jueves, 6 de abril de 2017

El Padrenuestro


 
 
En los evangelios sinópticos Jesús aparece en varias ocasiones orando. Seguramente el evangelista que más insiste en esta característica es Lucas, pues hace referencia en ocho ocasiones a la oración de Jesús, colocada en los momentos más significativos  de su ministerio publico: al comienzo durante su bautismo (3,21) en los primeros pasos de su predicación (5,16), en el momento de la elección de sus apóstoles (6,12), instantes previos a la confesión de Pedro (9,18), durante la transfiguración (9,29) en la última cena pidiendo que pedro no caiga en tentación (23,32), desde la cruz rogando por aquellos que le crucificaron (23,34). Por lo demás, en la enseñanza de Jesús encontramos parábolas que sirven para insistir en la necesidad de orar: el amigo inoportuno (11, 5-13), la viuda y el juez (18, 1-18), el fariseo y el publicano (18, 11,13), teniendo en cuenta tanto este aprecio de Jesús por la oración como su reclamo a orar siempre, es fácil explicar que los discípulos le pidieran que les enseñe a orar (11,1). Respondiendo a este ruego les enseñó la oración del padrenuestro (Lc 11, 2-4).

La oración del Padrenuestro no sólo responde al deseo de los discípulos de Jesús de orar como Él oraba, sino que recoge la concepción que Jesús tenía de Dios y de los bienes que quería comunicar a los hombres. Sólo Mateo y Lucas nos han transmitido esta oración, pero con notables diferencias. Destaca, ante todo, la longitud que tiene en Mateo en comparación con Lucas: la simple invocación “Padre”, el primer evangelista la introduce con gran solemnidad: “Padre Nuestro, que estás en el cielo”. Por otra parte la versión mateana contiene dos peticiones más: “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”, “y líbranos del mal” otras diferencias de formulación encontramos en la cuarta petición mateana, Lucas la formula de un modo distinto: “danos cada día nuestro pan cotidiano” en la quinta, Lucas ha introducido el término “pecados”: “perdónanos nuestros pecados”. Probablemente la versión más corta de Lucas sea la más primitiva.

Lo primero que sorprende en la oración que Jesús enseñó a sus discípulos es la invocación inicial, pues en ella se utiliza a dios una palabra propia del lenguaje infantil: abba. Ciertamente la paternidad de Dios no es un concepto extraño en el judaísmo del Antiguo Testamento, pues el pueblo de Israel se consideraba su hijo (EX 4, 22, 23). Para los judíos dios es padre porque les ha dado la vida, los educa y los ama. De hecho, en la literatura veterotestamentaria encontramos nombres propios que expresan con claridad esta realidad (Yahvé= Padre), Abiel ( = Dios es mi Padre), Eliab (=Mi dios es padre), Joab (= Yahvé es Padre). Bien es cierto que el uso de estos nombres desaparece prácticamente en la época de los grandes profetas.  La novedad del Padrenuestro, en cualquier caso, no es la afirmación de que Dios es padre, sino la fórmula que utiliza Jesús para expresar esta realidad: echa mano de un término que pertenece a los primeros balbuceos de un niño.

Este lenguaje por ser demasiado familiar y provenir de la forma de expresarse de los niños, era considerado irrespetuoso para dirigirse a Dios. De hecho, un pasaje de la Mishná, afirma que la confianza con Dios, que se expresa en una confianza infantil, merece ser castigada con el anatema. En la época de Jesús, semejante modo de dirigirse a Dios en las oraciones era insólito. Las oraciones judías están llenas de invocaciones a Dios, pero las formulas usadas suelen recordar la historia de salvación o la acción todopoderosa de Dios en la creación. No sólo se evita utilizar palabras infantiles, sino la expresión “Padre nuestro” está asociada  a la formula “rey nuestro”; la paternidad es identificada con la realeza, es decir, se habla de Dios como aquel que dispensa todos los bienes, que cuida de los hombres. La familiaridad con que se expresa Jesús está totalmente ausente de estas invocaciones.

En efecto, los evangelios, al presentar a Jesús dirigiéndose a Dios en la oración con la invocación abba, se hace eco de una peculiaridad absoluta, totalmente original en el marco judío de su época, y que esta palabra aramea fue utilizada por Jesús con normalidad en su oración lo demuestran dos hechos. Por una parte los evangelio griegos traducen esta invocación de varias formas: como vocativo (Pater= ¡Padre!) como nominativo como artículo “ el Padre” o acompañado de posesivo ¡ Padre mío! Pablo utiliza también dos veces el termino arameo abba escribiendo a las comunidades griegas (Gal 4,6. Rm 8, 15). Es evidente que este modo de expresarse del apóstol solo puede deberse a que esta invocación era familiar a sus destinatarios. La única explicación de que los cristianos de lengua griega estén familiarizados con este término arameo es ver en él un eco de la oración que rezaban los cristianos por fidelidad a la recomendación de Jesús y siguiendo su divina enseñanza, cuya primera palabra era la invocación abba.

Es probable que en las oraciones judías rechazaran este modo de dirigirse a Dios no sólo porque manifestaba una confianza extrema con Dios, sino porque este término pertenecía al lenguaje infantil. Debido a la sensibilidad judía – Afirma Joachin Jeremías- habría sido una falta de respeto, por tanto algo inconcebible, dirigirse a Dios con un término familiar. El que Jesús se atreviera a dar este paso significa algo nuevo e inaudito. Él habló con dios como un hijo con su Padre, con la misma sencillez, el mismo cariño, la misma seguridad.
 

Cuando Jesús llama a Dios abba nos revela cuál es el corazón de su relación con él. La comunidad cristiana reconoció con gratitud y asombro esta posibilidad de dirigirse también ella a Dios utilizando dicha invocación.  Al ser hechos hijos con el Hijo, también los cristianos pueden llamar a dios Padre: “pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de Hijos de adopción, en el que clamamos: ¡Abba, Padre! Rm 8-15)

LAS DOS PRIMERAS PETICIOES.

Las dos primeras peticiones, “santificado sea tu nombre, venga tu reino” aparecen también juntas en una oración judía con que Jesús estaba familiarizado desde su infancia, el Qadish = (santo). Esta oración compuesta en arameo, se rezaba en la liturgia sinagogal. Las primeras oraciones con que comenzaba el culto sinagogal estaban compuestas en hebreo; tras esta lectura, dado que el pueblo en general desconocía la lengua sacra, se realizaba una traducción al arameo, e inmediatamente después d la homilía, que naturalmente se hacía en lengua hablada, el arameo. Y como cierre de la liturgia sinagogal se recitaba el Qadish. La forma más antigua de esta oración, según los estudiosos dice así: “Glorificado y santificado sea tu nombre, en el mundo él creó según su voluntad. Que él haga reinar su reino en nuestros tiempos y en vuestros días, y en todos los de la casa de Israel, con rapidez y prontitud y deid : Amén.

Alabado sea su nombre de eternidad en eternidad. Bendito, alabado, glorificado, exaltado, ensalzado y loado, adorado y glorificado sea el nombre santo. Bendito sea por encima de toda bendición, himnos, alabanzas y cantico entonados en todo el mundo y decid: Amén.

A pesar de su mayor longitud, estás dos peticiones de la oración judía son las mismas que rezamos en el Padrenuestro. Las formulas empleadas en el Qadish expresan una aclamación de dios como Rey que comienza a reinar, del soberano que manifiesta su esplendor y soberanía delante de sus súbditos. Esta imagen de Dios refleja la concepción profética de la salvación futura, descrita bajo la imagen de la aparición de un soberano que colma los anhelos del pueblo.

Las dos peticiones, por tanto, apuntan a una misma meta: la venida del reino de Dios. En el mismo sentido han de entenderse las primeras peticiones del Padrenuestro. Por tanto, aunque aparentemente en ellas pedimos algo que atañe a Dios, en el fondo pedimos para nosotros el mayor de los bienes que podemos desear. Pero entonces, ¿dónde está la novedad; en qué consiste la diferencia? La explica Joachin Jeremías con estas palabras: “la diferencia es grande. En la Qadish, una comunidad que se debate en las tinieblas del mundo presente, pide que ese cumplimiento llegue. En el Padrenuestro, diciendo lo mismo, reza una comunidad que sabe que el gran cambio ha irrumpido ya, porque dios ha comenzado la obra, pletónica en gracias, de la redención, Una comunidad que suplica solamente la total revelación de lo que ya ha recibido. “


EL PERDÓN DE LOS PECADOS.

En los evangelios Jesús insiste en la necesidad de perdonar a aquellos que han dañado u ofendido; incluso ese perdón es requerido por dios para otorgar su perdón de las múltiples deudas contraídas con Él (Mt 6,14-15; 18,21-35; Lc 17,3-4) La petición de perdón en el Padrenuestro recoge esta enseñanza de Jesús. El creyente se dirige a Dios consciente que es aquel que conoce y juzga con justicia su proceder. Reconoce, pues, que Dios es el juez justo que puede condenar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna  (Mt 10,28), pero  al mismo tiempo es padre misericordioso que quiere que ninguno perezca.

UNA PETICIÓN ANOMALA

La petición final resulta un tanto peculiar: es la única formulada en negativo. Además su contenido evoca las palabras dirigidas por Jesús a sus discípulos en el Huerto de los Olivos: “velad y orad, para no entrar en tentación (Mc 14,38). No se alude aquí principalmente a las tentaciones cotidianas, sino a la gran prueba de la fe a la que el enemigo someterla a los discípulos con el fin de perderlos. Pero la tentación no viene de Dios, como afirma explícitamente la carta de Santiago: “cuando alguien se vea tentado que no diga: Es dios que me tienta; pues Dios no es tentado por el mal y el no tienta a nadie” (Sant 1,13)  El verbo arameo para designar la caída en la tentación es “entrar”. En la petición final del Padrenuestro, este verbo aparecía en forma causativa, con el significado de “hacer entrar, introducir”. Haz que no entremos en la tentación”; es decir, que no caigamos en la tentación. Lo que pide, por tanto, es ser preservados de caer en la tentación.

 

 

 

 

 

 

 

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