesia institucional se ha vuelto extraño. ¡Cuántas leyes impuras y duras, cuantas esperanzas y consuelos falsos turban todavía en nuestros días la palabra límpida de Jesús y dificultan la verdadera conversión de muchas personas!. Cuando las Sagradas Escrituras nos hablan del seguimiento de Cristo predican la liberación de los hombres y de las mujeres con respecto a todos los preceptos humanos, con respecto a todo lo que nos oprime y nos agobia y a todo lo que oprime y atormenta las conciencias. Todavía hoy en día es muy difícil caminar por el estrecho sendero de las decisiones eclesiásticas manteniéndonos en la inmensidad del amor de Jesús para con todos los hombres.

Si existiera un premio Nobel para la teología no me cabe duda de que Xabier Pikaza sería merecedor de él por sus magistrales obras.


Sobre un mundo con mucho mal e inmenso sufrimiento, miles de hombres y mujeres gritan cada día: « ¿Dónde estás, oh Dios?» (Salmo 42). Por eso, más que un Dios como enigma racional, me ha importado el Dios comprometido con los hombres, y así me he atrevido a trazar su itinerario de una forma práctica, desde una perspectiva cristiana.
Empezaré hablando del hombre como viviente a quien Dios mismo despierta a la existencia personal y social; quiero dejar que Él se revele en el mismo corazón de nuestra vida humana. Expondré después los argumentos a favor o en contra de Dios, tal como han sido planteados en la filosofía de Occidente, lugar donde ha surgido la cuestión de la teodicea como juicio que la historia eleva frente a Dios.
Contemplaré al ser humano como pregunta teológica: abierto a Dios, viviendo en amor y libertad, pero capaz de negarle y suicidarse. Y estudiaré las grandes paradojas que suscita Dios, a quien solo podemos conocer ensanchando el horizonte de nuestras razones y experiencias. Así concluye este itinerario, dejando abierto el camino a la posible fe religiosa.

Ésta es una prueba, que el mismo Tomás de Aquino había insinuado en la Summa Theologica (I-IIae, q.9, a.6), afirmando que el hombre sólo puede obrar (amar) porque Dios le ha impulsado para hacerlo, en una línea que yo he simbolizado en el gesto de la madre y del padre (cf. tema 3). Pues bien, sin negar ese principio, quiero añadir que el amor de madre-padre resulta insuficiente para entender lo que somos y para realizarnos como humanos, pues nos impulsa y eleva un movimiento más fuerte de amor enamorado, descubierto y descrito por poetas y místicos, empezando por San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti» (Confesiones 1, 1 ,1).

Dios no quiso hacernos «para él», es decir, como servidores suyos, con un fin egoísta (tenernos sometidos bajo su dominio), sino para que pudiéramos ser nosotros mismos (es decir, seres en libertad), en comunión con él y con todos los demás. Dios se define así como infinito (trascendencia) de amor, que existe en sí, pero impulsando y haciendo que las restantes realidades sean. En esa línea añadiré que la meta del hombre no es hacerse Dios (y dejar así de ser humano), sino hacerse y ser plenamente humano, en comunión con Dios, en diálogo personal de amor, que puede superar las fronteras de la muerte.

Dios no llena el espacio de la realidad para ser el único existente, sino que lo hace vaciándose de sí, como contrayéndose, para abrir un espacio de vida en amor, a fin de que los hombres podamos ser y buscarle en libertad y encontrarle en gozo compartido (en donación mutua de vida). Este camino de amor es la prueba de Dios. Quien la recorra y valore sabrá que el Amor es lo primero, y podrá descubrir a Dios como Amante que se ha vuelto Amado, pues quiere (y nos capacita para) que le amemos.
Ésta es la grandeza de Dios, que no quiere presentarse como único Amante (de manera que nosotros simplemente le acojamos, dejándonos ser), sino como aquel que tras amarnos (al hacerlo) se vuelve Amado (como necesitado de amor), abriendo un camino de vida a los hombres, como indicaré, con la ayuda de Juan de la Cruz, en este capítulo que he puesto al principio de las pruebas de Dios en nuestra vida (acción, libertad, historia, comunicación) .

1. Ausencia provocadora. Como ciervo huiste
Dios (Vida originaria) nos despierta a la conciencia no solo para que él nos pueda amar, sino para que podamos responderle amando, es decir, para buscarle apasionadamente como Amado, saliendo a su encuentro a través de una fuerte y arriesgada travesía que define nuestra existencia. Nada de aquello que sabemos o tenemos fuera de él ha podido despertarnos de esa forma, poniéndonos en marcha, no para esperar pasivos el amor que viene, sino para salir a su encuentro, buscando al Amado, como saben y cantan unos versos de Juan de la Cruz:

a. ¿Adónde te escondiste?

Ésta es la prueba del amor activo (ardiente) que han podido descubrir y describir grandes poetas y místicos, en la línea de Juan de la Cruz, que empieza presentando a Dios como presencia efusiva (insinuante) de amor, que brilla un momento y parece marcharse, para que podamos ser nosotros mismos y para que así, en libertad activa, le busquemos, como dice el salmo del amante desterrado:

Como busca la cierva corrientes de agua así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten ¿dónde está tu Dios? (Sal 42, 2–4) .

Busca agua la cierva por necesidad biológica, y el amante humano busca a Dios porque tiene otra sed, porque le ha podido ver y se siente desterrado, lejos de su templo (casa, santuario) y quiere recorrer el camino anhelado, sufrido, que le lleva en amor al Señor de las Aguas, el único que puede saciar su deseo de vida (el Amado). Este amante desterrado tiene quizá otras personas a su lado, pero ellas no le sacian, sino que incluso, a veces, le hieren, preguntando ¿dónde está tu Dios? para acusarle diciendo que esta des-amparado, que nadie le espera, que su llanto carece de respuesta. Con esta imagen del ciervo del salmo, que es un fiel desterrado, que busca agua de amor, retomamos nuestro itinerario, siguiendo el testimonio de Juan de la Cruz. En la tradición amorosa, la imagen del ciervo que es signo del alma (persona) que anhela a Dios y busca el agua, ha venido a convertirse en figura del mismo Dios que ha herido al hombre, poniéndole en movimiento para que inicie el camino de amor, itinerario de su vida. La experiencia religiosa se define así como revelación y presencia, es decir como incitación (invitación) al amor, según sabe y dice Juan de la Cruz, al principio del Cántico Espiritual (CB 1). Que los hombres puedan amar y que lo hagan de una forma apasionada, buscando al Amado, es una prueba intensa de la existencia de Dios:

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

El hombre despierta a la vida en amor sabiendo que Alguien le ha mirado y le ha llamado. En el principio ha existido un brillo o vislumbre antecedente, un pre-sentimiento de Aquel que nos ha despertado a la conciencia por (para) el amor, es decir, Dios. En esa línea, el hombre no aparece ya como un simple ser pasivo, a quien otros han de amar, sino como amante muy activo en busca de Amado (es decir, de aquel que le ha llamado a la existencia).

En este contexto se sitúa nuestro «itinerario» de Dios, y es necesario un «mapa» que nos oriente y sitúa en la marcha. El hombre no empieza buscando en la nada, sino respondiendo a la rápida señal (chispazo) de Aquel que le ha engendrado en amor al herirle. Ese brillo han sido unos ojos fugitivos de amor infinito, que aparecen y miran por un instante en el bosque, para luego desaparecer, dejando así un hueco iluminado para la búsqueda más honda, para la travesía más intensa.

Conforme al signo de Gn 2, 18-20, Adán vivía en un paraíso de plantas y animales, y así estábamos nosotros, trabajando en solitario, sin reconocernos nuestro destino más alto, ni entender el sentido de nuestra existencia: Por qué, ni para qué, ni cómo. Sólo cuando el Amado (ella o él), aparece en el horizonte del bosque-jardín, cuando mira con total intensidad y pasa raudo tras herirnos con sus ojos, podemos despertar y despertamos, como supo de algún modo el mismo Adán diciendo ante Eva: «Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos» (Gn 2, 23-24). Pero en el principio de la gran herida que nos despierta en amor a lo que somos de verdad no está simplemente Eva, ni otro Adán, sino el mismo Dios que nos hace para amarle.

Este Amante (ciervo) del Cántico se ha ido, tras mirarnos (engendrarnos) en amor, abriendo así un hueco en nuestro corazón para que le busquemos (haciéndose nuestro Amado), tras haber recibido su impacto. Así se expresa el a priori (fundamento) real de nuestra realidad, como buscadores de amor, personas: Despertamos a la vida cuando el Amante nos llama, y nosotros respondemos para buscarle como Amado a quien queremos confiar nuestra vida, realizándola con él, como suponen los versos de Juan de la Cruz .

El amor del que nacemos aparece así como gran herida de Dios que nos hace superar la naturaleza donde estábamos dormidos, para despertar como personas y buscarle, queriendo en él a todos los demás seres humanos. Nos ha despertado el Amante con su «flecha», y así podemos responder, buscándole como Amado. De una herida del Amante hemos nacido, surgiendo en el hueco que ha dejado al impulsarnos con sus ojos y marcharse, de manera que podamos (debamos) buscarle, por pasión de amor, no por imposición de naturaleza.

b. Salí tras ti clamando. Un itinerario

Desde ese fondo descubrimos que nuestra raíz no es el pecado (no somos unos desterrados, almas caídas del cielo), pues de una llamada de amor hemos nacido y así podemos responder amando. El Amor nos ha creado, y así somos capaces de enamorarnos, pues él nos amó al mirarnos y llagarnos con su flecha (es Amante) y nosotros le deseamos ahora como Amado, no simplemente como madre o padre (cf. tema 3).

1. ¿Adónde te escondiste, Amado? Este comienzo del Canto supone que el Amante se ha elevado un momento y nos ha mirado, para luego esconderse, tras herirnos (enriquecernos), a fin de que respondemos buscándole como Amado. Este ocultamiento es una experiencia fundacional (e histórica), que define la vida de amor de los hombres, como supone el Cantar de los Cantares (cf. 3, 3; 5, 6; 6, 1). Lo primero ha sido una vislumbre (una visión) de la que brota todo lo que somos, la vida personal (el despertar humano) que se va tejiendo a través de esta ruptura (dejar lo antiguo: madre, padres) y de esta búsqueda incesante, pues sólo podemos alcanzar nuestra Verdad (que es el Amado) allí donde logremos encontrarle, sabiendo que con él y en él tendremos todo aquello que buscamos. Esa herida y esta búsqueda definen nuestro itinerario hacia el Amado por el gran «mapa» de nuestra vida, porque el Ser de amor sólo se expresa y despliega al ser buscado .

2. Y me dejaste con gemido. Este gesto marca nuestra debilidad y traza nuestra máxima grandeza, como seres que debemos crecer a partir de la privación que surge de la ausencia del Amante, a quien buscamos ya como Amado (cf. Mc 2, 19-20). Con gemido nace el niño y muere el hombre, como destacaba Buda, descubriendo en el fondo del llanto primero una llamada dirigida hacia la Vida: El hombre llora (es dolor) por nacimiento y muerte, por posesión y carencia de cosas, pero, sobre todo, por ausencia y búsqueda amorosa. Este gemido que nace de la ausencia del Amante es necesario y positivo, pues nos dice que él existe, pues nos pone en marcha y nos impulsa a buscarle como Amado (descubriendo así nuestra realidad en esa búsqueda); no es dolor de primer nacimiento, ni soledad de niño huérfano, ni angustia de muerte, sino gemido de amante (hombre o mujer en plena madurez) en busca de su Amado.

3. Como el ciervo huiste. El Amante no es cordero manso, quieto en el redil y sumiso, sino ciervo misterioso, fugitivo, en la naturaleza sorprendida, apareciendo y mirando como amado, y ocultándose raudo, tras darnos así fuerza para que así salgamos a buscarle. El Amante desaparece como si estuviera ocupado en otras cosas y tareas, y sin embargo le buscamos como Amado, porque estamos seguros de que nos ha mirado y despertado porque quiere que le amemos, para así ofrecernos la vida de su gracia: Sabemos que nos ama y que su ocultamiento es un modo de ofrecernos su presencia, y así nos impulsa, dejándose amar, para que sigamos buscándole. Es como animal impredecible y raudo, sobre un bosque de sorpresa y misterio, es Amante que quiere ser Amado, y que por eso se esconce y nos invita a que le busquemos. El hombre sabe que su vida ha de ser un camino de amor, pues el Amante se lo ha dicho al mirarle, antes de haber huido. Se sabe llamado al amor, pero se descubre solo y perdido, en el bosque de la vida, inmerso en un dolor que le precede (ha sido abandonado) y que le impulsa (tiene que llamar, busca al Amado).

4. Habiéndome herido. Nietzsche pensaba que el hombre es un animal enfermo, que ha perdido la inmediatez instintiva que le permitía situarse y responder ante la naturaleza de la que forma parte. Un tipo de tradición católica ha solido afirmar que el hombre ha quedado herido o dañado a causa de un pecado original, que le quitó su conocimiento superior y su perfección originaria. El mito de Platón tomó esta herida como desgarramiento y caída, pérdida de cielo y división humana, pues éramos redondos y nos han partido en dos, y de esa forma cada mitad busca por amor la otra mitad perdida (Banquete). Pues bien, Juan de la Cruz ha interpretado esa herida como huella de Amor, que nos impulsa hacia el Amor completo del Amado, a quien debemos buscar todos, activamente. No es herida de pura carencia (como Nietzsche suponía), sino de exigencia creadora, que nos permite definir al hombre como animal enamorable .

5) Salí tras ti clamando, y eras ido. Este amante humano no quiere volver a la patria perdida o al seno de la madre (como supone el platonismo), pues busca al Ciervo de Amor, que ha cruzado por el bosque misterioso y le ha llamado a la vida al mirarle, encendiendo su amor, para ausentarse después y llamarle de nuevo con su recuerdo. Antes de ese principio se hallaba dormido en el barro de la tierra, en la gran naturaleza (cf. Gn 2). Pero los ojos del Amor le han despertado y respondiendo a su llamada sale y corre por el bosque de la vida, impulsado por el don y la promesa, el recuerdo y la esperanza de los ojos del Amado, a quien busca en el mapa de amor de su vida .

2. Descubre tu presencia, una llamada de amor
La herida y búsqueda anterior traza el argumento de nuestra existencia, como prueba/camino de amor, según Juan de la Cruz. No es marcha de curiosidad, ni de ruptura social y militar (Hégira de Mahoma), sino salir tras ti, despertar, buscar y llamar al Amado, en radical extrañamiento amoroso, para perderse del todo y encontrar la identidad perdida (en un plano más alto), al recibir la vida del Amado, en gesto de amor generoso. Esta tarea del hombre (aprender el amor) es la prueba de Dios (que le inicia en ello), de manera que ambos se encuentran implicados. Se inicia así el correr activo del amante, que abandona las seguridades y persigue a gritos el rastro del Amado (tras ti clamando...).
El primer gesto del hombre es llamar (=clamar), por el bosque de la naturaleza, iniciando la aventura y tarea (itinerario) de amor. El Ciervo Amante nos ha mirado, despertando nuestra vida, pero se ha marchado, dejando en nosotros una huella que nos impulsa a buscarle. No le vemos, pero sabemos que él sigue atento y nos espera, de manera que podemos llamarle y le llamamos, pidiéndole y diciendo que se manifieste (Cántico Espiritual B, 11). El hombre se define así como un ser que ha nacido en Amor y solo vive buscando al Amado, para así encontrarse a sí mismo al encontrarle :

Descubre tu presencia
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura

1. Descubre tu presencia. El amante no busca una presencia en general, sino la de Aquel que le ha herido, haciéndole camino de amor. No recuerda amores de otras vidas (como el platonismo), ni espera tiempos finales (como cierto judaísmo), sino la presencia completa del Amado, en esta misma vida, que es historia de amor. Sin duda, esa presencia será desvelamiento de lo oculto y plenitud de lo esperado, pero es sobre todo cumplimiento del amor, que se ha iniciado con la herida del ciervo en el bosque. Descubre tu presencia significa: ¡Muéstrate en tu plenitud, como persona y haz que yo culmine mi camino, para que así pueda ser lo que tú quieres, lo que ambos queremos! El hombre amante desea que el Dios-Amado se deje ya plenamente amar: ¡Dame tu ser y seamos uno en otro!
Sólo podemos hablar así ante Aquel que nos ha despertado al amor, sacándonos con su herida del sueño de una tierra donde estábamos como aletargados, para que seamos de verdad, pues ser y amar se identifican. Éste a quien deseo amar es aquel a quien pido que descubra su presencia, pues él lo atrae todo, como Aristóteles dijo, en su nivel, al afirmar que Dios lo mueve todo como eròmenos, amado (Metafísica, XII, 7, 1072b). Pero el Amado de Aristóteles no amaba (no era persona); el de Juan de la Cruz es persona, es el Dios de Jesucristo, y ama para que le amemos. El creyente de estos versos sabe que Dios le ama, y le pide que se deje amar, como Amado/Amigo. No le pida a Dios estabilidad cósmica, ni bien concreto alguno (dinero, salud, posesiones…), sino sólo que pueda amarle .

2. Y máteme tu vista y hermosura. Ese Dios-Amado (al que quiero dar mi amor) se expresa como pavoroso-fascinante, en la línea ya evocada al principio de este libro (tema 2). La Biblia vinculaba visión de Dios y muerte, de manera que los videntes de las teofanías exclaman: ¡Ay de mí: voy a morir, porque he visto a Dios! (cf. Is 6, 5). Morían de terror ante el misterio (veían lo invisible), pero seguían abiertos para amor más intenso: Contemplaban al fin la luz más honda y en ella vivían al mirarse unos a otros, en diálogo de amor. Así quiere morir el amante de Juan de la Cruz, para vivir y amar de una manera más alta.
Ésta no es una muerte de cansancio e impotencia (es decir, de agotamiento y duelo), sino de entrega total, en visión de hermosura. Amar significa vivir (y morir) dando vida, para ser así en el otro (o en los otros); morir por (con) el Amado, al verle plenamente, en desnudez y plenitud de vida. Quien quiera ganar su vida la perderá: quien quiera asegurarse en sí mismo morirá por siempre, pues su vida encerrada en sí misma termina (cf. Mt 16, 24-28). Poder amar de esta manera, descubriendo a Dios como Amado a quien se puede regalar la vida, es una prueba radical de su existencia, en gesto de entrega personal .

3. Mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura. Las palabras anteriores (máteme tu vista y hermosura) significan «sáneme tu presencia», pues la muerte de amor es encuentro personal y vida compartida que nos permite así los límites de una individualidad cerrada en sí misma. En ese borde de la vida, matar es curar, morir es sanar, pues de esa forma se nace a una Vida que vence a la muerte, como destacan las formulaciones más hondas de Juan de la Cruz, que nos permiten interpretar y superar el miedo de la muerte.
El hombre es un ser que tiene miedo de morir, y vive de esa forma esclavizado por su propio miedo, como sabe Heb 2, 14-15. Pues bien, allí donde el hombre puede amar y se entrega al Dios amado se supera el miedo de la muerte, se alcanza la salud completa: «La enfermedad de amor no tiene otra cura sino la presencia y figura del Amado… La razón es porque la salud del alma es el amor de Dios, y así, cuando no tiene cumplido amor, (el alma) no tiene cumplida salud, y por eso está enferma. Porque la enfermedad no es otra cosa, sino falta de salud, de manera que cuando ningún grado de amor tiene el alma, está muerta; más cuando tiene algún grado de amor de Dios, por mínimo que sea, ya está viva… pero cuanto más amor se le fuere aumentando, más salud tendrá, y cuando tuviere perfecto amor, será su salud cumplida» (Comentario al Cántico B 11, 11).

Estos versos nos sitúan ante la medicina del amor, una terapia de hermosura/comunicación, que es salud y riqueza del hombre que quiere vivir y ser rico dando su vida al Amado. Sólo esta experiencia de amor radical nos permite afirmar que hay Dios, y añadir que él es fuente y sentido, salud radical y esperanza de vida para sus amigos, de manera que podemos amarle y morir en sus manos, para así resucitar en un plano más alto de vida. Dios no es sólo aquel que nos ama (como madre protectora), sino aquel que se deja amar, de manera que podemos entregarnos en sus manos y amarle, ayudándole así con nuestro propio amor, como supo E. Hillesum, es decir, cuando se ofreció para ayudarle .

Ni las demostraciones cósmicas (ni la atracción a la que alude Aristóteles) logran alcanzar a Dios en sí, como persona (tema 5); tampoco podemos postular su existencia partiendo del análisis de la voluntad y de su posible imperativo (temas 7). Sólo allí donde alcanzamos la raíz del amor como Vida de todo lo que vive, recorriendo su camino, podemos afirmar que hay Dios, y que su presencia es salud, es decir, plenitud de realidad para los hombres, experiencia compartida: «El amor nunca llega a estar perfecto hasta que emparejan tan en uno los amantes, que se transfiguran el uno en el otro, y entonces está el amor todo sano» (Comentario al Cántico B 11, 12).
De esa forma, Dios aparece postulado (Kant; cf. tema 7) o, mejor dicho, descubierto y experimentado como principio y sentido de este itinerario de amor que es la vida, que empieza con la llamada del Amante-Dios (al despertarnos a la vida) y que culmina en su revelación final, cuando Dios venga a revelarse plenamente como Amado a quien podemos dar plenamente nuestra vida, dándola a los otros seres humanos, pues la vida se entiende así como recorrido por (en) el amor de Dios .

Sólo quien ama en plenitud puede afirmar que hay Dios, no por demostración objetiva, sino por experiencia de enriquecimiento, cuyo testimonio él puede presentar a los demás, como hace Juan de la Cruz en los versos que he comentado. Ésta es una prueba intransferible, que nadie puede realizar por otro: Quien haga el recorrido del amor, verá que hay Dios, un Dios que le llama en el principio, le trasciendo y espera, no sólo al final, más allá de este mundo, sino en el mismo mundo, que es lugar y signo de su presencia, dejándose amar y luego amando (en un contexto donde Dios aparece como Amado). En esa línea irá mostrándose Dios y le veremos como infinito de amor y aseidad (cf. tema 19).

Articulo Extractado

Teodicea.
Itinerarios del hombre hacia Dios

Ediciones Sigueme





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